(APe).-
Tiene tres o cuatro años y ya es imparable. Le encanta correr, en
patas, por el patio compartido con perros flacos y basura. Y hundir
talones y dedos gordos en el barrito eterno del Meandro de Brian. Orilla
del Riachuelo donde nació y adquirió, por herencia y sambenito, una
condena a muerte temprana o a vida brutalmente desigual. Envenenado por
piel y bronquios, por boca y por pies en contacto con los monstruos
costeros. Los invisibles, malolientes, nacidos de las 23 mil industrias
que descargan su cloaca química en el curso de agua estancado y denso
que le baña las costas a él, que tiene tres, cuatro años y le encanta
correr en patas por la tierra podrida y húmeda. El, que es uno de los
tres de cada diez que tiene plomo en la sangre en el Meandro de Brian.
Que carga con la cruz del cáncer futuro o
del retraso ya palpable en su desarrollo y/o la desigualdad cognitiva
que lo condenará a comprender menos, bastante menos que el que crece
alejándose unos kilómetros no más. Donde el aire no se clava como un
alambre oxidado en los pulmones, donde el suelo no penetra por la piel
tanto plomo y benceno, donde se come con algo más de calcio y proteínas,
donde el agua que se toma no tiene mercurio y arsénico.
ACUMAR (la autoridad de la cuenca Matanza
Riachuelo, que está presidida por el mismísimo ministro de Medio
Ambiente de la Nación, Juan José Mussi), después de un estudio
socioambiental en un millar de chicos menores de seis años, acaba de
descubrir que el 25 % de los niños de la villa 21-24 de Barracas tienen
plomo en la sangre. Y el porcentaje sube en sectores críticos como el
Meandro de Brian, donde los chicos crecen pateando basura, respirando
tolueno e incorporando plomo sólo por tener contacto con el suelo. Las
casillas están edificadas sobre montones de basura, humedecidas por el
Riachuelo.
La Corte Suprema decidió en 2008 que había
que relocalizar las miles de industrias contaminantes y las decenas de
miles de personas condenadas a la penosa vida costera, donde la
ventanita de casa da a la sopa química y la puerta de salida, a los
tambores de aceite viejos y vacíos que sostienen los cimientos. Diez
años atrás (es decir, cinco antes del fallo de la Corte) un estudio a
cargo de una agencia de cooperación japonesa encontró que los niños de
entre 7 y 11 años de Villa Inflamable triplicaban el contenido de plomo y
otros dieciséis químicos en la sangre respecto de los de Villa Corina, a
doce kilómetros. Es decir, lejos del Polo Petroquímico de Dock Sud. Los
chicos de Inflamable (que debe su nombre a la explosión de un buque
petrolero en 1984) aspiran los químicos de las refinerías, los metales
pesados, las dioxinas cancerígenas y se solazan con la vida a orillas
del Riachuelo, que reúne, como una enciclopedia viscosa, todos los
venenos de la historia del país.
Nadie tomó nota del estudio japonés, salvo
el sociólogo Javier Auyero y la antropóloga Débora Swistun (nacida y
crecida en la Villa), quienes en el mismo año del fallo supremo
publicaron “Inflamable. Estudio del sufrimiento ambiental”. Swiston
recordó que “se constató la presencia permanente de diecisiete
compuestos volátiles asociados con la refinación de petróleo, como
benceno y tolueno, que son cancerígenos sin un umbral mínimo, es decir
no importa cuánto tiempo uno estuvo expuesto”. Todos los niños de
Inflamable tienen plomo en sangre. Y no sólo. El 50% eran valores
superiores a los tolerables. Enfermedades respiratorias, alergias en la
piel, ojos y pulmones, dolores de cabeza como punzones en las sienes,
cáncer, neuronas debiluchas que languidecen y mueren, sobrevivientes que
no avanzan en la escuela ni califican en el mercado laboral.
Consecuencias más, consecuencias menos.
A pesar de la cantidad de familias
desalojadas de las orillas (que fueron muchas más que las industrias
corridas, con las que el estado en todas sus formas es mucho más
correcto y piadoso) el camino de sirga está poblado por unas 1500
familias vivientes a centímetros del agua. El camino de sirga, como
concepto, está contemplado por un artículo del Código Civil que
determina que debe haber 35 metros liberados desde el talud del río. El
juez federal de Quilmes lo desempolvó para darle un marco legal a la
limpieza de las orillas. Tan rápido fue el juez, tan perentorias eran
sus decisiones, que tuvo que apelar a las contrataciones directas para
no perder tiempo en licitaciones. Y, dicen, habría recurrido a empresas
de familiares y amigos para asegurarse la eficiencia. La Corte decidió
separarlo de las causas relacionadas, pero Armella dejó la herencia de
las sirgas, que eran las sogas que se usaban para arrastrar a los barcos
río arriba. El camino de las sirgas era el espacio necesario “en los
márgenes del río para que las carretas tiradas por bueyes empujaran las
sogas”. (Clarín, 10-01-2012)
ACUMAR publicó varios datos de pésima
calidad de vida en la gente de la villa 21-24 en contacto con los
tóxicos del Riachuelo. Son 55 mil familias en 60 hectáreas. Dos tercios
de los hogares tienen al menos una necesidad básica insatisfecha; nacen,
corren, crecen, sobreviven y se enferman sobre un basural; el 42% de
los censados no tiene inodoro; los desagues del resto van a pozo ciego o
cava en la tierra.
Las familias que han sido relocalizadas (es
decir, trasladadas de prepo a un lugar extraño) fueron destinadas a
viviendas sociales en la que generalmente se las olvida y se las deja
sin servicios y con carencias enormes. Por eso tantos se resisten ante
las promesas y las topadoras. Pretenden una minúscula muestra de
respeto: que se los consulte. En el lugar donde les tocó a sus huesos
estar, pueden ampliarse para arriba o para el costado si la familia se
agranda. Que suele agrandarse y bastante. Hay lugar para los perros y
alguna gallina. Para tener un árbol. Al menos quieren saber dónde los
llevarán cuando les carguen sus tres muebles y los levanten de allí.
El vicepresidente ejecutivo de Acumar,
Antolín Magallanes, acusa a la Ciudad de retrasar las localizaciones. Y
lo hace en tiempos críticos de campaña.
Era el mismo Antolín (con el diminutivo
anclado en su nombre) quien aplaudía la experiencia de remo en el
Riachuelo. Niños de la 21-24 enancados en botes festivos remando en la
densidad de los metales pesados del río. El proyecto estaba impulsado
por la Casa del Bicentenario, la Junta Vecinal de la Villa, el
Ministerio de Defensa y la Secretaría de Cultura de la Nación. Con gran
generosidad, el Estado celebraba la posibilidad de que niños expulsados a
los basurales del sistema practicaran un deporte náutico en las aguas
que la Prefectura mira de reojo en el puente Victorino de la Plaza,
mientras vigila los pasos de quienes saltan de la villa a la ciudad sin
pedir permiso.
Fue una experiencia intensa mientras duró:
con el ampuloso título “El Riachuelo de los Navíos” (La Ciudad,
Avellaneda, 5/05/2013) los pibes flaquitos e intoxicados respiraban e
incorporaban más plomo que de costumbre y remaban un agua pesada y
viscosa. Dura, como suele ser la vida.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7938:silvana-melo&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7938:silvana-melo&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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