(APe).-
Omar Cigarán tenía trece años hace cinco, cuando la policía y los
buenos vecinos los echaron a palos de la glorieta de la Plaza San
Martín, tan cerca de la Legislatura y la Casa del Gobierno. Eran quince.
Diecisiete. No se sabe muy bien. Solos y amontonaditos entre ellos.
Cuidándose del afuera feroz, con el techo del cielo sobre la cabeza.
Aspirando veneno, fumando lo que fuera. Cualquier cosa para exorcizar
tanto miedo.
Hoy Omar Cigarán tendría 17. Pero no llegó:
en febrero lo mató la policía. Los múltiples brazos del Estado jugaron
con él como con un bollo de papel. De aquí para allá, olvido, castigo,
abandono, encierro, castigo, intemperie, hambre, castigo. Y muerte. Como
suelen terminar estas cosas. Muerte. La de él o la de otro. Porque la
vida se devaluó un buen día, cuando Omar y sus amigos supieron que ellos
mismos valían menos que una hoja marchitada en la vereda. Sin más
domicilio que la plaza. Barridos cualquier noche a tiros y a sopapos
como basura al container. (Leer aquí las historias completas)
En una esas burlas crueles del olvido
bonaerense, el nombre de Omar Cigarán figuraba el domingo en los
padrones. Hubiera podido votar, Omar. Por esa ampliación de derechos que
se elige, en lugar de ampliar la vida para repartir por los confines,
vida buena, allí donde ya nadie se cree nada.
La frazada
Desde el año anterior se movían por el
centro de La Plata en grupo, para sentirse más seguros. Entre 6 y 17
años, tenían por julio de 2008. Cayeron en la glorieta de la Plaza San
Martín cuando los echaron de los pasillos de la Facultad de Humanidades,
donde durmieron por ocho meses. El día en que una piedra rompió un
vidrio, una decana llamó al 911. La policía los expulsó y conocieron, a
golpes, una pequeña muestra de la resistencia colectiva. Muy chiquitos
eran algunos. Y fueron a dar con sus huesos en la glorieta célebre,
donde hace un siglo y pico la elite platense se reunía a escuchar a la
Banda de la Policía. Cualquier pizca inapropiada, cualquier pelusa
social que desentonara en el escenario, era fumigada con la furia
policial. Igual que hoy.
Unos meses antes una funcionaria provincial
había contabilizado, prolijamente, unos 150 chicos en la calle
platense. El Municipio, en manos del mismo Pablo Bruera que el 2 de
abril auxiliaba a los inundados desde Brasil, tenía cuatro operadores de
calle para toda la ciudad. Y los medios, en la construcción constante
de los demonios de la inseguridad, los llamaron “la banda de la
frazada”. El mito cuenta que los niños de la glorieta tiraban una
frazada sobre los caminantes para sorprenderlos y en medio de la
distracción, les robaban.
Los chicos se quedaban con los celulares
que después cambiaban en las ferreterías por pegamento. O por sándwiches
en un kiosco cerca de la comisaría segunda. Alguna vez las
responsabilidades caerán como macetas de balcones sobre aquellos que
negocian con la desesperación. Y después levantan el dedo de la moral y
la mano dura.
El Municipio, mientras tanto, no tiene
infraestructura que prevea la existencia de infancia en la calle. Un
lugar donde estar, que no implique sistemas carcelarios ni
domesticaciones de prepo ni medicaciones que les palmen la voluntad y la
rebeldía. La sociedad se queja de esa presencia complicada. Consumiendo
cualquier cosa que les vuele la cabeza para estar y no estar donde les
tocó. Se drogan todo el día, dicen. (Y cruzan de vereda). Roban. Y se
fugan de los hogares. Quieren estar afuera. Y juntos. No permiten que se
los ayude, repiten en la verdulería, en la cola del banco y en el
diario El Día. “Ser un chico de la calle implica haber aprendido a
sobrevivir en ella. La sobrevivencia no se reduce a la provisión de
medios materiales de vida sino a la constitución de valores y referentes
identificatorios que le dan sentido a ese "ser y estar en la calle",
sin los cuales sería imposible tolerar el desamparo, convivir con el
terror, probarse en los límites de lo insoportable, de la violencia y la
agresión, el hambre, el frío, la persecución policial, las migajas de
caridad, el desprecio reiterado”, decían Liliana Guido y Alberto
Morlachetti varios años antes de que la policía y la vecindad atacaran
la pérgola.
Los chicos de la frazada (una posesión
exquisita que usarían más para abrigarse que para robar) construyeron
una libertad sin límites en la calle que tenía a la pérgola como sala de
estar. Necesitaron crear sus propios códigos y sus propios links con la
vida para no caer en el camino. Dicen Guido y Morlachetti: “ofrecerle
`abrigo, afecto, protección, comprensión´ al chico de la calle parece
una opción sensata. Sin embargo, son goces y necesidades que hay que
volver a crear. Por ello, una visión inmediatista ante los conflictos y
dificultades de `conquistarlo´ señalará al chico como incorregible,
semilla de maldad, irregular social, discapacitado afectivo, en suma,
desagradecido”.
Porque no responden a la caridad
providencial ni a los intentos del Estado, que primero abandona y
castiga para luego ofrecer alternativas de encierro y drogas sustitutas.
Ninguna opción de vida que enamore o reconstruya.
La olla
Un lunes de pleno invierno se formó a su
alrededor la Asamblea Permanente por los Derechos del Niño (APDN) y se
armó una olla popular en la plaza. Para que, al menos, comieran de vez
en cuando algo caliente sin que acceder a un sándwich implicara robar un
celular.
A las diez de la noche del 25 de julio,
cuando la gente de la olla se fue y la soledad nocturna se hizo tan
patente como los fantasmas y las brujas, aparecieron de todos lados.
Llegaron en bicicletas y a pie. Vestían como la gente común, pero
algunos decían que eran policías. Traían armas de fuego, palos y
cadenas. Y la emprendieron contra los quince pibes que se amuchaban
contra el frío voraz en la curvatura de la pérgola. Decían que llegaban a
“limpiar la plaza” y a “barrer la lacra”.
Aterrados, heridos, se desbandaron por las esquinas y terminaron tocando las puertas de quienes les armaban la olla.
Volvieron a la calle. Buscando un rincón
donde caer, como el viejo edificio del Blockbuster. Aunque la Plaza San
Martín volvió a ser parada favorita. Algunos estaban de novio. Otros,
muy chicos todavía, jugaban con piedras y botellas vacías imaginando
castillos y legionarios. Algunos dormían y despertaban gritando el
monstruo de sus alucinaciones. Otros salían a buscar revancha en la
puerta de algún coche o en la cartera arrebatada a una mujer. Muy de vez
en cuando alguno de ellos volvía a una casa materna por una noche. Pero
la mayoría no tenía casa. Ni cama donde volver. Nadie iba a la escuela.
Consumían más que antes. Comían menos. Estaban llenos de tos, dientes
marrones y heridas en la piel. El Estado, que nunca supo qué hacer con
ellos, les armó causas penales para que los diarios titularan “Menor con
60 entradas a la comisaría. Muchos habían sido abusados y reaccionaban
con horror ante una caricia. Refugiados en la cocaína, el paco, la
marihuana, el pegamento o el combustible con el que se mareaban hasta
caer intoxicados pero con la conciencia desactivada. Para no ver. Ni
oir. Ni ser.
Amparo y desamparo
Las organizaciones presentaron ante la
Justicia una acción de amparo. Que, desde hace cinco años, no fue más
que una acción de desamparo. Pedían: “La urgente habilitación de un
lugar que opere como centro de referencia diurno y nocturno para niños y
niñas; con una suficiente dotación de profesionales (medico, psicólogo,
especialista en adicciones); con presencia de profesionales que se
desempeñen como operadores de calle, especializados en adicciones y en
la problemática de violencia familiar; la urgente cobertura de las
necesidades de alimentación y atención de la salud de los niños y niñas
mencionados; la habilitación de una línea telefónica de 24 horas a la
que se pueda llamar en caso de emergencia. La misma deberá ser
ampliamente difundida; la realización de acciones conducentes para
viabilizar el acceso igualitario de los niños y niñas al sistema
educativo (formal y no formal); se diseñen programas de revinculación
con sus familias en los casos que sea posible y/o la implementación de
un subsidio o ayuda económica para ellos”.
El Juez en lo Contencioso Administrativo N°
1 de La Plata falló el 10 de noviembre. Y consideró que el Estado no
tenía herramientas suficientes como para abrigar en la totalidad de sus
necesidades a los más de 200 chicos que dormían por las calles
platenses. Ni para los 15 de la pérgola. Y determinó una serie de
acciones imprescindibles, desde infraestructura a políticas públicas
para que esa infancia tuviera una ventanita, mínima, por la que asomar a
otra vida posible. Luego de apelaciones y sobreapelaciones, en mayo de
2012 el fallo quedó firme. Habían pasado cuatro años del ataque.
En junio de 2013 el Senado provincial dio
media sanción a la creación de casas abiertas o paradores para los niños
errantes de La Plata. Dispone “crear en un ámbito céntrico de la
ciudad, uno o más paradores, de acuerdo a la demanda del sector, con
suficiente infraestructura y personal idóneo para cubrir las necesidades
básicas de alimento, higiene, descanso, recreación y contención, de los
niños, niñas y adolescentes que requieran esta asistencia”. Todavía
tiene que pasar por Diputados. Cinco años después de que la policía y la
vecindad los desparramaran a tiros y a palos para dejar libre la plaza
de sus presencias rotas, sucias y desesperanzadas.
Desinfancia
Varios de los niños ya no son niños. Omar
Cigarán murió bajo una bala policial. Algunas chicas se hicieron madres.
Otros están en la cárcel. Algunos tienen causas penales pesadas. Otros
llevan el veneno puesto en las neuronas demolidas, en el cuerpo
flaquísimo. Los chicos del amparo quedaron, finalmente, en el camino.
El Estado los abandonó al costado, como un auto que desagota el cuerpo
del homicidio para desactivar responsabilidades. Los castigó, los
penalizó, los golpeó, los desamoró, los encerró y les puso muerte (la
propia y la ajena) en sus manos.
Los chicos del amparo se vuelven adultos. Y siguen en desamparo. Como para siempre. (Leer todas sus historias en nota aparte).
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7908:silvana-melo&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7908:silvana-melo&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106

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