Evidentemente la caída de Silvio Berlusconi era la condición sine qua non para
empezar a encontrar una solución a la crisis particular que vive Italia
dentro de la del sistema capitalista mundial, pero todos los problemas
que llevaron a los gobiernos de Berlusconi siguen en pie. En efecto, no
sólo se puede apostar a que el primer ministro acusado hasta de
pederastia y de fomento de la prostitución no irá a la cárcel, sino
también a que el gobierno que le sucederá será en lo esencial un
berlusconismo sin Berlusconi.
Los sectores dominantes de la gran industria y de las finanzas
italianas y del capital financiero europeo lograron sacarse de encima a
un aventurero corrupto e imprevisible, que instauró un régimen parecido a
un serrallo o a un burdel, pero no están dispuestos a debilitar la ya
tambaleante economía peninsular y, mucho menos aún, a los grandes bancos
franceses y alemanes que son los principales acreedores de la misma.
Por lo tanto, todos apuestan al cambio en la continuidad, a un gobierno
técnico, que de técnico no tiene nada porque será dirigido por personajes de confianza del capital financiero europeo, que sometieron a Italia a la férula del mismo, ya que son neoliberales de choque y banqueros, como el ex comisario europeo Mario Monti.
Los ex comunistas del Partido Comunista Italiano (transformados
primeramente en socialdemócratas en el Partido de Izquierda Democrática,
después en social-liberales en el Partido Democrático de Izquierda y,
por último, en neoliberales en el Partido Democrático) no quieren ni
introducir reformas profundas en el sistema ni tampoco hacerse cargo de
la papa hirviente de la crisis económica, política y moral de Italia.
Por eso no presentan ningún programa alternativo y mantienen la misma
impotencia política que los llevó por dos veces a abrirle el camino a un
gobierno de Berlusconi que se basaba en un bloque entre la mafia, la
Iglesia católica, los semifascistas y los conservadores y racistas de la
Liga Norte.
El llamado centroizquierda dirigido por el Partido Democrático es más
centro que izquierda, y Sinistra, Ecologia e Libertá (SEL), que está a
la izquierda del mismo, es tan poco de izquierda que acepta incluso un
gobierno de Monti, el cual mantendrá una política antipopular recesiva, y
pido apenas que no dure mucho y que modifique la actual ley electoral.
Los antiberlusconianos aceptan la imposición de la Unión Europea, el
presupuesto dictado por ésta, las privatizaciones, reducciones en los
gastos sociales, prolongación de la edad para jubilarse, ataques a la
educación y la sanidad, y se contentan con la eliminación del Cavaliere aunque
el Parlamento y la administración sigan estando en manos de los
berlusconianos –que una elección anticipada barrería– e incluso de
delincuentes notorios y procesados.
La crisis italiana es más grave aún que la griega que la Unión
Europea (UE) empujó hacia adelante nombrando un hombre de las finanzas
fiel al capital financiero franco-alemán. La relación entre el monto de
la deuda italiana y el PIB del país, en efecto, es todavía peor que la
que precipitó a Grecia en su crisis e Italia paga más intereses que las
sumas que le permitirían apenas sobrevivir. Si la UE no desea que Italia
quiebre y suma en el desastre a los grandes bancos franceses y alemanes
y a España, Irlanda, Portugal y la misma Francia (que no podrían seguir
siendo sostenidos ante la magnitud del hundimiento de la economía
italiana), tendrá que combinar la aplicación al país de una feroz
política recesiva con una reducción importante –entre 30 y 50 por
ciento– de su deuda. Esto implica sostener con fuertes inyecciones de
dinero público a los bancos franceses y alemanes, que son los
principales poseedores de los bonos de deuda italianos, dejando en
cambio a su suerte a los pequeños ahorristas, sobre todo peninsulares,
que tienen más de 30 por ciento de esa deuda.
Lo grave es que ante la magnitud de esta expropiación a los
trabajadores y a los sectores populares, y ante la perspectiva de una
grave y prolongada recesión en Italia y en toda Europa, sean
extremadamente pequeños y débiles los sectores sociales y los grupos
políticos que le opongan una alternativa anticapitalista a la crisis
capitalista. La socialdemocracia, que ya en los años 30 del siglo pasado
declaró con León Blum que era
el médico de cabecera del capital, y los partidos comunistas estalinizados, como el italiano, que se dedicaron a reconstruir el Estado y la economía capitalistas, engañando, deseducando, desarmando política y moralmente a los trabajadores y reforzando la hegemonía político-cultural y el sometimiento a las clases dominantes, tienen una enorme responsabilidad en esto. Pero, ¿qué impide ahora exigir la rebaja a menos de la mitad del número de parlamentarios y altos funcionarios y de sus salarios exorbitantes? ¿Qué impide exigir la estatización de los bancos, el control de cambios para evitar la fuga de capitales, la expropiación sin pago de los bienes de los delincuentes y mafiosos comprobados? ¿Por qué no luchar por un plan de empleos que impida los cierres de empresas y suspensiones, dé puestos estables a los trabajadores precarios y
sumergidos, aumente los consumos elevando sueldos y pensiones y haga que todas esas medidas las paguen el capital financiero y las altísimas ganancias de las empresas monopolistas? ¿Por qué no desconocer la deuda resultante de la especulación bancaria y de la corrupción del gobierno de los capitalistas? ¿Por qué no exigir que la Unión Europea deje de ser la unión de los grandes capitales para transformarse en una unión democrática y anticapitalista de los pueblos, dando poderes al Parlamento Europeo y eligiendo para el mismo representantes revocables que planifiquen y controlen la vida política y económica de toda Europa? Hoy la alternativa es clara: o la servidumbre y un grave retroceso de las conquistas sociales y de la civilización o la rebelión anticapitalista y la autogestión social generalizada.
Vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/11/13/opinion/018a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/11/13/opinion/018a1pol
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