Por
más que se genere una impresión de que en la política y en el Estado,
“aquí no ha pasado nada o muy poco”, el doble efecto de un terremoto y
un cambio de filosofía política con un intervalo tan breve, ejerce de
por sí una gravitación política inmensa, cuya dimensión más exacta no es
posible aquilatarla de inmediato con profundidad.
Esa
impresión es transmitida por los partidos políticos y la coalición que
asumió el gobierno para salvaguardar la preciada gobernabilidad, y más
aún para enfrentar los efectos del terremoto. Hay indicios de un debate
fragmentado e incompleto, en los libros de análisis de la derrota de la
Concertación (Eugenio Tironi) y el triunfo de la alianza de derecha
(Andrés Allamand), que lo confirman.
Elaborados
con una imagen de Chile pre terremoto, estos análisis claramente
exhiben problemas en las conclusiones y la proyección política, por la
simple razón del impacto del terremoto en dos estructuras esenciales que
le dan vida al país político: el Estado y los partidos políticos.
Crisis
es un término controvertido, especialmente en dos áreas tan centrales
al poder y la gobernabilidad de una nación como son el Estado y el
sistema de representatividad. Extrañamente, crisis es más “digerible”
para la economía, siendo que en las últimas décadas o quizás siempre, la
determinante económica ha costado la vida de gobiernos y regímenes.
Aún
así, crisis de Estado y crisis política exuda caos en la gobernabilidad
y suena a desintegración de naciones. No es el caso en muchas
situaciones, sin embargo hay una marcada renuencia (en la cúspide del
poder) a no aceptar que los estados y sus sistemas políticos entraron en
un latido de crisis intermitente aunque permanente, desde los ajustes
fiscales a que se someten las naciones cuando crecen económicamente sin
sustentación y no cumplen obligaciones económicas internas e
internacionales. Grecia es el caso más actual y descarnado, y estamos
hablando en el contexto de una preciada integración como es la comunidad
europea.
En Chile desde el terremoto del 27 de
febrero, los acuerdos políticos han sido mínimos y superfluos –el más
importante, el alza de impuestos, es un debate antiguo- y el Estado se
ha visto rudimentario frente a la magnitud de la emergencia.
Como
que el “antes y un después del terremoto”, se adapta de acuerdo a la
conveniencia para justificar un determinado objetivo. Es decir, la
radiografía del país que produjo el terremoto opera apenas como un
comodín político, y por la urgencia de la tragedia humana, se evita
discurrir en los asuntos más profundos que están pendientes desde hace
muchas décadas.
Aquí se observa una
complicidad generalizada, porque de lo que se trata en definitiva para
los que han estado en el poder, es mantenerlo a toda costa.
La
pronta diligencia parlamentaria para investigar el manejo gubernamental
del corto período clave pos terremoto, confirma que estamos en
presencia de un país con un aparato político proclive a los diagnósticos
y los análisis y renuente a pronunciarse con profundidad en políticas
públicas que languidecen en la espesura política, y que podrían haber
contribuido a prevenir efectos importantes de la catástrofe. En una
entrevista radial del día lunes 10, el ex director de la oficina de
emergencia del gobierno, Alberto Maturana, enfatizaba este punto.
No siempre un buen análisis es una condición suficiente para
una eficiente o correcta política pública. El análisis puede ser más
“puro”, y no depende de compromisos. En cambio la política pública se
hace y se prueba en el campo árido de las transacciones.
En
todo este panorama, el terremoto ha revelado situaciones críticas tanto
en el aparato del Estado como en el componente más vital del aparato
político como son los partidos.
Es así que la
grandilocuente frase “reconstrucción nacional”, se ha visto aquietada
por cuestiones más básicas de supervivencia y de enfrentar el frío de
todo tipo. En lo esencial se observa un Estado mermado y pobre en ideas.
Digámoslo claro también. Los partidos políticos sin excepción, se han
visto desprogramados e inconsistentes, sea por un exceso de cautela, sea
por una efectiva carencia de programas.
Así
como el terremoto golpeó las bases del modelo de desarrollo chileno,
igualmente golpeó la batería de propuestas y convicciones de los
partidos políticos. Al centro del fenómeno anotado, reside el problema
del poder y la democracia, y del gobierno representativo y el Estado
moderno
El Estado en los orígenes de su
modernidad, surge como constitucional y liberal antes que democrático,
operando bajo los dos principios de la tradición republicana: la
primacía de la ley, la fragmentación y el reparto del poder.
Bajo
esa aspiración de representatividad, se demuestra una realidad
incuestionable: el mundo se divide entre los que gobiernan (a cualquier
nivel de representación) y los gobernados. Curiosamente, los gobernados,
que en el momento crucial del sufragio constituyen el porcentaje más
alto de la población, son los que pueden incidir en la forma y los
contenidos de ese gobierno.
El funcionalismo
político de los sistemas de representatividad sobrevive sin
modificaciones sustanciales porque significaría desarmar el sistema y no
hay cabida para un sistema sin partidos políticos. Bajo este sistema
corporativo de poder, el factor de representatividad comprende una cuota
insignificante en las decisiones de Gobierno que afectan a los
representados. C Schmitt, afirma que “una de las manifestaciones más
importantes de la vida legal y espiritual de la humanidad, es el hecho
de que, quién detenta el poder real, es capaz de determinar el contenido
de los conceptos y las palabras. El César también es el señor de la
gramática”.
Al centro se sitúa la
desnaturalización de la política en su rasgo más esencial. Mientras más
se desnaturaliza la política en cuanto a distorsionar aquellas virtudes
del Estado orientadas al bien común, es el Estado el que se
desnaturaliza.
Hay una frase de Barack Obama
que ha fustigado a los republicanos en los debates de la regulación del
sistema financiero y la reforma a la salud: “Hay tareas que solo el
Estado puede hacer”. Son palabras que respiran a Thomas Hobbes, pero que
también reflejan el actual salvajismo no solo del capitalismo, sino
también del sistema del poder.
Hace décadas
que el liberalismo republicano provoca más de una inquietud. Existe una
rigidez conceptual que lo sustenta, y al analizar sus formas de gobierno
emergen el autoritarismo, la pérdida de libertad, y el tema subyacente
como son las desigualdades especialmente de poder. El terremoto dejó
claro esa parte del análisis que no se aborda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario