lunes, 28 de julio de 2014

Chile: La vida de Karadima lejos del poder... Despojado de su séquito de El Bosque, el temor ahora lo acecha...Por : David Aguayo, Sebastián Castillo y Mario Mercier, especial para CIPER (*)

Por : David Aguayo, Sebastián Castillo y Mario Mercier, especial para CIPER (*)

El ex líder espiritual de la elite vive rodeado sólo por mujeres en un hogar de ancianas. Oficia misa diaria como si tuviese feligreses, pero nadie lo escucha. El cura Hasbún y el cardenal Medina son algunos de los pocos que lo visitan. El arzobispo Ezzati es responsable del cumplimiento cabal de su condena por abusos sexuales, que le prohíbe impartir sacramentos y todo contacto con sacerdotes y feligreses de El Bosque. En este reportaje, alumnos de Periodismo de la UDP reconstruyeron cómo vive Karadima su condena: el cura que provocó un remezón en la Iglesia chilena no experimenta arrepentimiento.

Son las 7:30 de la mañana. Una auxiliar de aseo con una bandeja en sus manos sube al cuarto piso del Convento Siervas de Jesús de la Caridad y golpea la puerta de la habitación del único residente que habita el nivel. Fernando Karadima Fariña (83 años), ya duchado y vestido, abre la puerta y la deja pasar con su desayuno. Su bandeja contiene los mismos productos que la del resto de residentes del hogar: una taza de leche, una pequeña porción de pan, mermelada y una fruta. En ocasiones, la auxiliar se sienta junto a él en una mesa pequeña en la entrada del dormitorio y le sirve la comida en la boca. Karadima suele quejarse de los alimentos que le proporcionan. Al terminar su labor, la mujer se retira y el ex párroco de El Bosque se queda solo.
Entonces Karadima comienza a rezar. En las paredes de su habitación color crema cuelgan imágenes de santos, de la Virgen y una figura grande de Jesús crucificado. Según sus cercanos y personal que lo atiende, el cura pasa sus días en silencio y orando. En una sala contigua a su dormitorio, donde hay sillones, un estante con libros y un pequeño televisor plasma sobre un escritorio, Karadima escucha reflexiones de religiosos con un reproductor de audio. Algunas de ellas son de Esteban Uriburu, Antonio Royo Marín y San Juan de la Cruz. Solo él puede hacer uso de ese espacio en el convento.
Una de las entradas al Convento Siervas de Jesús de la Caridad
Este es el único privilegio que hoy posee quien dirigió espiritualmente por cinco décadas a los jóvenes de la elite católica conservadora santiaguina desde la Parroquia El Bosque (desde que asumió como vicario en 1958, para luego ser párroco por 23 años). Pese a que la sentencia vaticana no lo despojó de su condición de sacerdote, la vida de Fernando Karadima cambió brutalmente. Ya no está en la comodidad de El Bosque, donde ejercía el dominio de su imperio. Ha desaparecido el séquito que lo rodeaba, atento a sus menores deseos, y también sus amistades influyentes.
Tiene prohibido impartir cualquier sacramento, en particular la confesión. Además no puede oficiar eucaristías en público ni ejercer dirección espiritual. Tampoco puede ver a quienes por decenas de años constituyeron su círculo íntimo (ver declaración del arzobispo Ezzati). En la entrada del convento, la monja que oficia de portera, la madre Rosario, pregunta por la identidad de los visitantes y se encarga de cerrarle el paso a los casi 40 sacerdotes a los que dirigía en la disuelta Unión Sacerdotal. Lo mismo debe hacer si llega alguno de los integrantes de su círculo íntimo en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús (El Bosque).
Cada vez que desea salir del convento, Fernando Karadima debe informar a dónde se dirige. Y si desea dormir fuera del hogar, debe pedir una autorización previa a la madre superiora.
Una de las víctimas y acusador de Karadima, el periodista Juan Carlos Cruz, envió un mail el 29 de noviembre de 2011 al entonces obispo auxiliar de Santiago, Cristián Contreras, informándole que Fernando Karadima no cumplía su condena como correspondía. Según Cruz, al sacerdote acusado de abusos sexuales y otros delitos canónicos, se le había visto en las Termas del Corazón, ubicadas a 87 kilómetros de Santiago. Agregó que el cura salía a comer con sus amigos y que quienes lo mantenían informado tenían nombre y apellido. Pese a ello, no tenía ninguna prueba física que avalara sus dichos (ver declaraciones a El Mostrador).
Juan Carlos Cruz
Desde entonces han transcurrido dos años y medio y algo parece haber cambiado su situación. “De todos los años que llevo trabajando en el convento, nunca he visto al cura salir del recinto”, cuenta una trabajadora del Convento de las Siervas de Jesús. La madre Rosario, la religiosa que está apostada a la entrada del hogar, juró al enviado del Arzobispado de Santiago que Karadima nunca ha cruzado la puerta que lo separa del exterior. Su médico personal, Santiago Soto, afirma lo mismo: “Tendría que dar mi mano derecha para jurar que Fernando no ha salido nunca”.
-He escuchado que existe gente que ha visto al padre Fernando afuera del convento. Se les ha preguntado a las hermanas si eso es efectivo. Ellas dicen que no. Pero no hay una persona de punto fijo para vigilarlo ni tiene un chip para saber dónde anda. Nosotros [la Iglesia Católica] no tenemos una estructura de ese tipo –afirmó a CIPER el sacerdote Fernando Ramos, vicario para el Clero del Arzobispado de Santiago.
Aunque a ojos de la ciudadanía el castigo que la Santa Sede le dio a Fernando Karadima puede parecer minúsculo en comparación al daño de sus actos, Camilo Cortés, abogado experto en derecho canónico del Arzobispado de Santiago, explica que “estas sentencias son de carácter espiritual y religioso. Su contenido no es una pena corporal, como sería en fuero civil. Él está condenado en conciencia. Mientras Karadima sea católico, está sujeto a la pena”.
Sobre su condena, José Andrés Murillo, víctima del sacerdote y uno de los primeros denunciantes de sus abusos, afirmó a CIPER: “Karadima tenía un séquito impresionante. Tenía acceso desde Eliodoro Matte hasta los comandantes de las Fuerzas Armadas (…). Lo único que me interesa es que se le haya quitado su plataforma de poder a través de la cual podía abusar”.
La principal víctima del ex párroco, el doctor James Hamilton, difiere: “La única condena que Karadima debiese cumplir es la condena formal para todos los ciudadanos: la cárcel. Y si no es la cárcel, algún tipo de reclusión en la cual quede privado de libertad. No por venganza, sino porque él es un peligro para la sociedad”.

RODEADO DE MUJERES

Ricardo Ezzati llevaba sólo un día como máxima autoridad de la Iglesia de Santiago cuando el 16 de enero de 2011 recibió una difícil misión. Tras la visita vaticana del nuncio Giusseppe Pinto, la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF)  ̶ máximo tribunal de la Santa Sede ̶  hizo llegar a las manos del arzobispo la condena al ex párroco de El Bosque. Eso lo obligó a dar el primer paso de la sentencia: “Fijar un lugar de residencia para Fernando Karadima, dentro o fuera de la diócesis, de tal modo que no tenga contacto con sus ex parroquianos o con miembros de la Unión Sacerdotal”.
Luego de hacerse asesorar por los obispos auxiliares de la diócesis, Ezzati acordó -previo pacto con la madre superiora de las Siervas de Jesús- la permanencia del cura en su convento. La tercera semana de febrero de 2011, Karadima llegó a vivir al hogar, ubicado en la comuna de Providencia.
Asistido únicamente por mujeres, Karadima cumple su reclusión en castigo por los reiterados abusos sexuales y psicológicos que cometió con jóvenes a quienes dirigía espiritualmente. Ocho religiosas están a cargo del Convento de las Siervas de Jesús de la Caridad. Visten un hábito negro que cubre todo su cuerpo y una toca de tela blanca sobre su cabeza, atuendo muy similar al de Santa Teresa de Los Andes. Además de las religiosas, allí trabajan cerca de 20 funcionarias que visten de blanco, plomo o azul. En la casa de retiro viven 37 ancianas, la gran mayoría integrantes de familias acomodadas y con un complejo estado de salud.
Aldo Coda, vicario para la Vida Consagrada y encargado de la dirección espiritual de las religiosas que están al interior de la Arquidiócesis de Santiago, señala que “esta comunidad se distingue por su atención a las ancianas tanto en lo físico como en lo medicinal (…). Es una casa limpia, ordenada, acogedora y muy bien mantenida”.
Desde el primer día que se hiciera público el fallo, el cura condenado por abusos sexuales ha intentado burlar el decreto que le impuso el aislamiento y la penitencia. En un reportaje de CIPER publicado el 17 de febrero de 2011 -La iglesia da golpe de timón en caso Karadima-, se informó que casi un mes después de recibir su sanción (14 de febrero), Karadima se reunió con el obispo Andrés Arteaga, miembro de la directiva de la Unión Sacerdotal que el sacerdote condenado dirigía. Y en la misma semana, con Juan Esteban Morales, quien lo sucedió como párroco de El Bosque y uno de sus sacerdotes favoritos. En la primera semana de febrero concurrió a la casa de uno de sus ex seguidores, momento en el que fue visitado por otros miembros de su feligresía (ver reportaje de CIPER).
Ricardo Ezzati
“Estamos muy cansadas. Tener a una persona como Fernando Karadima en el hogar nos significa un gran desprestigio”, le comentó la madre Mercedes, superiora de las Siervas de Jesús de la Caridad, a una de las personas que trabaja en el convento. Y se entiende, porque desde que llegó el cura al recinto, la tranquilidad de las monjas se ha visto alterada. Han rayado la pared de su fachada y han tenido reiterados problemas con periodistas que intentan ingresar para ver al sacerdote condenado. También los parientes que visitan a las ancianas que viven en la casa de retiro, preguntan con frecuencia por Karadima. “¿Por qué lo tienen aquí? ¡Él es un pedófilo!”, les dicen a las monjas y laicas que allí trabajan. Ellas no responden: tienen estrictamente prohibido hablar sobre el cura.
Cerca del mediodía, mientras las ancianas almuerzan al cuidado de las monjas, Karadima sale de su habitación. Viste su “alba” -la  túnica blanca que se usa en los oficios- que lo cubre hasta los tobillos y una estola morada, correspondiente a los tiempos litúrgicos de adviento o cuaresma, que cuelga de su cuello. Se sube al ascensor y baja al primer piso, donde está ubicada la capilla del convento. Entra al oratorio, camina hasta el altar y se dispone a celebrar su misa en soledad, pues tiene prohibido ejercer públicamente todo ministerio sacerdotal. Quienes lo han visto cuentan que “él actúa como si estuviese imaginando que hay gente ahí dentro”. No tarda más de veinte minutos y regresa a su dormitorio.

NI CÁRCEL NI CARCELEROS

“Restricción de libertad. Esto es lo máximo que la Iglesia puede hacer: restringirle la libertad de movimiento. Eso no requiere una cárcel (…), la otra posibilidad es que lo echen. Pero eso significa dejarlo suelto”, afirmó a CIPER el sacerdote jesuita y experto en derecho canónico, Marcelo Gidi. La condena vaticana que recibió el sacerdote que controlaba con mano férrea una organización con cinco obispos y más de 40 sacerdotes de las parroquias más populares de Santiago (Unión Sacerdotal), puso un nuevo tema en el debate: cómo actúa la justicia eclesiástica.
La sentencia a Karadima fue la primera en que El Vaticano condenó a uno de sus sacerdotes chileno a “una vida de oración y penitencia” perpetua por cometer abusos sexuales. Lo único que puede hacer el que fuera párroco de El Bosque por 23 años, es celebrar su misa de forma privada. No puede confesar, dar retiros ni dictar charlas. Tiene prohibido administrar los sacramentos. Su vida como figura pública acabó.
-Para el sacerdote, más que una labor, más que un trabajo, el ministerio sacerdotal es su vida. Uno no trabaja como cura: uno es cura. En ese sentido, esta condena le está restringiendo una parte de su ser -explicó Marcelo Gidi a CIPER.
Pese a su aislamiento, la casa de retiro donde hoy vive Karadima no es una cárcel. Las funcionarias y monjas que lo cuidan no son sus gendarmes. Según un sacerdote bien interiorizado de la condena y de sus límites, sólo una persona está a cargo del cumplimiento de la condena: el cardenal Ricardo Ezzati. El arzobispo de Santiago es quien conoce cada uno de los pasos del cura condenado por el Vaticano. El jesuita Marcelo Gidi aportó otro dato al respecto:
-Debiese existir una persona del Arzobispado de Santiago que va siguiéndole la pista al cumplimiento de la sentencia. (…). Esta persona visita a Karadima o pide informes sobre él, porque como vive en una casa cerrada, no es fácil saber a quién recibe ni lo que hace.
Cuatro sacerdotes están entre aquellos que debieran cumplir esta función en el Arzobispado de Santiago: el vicario de la Zona Cordillera, Fernando Vives; el vicario para el Clero, Fernando Ramos; el vicario para la Vida Consagrada, Aldo Coda, y el vicario judicial, Jaime Ortiz de Lazcano. A pesar de que los cuatro dijeron a CIPER desconocer la existencia de un encargado para la fiscalización de la sentencia de Karadima, hay un nombre que se repite cada vez que se pregunta en el ámbito de la Iglesia por su identidad: Fernando Ramos, quien encabeza la vicaría del Clero, destinada básicamente a favorecer la formación permanente de los sacerdotes y diáconos de la Arquidiócesis de Santiago.

SU POLÉMICA MISA

La mañana del jueves 6 de marzo pasado sonó el teléfono en el despacho del abogado Cristián Latrille. Al otro lado de la línea alguien que se identificó como un vocero del Arzobispado de Santiago, le dijo: “La reunión con el cardenal Ezzati puede ser hoy”.
Ese mismo día, a las 18:00 horas, Ricardo Ezzati recibió en su casa a Latrille y al vicario judicial de Santiago, Jaime Ortiz de Lazcano. El motivo: conocer la versión de los hechos de quien había fotografiado a Karadima oficiando misa ante dos mujeres en diciembre de 2013, en la parroquia del convento en que hoy reside (ver reportaje de CIPER). Sentados alrededor de una mesa grande en el comedor de la casa, en la que Ezzati se ubicó en la cabecera, el arzobispo comenzó a interrogar al abogado Latrille.
Latrille le narró todo lo ocurrido en esa jornada: que su abuela paterna era residente del hogar y que, al ser informado de su fallecimiento, él fue de inmediato al convento al que llegó en horas de la mañana, y que al pasar cerca de la capilla vio que el cura que celebraba misa era Fernando Karadima y que dos señoras participaban junto a él del servicio. Le contó también que les tomó fotos, que grabó un video de 30 segundos y esperó a que la misa terminase para increpar al sacerdote.
Mientras Ezzati lo escuchaba, el vicario judicial escribía en un notebook lo que el abogado relataba. Cuando las preguntas terminaron, Jaime Ortiz de Lazcano le mostró a Cristián Latrille lo que había escrito para ver si el texto se ajustaba a su relato. Juntos modificaron algunas partes y se imprimieron tres copias. Finalmente, Ezzati, Ortiz de Lazcano y Latrille firmaron el acta. La secuencia fue relatada a CIPER tanto por Latrille como por Ortiz de Lazcano.
Karadima oficiando la polémica misa en el convento
La cuestionada misa tuvo lugar el miércoles 4 de diciembre de 2013. Como cada jornada, ese mediodía Karadima bajó a las 12:00 a la capilla del convento para oficiar su misa. Dos ancianas lo acompañaban. La mujer que aparece sentada al lado izquierdo de la fotografía tomada por el abogado Latrille, es una de las tres huéspedes de la casa de retiro que, de vez en cuando, celebran la eucaristía junto a Karadima. “Las tres son muy devotas y pasan todos los días a la capilla”, cuenta una persona que trabaja al interior del hogar. De la identidad de la mujer sentada al lado derecho del sacerdote, otra persona que trabaja en el convento la identificó como María Eugenia, la única de los hermanos Karadima Fariña que visita al sacerdote. “A la mujer de pelo oscuro que aparece en la foto la reconozco por la ropa”, afirmó a CIPER.
No es un hecho nuevo el que Karadima oficie misa en la capilla del convento en compañía de otras personas. A fines de febrero de 2011, en una entrevista concedida a La Segunda, el fallecido sacerdote Jorge Navarrete, quien vivía al cuidado de las Siervas de Jesús, reconoció que asistía todos los días a la misa que oficiaba el polémico cura: “El castigo no incluye la privación de la Santa Misa (…) [Karadima] no puede celebrar misa en parroquia. Pero aquí, en privado, está celebrando misa todos los días”.
En una de las pocas entrevistas que Ricardo Ezzati ha dado sobre la actual situación de Karadima, el 25 de marzo pasado, en el programa El Informante de TVN, confirmó que la investigación sobre la misa oficiada por el polémico sacerdote condenado ya había sido enviada a Roma. Dos meses después, el arzobispo de Santiago recibió la resolución de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF). “La misa en cuestión no puede ser considerada una celebración pública”, decía en el documento. Ezzati mantuvo en reserva la resolución por más de un mes, hasta que el viernes 4 de julio se publicó un comunicado en la página web del Arzobispado de Santiago. Pero ya antes, el 24 de junio, una alta autoridad de la Iglesia Católica reveló a CIPER: “La Santa Sede determinó que las fotos de Karadima oficiando misa no constituían una falta a las disposiciones puestas por la CDF”.
“Una misa privada no significa en solitario”, explicó a CIPER el abogado experto en derecho canónico, Camilo Cortés. Karadima “puede celebrar la liturgia con visitas restrictivas. Por ejemplo, si lo llevamos a la misa en el convento, el hecho de que solamente haya tres o cuatro monjitas no implica que la misa deje de ser privada, porque no está abierta al público”, acotó.
-Una cosa es que un sacerdote haga su misa en un lugar solo, otra es que lleguen personas mientras la celebra y otra muy distinta es que él los haya invitado a participar. Esto último Karadima no puede hacerlo (…). Si él estaba celebrando su misa en solitario y llegaron estas dos mujeres, él no puede hacer nada. Un sacerdote no puede echar a nadie –explicó el jesuita Marcelo Gidi.
Más allá de la polémica que provocaron las fotografías donde aparece Karadima oficiando misa en el convento donde se halla recluido –y que hiciera públicas el periodista Juan Carlos Cruz, uno de sus principales acusadores-, lo cierto es que la vida del sacerdote volvió a experimentar un cambio. Todas las fuentes consultadas indican que a partir de entonces las monjas del Convento Siervas de Jesús de la Caridad cambiaron sus procedimientos y pusieron mano dura para hacer cumplir la orden vaticana y evitar nuevos problemas. Una de las medidas impuestas fue que ninguna de las ancianas puede volver a usar la capilla cuando el sacerdote condenado esté celebrando su liturgia diaria. La nueva instrucción provocó que las monjas le pidiesen a María Eugenia Karadima que dejase de visitar a su hermano a diario. “Ella ahora lo visita muy poco”, aseguraron a CIPER varias trabajadoras de la casa de retiro.
El nuevo rigor que se le impuso a Karadima tenía relación con otras faltas a su condena y que se descubrieron en el transcurso de la investigación por la misa en el convento.

LOS QUE AÚN LO VISITAN

En efecto, la resolución del Vaticano sobre la polémica misa que fotografió el abogado Latrille y que Ezzati mantuvo en reserva por más de un mes, no sólo determinó que la liturgia oficiada por Karadima no constituía una falta, sino que también le impuso al sacerdote una “amonestación canónica” por intentar frustradamente contactar a miembros de la disuelta Unión Sacerdotal. Sobre la forma en que Karadima intentó burlar su condena, el Arzobispado de Santiago no quiso entregar detalles “con el fin de resguardar a las personas que denunciaron el hecho y así no extender más el daño”. Así se señala en su respuesta enviada a CIPER el 7 de julio pasado.
Pero lo cierto es que a Karadima lo visitan. Según la investigación realizada en el convento, al sacerdote condenado por el Vaticano “lo visitan médicos y hombres vestidos de curas”. Otra trabajadora del hogar, afirmó: “Ellos suben hasta su habitación”.
Entre los hombres vestidos de cura que mencionan las funcionarias del convento, figuran algunos de los sacerdotes más polémicos de la Iglesia Católica chilena. Uno de ellos es el cura Raúl Hasbún, quien en 2012 asumió la defensa canónica del ex vicario de la Solidaridad, Cristián Precht, declarado culpable por abusos sexuales. Hasbún, según constató CIPER, lo visita cada uno o dos meses.
Cardenal Jorge Medina
Otro hombre de la Iglesia que visita a Karadima es el cardenal Jorge Medina. Tres meses después de que el cura fuese recluido en el convento para cumplir la condena vaticana, Medina afirmó en revista Caras que en este caso no veía abusos sexuales: “Este es un acto de homosexualidad. Un muchacho de 17 años sabe lo que está haciendo”.
En abril de este año, Fernando Vives, vicario de la Zona Cordillera, visitó al cura en el Convento de las Siervas de Jesús. Si antes lo hacía en su calidad de director de la Unión Sacerdotal, ahora lo hace por caridad. El año pasado, el vicario Vives visitó al sacerdote cerca de tres veces.
La visita del sacerdote Vives a Karadima hace recordar la polémica que provocó el arzobispo Ricardo Ezzati cuando en la víspera de Navidad de 2011 llegó al encuentro del sacerdote condenado por el Vaticano. Ezatti justificó su visita argumentando que actuó por “cristiandad” y que esas son actitudes de “buen pastor”.
Sepultados quedaron aquellos domingos en que las bancas dispuestas para la feligresía se hacían pocas en la Parroquia El Bosque para contener a tantos católicos que acudían a  escuchar sus prédicas. No sólo los vecinos del antiguo barrio Las Lilas y de la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús iban a oír sus sermones. También llegaban personas de distintos sectores de Santiago para celebrar la eucaristía dominical junto a él. Hoy casi nadie quiere recordarlo. “Muchos de sus poderosos amigos le dieron la espalda”, dice un sacerdote que no fue su discípulo pero conoce bien la situación actual de Karadima y de la parroquia donde cimentó su poder.
Entre quienes tienen prohibido volver a entrar en comunicación con Karadima y menos estar en su cercanía, figuran los cinco obispos que integraban su círculo de hierro: Tomislav Koljatic, obispo de Linares; Horacio Valenzuela, obispo de Talca; Felipe Bacarreza, obispo de Los Ángeles; el obispo castrense, Juan Barros, y el obispo auxiliar de Santiago, Andrés Arteaga. También tiene prohibido el contacto con los sacerdotes Diego Ossa y Juan Esteban Morales, ex vicario y párroco de El Bosque respectivamente. La nómina incluye al arzobispo emérito Francisco Javier Errázuriz (**). Tampoco se le puede acercar quien fuera por largos años uno de los laicos más cercanos y quien le solucionaba hasta el menor problema doméstico o de gestión de su parroquia: Francisco Prochaska.
Desde que Karadima llegó a vivir al convento, casi todos sus amigos lo dejaron de ver. Incluso el empresario Eliodoro Matte, a cuya casa concurría periódicamente a cenar, hizo público su distanciamiento a través de una carta en El Mercurio. Quienes nunca lo han dejado de visitar, son sus hermanos Jorge y María Eugenia, quienes asisten al convento con muy poca frecuencia. Los otros tres hermanos con suerte se han aparecido por las puertas del hogar de ancianas. Óscar Karadima, el sexto de ellos, nunca lo ha visitado.
Según todos los consultados, no hay nadie que visite al ex párroco condenado por el Vaticano con cierta frecuencia. Su médico personal, Santiago Soto, afirma: “Tiene depresión y se medica todos los días (…), como él tiene una edad avanzada, su enfermedad puede que dure toda la vida”. El cardenal Jorge Medina agrega: “Fernando Karadima probablemente esté esperando el llamado del Señor”.
Según la especialista en psiquiatría de adultos de la Universidad Católica, María Pía Gatica, “las personas que presentan conductas como las de Fernando Karadima, tienen un trastorno ‘antisocial’: en estos casos no hay depresión, sólo angustia. Lo que sí podría haber son síntomas compatibles con un cuadro depresivo como reacción a una herida narcisista, que ocurre cuando alguien se siente castigado y/o tratado injustamente”.
-En psiquiatría, una persona antisocial es quien siente que no hizo algo malo pese a la gravedad de sus actos. Para ellos todo está justificado. No hay remordimiento ni culpa, ambos elementos característicos de una depresión. Muy por el contrario, ven al otro como un instrumento para satisfacer sus deseos. Sus relaciones con los demás son muy utilitarias –explica María Pía Gatica.
Convento Siervas de Jesús de la Caridad
Karadima puede salir del convento. Así lo dijo el cardenal Ricardo Ezzati el 23 de diciembre de 2011 en una entrevista con La Segunda: “Por supuesto que puede salir. No está en la cárcel”. La resolución impuesta por la CDF menciona que el arzobispado sólo se encarga de fijar residencia para vivir en un estado de oración y penitencia. En ninguna parte del documento aparece que debe estar enclaustrado en el recinto. Así, si Karadima lo desea, puede salir, siempre y cuando no tenga contacto con algún ex parroquiano, con miembros de la Unión Sacerdotal ni con quienes él haya dirigido espiritualmente.
Las pocas personas que visitan a Karadima en la actualidad aseguran que el sacerdote que fuera el más influyente de la elite santiaguina, hoy no sale del convento porque “tiene miedo”. No quiere que lo vean en la calle y lo increpen: vive lleno de temor.

ENCERRADO POR TEMOR

Cubierto por un grueso abrigo y portando un maletín negro, el doctor Santiago Soto ingresa al Convento Siervas de Jesús de la Caridad. Lo recibe la madre Rosario. Soto, médico personal de Karadima por decenas de años, es ya un viejo conocido de las monjas del convento. Intercambia un par de palabras con la religiosa y se dirige a la capilla donde se detiene para hacerle una reverencia a la imagen de Jesucristo. Una vez al mes Santiago Soto repite el mismo ritual. Luego sube al cuarto piso y toca a la puerta. Fernando Karadima saluda de mano a su doctor, quien le hace algunas preguntas y después de pedirle que se quite la camisa, lo examina. Le toma la presión y revisa sus órganos: pulmones, corazón y estómago. Cuando termina, mientras Karadima se viste, Soto le prepara su nueva receta. La visita dura en total alrededor de 40 minutos.
El doctor Santiago Soto es una de los pocos que lo visita regularmente. “El cura tiene miedo. Él me ha contado que familiares de las demás ancianas lo han insultado (…). Le han dicho que es un pederasta, un cura malo, un sinvergüenza”, afirmó a CIPER al describir el estado en que se encuentra Karadima en estos días.

Según el doctor Soto, las únicas salidas que Fernando Karadima ha tenido fuera del convento son exclusivamente por complicaciones médicas que lo obligan a dirigirse a un centro asistencial. El abogado Juan Pablo Bulnes es quien se ha encargado de transportar a Karadima hasta el Hospital Clínico de la Universidad Católica o al dentista. Bulnes, quien fue su abogado personal en la investigación canónica sobre las acusaciones de abuso sexual, tenía la aprobación de la madre superiora del convento para sacar al cura cuando lo necesitase. Ahora, el abogado ya no cuenta con dicha potestad: entre agosto y septiembre del año pasado terminó su labor profesional con el sacerdote, por lo que ya no puede mantener relación con él. Porque prima su calidad de ex feligrés.
El abogado Juan Pablo Bulnes, quien perteneció al grupo íntimo de Karadima en El Bosque por más de 40 años, no ha cumplido cabalmente la prohibición. En la Navidad de 2013, el jurista lo fue a ver y le entregó un presente. Esa fue la última vez que lo visitó. “Se siente muy solo”, dijo Bulnes a CIPER.
Un día, mientras el doctor Santiago Soto lo examinaba, Karadima se angustió. No entendía por qué su condición era la de un marginado. Con la voz entrecortada y la presión acelerada, le confidenció:
̶ Qué injusta esta cuestión. ¿Por qué tengo que estar aquí perpetuamente? ¡Me voy a morir en este lugar!
̶ Usted se va a morir aquí porque quiere seguir siendo sacerdote  ̶ le respondió Santiago Soto, mientras lo seguía examinando.
Fernando Miguel Salvador Karadima Fariña lleva 1.284 días (hasta el miércoles 23 de julio) de infierno interior.

(*) NOTA: Los autores son estudiantes de la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales y realizaron este reportaje en el curso Periodismo de Investigación, a cargo de la profesora y periodista Andrea Insunza.
(**) Más antecedentes en el libro “Los secretos del Imperio Karadima”, de Juan Andrés Guzmán, Gustavo Villarrubia y Mónica González (CIPER Catalonia-UDP, 2011).
 Vía:
 http://ciperchile.cl/2014/07/23/la-vida-de-karadima-lejos-del-poder/

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