Yo
diría que casi 100 millones de mexicanos ya viven cada día con esa
sensación, de que hoy puede ser el último día de sus vidas, de que
hablar puede costar la vida.
Cada día, me lo
han dicho, les abate el miedo a las familias de casi 100 personas de
Cuencamé, Durango, secuestradas por los narcos para explotarles en sus
sembradíos como esclavas, como contadores y choferes. Y miles de
familias de Chihuahua que no tienen la posibilidad de mudarse al otro
lado para huir de la violencia. A millones de padres incapaces de
alimentar a sus críos.
A comunidades de Sinaloa
que rezan para que sus hijos no vean como ídolos a sus vecinos
sicarios. Y los dueños de microempresas en Laredo y Tijuana que cierran
cada noche, orando, para que no los levanten por no pagar la “cuota”.
O
las amas de casa de Michoacán que esculcan las mochilas de sus pequeños
para asegurarse que no les hayan vendido tachas o “caramelos”. Las
madres indígenas de Tlaxcala y Puebla que me contaron durante días su
miedo de que un padrote seduzca a su pequeña de 12 o 13 años y la venda a
las redes de tratantes de Nueva York o de La Línea en el DF. O las
marchantas de la Central de Abastos que quieren salvar a los cientos de
esclavos que los tratantes esconden en sus bodegas.
Por
la noche lluviosa, bajo un plástico azul 20 niños de la calle,
expulsados por la violencia familiar, adictos a la “goma”, engullen unas
tortas mientras aseguran “sepa si mañana estamos vivos jefa”.
Como
si fuera una cuerda de salvación, aunque no lo sea, todos los días del
año, a todas horas, hombres y mujeres de todas las edades, de todo el
país, piden que su voz se escuche, que su historia se conozca, que se
sepa que la autoridad está vendida, involucrada o es ineficaz y por eso
su familia está devastada por un secuestro, una violación, una hija
robada, un niño cooptado por los narcomenudistas, un joven adicto, o un
padre asesinado.
Que no hay escuela para sus hijos, medicina para sus abuelas, psiquiátrico para sus enfermos.
Las
y los reporteros y fotógrafos, salimos a escuchar, a documentar la vida
real, porque esa es nuestra tarea, en la que creemos con fervor
profesional; con la esperanza de que nuestro trabajo, generalmente mal
pagado, provoque opinión, movilización, empatía, indignación, y en el
mejor de los casos, reacciones que movilicen a la sociedad y al Estado,
para que la injusticia se detenga, la persona secuestrada aparezca, las
familias se reúnan, los corruptos sean juzgados, nuestras niñas
regresen.
Es decir, para que las cosas cambien.
Por esa razón algunos políticos, policías o criminales nos secuestran,
violan, “desaparecen” o asesinan. No, no somos especiales, ni deberemos
serlo, pero nuestra tarea pertenece a la sociedad. Nos callan para
callar la voz de la gente, para controlar la información para confundir a
la opinión pública. La libertad de expresión es un bien social,
eliminar a la o el mensajero es eliminar al mensaje.
fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/08/mexico-con-la-vida-prestada.html
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