La
actividad sexual en la vejez depende de cómo se ha desarrollado a lo
largo de la vida; si ha sido intensa, tiende a mantenerse. La mujer
mayor, no obstante, debe enfrentar el prejuicio que favorece sólo el
erotismo de los varones. En aquellas mujeres que han contado con una
historia rica, con varias parejas en distintas etapas de la vida, se
observa que, al comportarse fuera del modelo cultural falocéntrico, se
exponen al rechazo y la discriminación social. A los varones, en cambio,
la sociedad les tolera que, luego de una viudez o separación, busquen
una nueva pareja. De todas maneras, estamos asistiendo a un cambio
cultural producido por la liberación sexual de la mujer desde la segunda
mitad del siglo XX, y cada vez más mujeres mayores desean continuar
activamente con la vida sexual y no se someten a modelos culturales
perimidos; la tolerancia relativa de las separaciones matrimoniales de
parejas mayores, o los nuevos modos informales de convivencia, parecen
facilitar la sexualidad de la mujer, dando nuevas oportunidades.
Por otra parte, los mandatos intergeneracionales y las
identificaciones represivas que se transmiten por línea materna dan, en
algunos casos, resultados paradójicos, ya que la sexualidad de una mujer
mayor a veces queda vedada por la observación negativa de una hija
joven, que asume el lugar del superyó femenino: la madre se somete a
este reforzamiento represivo generalmente luego de la menopausia, y cede
el lugar a la hija. No obstante, el retorno de la libido en la vejez
hace inevitable el deseo sexual y la excitación genital; la mujer
entonces se enfrenta a distintas elecciones, tales como tomar la vía
represiva, la sublimatoria, la enfermedad orgánica a través de síntomas
diversos –en especial del área ginecológica– o la búsqueda de un nuevo
objeto amoroso. En el siguiente ejemplo clínico se observan estas
alternativas.Una paciente de alrededor de 70 años, con dos hijos de diferentes matrimonios, comienza, luego de su segunda separación en la menopausia, una nueva relación, en la cual descubre una vida sexual más intensa y más placentera que la anterior. En algún momento, ella recuerda la observación que acerca de esta relación le hizo su hija, quien, al regresar de un período de estudios en el exterior, le dijo que se notaba que disfrutaba mucho sexualmente. La convivencia con la hija en el hogar contribuye, sumada a otros factores, a la ruptura de la pareja, y esto la sume en un estado depresivo que se mantiene durante varios años. Desde entonces se aleja de la vida sexual activa, y continúa dedicada a la casa y los hijos.
Posteriormente, en su tratamiento, manifiesta deseos sexuales e inicia relaciones ocasionales en las cuales no logra vínculos afectivos, lo cual le ocasiona gran sufrimiento y frustración; priman el dolor y la sensación de abandono, luego de los desencuentros o cuando la realidad no coincide con sus expectativas. Esto la lleva a alejarse de esas parejas y atraviesa un período prolongado de abstinencia sexual, donde vuelve a ocuparse de las vidas de los hijos: un varón que vive con ella y la hija mayor, ya en pareja e independizada, de quien depende económicamente.
Comienza luego una etapa de paseos y salidas con un amigo de su edad, con quien comparte fiestas y amistades; es una amistad romántica pero, por cuanto él tiene otra pareja, no desea ocupar el lugar de amante. Se siente atraída y lo desea, pero teme repetir una frustración mayor. Como la excitación sexual continúa, hace una consulta ginecológica, donde le recomiendan dos alternativas: o sublimar o masturbarse. En sesión, le sugiero que existe una tercera posibilidad, ya que ella aún puede buscar una nueva pareja. Poco después le presentan a un señor bastante mayor que ella que le resulta agradable, pero ella enferma a la primera cita. La hija, que antes la reprimía, le hace, ahora estimulándola, un comentario gracioso acerca de su continuo enfermarse para evitar estos nuevos encuentros. Finalmente la paciente logra reiniciar su vida sexual.
“Se muestra la potencia”
En otros casos, las nuevas parejas de adultos mayores manifiestan claramente sus deseos sexuales y genitales, haciendo evidente que su vida sexual no es sólo un vínculo tierno o sublimado. Un hombre y una mujer que habían sido novios en la adolescencia se reencontraron cuando ambos eran viudos, luego de largas vida de matrimonio y familia. Los dos tenían más de 70 años y advirtieron la fuerza del deseo. La mujer comienza su tratamiento cuando él enferma gravemente y lo internan. Comenta que ambos se recordaban como el primer amor y, al volver a relacionarse después de toda una vida, decidieron iniciar una convivencia, a pesar de la oposición de los hijos mayores. La vida de la pareja no era al principio completa porque no podían concretar una relación coital a causa de la impotencia de él, debida a una enfermedad orgánica; finalmente él adoptó la decisión de implantarse una prótesis peniana y desde entonces la pareja gozó, durante un largo período, de una buena vida sexual. La muerte de él puso fin a esta relación, que duró una década. Durante el último período de su enfermedad, él sufrió varias internaciones, y en una de ellas los hijos varones descubren la prótesis y de ese modo toman noticias, no sin asombro, de la sexualidad del padre.Por último, la historia de la sexualidad de cierto paciente mayor, reconstruida en distintos momentos de su análisis, permite recorrer las fases que atravesó y los cambios que se sucedieron, mostrando las modalidades que adoptan las pasiones y las transformaciones psíquicas en los ciclos afectivos de toda una vida. Es un excelente ejemplo de cómo el análisis, en la vejez, permite profundizar los modos de vinculación, hasta llegar a los más primarios de la infancia y, al mismo tiempo, producir apertura hacia una nueva sexualidad. El paciente tiene más de 70 años cuando me consulta por un cuadro depresivo larvado, al que acompañan temores a la muerte motivados por la presencia angustiante de una enfermedad crónica; ésta se mantiene estable pero lo obliga a tratamiento y control permanentes.
La pareja con la que convive, su segunda mujer, es de su misma edad o poco menor. El se instaló hace algunos años a vivir en la casa de ella, donde se siente cómodo, cuidado y muy bien atendido, con muy buena vida social y hasta cierto reparo económico que le permite desarrollar su trabajo, de índole creativa, con tranquilidad. La otra cara de esta relación es la insatisfacción sexual: el paciente ha perdido todo interés por ella, en parte debido al alcoholismo de la mujer, quien parece funcionar sobreadaptada a su trabajo. A pesar de estar confortable y cuidado como por una madre, la insatisfacción del paciente lo lleva a separarse y a vivir nuevamente solo, abandonando el lugar de niño que ocupaba y enfrentando sus temores a la soledad y a la muerte.
Como antecedente de esa modalidad vincular del paciente surge el relato de su primer matrimonio, durante 35 años; comenta que esta relación se originó por un sentimiento de culpabilidad hacia su propia madre depresiva. Había accedido a casarse incitado por ella, para no apenarla. Después de varios años de vida matrimonial insatisfactoria, que soportaba manteniendo relaciones extraconyugales, pudo disolver ese vínculo, luego de la mayoría de edad de los hijos. El análisis descubre que el apego infantil estaba como telón de fondo de aquella primera relación y de todas sus relaciones afectivas: el paciente trae recuerdos de haber sido el hijo menor elegido por la madre, en oposición a una figura de padre fuerte y violento pero ausente, que lo convertía a él en el protector de su madre. Recuerda a su madre retraída y apenada por duelos anteriores –vinculados con una emigración– y por un matrimonio insatisfactorio, lo que la llevaba a infidelidades que el paciente, en su infancia, percibía con celos y vivencias de rechazo.
Luego de la segunda separación, el paciente vive un romance apasionado con una mujer mucho más joven que él, e inicia un período de autonomización y una larga relación con esta pareja, que le resulta muy atractiva sexualmente. Este vínculo de características pasionales ocupa el centro de la escena durante una etapa prolongada de su análisis. Durante esta relación, el balance de placer se va invirtiendo. Ella le pone cada vez más condiciones para lograr un espacio de satisfacción sexual; como una mujer niña, le pide que responda a todos sus caprichos. Eso lleva a que el espacio de la sexualidad –antes exuberante– desaparezca, ocupando él ahora el lugar de padre protector y amparador de la mujer. Las dificultades se agravan con el tiempo, hasta hacerse insostenibles para el paciente, por el incremento de las sensaciones de exclusión y de celos provocados por ella en un círculo enfermizo de deseo y decepción. En un extremo de locura y pasión, de ribetes novelescos, ella le pide que mate a su ex marido para conquistarla. El pone fin a la relación; se libera del constante juego de seducción y abandono que ella le proponía y que, por la pérdida de la autoestima y la gratificación erótica, le causaba un profundo dolor.
Y el mayor dolor lo experimenta luego de separarse, cuando se entera de que ella tenía ya otra pareja: toda esa noche soporta un fuerte dolor en el pecho, solo, sin consultar al médico, esperando la muerte por un infarto. Se reaniman los recuerdos de la imagen de su madre, abrazada con un amante en la cocina de la casa de su infancia.
Después de esa vivencia ominosa, y luego de elaborar el duelo por la dependencia infantil despertada en la relación pasional, el paciente se recuperó. Actualmente tiene una nueva pareja, no tan joven como la anterior, donde ya no se plantea el vínculo en los términos de gratificación regresiva. Es una nueva situación de equilibrio, en la que el paciente se siente valorado y no depende de ella; se desean mutuamente y disfrutan de una buena y regular sexualidad. De este modo, él ha salido de las relaciones de dependencia e indiscriminación que sostuvo durante toda su vida. La pareja ha ido mejorando, haciéndose más estable y, progresivamente, comparten más actividades, aunque él mantiene espacios que no la incluyen a ella. También ha superado su tendencia a los celos y no se siente mal por la diferencia de edad; ella no lo ve como viejo, si bien él teme que así sea. Por momentos recuerda, ya con menos dolor, la ruptura de su anterior pareja.
En los ejemplos anteriores se muestran la potencia y la plena vigencia de la sexualidad en la vejez. Se advierte que está en permanente conflicto con las fuerzas de la represión, por motivos intrapsíquicos y socioculturales, y en relación con la influencia de los modelos masificadores de la vejez y sus manifestaciones en la familia.
* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Textos extractados de “Vejez y masificación. Del crepúsculo pulsional a la reactivación erótica”, incluido en Diversidad sexual, por Beatriz Zelcer (comp.); Lugar Editorial y APA Editorial.
Fuente, vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-155402-2010-10-21.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario