La Nación del domingo 6 de febrero publica una larga entrevista con
James Watson, Premio Nobel en medicina. Ya sabemos la historia acerca
del fallido intento del Consejo Universitario de la Universidad de Costa
Rica (UCR) por impedir su conferencia, y también conocemos la fuerte
crítica que esto generó.
Nos
queda mucho por aprender. Primero, a diferenciar entre el debate de
ideas y la promoción del odio, sobre todo cuando en nuestra realidad,
incluso la universitaria, proliferan -más o menos disimulados- este
último tipo de discursos. Segundo, a entender que también la libertad de
expresión es un derecho que exige responsabilidad.
En esa
entrevista Mr. Watson evita exabruptos abiertamente homofóbicos,
misóginos y racistas (aunque su concepto acerca de los “perdedores
genéticamente determinados” deja en pie tamaña duda). Mas eso no es lo
principal. Sobre todo son llamativas sus múltiples referencias al poder
de la genética como instrumento de control del cuerpo. Esta joyita
(entre otras que se podrían citar), tomada de la mencionada entrevista,
lo ilustra con acongojante elocuencia: “Creo que a todo el mundo se le
debería sacar su huella genética al nacer. Lo que significaría que todo
el mundo tendría una tarjeta de identidad. La gente puede decir que eso
puede ser usado de forma perversa, sabríamos quienes son todos los
ciudadanos y sería más difícil hacer trampa. La mayoría de las personas,
me imagino, piensan que van a necesitar hacer trampa en algún momento y
no van a querer que el ADN se imponga en su camino”.
Inevitablemente
pensé en Foucault: es, claramente, el discurso médico como dispositivo
de poder que regula y controla el cuerpo humano. Pero en este caso
llevado al extremo: el control total del cuerpo y la mente. Así, lo que
Watson propone es un proyecto que, vestido con trajes científicos,
tienen tenebrosas consecuencias políticas. Su propuesta haría realidad
las peores utopías totalitarias. Es como si Aldous Huxley y su Mundo
Feliz hubiesen encontrado su Premio Nobel de forma mediada, a través de
este siniestro personaje.
Posiblemente Mr.
Watson no tenga ni la menor idea de quien sea Foucault y de seguro lo
tendrá sin cuidado lo que haya escrito Huxley. Pero sí podemos decir que
el suyo es un caso límite que ilustra con crudeza acerca de la
arrogancia y las carencias éticas que, con más frecuencia de la
deseable, se expresan en las versiones dominantes de las llamadas
ciencias “duras”. No por casualidad reciben ese apelativo: “duras”. Ello
remite a imaginarios masculinizantes de poder y subordinación sobre la
naturaleza y sobre el ser humano.
Ignoro que
dijo este señor en su conferencia en la UCR. No es descabellado pensar
que no habrá sido nada demasiado distinto de lo que dice en esta
entrevista. Bueno, pues es del caso que fue esa conferencia y la
desafortunada decisión previa del Consejo Universitario, lo que desató
una tremolina que de forma casi unánime condenaba la decisión de ese
Consejo como atentatoria contra la libre expresión del pensamiento. Con
el mismo ardor se recetaba el debate sin ataduras.
A
algunos el traje les queda grande. Eso de pontificar sobre libre
expresión de las ideas no resulta elegante tratándose de cierta gente
que sistemáticamente restringe esa libertad. De momento no reparemos en
ese escandaloso ejercicio de doble moral. Lo que me interesa es subrayar
un punto: la confusión babeliana que esto suscitó.
Primero,
en relación con la noción abstracta de libertad de expresión que mucha
gente se dedicó a defender. Se perdió así de vista algo esencial: que
todo derecho conlleva una responsabilidad. Abusar de la libertad de
expresión para convertirla en instrumento de difusión de discursos de
odio que hacen apología de la violencia, la discriminación o el crimen
implica corromper ese derecho fundamental.
En
la misma línea tendió a confundirse el debate de ideas con la “libre”
emisión de discursos de odio. Alguien lo ilustraba con notable claridad
cuando decía más o menos lo siguiente: “solo falta que luego quieran
impedir una conferencia de Vargas Llosa por ser neoliberal”. Hubo quien
multiplicó los ejemplos: de Hegel a Neruda; de Borges a Sartre, etc.
Admitamos, volviendo a Vargas Llosa, que el neoliberalismo es una
ideología que ha traído mucho dolor a la humanidad, no obstante lo cual
sí es posible y necesario un debate inteligente y respetuoso acerca de
las presuntas ventajas o inconveniencias de un programa económico
inspirado en esa ideología. Muy distinto es levantar tribuna para desde
ahí convocar a la violencia contra las mujeres o las personas negras u
homosexuales. Puesto de la forma más cruda: ¿Consideramos aceptable,
como expresión de la “libre emisión del pensamiento”, lo que hoy mismo
se hace en Uganda donde medios de prensa llaman abiertamente al
asesinado de líderes homosexuales?
El Consejo
Universitario de la UCR ciertamente cometió un grave error. Aplicar
censura a priori nunca es una buena idea. Pero su preocupación de fondo
es válida, en cuanto atendía a la posibilidad de que se haga del campus
una plataforma desde la cual difundir el odio.
Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2011/02/costa-rica-un-mundo-feliz.html
http://www.argenpress.info/2011/02/costa-rica-un-mundo-feliz.html
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