Como
sabemos, el denso engranaje del sistema de dominación no se basa sólo en
complejas fórmulas políticas y económicas, sino que, sobre todo, se
sustenta por normativas culturales, morales y valóricas que atraviesan
el mundo de lo evidente, llegando al límite de lo imperceptible. Es por
eso que, incluso entre quienes creemos habernos despojado de aquel
ropaje de arbitrariedades, aún se siente en algunas ocasiones la
soberbia, la jerarquía, la insolidaridad o algún claro síntoma de la
actual sociedad. Por lo tanto, también es preciso dar pasos con
precaución y en vez de transformarnos en jueces de conducta, apoyar a
los demás a ver ese monstruo que para la mayoría es trágicamente
invisible.
Por eso iniciamos el
encabezado de esta nota con la vida cotidiana, porque es allí donde
hacemos de nuestro lenguaje una práctica concreta y permanente, y donde
nos problematizamos como seres humanos en búsqueda de una transformación
radical de la sociedad. Pero bien sabemos que la destrucción de la
sociedad de clases necesita, para su realización, mucho más que una
búsqueda de coherencia de medios y fines en nuestra vida personal.
Cuando hemos reconocido el origen de nuestras miserias y de nuestra
opresión no basta con dejar de hacer lo que el sistema nos
propone/impone, no basta con no profesar una religión, con no votar o
dejar de usar tal o cual marca de ropas o alimentos. La praxis
revolucionaria debe ir mucho más allá de la pureza individual, pues no
tiene sentido el despojo de las conductas autoritarias si no hacemos
nada por transformar el entorno que inevitablemente condiciona nuestras
propias relaciones.
Nuestra vida
misma debe ser una fuente de propaganda, de difusión de ideas
libertarias y de práctica social antiautoritaria. Y no sólo con mis
compas con quienes comparto fines, sino también con quienes comparto
espacios de sociabilidad en la rutina diaria, no tiene sentido esconder
mi posición frente a mis compañeros de trabajo o de estudios, frente a
la familia o al mundo, todo lo contrario, es indispensable opinar,
actuar y generar tensión cuantas veces sea necesario, aunque choquemos
contra los grandes muros de la ignorancia, es mejor eso que el silencio y
la conformidad. Plantear opiniones entre compas anarquistas es a menudo
sencillo, aunque los desacuerdos sean tremendamente apasionados, pero
clavar nuestro puñal en espacios donde las ideas anárquicas son
desconocidas o incomprendidas tiene una connotación distinta, pues allí
descoloca y polemiza, allí incita al diálogo, a la discusión o al
quiebre, lo importante es que generalmente remueve algo, aunque no sea
simpatías hacia nosotros, es mejor el movimiento que la monotonía.
Incluso
en el peor de los escenarios, siempre hay personas que manifiestan
fuerza, conciencia y ganas de terminar con toda esta basura que nos
oprime, y debemos ser lo suficientemente comprensivos para saber que la
transformación de nuestras vidas es un proceso que se ajusta a tiempos
muy personales, y funciona en todos de manera muy diferente, y no se
trata de llevar la “Biblia de nuestro pensamiento revolucionario”, si no
de valorar los cuestionamientos de los demás, de permitirnos
interactuar para entendernos y empatizar con las circunstancias que le
tocan a cada uno. A menudo en nuestra convicción subestimamos el saber,
la experiencia y el potencial de otros que figuran como “gente normal”
(como si nosotros no lo fuéramos también), otros que vemos como a
enemigos porque aún mantienen prácticas propias de la alienación
capitalista, como si desalienarse fuera una tarea rápida y sencilla.
Por
otra parte, también es prudente insistir en que el capital no se
destruye tan sólo con buenas ideas, con discusiones contundentes y una
vida de consecuencia moral, pues la aniquilación del mundo de la
explotación capitalista y de la autoridad coactiva requiere de
voluntades numerosas, de cada vez más individuos dispuestos a
organizarse para actuar por un mundo de libertad e igualdad. Aquí las
posibilidades de avanzar no deben ser medidas en términos de “cantidad o
calidad” (como si el uno anulara el otro), pues siempre deben ir unidas
por los desafíos que nos depara una guerra, necesitamos compañeros
dispuestos a dar la pelea, y dispuestos a entregar lo mejor de sí para
conseguir objetivos comunes, y por supuesto también necesitamos una
enorme calidad valórica de todos, para hacer de nuestros métodos y
prácticas una sinfonía que viabilice el camino hacia nuestras
finalidades .
Es preciso dar por
finalizadas estas líneas afirmando que la anarquía no tiene una
periodificación posible, no llegará en quinientos o mil años más, en
realidad la hermosa caricatura del sol de la libertad saliendo una
mañana cualquiera para iluminar los pasos de la humanidad, no existe. La
anarquía está siendo ahora (por eso somos majaderos con la vida
cotidiana), cuando peleamos contra el Estado por las injusticias de su
existencia, cuando compartimos y fraternizamos despreciando las
fronteras que nos dividen, cuando crecemos en horizontalidad, cuando
transgredimos la legalidad burguesa para desatar nuestras pasiones, en
fin, cuando construimos, incluso en los espacios más recónditos. Pero
reitero, cuando la finalidad de nuestras luchas es una libertad limitada
y sólo alcanza para nosotros, pues, deja de ser anarquista, ya que la
libertad se encapsula y según mi perspectiva, si la libertad no se
extiende desde mí hacia el infinito, sigue siendo un privilegio.
Luís Armando Larrevuelta
Publicado en El Surco, nº13, Marzo 2010
[Texto de origen externo]
Leonel RetamalVìa :
http://www.elciudadano.cl/2011/10/10/42162/de-la-vida-cotidiana-a-la-transformacion-social/
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