Pero en muchos aspectos lo mismo que de horrible se puede aplicar a aquella democracia orgánica, se podría decir de esta inorgánica. Pues también hay otras distinciones hablándose de democracia. Hay democracias formales y democracias reales. Así es que ¿es esta democracia española del siglo XXI una democracia real ¿ o es un revival en esencia de la democracia franquista? Tengamos en cuenta que el albacea de Franco fue Fraga Iribarne. Tengamos en cuenta que una docena de delegados del espíritu y la letra franquista en las instituciones clave del país, bastan para imprimir a todo él el áurea del franquismo más depurado. Instituciones clave son, como es sabido, las Cortes, el gobierno y el Poder judicial, amén de la Administración del Estado, las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos, etc. En todas ellas hay agazapado, por lo menos, un franquista más o menos maquillado.
La política también o quizá más que ninguna otra cosa incluido “lo jurídico”, está imbuida de palabras que se manifiestan a la postre hueras. No es cuestión, pues de palabras, sino de hechos y de sensaciones y de impresiones y de satisfacciones. Y poco importa que digan que estamos en democracia si, por ejemplo, en el País Vasco, o en cualquier territorio, cualquier sospechoso de terrorismo doméstico o internacional puede ser conducido a la trena, torturado y encarcelado, treinta y dos años después de desaparecido el sátrapa; como en el franquismo cualquier sospechoso de homosexualidad o de maquis o de independentista podía ser reducido a polvo en cuestión horas. De modo que ni a mí ni a la mayoría nos importan las palabras ni las etiquetas. Ni yo ni la mayoría nos conformamos con que el Estado y las policías hayan dejado de perseguir a los homosexuales y hayan tolerado el divorcio exprés. Pues casi, casi, a esto es a lo que se reduce la “impresión” de democracia. Esta democracia sigue siendo de juguete, está en pañales y se respira en ella mucho más la atmósfera del tardo franquismo que la de una democracia inorgánica auténtica.
Dejemos por un momento aparte las ideologías contenidas en los partidos políticos, y veamos qué sucede en medio del ruido de sables y de la algarabía nacional, y observemos hasta qué punto la causa franquista funciona como una especie de masonería (cuando era perseguida por él), o como una especie de sociedad secreta nutrida de franquistas redomados.
En instituciones clave del poder legislativo hay “delegados” franquistas solapados que unas veces acusan a la Justicia y a los funcionarios que la auxilian de haberse vendido al “enemigo”, y otras, cuando se ven favorecidos por sus sentencias y procesos, los mismos exigen respeto a la Justicia. Pero también hay cómplices en el ejecutivo que, en materias también clave, como reformas de Constitución y leyes fundamentales como las franquistas no dan paso alguno para dar entrada a un poco de aire fresco a este país.
En instituciones clave del poder judicial hay otros tantos “delegados”. Estos no se manifiestan demasiado claramente cuando se trata de procesos de justicia ordinaria, pero sí, y mucho, cuando se trata de la Causa General (así se llamaban las iniquidades contra los comunistas y enemigos del Régimen) contra las aspiraciones a la Independencia de los vascos.
En instituciones clave de carácter territorial, para qué contar. Presidencias y Alcaldías, en su mayor parte ocupadas por franquistas de tradición, reforzados por el proselitismo que hacen con sus alcaldadas, cacicadas y hechos consumados.
Garzón no es una víctima de un Tribunal Supremo ni de un Consejo del Poder Judicial democráticos. Garzón es víctima de una Justicia descaradamente hija del modo franquista de valorar las cosas y la equidad.
Por lo demás, ahí tenemos a la familia de los Franco no sólo campando por sus respetos desde que murió el Gran Cabrón, sino robusteciendo su fortuna, reteniendo los bienes que fueron usurpados al pueblo por el engaño manifiesto del obsequio del pueblo (Pazo de Meirás), y ahí tenemos, sobre todo, a una ideología, la Falange en cualquier de sus numerosas variantes (de las JONS, Auténtica, etc) que estuvo codo con codo con el Dictador la mayor parte de su incautación política. Ahí tenemos, como ya he señalado, a un Fraga que fue de todo con Franco (ministro de turismo y de gobernación, entre otras cosas), paisano de otro individuo de Vilalba, Rouco Varela, que entre ambos refrenan desde hace tres décadas todo conato de desarrollo de una democracia aceptable, laica, republicana y moderna. Y ¡qué decir del Bono de las filas francosocialistas que se ha negado reiteradamente a quitar del Congreso tres cuadros netamente franquistas, entre otras manifestaciones de su acendrado nacionalcatolicismo! Por lo que entre unas cosas y otras España sigue siendo el latifundio franquista que fue, donde durante cuarenta años retumbaba en cada uno de los rincones de su geografía ese ¡Viva Franco! ¡Arriba España!
Piénselo los politólogos imparciales y las gentes bien nacidas. Seamos "francos". ¿No parece que no falta mucho para volver a oír al unísono ese estentóreo y execrable grito de los franquistas; de los franquistas por convicción, de los franquistas por condición y de los franquistas contaminados?
fuente, vìa:
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