A partir del 24 de marzo, serán las tres fuerzas armadas, instaladas en los órganos de gobierno, quienes -cumpliendo un minucioso plan de exterminio concebido desde las entrañas del poder imperialista- desatarían sobre la clase trabajadora y sus expresiones políticas y sociales, el mecanismo de exterminio más perverso de nuestra historia.
Desaparición, tortura, asesinato, monopolizados desde el estado, para enfrentar el avance de la conciencia popular en el marco de la lucha de clases, potenciadora de la fuerza que siempre anida en la clase trabajadora. No fue obra de unos locos asesinos, criminales sueltos o circunstancialmente al mando de organismos estatales.
En el marco internacional de consolidación del poder capitalista, lo ocurrido en Argentina fue una clara y decidida política de estado destinada a eliminar cualquier obstáculo generado desde las entrañas del pueblo. La concentración de riqueza en pocas manos y la disputa intraburguesa por la hegemonía tuvieron, en las fuerzas armadas argentinas, a sus más celosos soldados. La colosal deuda externa que generaron, legitimada y multiplicada con los indistintos servicios de peronistas y radicales en todas sus versiones, fue y es hoy, su principal rémora y permanente amenaza.
No debe extrañar que, a 34 años, hoy, con el afianzamiento de las instituciones democráticas de la burguesía y alejada toda posibilidad de reinstalación de una dictadura, sin embargo los pobres del país - y sobremanera los jóvenes pobres- sigan cayendo ante el gatillo fácil, la tortura y el crimen en institutos cárceles y comisarías a razón de uno por día. Que la desaparición forzosa con autoría y participación estatal sigan vigentes en los casos de Jorge Julio López, Luciano Arruga, Luciano González y un centenar más; así como que la criminalización de la protesta encuentre en las 52 muertes en marchas y movilizaciones su más categórica continuidad.
Y no debe extrañar porque se trata del mismo estado. Indistinta su fachada a la hora de acallar cualquier atisbo de rebeldía y subversión. Ayer, mandatando a los militares para que aniquilaran la lucha revolucionaria. Hoy, a través del aparato de seguridad, con la modalidad preventiva sobre el joven pobre y la represión selectiva contra los que se organizan, resisten y luchan.
En todos los casos, política sistémica de un estado que, muy lejos de una mera cuestión numérica, en dictadura mató a 30.000, y en democracia se acerca a los 3.000. Más allá de la propaganda oficial del que se autodenomina "gobierno de los derechos humanos", la regla es la impunidad de los responsables. Su prueba es la escasa cantidad de represores de ayer juzgados y condenados, y el recurrente encubrimiento que, de las prácticas represivas de hoy, hacen en los tribunales.
fuente, vìa:
http://www.argenpress.info/2010/03/ayer-y-hoy-los-tiempos-del-estado.html
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