martes, 30 de agosto de 2016

Cultura-Sociedad: La angustia de la desconexión... la soledad en el mundo virtual ... Por Luciana Veras*.....Entrevista con Peter Pál Pelbart Formado como filósofo en La Sorbona y en la Universidad de São Paulo, Pelbart es cofundador y director de la editorial N-1,que publica libros-objeto.

El filósofo y profesor húngaro Peter Pál Pelbart (1956) es una referencia en los estudios sobre Gilles Deleuze y director de la Compañía Teatral Ueinzz, en la que trabaja con pacientes y exusuarios de un hospital psiquiátrico de São Paulo. Es además cofundador de la editorial N-1, que publica en Finlandia y Brasil y se dedica a la producción de libros-objeto en un área transdisciplinar entre la filosofía, la estética, la política, la clínica y la antropología. En español circula su libro Filosofía de la deserción, publicado por la editorial anarquista Tinta Limón. Sus temas de investigación giran en torno a la locura, el tiempo, la disidencia, la manipulación del concepto de lo común y la biopolítica. Otros de sus libros son Da clausura do fora ao fora da clausura: Loucura e desrazão, sobre la relación entre filosofía y locura; Vida capital, sobre política y subjetividad, y O avesso do niilismo, en el que “hace una cartografía de las zonas de agotamiento en el mundo contemporáneo y propone una política orientada por el deseo”. Su más reciente libro, publicado en julio de este año, es Carta aberta aos secundaristas, en el que celebra la ocupación estudiantil de más de doscientas escuelas paulistas en protesta por el plan de reorganización de la red pública escolar impulsado por el gobierno de Geraldo Alckmin. En esta conversación con la periodista Luciana Veras, publicada por la revista brasileña Continente, Pál Pelbart reflexiona sobre algunos de los efectos de la conexión digital en nuestro modo de relacionarnos hoy en día (como el control, el aturdimiento y la homogeneidad) y las estrategias de desconexión que buscan “la heterogeneidad en el arte de la compañía”. A juicio de este filósofo formado en La Sorbona y la Universidad de São Paulo, vivimos un exceso de gregarismo que hace indispensable revalorar la soledad y el silencio, aunque no necesariamente para escucharnos a nosotros mismos, sino como condición para escuchar a los otros y “lograr conexiones que el propio gregarismo impide”.


-¿Qué es lo que no logramos oír con el ruido de tanta modernidad?
–Diría que hoy se vive una especie de saturación en todos los sentidos: de imágenes, palabras, sonidos, estímulos, excitación… Hay una especie de movilización de todos los sentidos, y de tiempo completo. Este “turbocapitalismo” necesita de ello: movilizar el cuerpo, los sentidos, capturar la sensación, rellenar al máximo los espacios mentales, y todo eso, de algún modo, tiene el mando. No es gratuito, es un cierto modo de control, de enchufe, de monitoreo y direccionamiento. Tal vez lo más difícil, prácticamente imposible, sea desenchufarse. Hoy todo está hecho para la conexión absoluta y lo más saturada posible.

Ese modelo de conexión acaba redefiniendo la convivencia de las personas…
–Genera un automatismo de la respuesta. Por el modo en que somos llevados a responder inmediatamente un email o una comunicación cualquiera, pareciera haber una inmediatez necesaria en esa intersubjetividad. Cuando alguien se desconecta y se queda en silencio, no responde a las expectativas, genera incomodidad, extrañamiento, desasosiego, perturbación. Y esto se da no sólo en la comunicación, sino en todos los dominios. Esa polución es un nuevo modo de control. Plantea una cierta política, una cierta economía, una nueva modalidad de producción subjetiva. Claro que, si lo vemos con más detalle, no podemos tomarlo como una totalidad dada, porque por todos lados suceden también otras cosas: escapes, inconexiones, pequeñas estrategias para crear.

Existen, por tanto, la necesidad y las tentativas de escapar de todo eso.
–Deleuze decía que estamos atravesados a tal punto por palabras inútiles que es necesario crear vacuolas de silencio para poder tener algo que decir. Esa manera de crear silencios para que puedan surgir cosas no previstas, no formateadas previamente, es lo que algunos artistas, aunque también algunos experimentos colectivos, intentan sustentar hoy: producir otro ritmo, otra respiración, otros vacíos, otros silencios para que algo pueda tener sentido nuevamente. Lo que sucede en esa saturación, en ese bombardeo generalizado, es que todo y nada son lo mismo. Se pierde así la capacidad de producción de sentido. Con ese tsunami de informaciones, nadie es capaz de aprehender, elaborar, digerir, seleccionar, o incluso rechazar.

¿Cómo encontrar el silencio en medio del torbellino, la bandada de personas hablando todo el tiempo, con las llamadas, mensajes o posts en redes sociales?
–Por medio de dispositivos diferentes que están siendo inventados. Doy un ejemplo personal. No tengo celular, nunca tuve, me horrorizaría tener uno. Y me molesta mucho percibir las situaciones en que el celular se aprovecha del espacio o interfiere en mi vida. No es que esté en contra del celular; yo trabajo mucho tiempo en casa, pero sé que quien sale de mañana y sólo regresa de noche necesita esa conexión. No condeno la tecnología en sí, sino el lugar que ha tomado esa interconectividad non stop e invasiva. Pero no tengo fórmula alguna al respecto. Lo que veo es que se alcanzó un umbral de lo intolerable en relación con todo eso. Sospecho que hay una reacción en personas que van abandonando cosas que hasta ayer parecían imprescindibles. De pronto, dejan el auto y comienzan a andar en bicicleta o a pie. Ese fuerte rechazo de la tecnología, de algún modo, es una especie de situación un tanto apocalíptica; todo parece desechable, todo puede ser resignificado. Hoy día, en cierto sentido, es necesario producir silencio, crear esos silencios que no están dados.

–“El problema no es que nos dejen solos, sino que no nos dejan suficientemente solos”: es una frase de Deleuze que retomas en un texto. ¿Ante ese ruido generalizado, perdemos la capacidad de oírnos a nosotros mismos en soledad, de abrir espacio a la reclusión?
–El silencio no es necesariamente para oírse a sí mismo. Es una condición para escuchar a los otros, las otras voces de la Historia, las diversas tribus que nos rodean. Creo que hoy hay un exceso de gregarismo. Las ganas de estar juntos todo el tiempo, con todo mundo, no da condición alguna para oír nada. La soledad no es esa soledad romántica, para oír una voz interna; es más una soledad poblada. La soledad puede ser atravesada por varias voces. Para mí, la enseñanza de Nietzsche con respecto al gregarismo es totalmente válida. Él dice que el espíritu del rebaño es siempre el de la homogeneidad, el consenso, lo servil. Por lo tanto, un cierto desarraigo de ese gregarismo es una condición para otra cosa, para cierta singularidad, un disenso, una diferencia. No se trata del elogio de la soledad en cuanto tal, como aspecto de insularidad. Es justamente lo contrario: es necesaria una soledad para alcanzar otras conexiones que el propio gregarismo impide.

Ese comportamiento de rebaño, de manada, se evidencia en las conexiones robustecidas por el capitalismo, como ya lo señalaste en un texto: “Este capitalismo produce toneladas de una nueva y diferente soledad y una nueva angustia, la angustia de la desconexión; el capitalismo contemporáneo produce no sólo esta nueva angustia de ser desconectado de la red digital, sino también la angustia de ser desconectado de las redes de vida cuyo acceso está mediado cada vez más por peajes comerciales impagables para una gran mayoría.” ¿No sería esa la gran imposibilidad del silencio?
–Este es un campo de enfrentamiento. Tomemos a un autor como Franco Bifo Berardi, un filósofo y autonomista italiano que, en las décadas de los sesenta y setenta, escribía mucho sobre la noción de “neuromagma”. Él defiende que las personas ya no discuten, argumentan ni deciden, y en cambio son invadidas por ondas que llama “neuromagma”, corrientes psicoquímicas de miedo, pánico, entusiasmo por esto o aquello. En un pasado ya muy remoto, era el sujeto racional quien individualmente decidía qué hacer. Hoy, ese mismo sujeto está sometido a esas ondas que exigen otra actitud. La idea no es retornar nostálgicamente a aquel individuo autónomo que fue, vaya uno a saber por cuánto tiempo, nuestro ideal humanista, sino asumir algo de este caos contemporáneo y hacer algo en él, como producir desvíos. Una cosa sería relacionarse con el presente de manera atrincherada: “todo es horroroso, voy a encapsularme aquí en una resistencia completamente radical y quedarme al margen”. Esa sería una manera antigua de pensar la propia resistencia. Es posible producir otras redes en medio de todos esos influjos, producir otros movimientos, individuales y colectivos. A pesar de que me gusta mucho la imagen de una soledad poblada, no necesariamente hay que tomarla como algo literal. Es posible estar en grupos, en colectivos, donde se inventen otros modos de “espacio-tiempo”, otros ritmos y maneras, incluso, de poder efectuar intercambios sin que alguien hable o necesite responder inmediatamente.

¿Esa producción de desvíos como forma de resistencia es la que de alguna forma orienta tu experiencia con los miembros de la Compañía Teatral Ueinzz?
–La gente que frecuenta Ueinzz ya tiene eso casi incorporado. Ellos no necesitan hablar y oír todo el tiempo. No necesitan intercambiar. Cada uno está en su planeta: si es necesario, vas a Venus, vuelves a mitad de camino y todo perfecto. Tampoco necesita estar todo mundo atento, no existe ese tipo de grupalismo. Buscamos lo contrario, la heterogeneidad en el arte de acompañar. Ahora, incluso en una actividad lírica como el teatro o en una clase, es posible sustentar hiatos y percibir cómo esas interrupciones pueden tener un efecto perturbador, en el sentido más interesante de las palabras. Las cosas pueden estar sueltas también sin que eso represente una catástrofe.
En vista de lo discutido, ¿cuál sería el mayor desafío individual y colectivo?
–Inventar dispositivos de interrupción. Me viene a la cabeza la imagen de los frenos de emergencia de un tren. A veces, con ese enfrenón, puede haber descarrilamientos. Pero éstos, muchas veces, son y serán necesarios
*Periodista brasileña.



TRADUCCIÓN DEL PORTUGUÉS DE IVÁN GARCÍA

vìa:
http://semanal.jornada.com.mx/2016/08/26/la-angustia-de-la-desconexion-la-soledad-en-el-mundo-virtual-2047.html

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