Se acabó la era de la abundancia en los países ricos, y en los
pobres la era de la represión. Sometidos a gobiernos autoritarios,
unos están llegando al límite de su paciencia y se rebelan, mientras
otros hacen sus equipajes para ir a los países que se llevaron
sus riquezas.
La Historia es una gran maestra, y eso a pesar de
los historiadores. En cuanto nos acercamos a sus páginas comenzamos un
viaje, y si somos buenos observadores no sólo percibiremos intrigas
palaciegas, guerras territoriales o religiosas, encumbramiento de falsos
héroes y tiranos, y pueblos sometidos y expoliados, todo ello
vergonzosamente justificado por los escribanos y con el sello de la casa
del poder, que es lo que se enseña en los colegios y en las iglesias.
De modo que si no nos detenemos en esos y parecidos aspectos descubrimos
en algún momento de la evolución de los pueblos algo que está
sucediendo ahora mismo: el desplome de su civilización.
Abran
cualquier libro de historia busquen el nombre de un imperio en Asia, en
África, en Europa, y observen su proceso de evolución: formación,
esplendor, decadencia y desintegración.
Con diferentes matices
donde intervienen la concepción del universo, el ansia de poder y la
codicia de los dirigentes, las creencias y ritos relacionados con la
espiritualidad , la filosofía o la religión, el arte, los usos y las
costumbres, todas y cada una de las civilizaciones conocidas formaron
con todo ello un entramado de poder que durante mucho tiempo brilló
por encima de los demás y hasta se anexionó a otros pueblos a los que
sometió por la fuerza o la astucia para aumentar la gloria de los
poderosos, su riqueza y la de sus amigos. Pero los enfrentamientos
entre ellos, los fracasos bélicos, las crisis económicas, el
descontento popular bien explotado, la pérdida de los valores que
sirvieron de amalgama y las presiones exteriores de otros pueblos
acabaron -en cada caso con matices distintos - en divisiones internas
y del territorio, en decadencia moral, de las costumbres, en
corrupción extrema de los gobernantes y de sus eternos mecenas- los
ricos- y en toda clase de excesos públicos y privados. Todo ello
condujo –la Historia es testigo a la caída de cada uno de los
imperios y civilizaciones orgullosamente encumbrados, mientras que otros
pueblos antiguamente sojuzgados ven ahora su oportunidad para
sacudirse el yugo y erosionar definitivamente el poder del antiguo
opresor, ahora débil, al que en tantos casos acabarán por invadir y
someter. Un nuevo imperio está emergiendo sobre las ruinas del
anterior. (¿Ven en ello algunos indicios en nuestro mundo?)
Así
viene sucediendo desde los asirios hasta hoy mismo en que nos hayamos
ante al menos tres tipos de imperios bien definidos: unos emergentes
(China, India) otro en proceso de transformación para recuperar su
antiguo poder (Rusia), y un tercero en retroceso (EEUU, aunque con el
apoyo sionista tardará en caer del todo,) a los que hay que añadir
naciones próximas o aliadas de uno u otro de esos bloques, sin
olvidar el particular camino independiente hacia el socialismo iniciado
en algunos países latinos.
Naciones militarmente más
poderosas, se hallan enfrentadas entre sí por razones territoriales y de
control político y de recursos en zonas como India, Pakistán, Irán,
Israel, Palestina, Rusia, África y América Latina, en un mundo dividido
en bloques de intereses regidos por el neo-feudalismo de diversas
multinacionales, entre ellas la Banca Vaticana, el FMI, el Banco Mundial
y la Organización Mundial de Comercio.
Esta configuración de
las relaciones internacionales origina una continua inestabilidad
política mundial especialmente visible en Palestina, Irak, los países
árabes del norte de África y Afganistán, con el denominador común
norteamericano como elemento propulsor, represor y provocador de nuevas
tensiones, como sucede con Irán y Corea del Norte, países considerados
filoterroristas o colaboradores del terrorismo mundial por razones
geopolíticas y de control de sus recursos y mercados.
Sin embargo
los países aparentemente más poderosos todavía, como es el caso de
EEUU, tienen negras perspectivas futuras, porque están obligados a
recoger su propia cosecha de odio, violencia, destrucción,
empobrecimiento y discriminación social que caracteriza su política
interior y exterior que les ha granjeado la enemistad de casi todos los
pueblos del Planeta. Y esta no es una energía despreciable contra el
imperio.
Las ideologías políticas clásicas que dieron origen a los
estados capitalistas como los que padecemos y a los países llamados
comunistas que tanto daño han hecho al pensamiento de Marx, han
caducado a niveles mundiales. Sobre su tumba ha florecido el
neoliberalismo, igual en China que en Rusia. Aunque existan países que
aún se denominen comunistas, como China, esta denominación formal no
se corresponde ni con su organización económica mixta (capitalismo de
estado más propiedad privada e inversiones privadas), ni con su
organización política (burocracia política y policiaca cerrada) ni
con sus fines sociales (pues el interés del pueblo y los derechos
humanos siempre están en segundo o tercer plano). Pero las leyes del
mercado, el materialismo y la adoración al dinero no solo han calado en
los círculos empresariales de los países emergentes, dirigido las
inversiones de las multinacionales, y originado un profundo abismo
social creciente entre ricos y pobres, sino que los propios pueblos han
sido igualmente deslumbrados por el brillo del becerro de oro y han
creído ver en él el remedio de todos sus males. Malos tiempos estos para
creer en el progreso ahora que se encoge y desmorona.
Hoy
día, la competencia por poseer más y brillar con lo poseído por
encima de los otros se lleva a cabo entre familiares, compañeros o
amigos lo mismo que entre inversores de todo tipo de industrias y
negocios. La misma codicia, deseo de poder y reconocimiento que han
dado lugar a la selva humana rigen en las favelas que en el mundo
empresarial, con evidente ventaja para el último. Como consecuencia,
el poder del dinero ha podrido la moral personal y hecho pasar la raya
roja de los límites éticos y legales a toda clase de responsables de
alto nivel en empresas y Estados, incluidos algunos presidentes de
países considerados democráticos (de los demás, para qué decir), que
son perseguidos hasta por esta pseudojusticia que padecemos.
Imperios
actuales y países aliados o afines son ahora mismo, pues,
organizaciones que han añadido al carácter militarista de las antiguas
potencias la búsqueda común del dinero rápido, y quienes lo poseen –y
en la medida que lo poseen –controlan y tienen el poder para empujar en
el seno de su propio país y a otros gobiernos en la dirección que
conviene a sus intereses. El dinero manda y se acompaña, como
siempre, de soldados para protegerle.
Bancos, constructoras,
industrias energéticas y militares, fábricas de automóviles y
extracciones sin control de materias primas en países tercermundistas
atrapados por el FMI y el Banco Mundial, simbolizan mejor que nada
esta civilización que tiende a homologar el mundo en la dirección que
conviene a los mercaderes financieros, igual que siglos anteriores
hacían las iglesias, los palacios y los castillos y luego los burgueses
nacionalistas.
Basta echar una mirada a las hemerotecas para darse
cuenta de que pertenecemos a una civilización hipnotizada, moralmente
desmotivada, económicamente empobrecida en su mayor parte y
espiritualmente desorientada, elementos todos ellos presentes en la
desaparición de todos los imperios.
A la vez que se da este
complejo proceso de empobrecimiento de la mayoría mundial, el auge de
nuevas economías y desplome de otras y de su influencia política, surge
el temor del Poder en todos los Estados a la peligrosa
frustración de aquellos a quienes se ha hecho desear ser lo que
nunca conseguirán ser : ricos, poderosos y felices consumidores
progresivos de bienes y servicios en estados con libertades progresivas.
Los pobres están cada vez más cabreados con toda justicia y se preparan
para hacer éxodos sin retorno a los países que les robaron sus
riquezas.
El deseo largamente inducido en el llamado primer
mundo por alcanzar bienes cada vez más refinados, más la
frustración por no alcanzarlos en esta época de crisis general
constituye un explosivo potencial para la estabilidad mundial, sobre
todo si hay hambre. Y la habrá cada vez más: el hambre es creciente
en el mundo. Acompañada del terrorismo de unos y otros, la
inestabilidad y el miedo están servidos y son ingredientes peligrosos
añadidos que empujan a los gobiernos de los países a que
se blinden policial y militarmente al considerarse amenazados a corto y
medio plazo. Y tras los gobiernos, que son administradores, se hallan
los intereses de las grandes empresas a las que sirven. Y tras todos
ellos, el imperio de las sombras, a quienes sirven colectivamente, y uno
por uno como fieles mayordomos.
Los gobiernos salidos de las
urnas en los países o grupos de países aliados se ven desbordados ante
la imposibilidad de impedir que el dinero inversor se vaya de sus
propios países en busca de otros más ventajosos, o se esconda en
paraísos fiscales en donde no se quiere entrar.
No nos conviene
olvidar que el Planeta se halla en proceso de transformación, y cada uno
de sus movimientos de reajuste climático y geológico no hace más que
agravar las condiciones de existencia de miles de millones de personas
arruinadas por las guerras, las migraciones forzosas, las
enfermedades, la falta de agua, la subida brutal de los precios de los
alimentos básicos, y tantas otras cosas que sobradamente conocemos.
Entre
tanto, la Bolsa no cesa de subir, pero cada vez serán menos los
inversores, menor la competencia, y mayor el número de desahuciados
sociales. Por tanto el capitalismo neoliberal, a causa de su
codicia se ha convertido en un elemento desestabilizador en el Planeta.
Un elemento desestabilizador que en lugar de crear bienestar, crea
pobreza a diario, y en lugar de favorecer el desarrollo de los pueblos,
coloca a estos contra las cuerdas con el apoyo de unos u otros
gobernantes, endureciendo las leyes que favorecen derechos y libertades
conseguidas durante años de luchas sociales y sindicales, como es el
caso de la jornada de 65 horas en espera, pero aprobada en el Parlamento
Europeo, y el endurecimiento creciente de las leyes contra los
inmigrantes.
En algún despacho secreto de algún Estado del
mundo rico alguien hace ahora mismo el cálculo de por cuánto tiempo un
sistema que se devora a sí mismo puede aguantar. Y es que ha llegado
al límite en el abuso de los recursos de la Tierra, ya no puede crear
más riqueza ni distribuir con justicia los bienes entre quienes los
producen. En estas condiciones no puede seguirse. Nos lo confirman
los datos de cómo el capitalismo de libre mercado arroja fuera del
circuito productivo a toda clase de gentes: obreros y obreras, pequeños
y medianos comerciantes, pequeños y medianos inversores, jóvenes a
los que no logra insertar, o a los que ofrece contratos mal pagados y
temporales, y aún así aún exige recortes salariales y más flexibilidad
para los despidos.
Es imposible que esta clase de economía devoradora sea compatible con protección social, asistencia sanitaria, y otros atributos del bienestar colectivo que los gobiernos dicen tener como meta.
Es imposible que esta clase de economía devoradora sea compatible con protección social, asistencia sanitaria, y otros atributos del bienestar colectivo que los gobiernos dicen tener como meta.
Cuando casi nadie cotice a la
seguridad social, ¿lo harán por los que están fuera del mercado
laboral los banqueros y las industrias multinacionales? ¿Lo harán los
cuatro grandes imperios decididamente económico-militares que
dominan el mundo?
Aquí veremos el desenlace imprevisto de esta
mala copia de una civilización que nunca llegó a existir; una
civilización de la igualdad, de la justicia, del amor que sin duda se
levantará un día sobre el egoísmo y la indiferencia de las
sociedades de hoy.
Estoy seguro que un día aprenderemos lo
suficiente de nuestros errores como para ser capaces de evitar las
causas de nuestros desastres a través de todos los tiempos y acoger los
principios espirituales que liberan en lugar de los materiales que atan.
Entre tanto, no sé cuántas veces estamos dispuestos a nacer y morir los
mismos que venimos haciéndolo desde los asirios hasta el último de los
rincones de este mundo ahora mismo. Y eso no depende de las
multinacionales ni de las iglesias.
Fuente, vìa :
http://www.kaosenlared.net/noticia/el-fin-de-una-era-2
http://www.kaosenlared.net/noticia/el-fin-de-una-era-2
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