sábado, 26 de noviembre de 2011

COSTA RICA: Democracia Política y Marginación Social ...Alfonso J. Palacios Echeverría

Costa Rica pareciera encontrarse en un callejón sin salida, pues mientras se van sucediendo los diferentes gobiernos democráticos elegidos por un número cada vez menor de gente, va aumentando la disconformidad de esa misma gente por sus gobiernos. Esta es la paradoja de una democracia formal, donde parece que elegimos entre opciones diversas pero donde finalmente siempre gobierna el mismo grupo de poder, y que nos llena de impotencia. Mientras tanto, decenas de miles de costarricenses son arrojados fuera del sistema, cayendo en la pobreza y la marginación social, sin que aparentemente se pueda hacer nada para cambiar el rumbo de las cosas.
Y mientras crece la impotencia en cada uno de esos costarricenses arrojados a su suerte, la respuesta del grupo gobernante es siempre la misma: no se puede solucionar el problema sin aumentar los impuestos  (nunca dicen: eliminar las exoneraciones concedidas a los grupos económicamente poderosos, ni que los ricos paguen impuestos como ricos, ni que hay que aumentar la eficiencia en el cobro de los impuestos y combatir la evasión), o que la globalización es más fuerte que los recursos con que cuenta el país para combatir su influencia, o que no hay recursos suficientes para atender las necesidades ciudadanas, y así una enorme lista de excusas y razones.  Y luego nos damos cuenta por una investigación periodística, que las organizaciones del Estado guardan enormes sumas de dinero no ejecutadas de los presupuestos o de superávits de operación, siguiendo instrucciones de los mismos gobernantes elegidos.
Parece ser que la estupidez tiñe a la sociedad toda, porque somos nosotros los que nos dejamos embaucar por los candidatos demagogos que siempre prometen solucionar la situación, pero que en realidad responden a los grandes intereses económicos nacionales e internacionales. Y a veces la impotencia explota catárticamente en conflictos sociales aislados y desarticulados que no logran cambiar el rumbo de los acontecimientos. Mientras tanto el poder económico se sigue concentrando y los ciudadanos se siguen empobreciendo; la banca sigue succionando con tasas usureras y las multinacionales siguen devorando todo a su paso.
Y en una sociedad que nos enseñó que nuestros derechos terminan donde comienzan los derechos de los demás, empezamos a ver crecer y crecer los derechos de los que más tienen, mientras que los nuestros se van reduciendo drásticamente, al punto tal que ni siquiera se respetan los mínimos derechos humanos, como son el derecho al trabajo, a la vivienda, a la salud y la educación. Y sin embargo, todo parece funcionar dentro de la legalidad y con las instituciones democráticas vigentes.
Si protestamos nos dan una palmada en el hombro y nos dicen que nuestros reclamos son genuinos, que hay que esperar y que ya lo van a resolver; mientras vemos como se llenan los bolsillos los funcionarios y acumulan poder los bancos y las multinacionales. Pero todo es legal, la pérdida de nuestros derechos es legal, y no se puede hacer nada, salvo esperar al próximo gobierno que seguramente hará lo mismo.
Debemos reconocer que vivimos en un mundo complejo y globalizado, donde la toma de decisiones nace en círculos de poder que ya no tienen identidad ni asiento geográfico visible, y esas decisiones se transmiten por una maraña de circuitos por donde circula la presión económica, el poder político y el manejo de la opinión pública. En esa compleja interacción de factores muchas veces se violan nuestros derechos sin que sepamos muy bien de donde viene el latigazo ni quién es el responsable si es que lo hay, como quien es víctima de una inundación o un terremoto o algún otro flagelo de la naturaleza, fuera del control de la voluntad humana.
Tratemos de dar una explicación que nos permita entender mejor: si alguien nos atacara en forma directa, nuestra respuesta tiende a ser también directa. Si nos golpean, nos defendemos, o en todo caso huimos si estamos en inferioridad de condiciones. Pero cuando se produce un terremoto: ¿Cuál es la acción directa que podemos efectuar para terminar con el sismo? Ninguna, porque el origen del fenómeno está fuera de nuestro alcance. Esto es lo que suele pasar con los problemas sociales, sentimos que no tenemos posibilidades de ejercer una acción directa que cambie el rumbo de las cosas. Pero a veces tendemos, casi por reflejo a ejercer alguna acción directa, a veces de modo catártico y hasta violento, pero casi siempre ineficaz.
Se podría pensar que la Democracia por sí sola, tal cual está, debería ser la mejor solución para el problema de la marginación, ya que si los marginados van siendo mayoría, bastará con que voten a un gobierno que los defienda, ya sea modificando el sistema económico que los margina, o ya sea creando subsidios y redes de contención dignas para los que quedan fuera del sistema. Pero este concepto tiene por lo menos dos grandes fallas. Por una parte, ¿Qué pasa si los marginados aún son un porcentaje menor que los que permanecen en el sistema, y a estos últimos no les importa la suerte de los primeros, y por lo tanto votan a quien les mantenga su status?
Por otra parte, es evidente que hoy las democracias como la de Costa Rica no son reales sino formales, porque a través de los medios de difusión financiados por el poder económico, se potencian siempre a unas pocas opciones electorales que representan al mismo sistema, aunque tengan un discurso progresista para captar los votos. Abundan los ejemplos de aquellos políticos que en su campaña prometen trabajo, techo, salud y educación para todos, y cuando están en el poder defienden a las multinacionales y a los bancos.
No obstante, está claro que la democracia de todos modos ofrece la posibilidad de generar alternativas electorales reales por donde los marginados puedan ir canalizando su divergencia con el sistema que los deja fuera. Pero estas alternativas, si efectivamente buscan cambiar el sistema, es decir si son genuinas, no contarán con el respaldo económico de los poderes a los que buscan combatir por razones obvias, y por lo tanto carecerán del aparato publicitario o inclusive lo tendrán en contra; esto hará que el crecimiento de tales alternativas políticas sea más lento. Esta lentitud, si bien no invalida la vía democrática, no se corresponde con el nivel de urgencia de algunas franjas de la población, las que pueden incluir dentro de su nihilismo político a todo el espectro político: a los políticos tradicionales porque los traicionan y a los alternativos porque avanzan muy lentamente. Esta encerrona hace que la gente busque salidas rápidas que de todos modos no conducen a nada pero le dejan la sensación de que algo se está haciendo. La respuesta catártica y violenta del estallido de un conflicto social, es una señal de impotencia. Y decimos que los pueblos viven una encerrona porque el sistema económico los margina, el Estado no los protege y falsos líderes los traicionan.
Parece que la única solución es que en el mediano plazo deberemos ir hacia una democracia real y participativa, donde el pueblo realmente gobierne a través de sus genuinos representantes, y que la solución no es una dictadura ni la anarquía. La respuesta es la democracia real, y no la formal que ahora tenemos. Pero el dilema es cómo avanzar hacia ello mientras se trata de dar respuesta a las urgencias de los más necesitados. Porque hay dos problemas que en realidad son dos aspectos de la misma cosa: una verdadera alternativa política a los partidos tradicionales sólo puede crecer y tomar el poder si encarna un verdadero Movimiento Social que cuente con el apoyo organizado de la mayor parte de la población; porque queda descartado que un partido así podría ascender con el apoyo del poder económico por razones obvias. Pero por otra parte, mientras la alternativa política crece ¿De qué viven los marginados?
Para quienes consideramos  todo tipo de violencia como repudiable, nos resulta claro que hay una sola vía de resolver los conflictos, sin embargo aún para aquellos que tienen dudas sobre la eficacia de la no violencia, o interpretan que el uso de la violencia es una suerte de castigo a los opresores, cabría aclararse los objetivos. La pregunta correcta no es ¿Tenemos derecho a ejercer acciones violentas contra quienes nos oprimen? La pregunta correcta es ¿Terminaremos con la violencia y la opresión mediante el uso de la violencia? Y la respuesta es NO.
La complejidad de la organización social actual y el enorme poder que tienen los que dominan, hacen que cualquier acción violenta por parte de los oprimidos genere una reacción mayor que termina por aplastar y disgregar a quienes se rebelan.
Precisamente los poderosos son tales porque tienen el manejo de la fuerza bruta; pretender desafiarlos en ese terreno no tiene sentido, a menos que el objetivo sea demostrar hombría, o pasar a la historia como mártires de una revolución inconclusa. Pero si el objetivo es llevar adelante una verdadera revolución, no que se declame sino que se realice, entonces debemos usar la fuerza de la inteligencia y la organización que son recursos al alcance de los oprimidos. La fuerza bruta no es un recurso al alcance de los oprimidos sino de los opresores. Pero en la debilidad de los oprimidos radica su verdadera fuerza, la fuerza del espíritu, la fuerza de la inteligencia, la fuerza de la organización. Pero esto hay que desarrollarlo, no es tan espontáneo. Lo espontáneo suele ser la reacción violenta del torpe o la pasividad del cobarde, y ambas son suicidas.
Hay quienes creen que la violencia, si bien no alcanza para derrotar en una primera instancia al opresor, sirve para debilitarlo y desestabilizarlo. Sin embargo la experiencia demuestra que cuando se logra una desestabilización enseguida llega una fuerza mayor a poner orden y aumenta el autoritarismo y la represión. Existen algunas teorías que afirman que ningún cambio en la historia se logró sin el uso de la violencia. Estas teorías tienen tantas excepciones que lejos están de ser una verdad absoluta a nivel histórico. En primer lugar podemos decir que muchos de los cambios logrados mediante el uso de la violencia, si bien sirvieron para derrocar algún tirano, éste luego fue reemplazado por otro tirano similar, aunque de diferente signo político. Por lo tanto cuando hablamos de cambios, hay que diferenciar entre los cambios que le hicieron un bien a los pueblos y aquellos que los dejaron igual o peor que antes.
En otros casos, aquellos que tuvieron la capacidad para derrocar un sistema, no tuvieron luego la capacidad para reemplazarlo por algo mejor e inclusive empeoraron las cosas. Ocurre que muchas veces la decisión del uso de la violencia nace del resentimiento y por ello lleva dentro el germen de la destrucción y la intolerancia, y esa misma intolerancia luego se vuelve contra el mismo pueblo en el nombre del cual se decía luchar, toda vez que ese pueblo disiente con las políticas del gobierno revolucionario.
Ya han pasado las épocas de los gobiernos militares en Latinoamérica de los cuales nos libramos en Costa Rica. La razón de su existencia fue que el Imperio Norteamericano necesitaba de los gobiernos de facto porque los sistemas democráticos aún eran permeables a “ideologías prohibidas”; pero con el tiempo, la represión, las desapariciones de ciudadanos, la educación alineada con la “verdad oficial”, la propaganda y el chantaje económico fueron “encarrilando” a políticos y votantes, hasta hacer de los sistemas democráticos simples pantallas locales de la fuerza imperial.
En la actualidad las estrategias han cambiado, se usa el comercio y las amenazas de sanciones comerciales a los países que no se allanan a los deseos del imperio, cuyos fines están expresados en el proteccionismo de sus intereses y la apertura de los débiles, para inundarlos y hacerlos cada vez más dependientes.  Es el sistema económico y no las armas lo que se utiliza como mecanismo de dominación.
Hoy a ningún partido político tradicional, ni siquiera al comunista o al socialista se le ocurriría proponer en su plataforma política un cambio de sistema económico. Hoy todos aceptan al capitalismo aunque con distintas tonalidades, tenemos los neoliberales que pretenden que el mercado regule la vida y muerte de las personas, y tenemos los pseudo progresistas que piden por un “capitalismo de rostro humano”, y en el campo progresista se habla más de reivindicaciones que de cambio de sistema. Y desde luego que, gobierne quien gobierne, se termina haciendo lo que el poder central quiere: donde conviene liberalizar los mercados para comerse todo, se liberan los mercados, donde conviene regular para que no compitan otros, se regula y donde alguien quiere tomar medidas a favor de la gente, se les dice no se puede por ahora.
Y así el capital financiero se ha apoderado de todo y mediante la rienda del endeudamiento gubernamental digita las políticas nacionales y exprime a los pueblos con el peor de los intereses: la devaluación monetaria y la inflación. Semejante concentración de poder hace que cada vez sea más difícil lograr reivindicaciones sociales, por el contrario, se ha comenzado a retroceder aceleradamente con el crecimiento de la desocupación, la pobreza y la marginación.
Toda la fuerte oposición que se levanta frente a ese poder en América Latina a través de huelgas, protestas, manifestaciones, y presiones políticas, si bien son imprescindibles para ponerle trabas al avance del poder imperial y sus secuaces nacionales, no alcanzan para frenarlo. El Imperio y sus corifeos utilizan la táctica de avanzar dos pasos y retroceder uno.
Como corolario podremos decir que los pueblos tenemos derecho a la rebelión, pero aquella que no utiliza la violencia como arma, sino la inteligencia y la organización social, porque la violencia nunca ha generado nuevos sistemas sino que ha sido aplastada por una violencia aún mayor.

Vìa :

http://www.kaosenlared.net/noticia/costa-rica-democracia-politica-marginacion-social-2

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