Guatemala. En Guatemala
se desarrollan todo tipo de proyectos que atentan contra la Madre
Tierra, y “el papel del hombre de fe es defenderla y apoyar a las
comunidades que se encuentran en lucha”, define Ricardo Falla, sacerdote
jesuita de la Teología de la Liberación y antropólogo, quien en 1992
fue acusado de guerrillero y tuvo que exiliarse a Honduras. Explica que
se trata “no solo de extracción de minerales, sino que dividen a las
comunidades a base de láminas, despensas o dinero”.
La participación de la Iglesia en la
guerra en Guatemala no fue monolítica, explica el sacerdote, pero “hubo
un movimiento muy fuerte a partir de una junta de obispos en la reunión
de Medellín de 1968. Se asumieron, con mucha fuerza, algunos punto de la
Teología de la Liberación por parte de algunos obispos, sacerdotes,
religiosos y catequistas”, relata Falla. “Se cambió la visión del Cristo
de la Fe”.
El antropólogo jesuita colaboró con la
guerrilla porque estaba en la misión de acompañar a los pueblos
desprotegidos, explica. El ejército guatemalteco, entrenado para peinar
la montaña, reconoció una modificación en una loma, en la que el
sacerdote enterró unos papeles. Como resultado, fue acusado de
guerrillero y exiliado a Honduras.
Después de su exilio, Falla escribió el
libro “Al atardecer de la vida”, con historias y testimonios de guerra y
resistencia en Guatemala, que se presentó en el marco del Congreso de
Estudios Mesoamericanos en esta ciudad, del 5 al 8 de mayo.
Durante la guerra en el país
centroamericano fueron asesinados 17 sacerdotes; el primero fue un
norteamericano, al que “bajaron de su avioneta”; a otro, en 1978, lo
emboscaron cerca de la capital, “un hombre pacífico pero que protestó
contra el servicio militar obligatorio; además de muchos catequistas”,
recuenta el jesuita. “Eso nos motivó mucho para apoyar a las
organizaciones campesinas y enfrentarnos a los poderes fuertes del
Estado y del ejército”, explica en entrevista con Desinformémonos.
El papel de Falla fue acompañar a las
Comunidades de Población en Resistencia (CPR), ubicadas al norte de
Guatemala, en la frontera con México. Después vinieron las grandes
masacres, en las que fueron exterminadas comunidades enteras.
La represión ocurrió en la parte norte
del Quiché, colindante con la Selva Lacandona de Chiapas, ubica el
Teólogo de la Liberación. De los sobrevivientes, “algunos se fueron a
los ejidos mexicanos y formaron campamentos con más de 20 mil personas.
Otros muchos prefirieron no salir de su territorio y se quedaron debajo
de la montaña. Esto cambió su forma de producir y se implementó su
autodefensa”, expone.
Falla también trabajó como antropólogo
en las comunidades, aunque para los pobladores fue un sacerdote que tomó
nota de lo que contaron. “Yo entré en 1983, un año después de las
masacres. La gente contaba todo y agradecía que la oyeran”, recuerda.
Después vinieron los acuerdos de paz,
debido a la presión de muchas organizaciones, entre ellas las CPR. “En
1996, estas comunidades decidieron salir a la luz frente a la coyuntura
política, descubrirse y trabajar para la paz en 1996”, valora Falla. “La
participación de la Iglesia cambió mucho a raíz de los últimos Papas.
Hubo un retroceso y se volvió muy conservadora”, considera el jesuita.
Ante las estrategias de las empresas
para introducirse a los territorios –con reglaos y compra de
autoridades-, “lo que necesitamos es compartir experiencias para estar
claros de lo que viene”, invita el teólogo. “Hay que estar con los ojos
abiertos a lo que pasa, pero sin fomentar pánico”.
http://desinformemonos.org
http://desinformemonos.org/2014/06/el-papel-de-un-hombre-de-fe-es-defender-a-la-madre-tierra-y-apoyar-a-las-comunidades/
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