jueves, 28 de marzo de 2013

Sociedad: ¡Que no ganen ellos, los poderosos, los hombres sanguinarios, sino tú, el Dios de los pobres, nuestro Defensor!...




NARRADOR Entonces Jesús se apartó como a un tiro de piedra y se sentó sobre una roca. Más allá del Cedrón, Jerusalén brillaba, vestida de luna, completamente blanca. Era la noche del jueves 13 del mes de Nisán.

JESÚS ¡Padre!... Si hubiera llegado mi hora, dame fuerzas. Dame valor para no responder con violencia a la violencia de ellos. Si me llevan a juicio, que tenga palabras para denunciarlos en el tribunal. Si me torturan, que sepa callar para no delatar a mis compañeros. Ellos quieren matarme, pero yo no quiero morir. ¡Todavía no!... ¡Dame tiempo, Señor! ¡Necesito tiempo para terminar la obra comenzada! Hay que seguir abriéndole los ojos al pueblo, seguir anunciando tu buena noticia a los pobres. Nuestro grupo está apenas empezando a andar… ¡No, yo no puedo faltar ahora!... Padre, ellos quieren taparnos la boca, quieren ahogar la voz de los que reclamamos justicia. ¡Que no se haga la voluntad de ellos, sino la tuya! ¡Que no ganen ellos, los poderosos, los hombres sanguinarios, sino tú, el Dios de los pobres, nuestro Defensor! ¡Mete tu mano ya, Padre! Saca la cara por nosotros, los humillados de este mundo, los siempre derrotados… ¡y si no, bórrame a mí de tu libro!

NARRADOR Los olivos retorcidos recortaban sus sombras sobre la tierra. Por
el oriente, aparecieron unas nubes que atravesaron con prisa el cielo y ocultaron pronto la luz lechosa de la luna. A lo lejos, los chillidos de los pájaros de la noche rasgaron el aire como avisos de centinela. No hacía frío, pero Jesús comenzó a tiritar.

JESÚS Yo sé que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto. Yo mismo lo he dicho y el espíritu lo entiende, pero luego, cuando llega la hora, la carne tiembla. Tengo miedo, Padre, tengo miedo. Si por lo menos tú me dieras una señal... Dame una señal, una prueba de que tú no me has engañado, de que esta lucha no ha sido en vano. A Gedeón le diste una señal antes de salir a la batalla. A Jeremías le enseñaste una rama de almendro. Mira esa rama, Señor, la rama de ese árbol... si floreciera, si de pronto se abriera la flor blanca del olivo como una señal de paz. ¡Respóndeme, Señor! ¿Por qué te callas?... ¿Es pedir demasiado?... ¡Tú me pediste más a mí! Me pediste que dejara mi tierra y la casa de mis padres. Por ti hablé, por ti me llené de rabia contra los grandes de este mundo y grité en la plaza y en las calles y no me senté a comer en la mesa de los mentirosos. Por ti me he quedado solo. Lo he perdido todo por hacerte caso a ti. ¿Y Tú no puedes darme la señal que te pido? ¿Ni siquiera eso? ¡Habla, responde! ¿O es que todo será un espejismo, como las aguas falsas que se ven en el desierto?

NARRADOR Jesús se dobló y pegó la cara contra la tierra y arañó las piedras
con las manos, con las uñas, desesperadamente. A esa misma hora, Judas, el de Kariot, seguido de una tropa de guardias, atravesó el Cedrón. Los soldados se internaron en la oscuridad y fueron tomando posiciones en la ladera del Monte de los Olivos.

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BIBLIOGRAFÍA
José Ignacio y María López Vigil, Un tal Jesús, SERPAL, 1980.

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