jueves, 11 de marzo de 2010

Neoliberalismo y orden global . Robert W. Mc Chesney

Robert W. McChesney: Introducción
en Noam Chomsky: El beneficio es lo que cuenta. Neoliberalismo y orden global
El neoliberalismo es la política que define el paradigma económico de nuestro tiempo: se trata de las políticas y los procedimientos mediante los que se permite que un número relativamente pequeño de intereses privados controle todo lo posible la vida social con objeto de maximizar sus beneficios particulares. Asociado en un principio con Reagan y Thatcher, el neoliberalismo ha sido durante las dos últimas décadas la orientación global predominante, económica y política, que han adoptado los partidos de centro y buena parte de la izquierda tradicional, así como la derecha. Estos partidos y las políticas que realizan representan los intereses inmediatos de los inversores sumamente acaudalados y de menos de un millar de grandes corporaciones.
Fuera de los estudiosos y de los que forman parte del mundo de los negocios, el término neoliberalismo es en gran medida desconocido y no lo utiliza el común de la gente, sobre todo en Estados Unidos. Por el contrario, las iniciativas neoliberales se presentan como políticas de libre mercado que fomentan la iniciativa privada y la libertad del consumidor, premian la responsabilidad personal así como la iniciativa empresarial y socavan la inoperancia de los gobiernos incompetentes, burocráticos y parasitarios, que nunca hacen nada bueno ni cuando ponen empeño, lo que rara vez ocurre. La labor de una generación de relaciones públicas financiadas por las corporaciones ha otorgado a estos términos e ideas un aura sacra. Como consecuencia, sus alegatos rara vez es menester defenderlos y se invocan para justificar cualquier cosa, desde para bajar los impuestos de los ricos y arrumbar las normas ambientales hasta para desmantelar la enseñanza pública y los programas de prestaciones sociales. De hecho, cualquier actividad que interfiera el predominio de las corporaciones sobre la sociedad resulta automáticamente sospechosa, puesto que interferiría el funcionamiento del mercado libre, que se postula el único asignador racional, justo y democrático de bienes y servicios. Cuando son elocuentes, los partidarios del neoliberalismo dan la impresión de estar haciendo un inmenso servicio a los pobres, al medio ambiente y a todo lo demás mientras realizan políticas que benefician a la minoría acaudalada.
Las consecuencias económicas de estas políticas han sido más o menos las mismas en todas partes y exactamente las que cabía esperar: un impresionante aumento de la desigualdad social y económica, un marcado aumento de las pérdidas de las naciones y pueblos más pobres del mundo, un desastre en las condiciones ambientales generales, una economía mundial inestable y una bonanza sin precedentes para los ricos. Enfrentados a estos hechos, los defensores del orden neoliberal alegan que los despojos de la buena vida se extenderán indefectiblemente a las grandes masas de población, ¡mientras no se interfieran las políticas neoliberales que exacerban estos problemas!
Al final, los neoliberales no ofrecen ni pueden ofrecer una defensa empírica del mundo que estan construyendo. Por el contrario, ofrecen -no, exigen- una fe religiosa en la infalibilidad del mercado no regulado, derivada de teorías decimonónicas que poco tienen que ver con el mundo actual. La baza definitiva de los defensores del neoliberalismo consiste, no obstante, en que no hay alternativa. Las sociedades comunistas, las socialdemocracias e incluso los países con modestas prestaciones sociales, como Estados Unidos, han fracasado todos, proclaman los neoliberales, y sus ciudadanos han aceptado el neoliberalismo como el único decurso viable. Puede que sea imperfecto, pero es el único sistema económico posible.
En momentos anteriores del siglo xx, algunos críticos calificaron al fascismo de «capitalismo sin miramientos», queriendo decir que el fascismo era capitalismo puro, sin derechos ni organizaciones democráticas. En realidad, sabemos que el fascismo es inmensamente más complejo. El neoliberalismo es de hecho, por otra parte, «capitalismo sin miramientos». Representa una era en la que las fuerzas empresariales son mas poderosas y más agresivas, y se enfrentan a una oposición nunca antes menos organizada. En este clima político se proponen sistematizar su poder político en todos los frentes posibles y, como consecuencia, hacer cada vez más difícil cuestionar el capital y casi imposible la mera existencia de fuerzas democráticas, no mercantiles ni partidarias del mercado.
Precisamente en esta opresión de las fuerzas no partidarias del mercado vemos como opera el neoliberalismo, no sólo como sistema económico sino en tanto que también sistema político y cultural. Aquí son llamativas las diferencias con el fascismo, con su desprecio por la democracia formal y su muy activa movilización social basada en el racismo y el nacionalismo. El neoliberalismo funciona mejor dentro de la democracia formal con elecciones, pero con la población alejada de la información y del acceso a los foros públicos necesarios para participar significativamente en la toma de decisiones. Como dijo el gurú neoliberal Milton Friedman en su Capitalismo y libertad (Capitalism and Freedom), puesto que obtener beneficios es la esencia de la democracia, todo gobierno que sigue políticas contrarias al mercado es antidemocrático, con independencia del apoyo popular bien informado de que disfrute. Por lo tanto, lo mejor es restringir los gobiernos a la tarea de proteger la propiedad privada y hacer cumplir los contratos, limitando el debate político a temas de menor enjundia. (Las cuestiones importantes, la pro­ducción y distribución de los recursos, así como la organización social, deben determinarlas las fuerzas del mercado.)
Equipados con su perversa concepción de la democracia, los neoliberales como Friedman no sintieron ningún escrúpulo ante el derrocamiento militar, en 1973, del gobierno chileno democráticamente elegido de Allende, puesto que Allende estaba obstaculizando el control de la sociedad chilena por el capital. Después de quince años de una dictadura a menudo brutal y salvaje -todo en nombre del mercado democrático y libre, en 1989 se restauró la democracia formal con una constitución que hace a los ciudadanos enormemente más difícil, si no imposible, poner en cuestión el predominio militar-capitalista en la sociedad chilena. Esto es la democracia neoliberal en cuatro palabras: debates triviales sobre asuntos secundarios a cargo de partidos que fundamentalmente persiguen las mismas políticas favorables al capital, pese a las diferencias formales y las polémicas electorales. La democracia es permisible mientras el control del capital quede excluido de las deliberaciones populares y de los cambios, es decir, mientras no sea una democracia.
El sistema neoliberal tiene, por lo tanto, unas secuelas importantes y necesarias: una ciudadanía despolitizada, caracterizada por la apatía y el cinismo. Si los comicios democráticos afectan poco a la vida social, es irracional dedicarles demasiada atención; en Estados Unidos, el semillero de la democracia liberal, la participación en las elecciones al Congreso de 1998 batió un record de mínimos, concurriendo sólo un tercio de quienes tenían derecho a votar. Aunque a veces dé lugar a preocupación en los partidos establecidos que, como el Demócrata en Estados Unidos, tienden a atraer los votos de los desposeídos, la escasa concurrencia a las elecciones tiende a ser aceptada y fomentada por el poder vigente como algo que está muy bien, puesto que nada tiene de sorprendente que los no votantes pertenezcan de manera desproporcionada a las clases pobres y trabajadoras. Las medidas políticas que podrían hacer crecer rápidamente el interés de los votantes y los índices de participación son bloqueadas antes de que salgan a la arena pública. En Estados Unidos, por ejemplo, los dos principales partidos, dominados por el mundo financiero, con el apoyo de la comunidad empresarial, se han negado a reformar las leyes que hacen prácticamente imposible crear nuevos partidos políticos (que pudieran concitar intereses no financieros) y que sean eficaces. Aunque existe una notable insatisfacción, a menudo señalada, con los republicanos y con los demócratas, la política electoral es uno de los terrenos donde significan poco las nociones de competencia y libertad para elegir. En algunos aspectos, el calibre de los debates y las opciones que ofrecen las elecciones neoliberales tienden a parecerse más a los del estado comunista de partido único que a los de una genuina democracia.
Pero lo dicho apenas es un indicio de las perniciosas consecuencias que tiene el neoliberalismo para la cultura política comunitaria. Por una parte, la desigualdad social generada por las políticas neoliberales mina cualquier intento de realizar la igualdad legal necesaria para que la democracia sea creible. Las grandes corporaciones tienen recursos para influir en los medios de información y aplastar la actividad política, y es, por consiguiente, lo que hacen. En los procesos electorales estadounidenses, por poner un solo ejemplo, la cuarta parte del 1 por 100 de los norteamericanos más ricos aporta el 80 por 100 de todas las donaciones políticas individuales y las empresas superan a los trabajadores por un margen de 10 a 1. Bajo el neoliberalismo todo esto tiene sentido, puesto que las elecciones reflejan los principios del mercado, con lo que las donaciones equivalen a inversiones. En consecuencia, esto refuerza para la mayor parte de la gente la irrelevancia de la política electoral y asegura el mantenimiento del indiscutido dominio de las grandes empresas.
Por otra parte, para ser eficaz, la democracia requiere que la gente se sienta conectada con sus conciudadanos y que esta conexión se manifieste mediante distintas organizaciones e instituciones no dependientes del mercado. Una cultura política vibrante necesita agrupaciones cívicas, bibliotecas, escuelas públicas, asociaciones de vecinos, cooperativas, lugares públicos de reunión, organizaciones de voluntarios y sindicatos que proporcionen al ciudadano medio la posibilidad de encontrarse, comunicarse e interactuar con sus conciudadanos. La democracia neoliberal, con su creencia en el mercado über alles, condena a muerte todo esto. En lugar de ciudadanos, produce galerías comerciales. El resultado neto es una sociedad atomizada, compuesta de individuos inconexos que se sienten desmoralizados y socialmente impotentes.
En suma, el neoliberalismo es el enemigo inmediato y principal de la genuina democracia participatoria, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el planeta, y seguirá siéndolo en el futuro previsible.
fuente, vìa:

http://firgoa.usc.es/drupal/node/13684

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