El secreto de la eterna juventud ha sido una búsqueda constante en la historia humana. Filósofos de Grecia antigua llegaron a los 150 años y un enfermo medieval a través de una dieta de restricción calórica llegó hasta los 104 años. Ya en el siglo XIX comienzan a usarse criadillas de perro y cerdo y tiempo después de condenados a muerte. Y si de especies se trata ni los elefantes ni las tortugas son las más longevas con sus cien años a cuestas, que son apenas el tiempo de recién nacida de una esponja gigante hallada en el fondo marino de la Antártica.
El mito de la eterna juventud tiene su
afluente en el bíblico río Jordán y cuando los españoles llegaron al
caribe, los arahuacos los convencieron que dicho manantial estaba en
la isla de Bimini, situada al norte, quizás por las Bahamas. Hacia allá
había partido Sequene, un cacique de Cuba, con un grupo de aventureros y
al hallar el afluente nunca más volvió. Juan Ponce de León emprendió
una expedición en 1513 hacia Florida probando cada manantial o riachuelo
que hallara a su paso, pero envejeció y murió como todos. Hoy los
turistas beben de la fuente de agua de la plaza del estado de Florida
más para tomarse una foto que por esperanzas en prolongar la vida.
Filosofía de vida o no, lo cierto es que
los pensadores de la Antigua Grecia vivían más de 90 años. Epimenides
de Creta se cuenta que vivió más de 150 años y Demócrito habría vivido
sus 109.
Aristóteles veía la vida como una
combustión que ocurría en el corazón. Si se apagaba por extinción, era
una muerte violenta; en cambio el agotamiento de la llama representaba
el envejecimiento. Los alimentos en su teoría provocan que el fuego
ardiera muy rápido. Esto inspiró a ascetas y eremitas a practicar la
‘dieta pitagórica’, a base de frutas y verduras, sin carne, vino o
habas.
Quien practicó dicha dieta fue el noble
italiano Luigi Cornaro, nacido en 1467, quien a los 35 años, enfermo y
agonizante se propone una dieta de restricción calórica. Consigue llegar
hasta los 104 años. Quien no siguió la dieta fue Descartes, quien decía
que prolongar la juventud era la principal meta de toda su filosofía y
se ufanaba de lograrlo. Murió a los 54 años.
Por siglos en Occidente se buscó el
elixir de la vida. Alquimistas, filósofos y aprendices de mago le
dedicaron varias horas de su vida. Una leyenda cuenta que Isaac Newton
creyó hallar la pócima, la bebió y, en vez de hallar la vida eterna,
paró la chala.
Hasta el siglo XIX se asociaba el
envejecimiento a la relación entre calor y humedad. Francis Bacon
aconsejaba para prolongar la vida evitar que la humedad se escape por la
piel, para lo que recomendaba todo tipo de aceites y pomadas.
CRIADILLAS Y GÓNADAS DE CONDENADOS A MUERTE
CRIADILLAS Y GÓNADAS DE CONDENADOS A MUERTE
En 1889, Charles Edouard Brown-Sequard
sostuvo ante la Sociedad de Biología de París que rejuveneció su mente y
cuerpo al inyectarse un líquido extraído de criadillas de perro y de
cerdo de Guinea. Con ello inauguró una fisiología de rejuvenecimiento
que implantaba trozos de testículos en los escrotos de sus pacientes,
los que no sólo alargaban la vida sino que aumentaban la potencia
sexual, según la propaganda médica.
Leo Stanley, un médico de la prisión de
San Quintín, California, hizo fama con sus trasplantes de gónadas de
condenados a muerte, pero la escasez de patibularios hizo que para
mantener el negocio las sustituyera por testículos de carnero, cabra o
venado. En Francia, Sergei Voronoff trasplantaba a su vez glándulas de
mono para extender la vida de sus ricos clientes, pero su fama llegó al
desastre cuando intentó implantar ovarios de mono en mujeres.
Las recetas de hoy para quienes quieran
alcanzar los cien años son controlar la hormona del crecimiento, tomar
antioxidantes como una copa de vino antes de dormir, evitar la
destrucción de los telómeros, usar agentes que imitan la restricción
calórica o minimizar el consumo de insulina.
TORTUGAS, ERIZOS Y UNA ESPONJA MARINA
TORTUGAS, ERIZOS Y UNA ESPONJA MARINA
Quizás resulten, aunque lo más probable
es que nadie llegará a superar los años de Tu’i Malila, una tortuga
Testudines, que en 1773 fue presentada a la familia real de Tonga por el
capitán James Cook y en 1953 a la Reina Isabel II. Murió en 1965 a los
185 años.
Pero no son ni las tortugas, ni los
elefantes, que alcanzan el siglo de vida o el águila real y la ballena
azul, los 80, los seres vivos más longevos: Un erizo rojo puede llegar a
los 200 años; se han encontrado almejas milenarias; el roble, el olmo o
el castaño pueden vivir hasta tres milenios; y una especie de secuoya
500 años más que ellos. El más longevo, eso sí, es una esponja gigante
de la especie Scolymastra joubini, hallada en el fondo marino de la
Antártica, la que se sospecha ha apagado 10 mil veces las velas de
cumpleaños.
El Ciudadano
El Ciudadano
Vìa :
http://www.elciudadano.cl/2011/05/07/el-afan-por-vivir-tanto-como-las-tortugas/
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