Las luces se apagan en todo Estados Unidos, literalmente. La
consecuencia lógica de tres décadas de retórica antigubernamental, un
discurso persistente que ha convencido a numerosos votantes de que un
dólar recaudado en concepto de impuestos es siempre un dólar malgastado,
que el sector público es incapaz de hacer algo bien, ha dado
resultados. Según Paul Krugman, hoy las ciudades apagan su alumbrado
púbico, recortan el sostenimiento de la salud y precarizan la
enseñanza. Y esto no solo ocurre en Colorado Springs: abarca desde
Filadelfia hasta Fresno.
Un país que en su día asombró al mundo con sus visionarias
inversiones en transportes, desde el canal de Erie hasta el sistema de
autopistas interestatales, ahora se halla en un proceso de
despavimentado: en varios Estados, los Gobiernos locales están
destruyendo carreteras que ya no pueden permitirse mantener y
reduciéndolas a grava.
Y una nación que antaño valoraba la educación, que fue una de las
primeras en ofrecer escolarización básica a todos sus niños, ahora está
haciendo recortes. Los profesores están siendo despedidos, y los
programas, cancelados. En Hawai, hasta el curso escolar se está
acortando de manera drástica. Y todo apunta a que en el futuro se
producirán todavía más ajustes.
Nos dicen que no tenemos elección, que las funciones gubernamentales
básicas -servicios esenciales que se han proporcionado durante
generaciones- ya no son viables. Y es cierto que los Gobiernos estatales
y locales, duramente azotados por la recesión, están faltos de fondos.
Pero no lo estarían tanto si sus políticos estuvieran dispuestos a
considerar al menos algunas subidas de impuestos.
Y en el Gobierno federal, que puede vender bonos a largo plazo
protegidos contra la inflación con un tipo de interés de solo el 1,04%,
no escasea el dinero en absoluto. Podría y debería ofrecer ayuda a los
Gobiernos locales y proteger el futuro de nuestras infraestructuras y de
nuestros hijos.
Pero Washington está prestando ayuda con cuentagotas, y hasta eso lo
hace a regañadientes. Debemos dar prioridad a la reducción del déficit,
dicen los republicanos y los demócratas centristas. Y luego, casi a
renglón seguido, afirman que debemos mantener las subvenciones fiscales
para los muy adinerados, lo cual tendrá un coste presupuestario de
700.000 millones de dólares durante la próxima década.
¿Cómo hemos llegado a este punto? Es la consecuencia lógica de tres
décadas de retórica antigubernamental, una retórica de la derecha
política que ha convencido a numerosos votantes de que un dólar
recaudado en concepto de impuestos es siempre un dólar malgastado, que
el sector público es incapaz de hacer algo bien.
En la práctica, buena parte de nuestra clase política está
demostrando cuáles son sus prioridades: cuando se les da a elegir entre
pedir que el 2% de los estadounidenses más acaudalados vuelvan a pagar
los mismos impuestos que durante la expansión de la era Clinton o
permitir que se derrumben los cimientos de la nación -de manera literal
en el caso de las carreteras y figurada en el de la educación-, se
decantan por esto último.
Es una decisión desastrosa tanto a corto como a largo plazo. A corto
plazo, esos recortes estatales y locales suponen un pesado lastre para
la economía y perpetúan el desempleo, que es devastadoramente elevado.
Es crucial tener en mente a los Gobiernos estatal y local cuando
oímos a la gente despotricar sobre el desbocado gasto público durante la
presidencia de Obama. Sí, el Gobierno federal estadounidense gasta más,
aunque no tanto como cabría pensar. Pero los Gobiernos estatales y
locales están haciendo recortes. Y si los sumamos, resulta que los
únicos incrementos relevantes en el gasto público han sido en programas
de protección social, como el seguro por desempleo, cuyos costes se han
disparado por culpa de la gravedad de la crisis económica.
Es decir que, a pesar de lo que dicen sobre el fracaso del estímulo,
si observamos el gasto gubernamental en su conjunto, apenas vemos
estímulo alguno. Y ahora que el gasto federal se reduce, a la vez que
continúan los grandes recortes de gastos estatales y locales, vamos
marcha atrás.
Pero ¿no es también una forma de estímulo el mantener bajos los
impuestos para los ricos? No como para notarlo. Cuando salvamos el
puesto de trabajo de un profesor, eso ayuda al empleo sin lugar a dudas;
cuando, por el contrario, damos más dinero a los multimillonarios, es
muy posible que la mayor parte de ese dinero quede inmovilizado.
¿Y qué hay del futuro de la economía? Todo lo que sabemos acerca del
crecimiento económico dice que una población culta y una infraestructura
de alta calidad son cruciales para el crecimiento. Las naciones
emergentes están realizando enormes esfuerzos por mejorar sus
carreteras, puertos y colegios. Sin embargo, en Estados Unidos estamos
reculando.
¿Cómo hemos llegado a este punto? Es la consecuencia lógica de tres
décadas de retórica antigubernamental, una retórica que ha convencido a
numerosos votantes de que un dólar recaudado en concepto de impuestos es
siempre un dólar malgastado, que el sector público es incapaz de hacer
algo bien.
Todo lo que sabemos acerca del crecimiento económico dice que una
población culta y una infraestructura de alta calidad son cruciales para
el crecimiento. Las naciones emergentes están realizando enormes
esfuerzos por mejorar sus carreteras, puertos y colegios. En Estados
Unidos estamos reculando.
La campaña contra el Gobierno siempre se ha planteado como una
oposición al despilfarro y el fraude, a los cheques enviados a reinas de
la Seguridad Social que conducen lujosos Cadillac y a grandes ejércitos
de burócratas que mueven inútilmente documentos de un lado a otro. Pero
eso, cómo no, son mitos; nunca ha habido ni de lejos tanto despilfarro y
fraude como aseguraba la derecha.
Y ahora que la campaña empieza a dar frutos, vemos lo que había
realmente en la línea de fuego: servicios que todo el mundo, excepto los
muy ricos, necesita, unos servicios que debe proporcionar el Gobierno o
nadie lo hará, como el alumbrado de las calles, unas carreteras
transitables y una escolarización decente para toda la ciudadanía.
Por tanto, el resultado final de la prolongada campaña contra el
Gobierno es que hemos dado un giro desastrosamente equivocado. Ahora, EE
UU transita por una carretera a oscuras y sin asfaltar que no conduce a
ninguna parte.
(*)Paul Krugman. Nacido en 1953, es economista, divulgador y
periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos.
Actualmente es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la
Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico
New York Times. En 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de
Economía.
Esta nota fue distribuida por El Arca Digital y publicada
originalmente en el Suplemento Negocios de El País, edición del
15.08.10.
fuente, vìa :
http://www.apiavirtual.com/2010/08/22/estados-unidos-se-sume-en-la-oscuridad/#more-34581
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