El pretexto es conocido: la guerra contra el narco.
Se abre un capítulo ignominioso que lanza una sombra siniestra sobre la
tradición pacifista de nuestro pueblo. Y, lo que quizá es peor, esto
podría implicar que Costa Rica –como México o Colombia con anterioridad-
se vea arrastrada en el torbellino terrorífico de la violencia del
narco.
Y, sin embargo, hay cosas que de esto
emergen con notable claridad. Al menos es así para quienes quieran
despojarse de conceptos zombis que, en relación con estos asuntos y como
fantasmas del pasado, siguen nublando la conciencia y la inteligencia,
no solamente de estas dirigencias políticas de tan grisácea catadura
intelectual y moral, sino también de la enorme mayoría de la gente.
1)
El fracaso de la guerra contra el narcotráfico
Esta
“guerra contra el narco”, de innegable hechura estadounidense, muestra
resultados lamentables, rayanos en el ridículo total, en el más completo
fiasco.
¿Han desaparecido los carteles de la
droga? Si se logra aniquilar, o cuanto menos debilitar a uno de estos,
casi inmediatamente aparece uno o varios que lo sustituye. Y, en el
proceso, y de ser necesario, se reubican geográficamente, siguiendo
criterios que irremediablemente recuerdan los que son característicos de
las corporaciones transnacionales. Estas evitan las ubicaciones que no
le son “amistosas” (bajos salarios, mínima fiscalidad, débil regulación
ambiental, floja legislación laboral, etc.), en procura de otras más
propicias. Los carteles de la droga, con similar ductilidad, se mueven
espacialmente en procura de localizaciones donde puedan operar con más
comodidad y menos control.
¿Han desaparecido
los grandes capos? Alguno o algunos de estos son capturados y
encarcelados, o incluso son físicamente eliminados. Pero entonces, y sin
mayor dilación, aparecen otros más que, por desalmados, sanguinarios y
ambiciosos, no tienen nada que envidiar de los que les antecedieron.
¿Se
logra parar los flujos de la droga? No, a lo sumo se les hace cambiar
de forma y se les compele a procurar nuevos canales por los cuales
discurrir. Aquí, de nuevo cuenta, se reafirma la flexibilidad de los
carteles de la droga para operar a escala transnacional. Cuando se les
cierra un conducto, creativamente abren otro.
2)
Es, en realidad, una guerra contra los pueblos
De
tal forma, esta llamada guerra contra el narco deviene como una especie
de juego macabro que deambula de un escenario a otro o, lo que es peor,
que, sin abandonar viejos escenarios, va mudando formas y desplazándose
para arrastrar y atrapar en su espiral sanguinaria a nuevos espacios
sociales y geográficos.
Son escenarios móviles a
lo largo de la geografía de nuestra América india e ibérica. No alcanza
la América opulenta del norte. Esta, y la vieja Europa, son el pozo sin
fondo donde se consume la droga. En cambio, es a nuestros países
latinoamericanos a los que les toca proporcionar las escenografías del
terror donde tiene lugar esa guerra sin fin.
El
proceso comporta el despilfarro masivo de recursos por parte de
nuestros gobiernos y bajo la mirada escrutadora y la férrea conducción
de los poderes militares y policiales del norte. Millones y millones que
podrían invertirse en salud y educación; en vivienda popular,
infraestructura vial, desarrollo científico, tratamiento de la basura,
limpieza de ríos contaminados, protección de parques nacionales.
Millones que podrían propiciar sociedades más justas e inclusivas. En su
lugar se malbaratan en una guerra que jamás cumple su cometido; que
jamás termina ni con la producción ni con el tráfico ni con el consumo
de drogas. Una guerra que solamente avanza en un sentido: como una
carrera demencial hacia niveles de violencia cada vez más brutales y
sanguinarios.
En realidad, esta no es una
guerra contra el narco sino una guerra contra los pueblos, victimizados
por el robo que sufren al tener que malbaratar sus escasos recursos para
fines por completo deplorables y, además, victimizados al quedar
atrapados en el fuego cruzado de la violencia desatada.
3)
¿Quienes gana con esto?
Ganan las mafias del
narco; sus capos; sus cuadros de criminales a sueldo. La clandestinidad
les da su razón de ser. La guerra que presuntamente se libra en su
contra les proporciona la fuerza motriz para su organización y
movilización y el incentivo para desplegar toda su nefasta creatividad.
Ganan
las industrias de armamento, que lo mismo producen balas y
ametralladoras para las fuerzas militares y policiales de los gobiernos,
que para los escuadrones de sicarios del narco.
Ganan
políticos y funcionarios corruptos que se confabulan con este aparato
siniestro del narco.
Ganan otros políticos y
funcionarios, indignos de su pueblo, que usan esta falsa guerra contra
el narco como mampara para justificar su arbitrariedad y encubrir su
ineptitud.
Gana los poderes imperiales del
norte opulento –en especial Estados Unidos- para los cuales esta guerra
es el pretexto perfecto para justificar su presencia militar y el
irrespeto a la soberanía de nuestros pueblos.
Ganan
algunos sectores económicos poderosos –el financiero, posiblemente el
que más- mediante el flujo masivo de dinero sucio y las inversiones que
este propicia.
4) ¿Es que hay alguna salida?
Estoy
persuadido de que existe solamente una salida sensata: la legalización
de la droga.
La ilegalidad ha fracaso
rotundamente, cualquiera sea el parámetro bajo el cual se le mida. Y si
lo que se pretendía era disminuir el consumo de la droga, debería
admitirse que también en ese aspecto el fracaso es absoluto. Es
simplemente desconcertante la terquedad con que se insiste que la droga
debe ser ilegal a fin de evitar el daño que su consumo ocasiona ¡Por
todos los cielos! ¿Acaso no salta a la vista que, de todas formas, la
droga circula por todos lados, lo mismo en salones lujosos de
residencias palaciegas que en los oscuros callejones de los barrios
marginales? También es groseramente manifiesto que son muchísimas las
personas cuya vida está siendo consumida por la adicción.
La
legalización de la droga terminará, de un plumazo, con los carteles,
los capos y sus cuadrillas endemoniadas de criminales y asesinos.
Terminará igual con el tráfico ilegal y la circulación de dinero sucio,
como también con la madeja interminable de corruptelas que este
alimenta.
Será una mala noticia para la
industria del armamento y para algunas otras que, como quien no quiere
la cosa, han usufructuado de esos capitales de fea procedencia. En
contrapartida, se podría mejorar las prestaciones de nuestros servicios
públicos, la protección del ambiente, el estado de las calles. Ello tan
solo por citar algunos posibles ejemplos.
De
paso, una tajada apropiada del dinero que se ahorre al terminar con esta
guerra absurda, podría destinarse a la educación y prevención en
materia de consumo de drogas y a la recuperación de personas aquejadas
de adicción.
fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/07/costa-rica-el-fracaso-de-la-guerra.html
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