En
la columna anterior hice un llamado al voto útil consecuente o
natural, es decir, si partimos del hecho de que hay tres opciones, y
que dos de ellas llevaron al país a donde está, lo consecuente es votar
por la tercera opción. Ya no hay tiempo para darle vueltas al asunto,
México está al borde del precipicio y en un descuido podríamos amanecer
no en una dictadura totalitaria ni en una dictadura de partido, sino
en una cruenta dictadura del crimen organizado.
Hace poco más de
cuarenta años ocurrió algo que en un descuido podría quedar sepultado
por completo en el olvido. Sí, me refiero a lo que siempre se conoció
como el “halconazo”, palabra que ha degenerado al grado de que para
muchos jóvenes seguramente significa que es algo relacionado con los
jóvenes ligados al narco y la delincuencia organizada, o que éstas
utilizan como vigías, espías o bloqueadores de perseguidores. En aquel
entonces, un halcón era algo muy distinto.Un halcón era un miembro de un grupo paramilitar adiestrado para reprimir, golpear, torturar y hasta matar impunemente. Al frente de ellos estuvieron varios militares, oficiales ellos que habían recibido adiestramiento en Estados Unidos. Existían cuatro grupos, y el salario que recibían dependía de su conducta en los entrenamientos y misiones: entre más despiadados y temerarios, mejor salario. Sus primeras acciones no los revelaron como un grupo paramilitar organizado por la regencia capitalina, pues fueron actividades que podrían atribuirse a cualquier grupo de golpeadores formado al azar y ocasionalmente. La actividad que puso en evidencia tanto su organización como preparación fue la represión de la manifestación estudiantil del Jueves de Corpus de 1971, el 10 de junio.
Tengo frente a mí lo escrito por un joven de aquel entonces, estudiante de la Prepa Popular Liverpool cuyo hermano cayó aquel 10 de junio. Hace un recuento de las circunstancias y... transcribiré algunas líneas de ese documento: “ En la tarde del jueves... cuando se preparaba la manifestación para partir y se ordenaban los contingentes, empezó a correr un rumor: era posible que intentaran reprimir, pues había grandes contingentes de granaderos con sus tanques antimotines y camiones de color gris con gente en su interior, en la esquina de la México-Tacuba y Melchor Ocampo, así como en las calles que desembocaban en la Avenida de los Maestros...
“Los halcones atacaron la manifestación por las calles de Alzate, Sor Juana Inés de la Cruz, Amado Nervo y por la calzada México-Tacuba. Cuando atacaron los halcones con sus varas de kendo y chacos, varios estudiantes salimos a enfrentarlos. Después de una batalla en la calles mencionadas, con palos, botellas y piedras, los agresores se replegaron para en seguida dar paso a los grupos armados con pistolas y rifles de asalto M1...
”Cayeron heridos los primeros compañeros. A pesar de lo salvaje y sangriento de la represión, aumentaba la resistencia de los estudiantes para evitar que aumentara el número de heridos y muertos.... Cuando llegué a la Normal, varios compañeros me informaron que una ambulancia de la Cruz Roja acababa de llevarse a mi hermano, que lo habían entregado por la gravedad de las heridas. Había recibido tres balazos: dos en el estómago y uno en el hígado...
”Al salir de nuevo a la calle, en plena refriega, las camionetas grises del DDF, con gente armada iban disparando a todo aquel que se cruzaba en su camino.... Desde el interior de una casa cercana al hospital Rubén Leñero, vimos que los halcones sacaban de él a estudiantes heridos...”
Por fortuna el hermano de Enrique no estaba entre esos y permaneció en el hospital, para finalmente fallecer el 10 de julio.
La diferencia entre aquellos muertos del 10 de junio y los de ahora, es que los de entonces hicieron un aporte significativo a la lucha por la democracia y contribuyeron decisivamente al cambio; en cambio los de ahora... parece que están sirviendo de pretexto para que regresen los criadores de halcones.
Vìa,fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2012/06/03/sem-orlando.html
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