En la novela de Pérec, el narrador –a pesar de todas las variaciones que comporta la novela tiene un narrador único y puntilloso– abunda en las descripciones de los objetos al punto de detallar, por ejemplo, el catálogo de herramientas que vende una de las inquilinas, tal y como ésta lo ofrece al público; describe con la misma minuciosidad un cuadro que una lata de pomada. Es el mundo que se expone a la mirada del lector tal como se propone otro personaje de Pérec, el estudiante de Un homme qui dort de 1967 (editada recientemente en español por Impedimenta como Un hombre que duerme), quien decide abandonar sus obligaciones con el mundo para recluirse en sí mismo y convertirse en una especie de testigo transparente por el que la vida –su habitación, las calles de París– pasa como un vasto catálogo.
Georges Pérec |
“Imaginemos a un hombre cuya riqueza sólo se pueda comparar con su indiferencia por todo lo que la riqueza suele permitir de ordinario y cuyo deseo, mucho más orgulloso, estriba en querer abarcar, escribir, agotar, no la totalidad del mundo –proyecto que se destruye con sólo enunciarse–, sino un fragmento constituido del mismo: frente a la inextricable coherencia del mundo, se tratará entonces de llevar a cabo un programa en su totalidad, sin duda limitado, pero entero, intacto, irreductible.”
Este párrafo alude al rico personaje principal de la novela –Bartlebooth, uno de los habitantes del edificio de Pérec–, quien concibe un proyecto de vida consistente en aprender a pintar acuarelas, recorrer muchos de los puertos del mundo para pintar una acuarela de cada uno y crear con cada acuarela un rompecabezas, luego de armado el cual reintegrará y despegará cuidadosamente, para borrarlo después. Partir de la nada, a la nada.
Miembro del famoso grupo Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle), conformado en los años sesenta en Francia por, entre otros, Raymond Queneau, Marcel Duchamp e Italo Calvino en una época, Pérec escribió una obra muy diversa en la que sobresale el interés por la diversidad del mundo, el juego y el ars combinatoria: hizo crucigramas durante buena parte de su vida y entre sus novelas, La disparition (1969) prescinde de la letra e. Así, La Vie mode d’emploi sigue la lógica de un rompecabezas, entre otras premisas, cuyas piezas se van armando conforme avanza la lectura. Por ello posee también el carácter de un juego que va siguiendo ciertas reglas impuestas por su autor. Si bien esto es muy interesante, personalmente lo que me apasiona del libro es esa cámara móvil que nos descubre los mundos dentro del mundo. Al leerla uno desaparece y se convierte un poco en aquel testigo transparente que es el estudiante de Un hombre que duerme, pero a la vez colma la necesidad de existir que el fascismo niega al jugador de ajedrez de Zweig, el cual, por cierto, desemboca también en el ars combinatoria del juego. Yo, por lo pronto, no puedo dejar de leerla.
Vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/05/22/sem-ana.html
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