Cali, Colombia
congreso de tierras,
territorios y soberanías
“Cansados
de obedecer,
queremos gobernar”
El 30 de septiembre al 4 de octubre, el movimiento
campesino, indígena y afrodescendiente de
Colombia, unido con los pobladores urbanos y con las
víctimas de crímenes de Estado y del desarrollo capitalista,
obtuvo una espectacular visibilidad al reunirse en
Cali para el Congreso de Tierras, Territorios y
Soberanías, todos los que buscan un camino propio, digno,
libertario y en resistencia esquivando los ataques de
los ejércitos del gobierno, del narcotráfico, de la guerrilla
o de los paramilitares. Así, 11 mil 500 delegadas y
delegados abarrotaron el encuentro “en defensa de la
vida y la Madre Tierra”, a ratificar su “voluntad de trabajo,
y movilización conjunta”, además de continuar el
“proceso de legislación propia” sobre sus territorios.
Sabedores de que el gobierno insiste en aprobar
legislaciones que le abran la puerta a la venta y renta de
vastas extensiones de tierras, o a los contratos de asociación
entre las grandes empresas y las comunidades
en condiciones sumamente desiguales, las cientos de
organizaciones y miles de comunidades que hace unos
años se movilizaron en la llamada Minga que recorrió
Colombia impugnando las condiciones imperantes afirman:
“los aquí presentes venimos construyendo la
alternativa: territorios gobernados por las comunidades,
relaciones sociales y de trabajo equitativas e igualitarias,
economías sustentables donde impera el uso
respetuoso de los bienes de la naturaleza, decisión
autónoma sobre la producción de alimentos”.
Y en su diagnóstico insisten: “El país sigue secuestrado
por las mafias y la parapolítica; las acciones que
el gobierno nacional dice realizar para enfrentar estos
sectores evidencian que no irá a la raíz del problema
—la persistencia del latifundio armado y su alianza con
la oligarquía industrial y financiera— y, por el contrario,
utilizará la justa aspiración social de combatir el paramilitarismo
y el despojo de tierras para ajustar aún más el
modelo territorial a los requerimientos del capital. Esta
certeza ratifica lo que venimos diciendo: que no será en
los espacios de la institucionalidad donde los sectores
populares encontraremos la respuesta a nuestras exigencias
por los derechos; que nos toca legislar y actuar
por nuestra propia cuenta para garantizarlos; que debemos
ir más allá de ser oposición política, y construir
por nuestro lado y a nuestro modo el país que soñamos
y queremos. Nuestra intervención en espacios gubernamentales
para exigir el cumplimiento de las obligaciones
del Estado frente a los derechos humanos, sólo tiene
sentido si al mismo tiempo en las comunidades
construimos gobierno propio y fortalecemos nuestra
capacidad de ordenar la vida y el territorio”.
Para el conjunto de organizaciones los últimos
gobiernos han buscado imponer programas de ajuste
neoliberal como las llamadas “locomotoras del progreso”
y las “Zonas de Desarrollo Empresarial”; adjudicarle
el país a la industria minero-energética; estrangular
los ríos y las aguas, y hacer de Colombia “una zona
franca de 200 millones de hectáreas”. Esto privatiza en
los hechos los territorios quitándole “a la sociedad y los
pueblos el derecho de ordenar y gobernar sus espacios
de vida y para entregarlos al capital privado. Cada una
de las luchas que nuestros pueblos vienen dando son
para enfrentar este despojo”.
Aunque víctimas del desarrollo y el despojo, al
igual que en México las comunidades son “las
defensoras de la soberanía que el Estado —que debería
ser su garante— ha abandonado en la feria de la ‘confianza
inversionista’. La reactivación de las luchas
sociales populares en Colombia se vienen dando justo
por el camino de defender la Madre Tierra, los territorios
y la soberanía nacional”.
Entre los mandatos expresos que emanan de este diagnóstico
consensado entre esta representación de tantísimas
comunidades y organizaciones de toda Colombia,
está consolidar la unidad del movimiento y las organizaciones
populares en defensa de los territorios hasta “consolidar
la soberanía popular” buscando “que no se destruyan
las fuentes de agua para explotar oro o petróleo”, lo
que implica prohibir la minería en gran escala y “la
explotación petrolera desaforada”; emprender acciones
políticas civiles para construir un camino hacia la solución
política del conflicto armado.
Y afirman: “La guerra en nuestros territorios altera
profundamente la armonía de las comunidades y de la
naturaleza, y no es posible esperar mejoras en los derechos
humanos si el conflicto continúa. El derecho a la
paz sólo se cumplirá si la realizamos nosotros y nosotras
mismas con la resistencia a la guerra, la exigencia a los
actores armados para que respeten el derecho humanitario
—en especial la oposición a que el cuerpo de las mujeres
sea utilizado como botín de guerra—, y las acciones
directas de desmilitarización de nuestros territorios”.
Un mandato crucial es “la realización participativa
de la reforma agraria”. “No permitiremos”, insisten,
“que en el lugar de los grandes latifundios del narcotráfico
y el paramilitarismo, que deben ser desmantelados,
se instale el gran latifundio de los conglomerados
agroindustriales. Por el contrario, esas tierras —robadas
en cientos de años a indígenas, campesinos y afrodescendientes—
deben restituirse a nuestras comunidades.
Ocuparemos pacíficamente lo que por historia y
por derecho nos pertenece; allí donde se puedan presentar
diferencias sobre los derechos territoriales de
cada pueblo o sector, acudiremos a los principios de la
unidad y el respeto interétnico para resolverlas”.
Todos los otros mandatos recogen mucho de lo que
entre las comunidades campesinas, indígenas del continente
es una voz que va creciendo de volumen hasta ser
un grito general: cuidar el agua, los bosques, los llamados
recursos naturales; construir una economía propia, una
soberanía alimentaria, sembrando alimentos propios,
defender las semillas y cultivares ancestrales, y todos sus
saberes. Defenderse de los megaproyectos extractivistas
y de las invasiones disfrazadas de ambientalismo conservacionista
con acciones en la bolsa de valores, encarnados
en programas como los servicios ambientales, las
reservas de la biosfera o REDD. Fortalecer los autogobiernos
de las comunidades en el campo como en los territorios
“urbano populares democráticos”.
Y terminan diciendo: “Cansados de obedecer, can sados
de ser consultados mientras otros deciden, queremos
gobernar”
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/11/12/oja-colombia.html
http://www.jornada.unam.mx/2011/11/12/oja-colombia.html
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