El año 2011, una insólita
polémica sonora empañó el desarrollo de los festejos “patrios” en Chile.
El prácticamente vitalicio alcalde de la comuna de Ñuñoa, Pedro Sabat
(RN), resolvió prohibir mediante una ordenanza municipal cualquier ritmo
foráneo o no chileno de raíz folclórica en las fondas ñuñoínas, con la
excusa de que “históricamente nuestra fiesta se ha caracterizado por
tener sólo música chilena”[1].
El día 19 de septiembre del mismo año, el portal www.cooperativa.cl publicaba el testimonio de los fonderos del Estadio Nacional
afectados, en un artículo titulado “Fonderos de Ñuñoa fustigaron
prohibición municipal de tocar cumbias”, donde quedaba clara la
impopularidad de la medida:
“La cumbia es una tradición en Chile, y
la gente ha reaccionado malamente cuando le explicamos que por orden
municipal no podemos colocarla. Incluso han llegado a lanzarnos
botellazos, poniendo en peligro a la gente que está en el
interior” (Testimonio de Nelson Morales, Fonda “En Familia” del Estadio Nacional)[2].
Asimismo, un breve recorrido por el
cobertura mediática de los últimos años nos muestra cómo también algunos
cultores cuequeros alimentan el odioso e impopular conflicto; el día 17
de septiembre del año 2006, Gloria Arancibia de “Los
Paleteados del Puerto”, señalaba al Mercurio de Valparaíso que “…en esta
fecha debería haber olor a patria, que no la hay”[3], en relación a la escasa presencia de la cueca en las fondas portuarias y chilenas.
Parece ser que en tiempos en que las más
diversas ritualidades populares y oficiales tienen su clímax, buscando
las unas reivindicar la práctica festiva, y las otras ensalzar una
narrativa nacional sobre “lo auténtico”, “lo chileno”, “lo tradicional” o
“lo patriótico”, también entra en auge la insistencia en alimentar un
falso y chauvinista conflicto entre dos de nuestras más queridas
sonoridades: la cumbia y la cueca. No obstante, la polémica no tiene
nada de nueva.
SE VA LA PRIMERA: DE POLÉMICAS Y PROHIBICIONES FESTIVAS
Lo que hoy conocemos como fonda patria
tiene en realidad su origen en la colonia, específicamente en las
ramadas campesinas del siglo XVI, una de las formas de sociabilidad
festiva características de los sectores populares rurales de la época.
Se trataba de precarios espacios de encuentro, comida, bebida y
regocijo, pero también de habitación, sobre todo en aquellas ubicadas en
sectores aledaños a los nacientes centros urbanos[4].
Entre finales del siglo XVIII e inicios
del siglo XIX, la expansión urbana absorbió algunas de las tradicionales
ramadas, que en este nuevo contexto periférico suburbano pasaron a
denominarse chinganas, palabra de origen quechua (chinkana) que puede traducirse como escondrije festivo[5].
Aun en controversia, existe cierto
consenso en atribuir a las chinganas el lugar de escenario en el que se
cristaliza lo que conocemos como cueca, una apropiación de la zamacueca peruana que habría llegado a Chile durante las primeras décadas del siglo XIX[6]. Es
interesante notar cómo una musicalidad hoy reconocida como
auténticamente nacional, tiene su origen en el vecino país del Perú, así
como también raíces mestizas de herencia española, árabe e incluso
africana[7], cuestión que seguramente desconocen los citados polemistas y que sin duda causaría rubor en sus nacionalistas mejillas.
Para las élites de la época, no
obstante, la polémica era otra. Se trataba más bien de controlar los
desórdenes festivos que caracterizaban a las chinganas, donde la
borrachera solía terminar en riñas que resultaban poco gratas para las
gentes de los sectores altos de la capital. Es así que encontramos tanto
reglamentaciones como prohibiciones que constreñían la vida de las
chinganas a barrios populares de inicios del siglo XIX, tales como el
sector de la Chimba (más allá del Río), hoy barrio
Mapocho. El 19 de febrero del año 1824, un Decreto Gubernamental
establecía como sectores permitidos para las chinganas: “la Alameda del
Tajamar -desde la segunda pila hasta la quinta de Alcalde-; en la Cañada
-desde la esquina de debajo de la Moneda hasta el colegio de San
Agustín-; y en la Cañadilla -desde la esquina de Zañartu hasta la
capilla de la Estampa- prohibiéndose cualquier instalación fuera de los
lugares señalados…”[8]. Junto a éste, el día 21 de mayo del mismo
año, un Decreto de la Policía de Buen Orden de Santiago señalaba:
“Quedan prohibidas las chinganas, ramadas, juegos de bolos, ruedas de
fortuna, loterías privadas, rifas y carreras de caballo, sin previa
licencia de la intendencia y se limita el horario nocturno de fondas,
cafés, pulperías y bodegones”[9].
Pero las constricciones oficiales hacia
las chinganas no eran tampoco cosa muy nueva en la naciente República de
Chile, pues ya en 1816 y en 1821, Casimiro Marcó del Pont y Bernardo O´Higgins
respectivamente, habían decretado la prohibición del juego carnavalero
de la challa, en razón del desorden e incomodidad que generaba para las
élites de la época.
No se trataba entonces de una riña entre
lo auténtico y lo inauténtico, entre lo propio y lo ajeno, entre lo
chileno y lo no chileno, sino entre lo oficial y lo subalterno, entre
las élites y el pueblo, cuestión que nos lleva a repensar los sentidos
encubiertos de la polémica defensa por la cueca en nuestros días.
Sin embargo, el año 1872 bajo la intendencia de Benjamín Vicuña Mackenna,
comienza a desarrollarse una estrategia diferente, dado que las
ordenanzas y decretos no habían logrado contener la expresión festiva de
los sectores populares. Es así que en la esquina de las calles Av.
Matta y Arturo Prat, se instala la llamada Fonda Popular,
“con la intensión de controlar en parte algunas de las actitudes
destempladas habituales de las chinganas, se clausuraron muchas de ellas
y se intentó concentrar la actividad en esta “Fonda Popular””[10].
Ya en el siglo XX, la palabra fonda
había reemplazado a la de chingana y se había transformado en el espacio
emblemático de conmemoraciones dieciocheras, mas con una estética
campesina más parecida a la de las ramadas, que al de las antiguas
chinganas. De alguna manera, la fonda patria volvía a su origen
colonial, representando una de las tantas falacias de nuestra
chilenidad.
NO HAY PRIMERA SIN SEGUNDA: LA CHILENIDAD A LA LUZ DE SUS PROPIAS FALACIAS HISTÓRICAS
La historia de las falacias patrias
tiene más larga data, y se remonta al “Acta de Instalación de la
Excelentísima Junta de Gobierno del Reino de Chile”, que en el año 1810
señalaba: “En la muy noble ciudad de Santiago, a diez y ocho días del
mes de Septiembre del año de mil ochocientos diez, el Muy Ilustre Señor
Presidente y señores de su Cabildo congregados con todos los jefes de
todas las corporaciones, prelados de las comunidades religiosas y
vecindario noble de la capital en la sala del Real Consulado, dijeron:
…Todos los cuerpos militares, jefes, prelados, religiosos y vecinos
juraron en el mismo acto obediencia y fidelidad a dicha junta instalada
así en nombre del señor Fernando Séptimo, a quien estará siempre
sujeta…”[11].
La constitución de la Primera Junta de Gobierno
tenía pues un carácter realista, dependiente, no patriótico y
auténtico, como pretende reivindicar la retórica oficial que lleva
asociada la ritualidad dieciochera. Pero entonces, ¿por qué en las
efemérides cívicas del calendario nacional se señala a Septiembre como
“el mes de la patria” y el día 18 como el de la “independencia”?
Según la historiadora Paulina Peralta[12],
hasta 1836 Chile conmemoraba fundamentalmente 3 fiestas cívicas, el 18
de septiembre de 1810 -la primera Junta Nacional de Gobierno- el 12 de
febrero de 1818 -la Declaración de Independencia- y el 5 de abril de
1818 -la Batalla de Maipú-, que representaban respectivamente la
regeneración política, la independencia y su consolidación. Sin embargo,
esta multiplicidad festiva se habría reducido a una única festividad
durante el gobierno del militar conservador José Joaquín Prieto, aduciendo razones de corte económico.
Sospechosamente, la fecha elegida por
Prieto para unificar las conmemoraciones patrias coincide con los días
en que inicia y culmina su propio período presidencial (entre el 18 de
septiembre de 1831 y el 18 de septiembre de 1841). Pero había además
otro antecedente. Prieto había sido general durante el precedente
gobierno de Diego Portales, otra gran figura de las
falacias de la retórica nacional oficial, pues es considerado como el
arquitecto del orden republicano, pese a su controversial política de
autoritarismo y obediencia civil.
Portales es quien preside la primera
Revista o Desfile Militar el día 18 de septiembre del año 1932, dándole a
la fecha cívica un contenido militar que buscaba ligar dos
acontecimientos contradictorios: la Primera Junta Nacional de Gobierno,
dependiente y realista, como ya se ha señalado -no obstante significada
como símbolo de la independencia nacional-, y la creación meses después
del primer Ejército Nacional, el día 2 de diciembre de 1810, cuyo
principal objetivo era justamente obtener la independencia. No fue sino
hasta el año 1915, durante la presidencia de Ramón Barros Luco, que se decreta por ley de la República el día 19 de septiembre como la fecha conmemorativa de las Glorias del Ejército, y se desplaza para entonces la Revista, hoy conocida como Parada Militar.
El último ingrediente autoritario y
oficialista de este breve recorrido por algunas de las falacias patrias
que van configurando una narrativa oficial de “lo chileno” -y por ende
de lo no chileno- lo encontramos en el estatus de “baile nacional” de la
propia cueca, declarada como tal durante la dictadura militar de
Pinochet, el 18 de septiembre de 1979, mediante el decreto por Fuerza de
Ley No. 23, firmado en el propio Edificio Diego Portales, como lo anuncia Patricio Bañados en la siguiente nota de prensa (y como lo comentan los conductores del programa):
La cueca entonces nacionalizada, poco
tiene que ver con sus expresiones campesinas y chinganeras populares,
pues se trata de una cueca estilizada, deserotizada y cuyos personajes
centrales son el huaso elegante -el terrateniente patrón de fundo- y la
china -la campesina mestiza a la que el patrón solía echar mano-. La
figura patriarcal y hacendada, junto a la figura madre de los huachos
“patrios”, termina así de coronar nuestra mentada “chilenidad”.
Tercera patita: la pata e´cumbia
Entonces, si la cueca tiene un origen
peruano y fue impuesta como referente “nacional”, la fonda patria tiene
una inspiración colonial, y la conmemoración de la independencia en
realidad festeja la dependencia realista, ¿por qué tanto problema con el
“cumbiancheo patrio”?,
¿no será que la polémica viene del vínculo de la cumbia con un renovado
desprecio a lo popular, a la estética “populachera”, en especial
durante mediados de los ´90 cuando la cumbia sound se tomó las fondas chilenas?
Preguntémosle a nuestros clásicos cumbiancheros:
“Cuando yo era chico tocaban más folclor
y habían muchos grupos folclóricos, y no sólo tocaban cuecas, tocaban
tonadas entre medio… Ponte a pensar, la cueca la tocas media hora y la
gente no te baila más ya… entonces qué tiene que bailar la gente
después, tiene que bailar música tropical, entonces muchos folcloristas
decían que por qué la cumbia y hablan de eso…”
(Tommy Rey, Entrevistado por el Colectivo Tiesos pero cumbiancheros, 30 de abril de 2011)
“Cuando empezó fuerte la música tropical
nosotros acaparamos todo. La gente era muy buena para bailar cueca y
corridos mexicanos… después empezaron a tocar cumbias. Yo tuve problemas
con el sindicato de folcloristas, pero la culpa no es mía…”
(Marty Palacios, Entrevistado por el Colectivo Tiesos pero cumbiancheros, 21 de julio de 2011)
Con todas sus falacias y chauvinismos,
el 18 de septiembre en Chile es lo más parecido a una fiesta
carnavalera, que simboliza su historia de autoritarismos y prohibiciones
en el propio desfile militar, pero que al mismo tiempo concentra su
arraigo popular justamente en el festejo fondero, el mismo que sonó en
ritmo de cueca, tonada y corrido mexicano, que alguna vez sonó en clave
de sound e incluso de axé, y que hoy no tiene
problemas en juntar en un mismo espacio la más diversa variedad sonora:
ritmos tales como el rock fondean junto a la salsa o el reggaetón, la
cueca campesina con la urbana, las cumbias “a la chilena” con las
“extranjeras”.
Y es que contrario a lo que pensaría Sabat (y tantos otros), la cumbia también es cueca…
Gentileza del Colectivo Tiesos Pero Cumbiancheros
Conozca más de sus investigaciones AQUI
[1] En: http://www.cooperativa.cl/fonderos-de-nunoa-fustigaron-prohibicion-municipal-de-tocar-cumbias/prontus_nots/2011-09-19/091537.html
[2] Ídem.
[6] “Fue famosa la chingana… Diversión popular y culturanacional en Santiago de Chile, 1810 – 1840”,
Karen Donoso Fritz. Revista de Historia Social y de las Mentalidades.
Departamento de Historia, Universidad de Chile. No. 13, Vol. 1, 2009: 87
– 119. ISSN: 0717-5248
[8] En: “Fue famosa la chingana…”
[9] En: “Santiago a comienzos del siglo XIX. Crónicas de los viajeros”, Guillermo Feliú Cruz. Ed. Andrés Bello, Santiago
[12] En: ¡Chile tiene fiesta! El origen del 18 de septiembre (1810 – 1837). Santiago, LOM, 2007
Vía,fuente:
http://www.elciudadano.cl/2012/09/24/57576/la-cumbia-tambien-es-cueca-senores-falacias-sobre-la-autentica-chilenidad/
http://www.elciudadano.cl/2012/09/24/57576/la-cumbia-tambien-es-cueca-senores-falacias-sobre-la-autentica-chilenidad/
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