Colaborador de Amauta
Un país Ordinario
Por segundo año consecutivo Costa Rica consiguió el primer lugar como el país más feliz del mundo, de acuerdo a la Fundación Nueva Economía y su Índice Planeta Feliz, que abarca una encuesta a 143 países que constituyen el 99% de la población mundial. ¡Sí, señoras y señores! La felicidad costarricense lleva invicta prácticamente lo mismo que nuestra campeona mundial de boxeo, Hanna Gabriel. Si omitimos los logros de ésta última, el Índice Planeta Feliz quizás sea la única lista de índole mundial encabezada por lo que es un país absolutamente ordinario.
Y es que por lo general asumimos nuestro país como un lugar pequeño pero singular y que, sin ser tan reconocido como ciertas potencias mundiales, tampoco pasa tan desapercibido como el resto de Centroamérica o esos países con nombres impronunciables que vimos en las Olimpiadas. Sin embargo, cuando uno vive fuera de Costa Rica, se da cuenta que la reacción de la mayor parte de la gente ante nuestra nacionalidad es muy parecida a la nuestra ante la mención de un país como Azerbaiyán o Jordania: ignorancia absoluta con una mezcla de sorpresa ante su existencia.
Para ahondar mejor en la idea de Costa Rica como un país ordinario, me permitiré citar el artículo de un paisano que lo explica con elocuencia y es, de todos modos, de donde pude adquirir mayor consciencia de este fenómeno que nos resulta tan impactante a l@s tic@s que, en nuestra mayoría, nos asumimos como una “Suiza Centroamericana”:
Explicar Costa Rica a un extranjero es complicado. Hace no tanto me encontraba conversando con un amigo argentino a quien le costaba creer y le fascinaba que las garantías sociales costarricenses hubieran nacido del acuerdo entre la Iglesia Católica, un Partido Conservador y el Partido Comunista. “Che, ¿cómo funcionó eso?” Fue la expresión que, incrédulo, atinó a decir.
Porque hablar de Costa Rica puede ser hasta divertido, si bien no fácil. Primero hay que sortear un obstáculo: no somos Puerto Rico, no somos colonia gringa (“pero casi”, remarcaba jocosamente un amigo uruguayo), y luego empezar a nombrar todas esas peculiaridades que llegan a rayar en lo absurdo. Por ejemplo, una amiga brasileña me señalaba: “No puedo creer que les funcione esto de decir las direcciones sin calles y avenidas, solo con referencias que incluso a veces ya ni existen. Não tem sentido”.1
Y aunque es innegable que Costa Rica es un país de simpáticas contradicciones y alguna que otra anécdota, el hecho es que no es un país sobresaliente. Me discutirán que tenemos un premio nobel, medallistas olímpicos y al reconocido Wanchope; pero la verdad de las cosas es que cuando uno tiene que aclarar que su país “no es ése que está pensando, sino otro que seguro no va a conocer”, hay que aceptar que se viene de un país ordinario. Sin penas ni glorias. Y es justamente por esto es que cuándo se anuncia que “La suiza Centroaméricana” es la primera del mundo en algo (porque aún en pobreza y corrupción hay otros que lo hacen mejor), uno no puede evitar preguntarse: ¿Por qué, (carajos)?
El Pura Vida como responsable de la Felicidad
En este punto es importante aclarar que mi intención al escribir estas palabras no es, ni por un segundo, contradecir el hecho de que Costa Rica es el país más feliz del mundo. Al fin y al cabo esto es producto de una compleja labor estadística llevada a cabo por una importante organización internacional, ¿quién sería yo para poner en duda su conocimiento? No dudo que Costa Rica sea el país más feliz del mundo, incluso me pregunto si lograrán destronarnos en los años venideros. Lo que pongo en duda son los motivos que ofrece la Fundación Nueva Economía. No es la cantidad de espacios recreativos accesibles a la mayor parte de la población, como lo dice la encuesta, lo que genera nuestra insuperable felicidad. Para mí los motivos yacen en un lugar más insospechado, un aspecto de nuestro ser costarricense que damos por hecho en nuestros ajetreos cotidianos: el Pura Vida. Sí, con mayúscula en ambas palabras porque se trata casi de un concepto. Estamos hablando de la que puede ser una de las frases más características, utilizadas y populares del país.
El Pura Vida ha sido asumido por l@s tic@s como un sello de identificación nacional. Por eso es común ver a los turistas incautos, que visitan el país durante todo el año, recorriendo las calles con camisetas que llevan este lema inofensivo inscrito amistosamente sobre alguna imagen muy “ecológica” (generalmente constituida por algún animal que no verán a lo largo de su visita). Y digo incautos porque poco sospechan (y quizás nosotr@s tampoco), que llevan en sus pechos la razón fundamental de nuestra felicidad. Así es. Más allá de a qué playa o montaña pueda usted llevar a sus carajill@s el fin de semana a escuchar la mejenga por radio, comer sanguchitos con pan mojado y a tomar fresquito de paquete o el clásico sirope con agua; lo que nos dota de una felicidad indestructible es esa inofensiva frase cotidiana.
Detrás del Pura Vida se esconde un afirmativo categórico e incuestionable del imaginario tico: La vida es buena. La vida es tan buena que si nos preguntan cómo estamos, respondemos “pura vida”, porque eso quiere decir que estamos muy bien. La vida es buena. En Costa Rica esto es un hecho tan indiscutible que es el único país en donde la palabra vida tiene, ya en sí misma, una connotación tan positiva que con solo agregarle un pura adelante como calificativo, ya quiere decir que todo está indescriptiblemente bien. El Pura Vida es el gracias del tico, el cómo le va, el con mucho gusto, no se preocupe y hasta puede ser un adjetivo calificativo que implica cualidades positivas importantes. Si es usado para describir a una persona es porque se trata de alguien con dones carismáticos inigualables. Cuando lo utilizamos para calificar nuestro estado de ánimo es porque nos encontramos sumidos en un privilegiado momento de felicidad y tranquilidad absoluta.
Incluso me atrevería a decir que de esa noción de bienestar se desprenden otras de nuestras particularidades incuestionables como, por ejemplo, nuestra inquebrantable e infalible democracia, nuestro más absoluto amor a la paz (del que l@s inmigrantes Nicaragüenses pueden dar excelentes referencias), la naturaleza trabajadora y tenaz de l@s costarricenses y otras cuántas que merecerían otro ensayo propio. De momento prefiero enfocarme en el Pura Vida y lo buena que es esta vida pura.
La vida es tan buena que no merece ser sufrida, por eso ante ciertos maltratos, el tico contestará (aunque con evidente sarcasmo) “¡Ah, Pura Vida!”, como un reclamo al ofensor por no ser parte de esa vida tan buena y tan pura que nos identifica. La vida aparece como un néctar que en su estado más condensado y “puro”, resume la posición ideológica de un país. Y aunque definitivamente sería ir muy lejos el decir que el tico responde “Pura Vida” ante las situaciones de opresión política, sí se puede argumentar que si las aguanta (que es lo que mejor se sabe hacer en Costa Rica con dichos problemas) es porque el Pura Vida tiene un trasfondo que ha sido instituido en la democracia costarricense como una programación imborrable: “A mal tiempo buena cara.”
La Maldición del País más Feliz del Mundo o La Felicidad como Maldición
L@s tic@s somos insoportablemente positiv@s. El mal tiempo en Costa Rica son nueve meses de lluvia intensa, dos de inundaciones, tres donde tiembla seguro y un mal chiste político cada cuatro años. Quizás no queda más que hacerle buena cara, quizás la felicidad no es más que una forma de resignarnos.
Por eso es inevitable preguntarse, ¿cómo un país donde basta pagarle a un taxista 10$ para conseguir una prostituta menor de edad, donde pasa toda la droga de Colombia a Estados Unidos, donde se han ganado las últimas tres elecciones mediante fraudes mediáticos, un país que manda a encarcelar a Alemania a la persona que intentó defender su patrimonio ecológico, y que incluye la cerveza y la gaseosa en su canasta básica a costa de eliminar algunas frutas y carnes, es el más feliz del mundo? Y la respuesta es simple: Porque todo está Pura Vida. La gente no se hace problemas por estos “gajes del oficio” y siguen adelante “poniéndole bonito”. ¿Reclamar? “¿Para qué?”, le dirán, “no se haga bolas, sea feliz”. Para los costarricenses reclamar cualquier tipo de inconformidad ante el sistema, no es Pura Vida; todo lo contrario, es una amenaza a nuestra paz, nuestra democracia y, si se insiste, a la ecología: La intocable tríada de valores, en nombre de la cuál todo debe seguir como está. Probablemente por eso Costa Rica siempre ha sido un país de política de centro, sin grandes (ni pequeñas) revoluciones, sin golpes de estado, huelgas de importancia o tan siquiera momentos de inestabilidad significante.
Definitivamente Costa Rica es el país más feliz del mundo. Un país donde nadie reclama nada, nadie se queja, nadie discute, nadie pelea, nadie contradice y nadie cuestiona, es sin lugar a dudas el más feliz de todos. Somos el país que mejor ha sabido cortar de raíz a esos revoltosos que hablan de cambio y se quejan del presente, a esos ingratos que se atreven a decir que las cosas no están Pura Vida. Incluso lo hemos hecho de una forma tan eficaz, que nos hemos dado el lujo de abolir el ejército y tener una fuerza pública constituida por simpáticos gorditos que andan en bicicleta y dan direcciones (generalmente indescifrables) a los turistas. No hace falta mandar a callar a nadie, porque nadie va a levantar la voz. Porque para ser Pura Vida hay que ser democrático, ecológico y pacifista, y en Costa Rica todo eso es sinónimo de quedarse callado. Fuera de este sistema de parálisis absoluta, de este jaque mate perpetuo a cualquier movimiento de cambio, Costa Rica, la verdad sea dicha, es un país ordinario, donde no pasa nada, todos somos felices y todo está Pura Vida.
A veces toda esta felicidad -que se asume como necesaria- me parece más que nada la negación de una profunda tristeza y la máscara que nos ponemos para taparnos los ojos. En diciembre siempre me acuerdo de esto. Cuando terminan las fiestas de fin de año, en ese momento que comienzan a cerrar los puestos el último día de Zapote, cuando uno va caminando con las manos llenas de basura que terminará botando y con el cansancio derrotado que nos dice que hay que “volver al yugo”, cuando la repentina ausencia de las bombillitas navideñas me recuerda la ciudad en donde vivo; no puedo evitar preguntarme si mi país no es un poco como uno de esos payasos borrachos, que deambulan olvidados entre los restos del carnaval, como si también fueran a ser recogidos y descartados hasta el próximo año junto con el resto de la decoración; y que, agotados y marcados por arrugas que el maquillaje chorreado ya no cubre, no se puede saber si ríe o llora.
“La felicidad es la cárcel más grande que nos han construido.” – Allan Moore “V for Vendetta.” (El Comic no la Película)
Notas
1 Jaén, Roberto. “Polaroid de un País Ordinario” en Revista Paquidermo. http://www.revistapaquidermo.
Vía,fuente:
http://revista-amauta.org/2012/10/costa-rica-pura-vida/
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