La necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente para acceder a un auténtico sistema democrático se desarrolló en dos artículos previos (“¿Por qué una Asamblea Constituyente?”).
De ellos se deduce que los principales adversarios de dicha
convocatoria son la derecha política propiamente tal y el liderazgo
histórico de la Concertación de Partidos por la Democracia. La primera, por haber sido la gestora de la refundación nacional impuesta por la dictadura de Pinochet;
y el segundo, por haber hecho suyo y consolidado pacíficamente las
estructuras jurídico-políticas y económico-sociales heredadas de dicha
refundación.
Respecto de la derecha, no pueden ser más ilustrativas las siguientes expresiones de uno de sus principales líderes, Andrés Allamand:
“El cambio originado por el gobierno militar tuvo el enorme mérito de
ser pionero. Hoy es parte del paisaje bajar aranceles, privatizar,
impulsar un régimen laboral moderno, poner en marcha un sistema
previsional apoyado en la capitalización individual y en la
administración privada de los fondos (…) ¿Qué hubo tras la decisión de
Pinochet? ¿Intuición, visión, conocimiento? Para mí, una gran
demostración de liderazgo y coraje político para mantener firme el timón
cuando el mal tiempo arreciaba (…) El modelo (económico) le aportaba
una propuesta coherente y de paso le brindaba una coartada para el
ejercicio prolongado del poder: si el gobierno chileno no se hubiera
embarcado temprano en un proyecto de transformación de gran envergadura,
jamás habría podido sostener aquello de las ‘metas y no plazos’. Una
revolución de esa magnitud –eso es lo que era- necesitaba tiempo. De
otro lado, Pinochet le aportaba al equipo económico algo quizás aún más
valioso: el ejercicio sin restricciones del poder político necesario
para materializar las transformaciones. Más de alguna vez en el frío
penetrante de Chicago los laboriosos estudiantes que soñaban con cambiarle la cara a Chile
deben haberse devanado los sesos con una sola pregunta: ¿ganará alguna
vez la presidencia alguien que haga suyo este proyecto? Ahora no tenían
ese problema” (Andrés Allamand – La travesía del desierto; Edit. Aguilar, Santiago, 1999; p. 156).
Es decir -como lo reconoce crudamente Allamand- que el proyecto de refundación neoliberal elaborado por los chicago-boys
no podía ser establecido en nuestro país sino a través de un régimen
que “ejerciera sin restricciones el poder político”. Esto es, de una
dictadura que no tuviese límites en cuanto al uso de la coerción,
violando sin contemplaciones los derechos humanos en la medida que
“fuese necesario para materializar las transformaciones”. De allí,
lógicamente, surge la justificación histórica de las desapariciones
forzadas de personas; las ejecuciones extrajudiciales; las torturas; los
campos de concentración; las detenciones arbitrarias; los allanamientos
masivos de poblaciones; los exilios; las relegaciones; los
amedrentamientos selectivos; los toques de queda por años; los cierres y
censuras de medios de comunicación; las intervenciones de las
universidades; las exoneraciones por razones políticas; etc.
Es claro, puesto que sin lo anterior
habría sido imposible imponer una Constitución autoritaria; una
legislación totalmente violatoria de los derechos laborales y sindicales
como el “Plan Laboral”; un sistema de previsión tan cavernario como el
de las AFP; un sistema de salud totalmente segmentado como el de las
Isapre; una ley que permitiera la entrega progresiva de nuestros
recursos naturales como la de Concesiones Mineras; las inmensas
privatizaciones hechas a favor de grandes grupos económicos que se
constituyeron en verdaderos regalos de bienes de todos los chilenos; la
destrucción o neutralización del conjunto de las organizaciones
representativas de los sectores populares y medios como los sindicatos,
las juntas de vecinos, los colegios de profesionales y técnicos, las
cooperativas, las organizaciones de pequeños productores; etc. Es decir,
un sistema económico-social neoliberal como el diseñado por los
chicago-boys y que se impuso durante la década de los 80.
Como la derecha se dio cuenta también que en la época actual no tiene presentación alguna –y menos en Occidente-
la mantención indefinida de un régimen explícitamente dictatorial;
obtuvo de Pinochet la imposición de una Constitución que, más allá de
sus formalidades democráticas, mantuviera una estructura de poder
autoritaria que le permitiera preservar indefinidamente dicho sistema
económico. En este sentido ayudaba mucho la atávica tradición chilena de
compaginar elegantemente formalidades democráticas con realidades
autoritarias.
Lo anterior nos permite entender la
hábil construcción efectuada en este sentido con la Constitución de
1980, cuyo máximo inspirador fue el fundador de la UDI, Jaime Guzmán.
Este último ya en 1979 dejó muestras de su diseño maquiavélico, al
señalar que “en vez de gobernar para hacer, en mayor o menor medida, lo
que los adversarios quieren, resulta preferible contribuir a crear una
realidad que reclame de todo el que gobierne una sujeción a las
exigencias propias de ésta. Es decir, que si llegan a gobernar los
adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a
la que uno mismo anhelaría, porque el margen de alternativas que la
cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella, sea lo suficientemente
reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario” (Jaime Guzmán –
El camino político; Revista Realidad, diciembre, 1979; citado en Edgardo Boeninger - Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1997; p. 274).
De allí se entiende el establecimiento
de artilugios que bloquearan en el futuro la posibilidad de que
prácticamente seguras mayorías electorales de centro-izquierda pudiesen
transformar el sistema impuesto por la dictadura. Es decir, los altos
quórums requeridos para transformar la Constitución y las leyes
orgánicas constitucionales; el sistema electoral binominal; los
senadores designados; la cesación de su cargo para parlamentarios que
propusiesen métodos efectivamente democráticos de reforma de la
Constitución; y la virtual imposibilidad de recurrir a plebiscitos para
zanjar diferencias constitucionales y legales entre los diversos poderes
públicos.
Obviamente, que la convocatoria a una
Asamblea Constituyente libremente electa echaría por tierra este diseño y
la refundación nacional impuesta por la dictadura de Pinochet que
perdura hasta el día de hoy. De ahí el extremo temor manifestado por el
liderazgo de la derecha ante el surgimiento de agrupaciones ciudadanas
que han tomado conciencia de todo lo anterior y están demandando
crecientemente dicha convocatoria. (Continuará)
Publicado en www.elclarin.cl
Vía:
http://www.elciudadano.cl/2012/10/25/59116/por-que-temen-una-asamblea-constituyente/
http://www.elciudadano.cl/2012/10/25/59116/por-que-temen-una-asamblea-constituyente/
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