Apoco de andar el siglo XXI, las pistas
son esclarecedoras. Ya nadie se llama a engaño. La crisis ha sido una
buena excusa para desarticular el pobre Estado de bienestar que acompañó
el llamado milagro español, que –todo hay que decirlo–, era más
paternalista que afincado en políticas keynesianas de redistribución de
la renta y pleno empleo. Su origen lo encontramos en los gobiernos
tecnócratas, conocidos popularmente como gobiernos del Opus Dei. Fue el
momento de la modernización del franquismo. No será la vieja guardia
franquista quien se siente en los consejos de ministros a partir de
fines de los cincuenta del siglo XX. La nueva camada del franquismo muta
hasta hacer imperceptible la ideología fascista que la precedía. Muchos
de sus cachorros no compartían sus aspectos más repulsivos, la tortura y
represión. Con un discurso ambiguo, a la muerte del dictador, 1975, son
quienes dan vida a reforma política. Ya nada se les resistía.
Franquistas de corazón, crearon una realidad ficticia para impedir la
ruptura democrática. Su estrategia fue señalar la existencia de un
búnker político donde se agazapaba el franquismo y cuyo poder radicaba
en el control sobre las fuerzas armadas creadas por la dictadura
fascista. Identificado el enemigo, el resto eran aliados y compañeros de
viaje en la transición. Lo inteligente, para evitar un golpe de Estado,
era aislar a la oligarquía política y apoyar a la burguesía reformista.
Cualquier otra opción estaba fuera de lugar. El capital financiero e
industrial brindó su apoyo y financió la aventura política, en esa época
agrupados en la Trilateral. Así surge el periódico El País,
dirigido por Juan Luis Cebrián, franquista pragmático de última
generación. Los gobiernos de Adolfo Suárez contaron con sus parabienes.
Cuando ganó el PSOE, en octubre de 1982 –recuérdese, tras el golpe de
Estado apoyado desde la Casa Real, conocido como la operación De Gaulle–,
se ratificaron los acuerdos con el Vaticano, se renunció a la reforma
agraria, tanto como a una restructuración del sistema universitario y
educacional, cuestión que sigue pendiente en pleno siglo XXI y, lo más
destacado, se dio el visto bueno a la OTAN y la CEE.
El mito de la derecha golpista y el búnker había cumplido su objetivo
y podía ser desechado. Tras la caída de Adolfo Suárez se disolvió la
Unión de Centro Democrático y se formó el Partido Popular, cuyo primer
presidente, considerado hasta ese momento el más franquista de los
franquistas vivos, Manuel Fraga Iribarne, se transformó en un político
de centro derecha, padre de la Constitución y demócrata convencido. El
nuevo partido, apellidado
popular, será la suma de socialcristianos, democristianos, liberales, conservadores, falangistas y franquistas. Su aparición busca atraer a las nuevas generaciones de la derecha española. Es el llamado peregrinaje al centro. Tras años en la oposición, el mal hacer de los últimos gobiernos de Felipe González y el PSOE, con los escándalos financieros, los GAL y la corrupción, facilitó su llegada al gobierno de la nación; corría el año 1996.
José María Aznar, político gris, se transformaría en el primer
presidente de gobierno de la derecha posfranquista. Su llegada no alteró
el itinerario diseñado por los grupos económicos y empresariales. Todo
marchaba según lo previsto. Los cambios introducidos estaban a tono con
los tiempos. Privatizaciones, desregulación y reforma del mercado
laboral. La profundización de la receta neoliberal, impulsada en tiempos
del PSOE, supuso un aumento de la conflictividad social y varias
huelgas generales. Pero nada debutó la máquina. Haciendo oídos sordos,
los políticos continuaron el itinerario marcado por el capital
financiero, cuyo costo fue el recorte de derechos sociales, políticos y
económicos de las clases trabajadoras.
Bajo la última etapa expansiva del capitalismo central, las
reformas neoliberales se justificaron como necesarias para no perder el
tren del progreso. Aznar se vanagloriaba de ser el alumno más listo de
la clase, cumplía a rajatabla los designios del G-7, el Banco Mundial y
el Fondo Monetario Internacional. Los empresarios, contentos, y la clase
política obtenía matrículas de honor. Nadie se planteó quién era el
profesor y cuál el plan de estudio. Aznar, alumno modelo, no formaba
parte del claustro de profesores. Ni sus deseos de figurar y sentirse
protagonista durante la segunda guerra del Golfo cambiaron su estatus;
siguió siendo un alumno sumiso. Al final de su etapa, la burbuja
financiera e inmobiliaria que sostenía la endeble economía española
campaba a sus anchas. Crecía sin oposición alguna. La banca Sachs se
frotaba las manos. Con la entrada de José Luis Rodríguez Zapatero, en
2004, las grandes empresas trasnacionales, clientes de Goldman Sachs,
terminan por actuar bajo sus principios. En Estados Unidos Goldman Sachs
ya gobernaba. La crisis la hizo más grande. En medio de la algarabía de
las hipotecas basura y las primas de riesgo, pasaron a la ofensiva. Era
el momento de invertir la relación entre poder económico y el político.
Ahora serían ellos quienes asumieran directamente el poder formal. Sus
asesores y empleados pasarían a ser secretarios de gobierno, ministros,
diputados, etcétera. Los parlamentos se transforman en comparsas y
bailan a ritmo de Telefónica, Repsol, Iberdrola, BBVA, Santander y su
valedor Goldman Sachs. Nada más comenzar la recesión en España
comenzaron a dar órdenes un gobierno débil y sin personalidad. Las
reformas laboral y de pensiones, junto al despido libre y el trabajo
basura se imponen sin rechistar. El triunfo del Partido Popular encumbra
a un partido dependiente del Banco Central Europeo y la dupla Merkel,
Sarkozy a Mariano Rajoy, otro alumno modélico, como inquilino de La
Moncloa. Y para que no queden dudas de quién gobierna en España,
nombrará a un asesor de Goldman Sachs como ministro de Economía. Y como
señala el manual del banco, el ascenso de sus empleados
depende sólo de su capacidad del rendimiento y de la contribución al éxito de la empresa... No hay sitio entre nosotros para los que anteponen sus propios intereses a los de la firma... El lucro es importante para nuestro porvenir. Ya sabemos quién manda en España: Goldman Sachs, conocido bajo el apodo genérico de
los mercados. Corren malos tiempos para la ética política.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2012/01/10/opinion/016a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2012/01/10/opinion/016a2pol
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