El acto de
masas del domingo 25 de julio en el Zócalo irrumpió en el panorama
nacional como un fogonazo político de gran alcance. Sus emanaciones, aun
a la distancia, todavía se huelen, giran, se depuran y evolucionan
entre los habitantes del país. Sin duda, llegaron hasta las oficinas,
los medios y el análisis de los centros de poder mundial, y éstos
comenzaron a girar sus anteojos con nuevo cristal. No fue una
concentración como otras tantas de similar factura. Fue la intensa
calidad de los pronunciamientos la que multiplicó los ecos de esa
reunión de alebrestados ciudadanos. La cadena de repercusiones siguió de
inmediato y trastocó la, hasta ese día, tendencia al bipartidismo
conducido desde arriba. La opción que dejó asentada en muchas de las
mentes, deseosas de emprender una aventura de cambio con talla
histórica, sacudió, hasta los cimientos, el entramado vigente de la
derecha. Fue, ciertamente, la presentación, con todo el rigor de un
acontecimiento significativo para el futuro nacional, de un movimiento
que aspira a la transformación de este México injusto y apaleado.
La clase política de elite, acostumbrada a lidiar con ella misma, con
sus asociados, apoyadores laterales y para sus propios intereses,
resintió el golpe. Fue seco, directo al corto alcance de sus ambiciones
de sobrevivencia en las alturas decisorias. Descobijó la irrealidad de
sus trajines y acuerdos cupulares carentes de dignidad o trascendencia.
Todavía rumiando los pocos alcances y significados de las pasadas
elecciones, despertó, de pronto y sin defensas, a tareas y significados
que la rebasan. Sus oficiantes de primer nivel se entumieron al sentir
el ventarrón del cambio que les estropea sus planes de continuidad sin
sobresaltos.
Ni siquiera los recientes golpes al crimen organizado pudieron paliar
la indefensión del oficialismo, de sus burocracias partidarias y de sus
aturdidos estrategas ante la andanada que todavía reverbera en el
Zócalo capitalino. Las voces que allí se elevaron vienen de abajo, de
lejos, con alegría y hasta desparpajo para dar cuenta de su inevitable
presencia. Muchos de ellos, hombres y mujeres de variada condición, se
han acunado en parajes que poco cuentan para los mandones y sus
servidores. Vinieron, con harto gozo, coraje y preocupación, a develar
su nueva condición de ciudadanos combativos. Saben, ahora, que cuentan
porque forman el movimiento reivindicador como no hay otro en la
República. El espíritu de cuerpo se hizo densidad política y las
propuestas apuntaron hacia un destino al alcance de un tirón adicional
de concertación, trabajo organizativo y voluntad para salir adelante.
La canalla reaccionó de inmediato al sentir de sus titiriteros. Pero
su incapacidad de auscultar, de examinar, de interpretar el presente,
menos aún de apuntar hacia el mañana, les ganó la partida. Empezaron por
negar cuantos efectos hubiera podido concitar la reunión masiva.
Recayeron, una vez más, en los cálculos de siempre, ¿Cuánto costó el
acarreo? ¿Quién lo financió? Y han reditado suposiciones de
subordinación abyecta, de tontería colectiva de los militantes que
actúan sin criterio propio. La obcecación de su líder, AMLO, volvió a la
palestra y la crítica convenenciera incidió, de nueva cuenta, en sus
ninguneos acostumbrados. Lo daban por marginal y derrotado, rumiando
rencores, sin haber sanado de los propios, enormes errores cometidos a
partir de 2006. Ese ritornelo, esa manera cerrada, oblicua, tramposa de
análisis, es causal sustantiva del estupor que desató el anuncio de su
aspiración presidencial.
El pronunciamiento de López Obrador fue pausado, se acompasó
con cientos de miles de voces que acudieron al llamado, con clara
conciencia del destino que aguarda para después. AMLO, ahora convertido
en prospecto que aspira a la Presidencia en 2012, fue medular en los
intentos de la media adversa por desviar la atención de la gente, por
oscurecer la realidad, esa que se palpa sin siquiera concitarla. En sus
desaforados alegatos de catalogar sus andanzas, dichos y posturas como
rampantes mentiras y traiciones cotidianas, ofenden hasta al más
sencillo de los que, con su humanidad a cuestas, se plantaron ante la
actualidad para reclamar su personal sitio. Y sin duda afectarán, para
mal de sus propósitos, la sensibilidad de esos otros muchos seres de
bien que desean un mejor futuro para sus hijos. Millones de mexicanos
que ya no encuentran cabida en este panorama sombrío, decadente,
retrógrado, disolvente de la energía social, en que los han sumido una
caterva de ambiciosos sin límites, ayunos de visiones inspiradoras o
compasión.
Ahora ahí lo tienen, para que aprendan a respetar a los que se
preocupan, de verdad, de los anhelos populares, de esos incontables
mexicanos que han sido sacados de las estadísticas del triunfo por no
alcanzar el éxito y la buena vida. Y ahí andará de aquí hasta la cita de
2012. No descansará en su peregrinar ni cambiará el núcleo de su
discurso, siempre atento a los sentires de la gente. Con otros muchos,
López Obrador irá y vendrá por la República con una fe inquebrantable en
la bondad de la gente, en su toma de conciencia para buscar lo básico:
una vida digna, sencilla, satisfactoria y productiva. Por eso había
urgencia de introducir algunas modalidades discursivas no oídas con
anterioridad, menos aún pronunciadas por políticos de arcaica cepa. Esa
parte del sustrato anímico del pueblo que solicita, pide, con la
urgencia debida, hablar y que le hablen del amor al prójimo y otros
valores de raigambre familiar, inexplicablemente abandonados por la
izquierda.
Es por narrativas como la descrita arriba que hubo saltos y
berrinches, inesperados unos, retorcidos otros, pero siempre apuntando,
con dolo, a la línea de flotación del perfil de López Obrador: su
desprecio institucional, la no sujeción a las reglas escritas o
acordadas en el rejuego sucesorio. Desempolvaron la estúpida sentencia
que afirma, de manera torpe, que las plazas llenas no ganan elecciones.
El susto fue mayor: se les plantó enfrente como sólido opositor. Había
urgencia de meterlo al carril de las seguridades conocidas para sus
anhelos de continuidad. Para detener su movimiento desataron una
tormenta de gritos, a cuan más destemplados. La agenda del poder
establecido entró en una esfera de riesgo. Ahora quieren calmar a sus
grupos, ya desde antes desbocados. A éstos hay que decirles que no habrá
división de la izquierda. Esos que ahora usurpan la dirigencia de tal
contingente ideológico no han inspirado ruta alguna para aliviar el
penar popular. Las alianzas que procrearon de muy poco, o nada,
sirvieron para cimentar un asalto al afán transformador. El PRI o el
PAN, la derecha partidista, no serán derrotados por alianzas y con
candidatos sacados de alguna chistera partidaria. El triunfo en 2012
vendrá de abajo, de esa rebelión en curso que se va acomodando, donde
AMLO tiene lugar privilegiado por la confianza que en sus intenciones,
capacidades y entrega le reconocen.
fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2010/08/04/index.php?section=opinion&article=020a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2010/08/04/index.php?section=opinion&article=020a2pol
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