Costa Rica pareciera encontrarse en un callejón sin
salida, pues mientras se van sucediendo los diferentes gobiernos
democráticos elegidos por un número cada vez menor de gente, va
aumentando la disconformidad de esa misma gente por sus gobiernos. Esta
es la paradoja de una democracia formal, donde parece que elegimos entre
opciones diversas pero donde finalmente siempre gobierna el mismo grupo
de poder, y que nos llena de impotencia. Mientras tanto, decenas de
miles de costarricenses son arrojados fuera del sistema, cayendo en la
pobreza y la marginación social, sin que aparentemente se pueda hacer
nada para cambiar el rumbo de las cosas.
Y
mientras crece la impotencia en cada uno de esos costarricenses
arrojados a su suerte, la respuesta del grupo gobernante es siempre la
misma: no se puede solucionar el problema sin aumentar los impuestos (nunca
dicen: eliminar las exoneraciones concedidas a los grupos
económicamente poderosos, ni que los ricos paguen impuestos como ricos,
ni que hay que aumentar la eficiencia en el cobro de los impuestos y
combatir la evasión), o que la globalización es más fuerte que los
recursos con que cuenta el país para combatir su influencia, o que no
hay recursos suficientes para atender las necesidades ciudadanas, y así
una enorme lista de excusas y razones. Y luego nos damos cuenta por
una investigación periodística, que las organizaciones del Estado
guardan enormes sumas de dinero no ejecutadas de los presupuestos o de
superávits de operación, siguiendo instrucciones de los mismos
gobernantes elegidos.
Parece ser que la estupidez
tiñe a la sociedad toda, porque somos nosotros los que nos dejamos
embaucar por los candidatos demagogos que siempre prometen solucionar la
situación, pero que en realidad responden a los grandes intereses
económicos nacionales e internacionales. Y a veces la impotencia explota
catárticamente en conflictos sociales aislados y desarticulados que no
logran cambiar el rumbo de los acontecimientos. Mientras tanto el poder
económico se sigue concentrando y los ciudadanos se siguen
empobreciendo; la banca sigue succionando con tasas usureras y las
multinacionales siguen devorando todo a su paso.
Y
en una sociedad que nos enseñó que nuestros derechos terminan donde
comienzan los derechos de los demás, empezamos a ver crecer y crecer los
derechos de los que más tienen, mientras que los nuestros se van
reduciendo drásticamente, al punto tal que ni siquiera se respetan los
mínimos derechos humanos, como son el derecho al trabajo, a la vivienda,
a la salud y la educación. Y sin embargo, todo parece funcionar dentro
de la legalidad y con las instituciones democráticas vigentes.
Si
protestamos nos dan una palmada en el hombro y nos dicen que nuestros
reclamos son genuinos, que hay que esperar y que ya lo van a resolver;
mientras vemos como se llenan los bolsillos los funcionarios y acumulan
poder los bancos y las multinacionales. Pero todo es legal, la pérdida
de nuestros derechos es legal, y no se puede hacer nada, salvo esperar
al próximo gobierno que seguramente hará lo mismo.
Debemos
reconocer que vivimos en un mundo complejo y globalizado, donde la toma
de decisiones nace en círculos de poder que ya no tienen identidad ni
asiento geográfico visible, y esas decisiones se transmiten por una
maraña de circuitos por donde circula la presión económica, el poder
político y el manejo de la opinión pública. En esa compleja interacción
de factores muchas veces se violan nuestros derechos sin que sepamos muy
bien de donde viene el latigazo ni quién es el responsable si es que lo
hay, como quien es víctima de una inundación o un terremoto o algún
otro flagelo de la naturaleza, fuera del control de la voluntad humana.
Tratemos
de dar una explicación que nos permita entender mejor: si alguien nos
atacara en forma directa, nuestra respuesta tiende a ser también
directa. Si nos golpean, nos defendemos, o en todo caso huimos si
estamos en inferioridad de condiciones. Pero cuando se produce un
terremoto: ¿Cuál es la acción directa que podemos efectuar para terminar
con el sismo? Ninguna, porque el origen del fenómeno está fuera de
nuestro alcance. Esto es lo que suele pasar con los problemas sociales,
sentimos que no tenemos posibilidades de ejercer una acción directa que
cambie el rumbo de las cosas. Pero a veces tendemos, casi por reflejo a
ejercer alguna acción directa, a veces de modo catártico y hasta
violento, pero casi siempre ineficaz.
Se podría
pensar que la Democracia por sí sola, tal cual está, debería ser la
mejor solución para el problema de la marginación, ya que si los
marginados van siendo mayoría, bastará con que voten a un gobierno que
los defienda, ya sea modificando el sistema económico que los margina, o
ya sea creando subsidios y redes de contención dignas para los que
quedan fuera del sistema. Pero este concepto tiene por lo menos dos
grandes fallas. Por una parte, ¿Qué pasa si los marginados aún son un
porcentaje menor que los que permanecen en el sistema, y a estos últimos
no les importa la suerte de los primeros, y por lo tanto votan a quien
les mantenga su status?
Por otra parte, es
evidente que hoy las democracias como la de Costa Rica no son reales
sino formales, porque a través de los medios de difusión financiados por
el poder económico, se potencian siempre a unas pocas opciones
electorales que representan al mismo sistema, aunque tengan un discurso
progresista para captar los votos. Abundan los ejemplos de aquellos
políticos que en su campaña prometen trabajo, techo, salud y educación
para todos, y cuando están en el poder defienden a las multinacionales y
a los bancos.
No obstante, está claro que la
democracia de todos modos ofrece la posibilidad de generar alternativas
electorales reales por donde los marginados puedan ir canalizando su
divergencia con el sistema que los deja fuera. Pero estas alternativas,
si efectivamente buscan cambiar el sistema, es decir si son genuinas, no
contarán con el respaldo económico de los poderes a los que buscan
combatir por razones obvias, y por lo tanto carecerán del aparato
publicitario o inclusive lo tendrán en contra; esto hará que el
crecimiento de tales alternativas políticas sea más lento. Esta
lentitud, si bien no invalida la vía democrática, no se corresponde con
el nivel de urgencia de algunas franjas de la población, las que pueden
incluir dentro de su nihilismo político a todo el espectro político: a
los políticos tradicionales porque los traicionan y a los alternativos
porque avanzan muy lentamente. Esta encerrona hace que la gente busque
salidas rápidas que de todos modos no conducen a nada pero le dejan la
sensación de que algo se está haciendo. La respuesta catártica y
violenta del estallido de un conflicto social, es una señal de
impotencia. Y decimos que los pueblos viven una encerrona porque el
sistema económico los margina, el Estado no los protege y falsos líderes
los traicionan.
Parece que la única solución es
que en el mediano plazo deberemos ir hacia una democracia real y
participativa, donde el pueblo realmente gobierne a través de sus
genuinos representantes, y que la solución no es una dictadura ni la
anarquía. La respuesta es la democracia real, y no la formal que ahora
tenemos. Pero el dilema es cómo avanzar hacia ello mientras se trata de
dar respuesta a las urgencias de los más necesitados. Porque hay dos
problemas que en realidad son dos aspectos de la misma cosa: una
verdadera alternativa política a los partidos tradicionales sólo puede
crecer y tomar el poder si encarna un verdadero Movimiento Social que
cuente con el apoyo organizado de la mayor parte de la población; porque
queda descartado que un partido así podría ascender con el apoyo del
poder económico por razones obvias. Pero por otra parte, mientras la
alternativa política crece ¿De qué viven los marginados?
Para
quienes consideramos todo tipo de violencia como repudiable, nos
resulta claro que hay una sola vía de resolver los conflictos, sin
embargo aún para aquellos que tienen dudas sobre la eficacia de la no
violencia, o interpretan que el uso de la violencia es una suerte de
castigo a los opresores, cabría aclararse los objetivos. La pregunta
correcta no es ¿Tenemos derecho a ejercer acciones violentas contra
quienes nos oprimen? La pregunta correcta es ¿Terminaremos con la
violencia y la opresión mediante el uso de la violencia? Y la respuesta
es NO.
La complejidad de la organización social
actual y el enorme poder que tienen los que dominan, hacen que cualquier
acción violenta por parte de los oprimidos genere una reacción mayor
que termina por aplastar y disgregar a quienes se rebelan.
Precisamente
los poderosos son tales porque tienen el manejo de la fuerza bruta;
pretender desafiarlos en ese terreno no tiene sentido, a menos que el
objetivo sea demostrar hombría, o pasar a la historia como mártires de
una revolución inconclusa. Pero si el objetivo es llevar adelante una
verdadera revolución, no que se declame sino que se realice, entonces
debemos usar la fuerza de la inteligencia y la organización que son
recursos al alcance de los oprimidos. La fuerza bruta no es un recurso
al alcance de los oprimidos sino de los opresores. Pero en la debilidad
de los oprimidos radica su verdadera fuerza, la fuerza del espíritu, la
fuerza de la inteligencia, la fuerza de la organización. Pero esto hay
que desarrollarlo, no es tan espontáneo. Lo espontáneo suele ser la
reacción violenta del torpe o la pasividad del cobarde, y ambas son
suicidas.
Hay quienes creen que la violencia, si
bien no alcanza para derrotar en una primera instancia al opresor, sirve
para debilitarlo y desestabilizarlo. Sin embargo la experiencia
demuestra que cuando se logra una desestabilización enseguida llega una
fuerza mayor a poner orden y aumenta el autoritarismo y la represión.
Existen algunas teorías que afirman que ningún cambio en la historia se
logró sin el uso de la violencia. Estas teorías tienen tantas
excepciones que lejos están de ser una verdad absoluta a nivel
histórico. En primer lugar podemos decir que muchos de los cambios
logrados mediante el uso de la violencia, si bien sirvieron para
derrocar algún tirano, éste luego fue reemplazado por otro tirano
similar, aunque de diferente signo político. Por lo tanto cuando
hablamos de cambios, hay que diferenciar entre los cambios que le
hicieron un bien a los pueblos y aquellos que los dejaron igual o peor
que antes.
En otros casos, aquellos que tuvieron
la capacidad para derrocar un sistema, no tuvieron luego la capacidad
para reemplazarlo por algo mejor e inclusive empeoraron las cosas.
Ocurre que muchas veces la decisión del uso de la violencia nace del
resentimiento y por ello lleva dentro el germen de la destrucción y la
intolerancia, y esa misma intolerancia luego se vuelve contra el mismo
pueblo en el nombre del cual se decía luchar, toda vez que ese pueblo
disiente con las políticas del gobierno revolucionario.
Ya
han pasado las épocas de los gobiernos militares en Latinoamérica de
los cuales nos libramos en Costa Rica. La razón de su existencia fue que
el Imperio Norteamericano necesitaba de los gobiernos de facto porque
los sistemas democráticos aún eran permeables a “ideologías prohibidas”;
pero con el tiempo, la represión, las desapariciones de ciudadanos, la
educación alineada con la “verdad oficial”, la propaganda y el chantaje
económico fueron “encarrilando” a políticos y votantes, hasta hacer de
los sistemas democráticos simples pantallas locales de la fuerza
imperial.
En la actualidad las estrategias han
cambiado, se usa el comercio y las amenazas de sanciones comerciales a
los países que no se allanan a los deseos del imperio, cuyos fines están
expresados en el proteccionismo de sus intereses y la apertura de los
débiles, para inundarlos y hacerlos cada vez más dependientes. Es el
sistema económico y no las armas lo que se utiliza como mecanismo de
dominación.
Hoy a ningún partido político
tradicional, ni siquiera al comunista o al socialista se le ocurriría
proponer en su plataforma política un cambio de sistema económico. Hoy
todos aceptan al capitalismo aunque con distintas tonalidades, tenemos
los neoliberales que pretenden que el mercado regule la vida y muerte de
las personas, y tenemos los pseudo progresistas que piden por un
“capitalismo de rostro humano”, y en el campo progresista se habla más
de reivindicaciones que de cambio de sistema. Y desde luego que,
gobierne quien gobierne, se termina haciendo lo que el poder central
quiere: donde conviene liberalizar los mercados para comerse todo, se
liberan los mercados, donde conviene regular para que no compitan otros,
se regula y donde alguien quiere tomar medidas a favor de la gente, se
les dice no se puede por ahora.
Y así el capital
financiero se ha apoderado de todo y mediante la rienda del
endeudamiento gubernamental digita las políticas nacionales y exprime a
los pueblos con el peor de los intereses: la devaluación monetaria y la
inflación. Semejante concentración de poder hace que cada vez sea más
difícil lograr reivindicaciones sociales, por el contrario, se ha
comenzado a retroceder aceleradamente con el crecimiento de la
desocupación, la pobreza y la marginación.
Toda la
fuerte oposición que se levanta frente a ese poder en América Latina a
través de huelgas, protestas, manifestaciones, y presiones políticas, si
bien son imprescindibles para ponerle trabas al avance del poder
imperial y sus secuaces nacionales, no alcanzan para frenarlo. El
Imperio y sus corifeos utilizan la táctica de avanzar dos pasos y
retroceder uno.
Como corolario podremos decir que
los pueblos tenemos derecho a la rebelión, pero aquella que no utiliza
la violencia como arma, sino la inteligencia y la organización social,
porque la violencia nunca ha generado nuevos sistemas sino que ha sido
aplastada por una violencia aún mayor.
Vìa :
http://www.kaosenlared.net/noticia/costa-rica-democracia-politica-marginacion-social-2
http://www.kaosenlared.net/noticia/costa-rica-democracia-politica-marginacion-social-2
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