(APe).-
Paola Panizza es muchos mundos. Y los abraza en el colectivo de sus
sueños. Mira hacia atrás y se topa con la imagen del “Flaco”, su papá,
al que –con sus manitas tenues- intentó asirse aquel día del 77, antes
de que las nebulosas del terror se lo devoraran para siempre. Y mira
también hacia este presente que le resulta aciago y ve como vio el
miércoles 14 de agosto a los hombres de uniforme irrumpir con sus
violencias en el patio de su escuela. Ahí en el barrio Anai Mapu, más
allá de Circunvalación, donde Cipoletti se hunde y se abruma en las
pobrezas viejas. Esas que amasó la historia, el menemismo, el después.
Pao Panizza ama las palabras. Las dibuja. Las sacude y, entre
surrealismos, las rearma y luego las desmenuza en un salón de clases del
CEM 147. Donde los alumnos son –cuenta en entrevista con APe- “los
chicos jóvenes que no pudieron terminar la escuela. Por lejanía. Por
prejuicios. Porque son de un barrio pobre y estigmatizado”.
Eran las 19.35. Los alumnos habían salido
al primer recreo. Algunos ya habían dejado a sus propios críos en el
centro infantil una hora quince antes. “Es que la maternidad hizo que
muchas chicas dejasen la escuela. Y ahora que existe el centro infantil
pueden seguir”, cuenta Paola.
“Ese día miré y vi a un policía en el patio
y con la mano sobre el arma. Dijo que buscaban a alguien que había
entrado armado. Entré en las aulas y no había nadie extraño. Al rato vi
que eran tres policías y se movían rápidamente. Era todo un caos.
Salían. Entraban. Les dije que no podían entrar así. Le pedí a uno de
ellos que se identificara. Me dijo que era el subcomisario Monsalve. Y
me gritó vos no sabés nada ni viste nada. Finalmente se fueron pero antes dijeron vos te quedás a cargo de lo que pase acá”.
Paola Panizza carga ahora con una denuncia
“por encubrimiento”. Los policías, en tanto, se apuraron a denunciar que
habían allanado una casa del barrio y habían requisado una tumbera.
¿Acaso es extraño?, se pregunta ella y define la misma y eterna
historia repetida en los márgenes. “Anai Mapu es extremadamente pobre.
La gente vive desde hace años de los planes sociales. Es gente de
trabajo pero el trabajo germina muy de a poquito y recién ahora para
algunos. Hay muchas tomas. Tierras ocupadas precariamente. Y acá hace
frío en el invierno. Y las chapas y el nylon no alcanzan. La juventud
acá tiene mucha, mucha calle. Y es esclava de los consumos. Del alcohol.
De las drogas. Y son chicos que no acceden al centro. El otro día
hicimos una actividad y para muchos fue la primera vez que vieron una
obra de teatro. No es fácil para los jóvenes la vida. El alcohol es algo
que atraviesa a los chicos. Pero también a los adultos. Hombres y
mujeres. Y es mucha la gente que está hundida en la depresión. Los
jóvenes son, a su vez, hijos de desocupados”, relata Paola.
Ella es muchos mundos, a la vez. Y por eso,
también, es que se mira y dice “a veces me sorprendo de mí misma”. Como
cuando le habló, en el patio de la escuela, al subcomisario Monsalve.
Pero también aquella otra vez en que quedó frente a frente con el mayor
Guastavino, como se hacía llamar Raúl Antonio Guglielminetti, el ex
inteligencia, ex triple A, ex traficante de armas, ex guardaespaldas, ex
represor en el Atlético (1976-1977), el Banco (1977-1978), el Olimpo
(1978-1979) y Automotores Orletti y simplemente le dijo “asesino”. Fue
en el Tribunal Oral Federal de Neuquén en el que el 6 de noviembre de
2012 fue condenado a 12 años de cárcel (sumados a los 25 años a que lo
condenó el Tribunal Oral Criminal Federal Nº 2 de Buenos Aires el 21 de
diciembre de 2010 y los 20 que le impuso el Tribunal Oral Federal Nº 1
de Buenos Aires, el 31 de marzo de 2011).
Paola Panizza es muchos mundos. Es esa
consigna que abraza concientemente pero que a la vez la abrasa desde los
tiempos del silencio, cuando no sabía que era la hija de un
desaparecido, y repite: la verdad es revolucionaria. Y es
también el recuerdo de Luis Panizza, delegado de la metalúrgica de Loma
Hermosa, en el noroeste del Gran Buenos Aires, su papá. Ese al que
llamaban “el Flaco”, al que ella ya hace rato superó en edad, que era
militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Que primero
fue preso. Que después, ya en los tiempos en que la Argentina vivaba los
goles y arengaba el horror, era clandestino y finalmente, desde aquel
día en que quiso acercarse a la metalúrgica, un eterno desaparecido.
Mil veces los recuerdos se entrampan en la
nebulosa y desatan un viaje veloz por los túneles del tiempo. Cuando la
policía de la subcomisaría 79 del policía Monsalve irrumpió en el patio
de su escuela, se sucedieron en batallón los fantasmas.
Y temió la masacre. Que un movimiento en
falso de alguno de los chicos de su escuela terminase en sangre. Como
terminó en sangre cuando Ulises, de apenas 16 años, alumno del CEM 147,
recibió un disparo policial en el ojo aquel sábado de 15 días antes
cuando salía con sus amigos del boliche. Como terminó en muerte cuando
Braian Hernández, en Neuquén, iba en auto con sus amigos y un policía lo
baleó en la nuca. O cuando Atahualpa Martínez Vinaya o Julián
Antillanca salían de un boliche.
Y temió la desaparición. Como con Daniel
Solano, el joven trabajador de Tartagal engullido en Choele Choel
después de reclamar por su salario y por el que fue allanada una
comisaría y separados varios policías. Como con Sergio Avalos, diez años
atrás, en Neuquén. O con Carlos Painevil, en Allen. O como con su papá,
“el Flaco” Panizza, 35 años atrás, en los suburbios del ombligo del
país.
No tienen derecho a estar dentro de la escuela,
atinó a decir a los policías Paola Panizza. En el corazón mismo de Anai
Mapu, el barrio que sigue creciendo entre las pobrezas viejas que
pergeñó ese encierro que no tiene rejas y que marca como destino
obligado las calles de la domesticación. Los Anai Mapu están diseminados
como geografías sin cepos ni murallones pero aprisionan desde el
olvido, desde los venenos, desde la irrupción uniformada, desde la
ghetización que empuja sólo a sobrevivir. En donde el Estado –diría
Galeano- practica el homicidio con premeditación y en donde se
exonera la responsabilidad de un orden social que arroja cada vez más
gente a las calles y a las cárceles, y que genera cada vez más
desesperanza y desesperación.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7919:claudia-rafael&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7919:claudia-rafael&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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