Culpables de no tener
documentos. Culpables de ser víctimas. Culpables de una portación de
pobreza ancestral que los hizo dejar atrás y como para siempre el pueblo
atravesado por calles de tierra roja y los guisos en base de mandioca.
Culpables de no haberle rezado lo suficiente al dios Tupä, para que les
arranque el hambre de un plumazo y les devuelva, en cambio, una mesa
rica en mbeyú y en quesú paraguái. Culpables por andar canturreando sus
tristezas en su guaraní, que la gente del lugar no entiende y cómo eso
puede ser posible. Culpables de querer preservar su identidad en ese
lugar tan ajeno. Tan lejano. Tan frío para sus días paridos en aquella
Nación olvidada de la Tierra. Culpables. Una y mil veces culpables.
Setenta personas. Veintitrés familias. Diez chicos. Todos culpables de
creer que el nombre del barrio en el que les prometieron vivirían, era
el pasaporte a otra vida más digna de soles y de luces. Con sábanas
suaves y manteles con fresias dibujadas. Llegaron a “El Progreso”, al
oeste de Neuquén capital ganados por el sueño de levantar casas,
edificios, puentes. De alzar torres o poner una junto a la otra casita
con techo a dos alas. Casitas con jardines y flores, con baño adentro y
ventanas con cortinas bordadas como las que alguna vez ellos también
tendrían. Llegaron ganados por la utopía de que un ladrillo más otro
ladrillo les significaría un mañana cálido para sus pequeños mitâ'i, sus
niñitos dulces y con piel de color mate.
La
policía de Neuquén allanó el terreno ubicado en la calle Primeros Pinos
260 y los encontró hacinados, con frío, con miedo. En 23 casillas de
precariedades imposibles por las que mes a mes debían pagar puntuales
350 pesos. Con maderas finas que dividían una de la otra. Con conexiones
clandestinas. En piezas oscuras edificadas dentro de la misma
constructora. Culpables. Culpables de portación de cara, de piel, de
historia. Culpables de tanta suerte que les volteó el rostro y les
escupió la esperanza.
Son apenas un número.
Una estadística para los gobiernos. Una cifra vaga porque, después de
todo, hasta dónde son ciertos los porcentajes y los datos que los
organismos desnudan.
La directora de Trata de
Personas de la Secretaría de la Mujer de la presidencia de la República
del Paraguay, Luz Gamelia Ibarra, dijo que el 95 por ciento de las
mujeres víctimas de la trata de su país fueron explotadas sexualmente y
el 6 por ciento, laboralmente. Que el 52 por ciento tenían menos de 18
años y el 48 por ciento eran adultas. Pero la mayoría adultas jóvenes.
La
OIT (Organización Internacional del Trabajo) dice que son 100.000 al
año las personas captadas por las redes de trata en América Latina. Que
los tratantes ganan más de 32 millones de dólares anuales y que, el 85
por ciento, corresponde al comercio sexual.
Es
cuestión de hacer cuentas. Dos años, 200.000. Cinco años, 500.000.
Ciudades enteras desaparecen año tras año con las complicidades de los
digitadores de vidas. Con el silencio de los que miran hacia otro lado o
callan para facilitar los traslados. Cada año la trata deglute en el
continente ciudades de la dimensión de Santa Rosa. Cada dos años, la
población entera de Neuquén. Cada tres, Bahía Blanca. Cada cuatro, Santa
Fe. Cada cinco, San Miguel del Tucumán.
Año
tras año, se multiplican las ausencias. Año tras año, se profundizan los
agujeros profundamente negros que cavan la tierra y dejan vacíos
eternos.
Los bolsillos de los tratantes se
ensanchan alegremente. En dos años, 64 millones de dólares. En cinco
años, 160 millones de dólares.
Los 70
paraguayos indocumentados encontrados en el allanamiento en Neuquén son
parte de ese engranaje perverso que los dejó fuera de su pueblo, de su
lengua materna, de sus callecitas de tierra. Que nutrió con sus vidas
los bolsillos de ese comercio cruel que, según la Organización
Internacional para las Migraciones se ubica tercero en el planeta,
después del narcotráfico y la venta de armas. Que les arrancó la
identidad y los arrojó a la nada mientras ellos creían, ingenuamente,
que iban camino a la esperanza.
Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/09/ausencias.html
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