En el Renacimiento, por ejemplo, ese papel de negación de la historia lo representó la Iglesia Católica que, en su afán por detener los nuevos tiempos que se avecinaban acometió terribles persecuciones y crímenes contra aquéllos que pensaban y sentían distinto.
Hoy, el diablo es la Banca. Los representantes del gran capital ya se han quitado sus máscaras e impunemente dirigen a sus empleados, los dirigentes políticos, en aras de defender su sistema social fundamentado en el dinero. Su metodología de acción es la violencia. La violencia económica ejercida por los banqueros ha llegado a extremos inimaginables hace apenas unos años, y sigue en aumento.
Hoy, ya no se oculta que la guerra es negocio de la industria armamentística. Que la ocupación de países, derrocamiento de gobiernos e ingerencias en las políticas internas responde a intereses económicos. Que la propagación del temor a la enfermedad está motivada por el negocio farmacéutico. Que el desempleo, la especulación inmobiliaria y el deterioro de los servicios básicos son consecuencia del enriquecimiento de unos pocos en detrimento del conjunto de la sociedad.
Hoy, todos somos esclavos de los bancos y ha llegado el momento de liberarnos. Los bancos representan lo peor de la época que se acaba. Son la cultura del acaparamiento infinito, de la avaricia afiebrada y la competitividad desenfrenada. Son los responsables del sufrimiento humano actual y los que intentan impedir su progreso.
Los humanistas de hoy sabemos que la futura Nación Humana Universal estará integrada por lo mejor de todos los pueblos y estará fundamentada en el ser humano como valor central. Por ello nos rebelamos contra el mal de nuestros días, y lo hacemos con la metodología del futuro: la no violencia activa.
Hoy, muchos ciudadanos comienzan a despertar y se organizan contra la banca. Lo hemos visto en Mollerussa y en tantos otros lugares. En la medida en que el terrorismo financiero, es decir, su desesperado intento por no desaparecer, afecte a cada vez más ciudadanos se hará más patente la necesidad de organizarse en los términos que los humanistas planteamos.
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