Como en los viejos tiempos, como en la oscura noche del franquismo. Siguiendo la senda de Esperanza Aguirre la noche del 16 de mayo. Los ciudadanos de los barrios altos y sus representantes políticos no han parado de atizar el fuego con leña y proclamas desde el domingo 15 de Mayo.
Desde las 6:30 de
la mañana de este viernes, un helicóptero de los Mossos d’Esquadra ha
hecho su aparición en las cercanías de la plaza de Catalunya, la plaza
de los indignados. Ahí sigue con su ruido ensordecedor. No puedo
precisar exactamente pero unas 20 camionetas de los Mossos están
estacionados en los alrededores de la plaza. La excusa, que se ha
difundido por algunos medios de (des)información, es tan pueril como
abyecta: no se trata de desalojar sino de limpiar la plaza porque
presentaba problemas de salubridad y porque se guardaban en ella
bombonas de butano, un peligro potencial de consideración, se ha dicho,
ante la aglomeración de gente y actuaciones vandálicas que se prevén
para mañana por la noche, en las proximidades de la plaza, tras la final
del campeonato europeo de fútbol.
No hace falta perder un
minuto en señalar la falsedad de las afirmaciones. Los mossos, con
procedimientos, voces, chulería y aspecto que recordaban sin exagerar un
fotón la odiada policía del franquismo, han acordonado la plaza. La
guardia urbana se mantiene en los alrededores, es la fuerza
complementaria. Las “Brigadas de limpieza” del ayuntamiento, de una
empresa externalizada por supuesto, no se han limitado a limpiar sino
que está desmontando (y en algunos casos rompiendo) los tenderetes
instalados en la plaza. Han permitido tan sólo, si no ando errado, sacar
fuera de la plaza los libros que tenían expuestos un colectivo de
acampados.
No ha habido hasta el momento detenciones. Pero sí
un pequeño enfrentamiento en el que un manifestante ha quedado herido.
Más allá de los infiltrados en la plaza, los provocadores policiales
están haciendo acto de presencia. Yo mismo he coincidido con uno de
ellos en el metro. Pretende que la gente estalle, que estallemos, para
poder intervenir con dureza y acusar al movimiento de “radicales y
violentos”. No lo conseguirán, la ciudadanía tenemos cabeza y conocemos
bien las cartas de su infame juego. Seguimos indignados, estamos hoy aún
más indignados si cabe, pero seguimos cuerdos y prudentes.
Los
acampados y acampadas, unas doscientas personas, están en el interior
de la plaza, rodeados como decía de unos cincuenta Mossos. En el
exterior, todas las entradas a la plaza están controladas. No se puede
acceder al interior sea cual la excusa que uses. Yo mismo he puesto toda
mi imaginación en el empeño sin ningún éxito hasta el momento. En
varios puntos de acceso, algunos Mossos actúan con malos modos y dando
manotazos a algunas personas que han venido a apoyar y que gritan
indignados por el atropello. Lo he podido observar directamente.
Insisto: salvando las distancias, que sin duda existen, como en los
peores y viejos tiempos.
La Plaza de Catalunya, la plaza que
las fuerzas del (des)orden intentar ahora desalojar, debe cambiar su
nombre. Ya lo ha cambiado de hecho. Ya nunca será más la aséptica plaza
de Catalunya, una especie de plaza de la concordia nacional, sino la
plaza de los indignados y de las indignadas, un espacio de rebeldía,
insumisión y transformación social. Nuevamente, 10 (u 11) días han
vuelvo a conmover al mundo. Y a cambiarlo.
En el momento en que
escribo, 10:30 de la mañana, si no ando equivocado (deseo estarlo desde
luego), ningún regidor, ningún alcalde, ningún responsable político de
ICV-EUiA se ha acercado a la plaza de los indignados a dar su apoyo.
¿Por qué?, ¿no tiene la izquierda nada que decir y hacer ante un
atropello de esta naturaleza? ¿No vamos a erguirnos en pie de paz y
solidaridad?
Lo ha recordado esta mañana Antonio Baños [1].
Mañana, 28 de mayo, hará 140 años del desmantelamiento de la barricada
de la Rue Ramponeau, el último punto de la Comuna de París que resistió
hasta el final. Mañana, en Barcelona, en Catalunya, seguiremos en las
plazas. Se lo aseguro. No podrán con nosotros. Seremos más aún- Ni nos
han doblado ni nos van a doblar. Se lo debemos a los comuneros parisinos
y a todos los resistentes del mundo. Y, por supuesto, a nosotros
mismos.
¡Todos y todas a la plaza de los indignados! ¡Ahora
mismo, a media tarde, por la noche, cuando nos sea posible! El género
humano, lo quieren o no, sigue siendo la Internacional. ¿O no es el
caso?
Nota:
[1] He tomado la información de Antonio Baños, “Llarga vida a la Comuna de París”. Público , 27 de mayo de 2011, p. 12 (edició catalana).
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