Los redentores neoliberales
Gustavo Ogarrio
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Para las y los integrantes del curso de literatura latinoamericana del CELA- FFYL-UNAM,
por su lectura aguerrida y lúcida del presente
por su lectura aguerrida y lúcida del presente
Para María José y Rodolfo
En su estudio sobre
las relaciones y contraposiciones entre liberalismo y democracia,
Norberto Bobbio enunciaba ya cierto núcleo básico de la crisis del
liberalismo en nuestros días: “El Estado liberal clásico hoy está en
crisis por el avance progresivo de la democratización, producto de la
ampliación gradual del sufragio hasta llegar al sufragio universal.”
Bobbio también identifica el doble papel que juega el liberalismo en la
época moderna, esto para valorar los alcances de su crisis y al mismo
tiempo indicar la confusión, muchas veces insostenible, entre
liberalismo y democracia. El liberalismo ha sido una teoría del Estado y
también una “clave de interpretación de la historia”. El mismo Bobbio
advirtió sobre otro de los problemas del liberalismo contemporáneo y su
relación con un tipo de democratización limitada a la representación
política, al distinguir que la noción misma de democracia, como
intervención directa de la sociedad, era más antigua que el mismo
liberalismo y que se encontraba ya en el pensamiento político helénico,
al ser contrapuesta a cualquier otro tipo de organización política
basada en la concentración de poder en uno o varios sujetos: “El
pensamiento político griego nos legó una célebre tipología de las
formas de gobierno de las cuales una es la democracia, definida como el
gobierno de muchos, de la mayoría, o de los pobres… en síntesis, de
acuerdo con la misma composición de la palabra, del pueblo, a
diferencia del gobierno de unos cuantos.”
¿Qué tipo de teoría del Estado y de
interpretación de la historia han originado esta crisis del pensamiento y
la acción política liberal? Quizás esta contradicción liberal se
encuentra en sus propios fundamentos. Para Franz Hinkelammert, en el
liberalismo fundante de John Locke se puede leer ya una inversión
ideológica del concepto mismo de los derechos humanos, por ejemplo. En
nombre de los derechos humanos de tipo liberal que se oponían al
derecho divino de los reyes, Locke grabó en el origen del liberalismo y
en su definición como igualdad y libertad natural de todos los hombres
–“sin estar sometida a la autoridad o a la voluntad de otro hombre”–,
su vinculación a un sistema de violencias coloniales que eran también
su contraparte oscura, despótica y destructiva. Afirma Hinkelammert: “…
por tanto, se puede expropiar a los pueblos indígenas de América del
Norte. También, por tanto, se puede colonizar a la India por la fuerza.
Todas estas violencias Locke las considera legítimas, porque resultan
de la aplicación fiel de la igualdad entre los hombres, como él la
entiende. Estas violencias no violan los derechos humanos, sino que son
la consecuencia de su aplicación fiel. Decir igualdad es lo mismo que
decir que la esclavitud es legítima. Garantizar la propiedad privada
significa poder expropiar sin límites a los pueblos indígenas de
América del Norte.”
Sin embargo, el análisis que lleva a
Hinkelammert a rastrear en Locke esa contradicción liberal entre
libertad y colonialismo no es el único y tampoco se agota en esta
inversión de los derechos humanos. Edward W.
Said también vio con mucha claridad este vínculo entre el pensamiento
liberal occidental y la dominación colonial: “Un especialista moderno
en la época victoriana tendrá que admitir que los héroes de la cultura
liberal, como John Stuart Mill, Thomas Arnold, Carlyle, Newman,
Macaulay, Ruskin, George Elliot, e incluso Dickens, tenían unas
opiniones muy concretas sobre la raza y el imperio, que podemos
encontrar fácilmente en sus escritos. De igual modo, un especialista
debe acabar admitiendo que Mill, por ejemplo, dejó claro en On Liberty y en Representative Government que
sus puntos de vista no podían ser aplicados a la India (al fin y al
cabo fue funcionario en la India Office durante una gran parte de su
vida) porque los indios eran inferiores tanto por su civilización como
por su raza.” Lo anterior no es, de ninguna manera, solamente un
síntoma de la debilidad política del liberalismo ni de su
simplificación como teoría política del Estado, más bien ayuda a
comprender los alcances de un sistema de dominación colonial y el papel
intelectual y político del liberalismo, su importancia como
interpretación política de la historia y de los pueblos sometidos en
nombre de valores liberales.
Neoliberalismo: inversión y contradicción
Esta inversión liberal de los derechos humanos, que
es susceptible de comprenderse bajo una perspectiva de larga duración
de la historia política occidental, también se conecta a otro tipo de
inversiones ideológicas, como el caso del humanismo y de su inversión
militar contemporánea, lo que Noam Chomsky ha conceptualizado como el
“nuevo humanismo militar” y que tuvo en la guerra de Kosovo la
actualización de una vieja doctrina de intervención colonial por parte
de Estados Unidos y de la OTAN. Afirma
Chomsky: “Es tal vez un poco extraño leer que los ‘estados ilustrados’
están iniciando una nueva era en asuntos de la humanidad cuando se
autoconfieren el derecho de usar la fuerza militar en casos que
‘consideran justos’… Al retirar el velo de la ignorancia internacional
descubrimos que el ‘nuevo intervencionismo es simplemente ‘el
intervencionismo de antaño’.”
La matriz política de esta crisis del
liberalismo también se puede rastrear en un lenguaje profético,
redentorista y altamente agresivo que se presenta en la obra La sociedad abierta y sus enemigos,
de Karl Popper, uno de los momentos más elaborados y ambiciosos del
liberalismo contemporáneo. El liberalismo como sociedad abierta, ya no
sólo como clave para interpretar la historia sino para afirmarse como única
alternativa para comprenderla, para señalar las equivocaciones de
otras teorías y prácticas políticas “enemigas”, encuentra en Popper los
elementos para lanzarse a la liberalización de toda la historia
política de Occidente y estimula en el liberalismo contemporáneo la
posibilidad de deslizarse de su condición de teoría del Estado moderno a
ser la única teoría funcional para el capitalismo global.
Popper ya define a los “enemigos” de la sociedad abierta desde la
unilateralidad epistemológica que presenta a gran parte de la historia
política de Occidente como una gran “equivocación”, desde Platón hasta
Marx: “El marxismo sólo constituye un episodio, uno de los tantos
errores cometidos por la humanidad en su permanente y peligrosa lucha
para construir un mundo mejor y más libre.”
Paradoja y agresividad neoliberal
Además, Popper también introduce en la
argumentación liberal un gesto que ayudará a colocar en un plano de
superioridad a lo que podemos denominar como el mito racionalista de la
cultura liberal: entender a todas aquellas teorías y prácticas
políticas ajenas o contrapuestas al liberalismo como estrictamente
místicas, proféticas o redentoristas; es decir, despoja de una
definición epistemológica al pensamiento de Platón y de Marx para
simplificarlos y reducirlos a su definición como mito, en el caso de
Platón el “mito del destino”, y como “profecía histórica”, en el caso de
Marx. Con Popper es posible identificar la paradoja del pensamiento
liberal contemporáneo que, después de la segunda guerra mundial, se va a
configurar como neoliberalismo: el liberalismo más agresivo, en nombre
de la desmitificación de una supuesta sociedad anacrónica, “tribal” y
“cerrada”, presupuesta en la obra tanto de Platón como de Marx, deviene
él mismo mito o estrategia redentorista para interpretar la historia y
para “combatir” los fundamentos de cualquier visión que se considera
“enemiga”.
Es obvio que el liberalismo en la época moderna
se ha ramificado de tal manera que también presenta una serie de
posturas sumamente heterogéneas. Pese a tener como origen una concepción
monista del Estado y de la historia, el liberalismo es muchos
liberalismos. En este sentido, es importante señalar al menos uno de
sus momentos en los que no se define de esa manera abiertamente
unilateral como en la obra de Popper. Por ejemplo, en contextos
sumamente distintos al de una definición colonial del liberalismo, y
teniendo como horizonte la organización política en contra de una
dictadura longeva como la de Porfirio Díaz, tal y como fue el caso de
los círculos liberales en México, que en 1901 se organizaron en una
confederación, el liberalismo que protestaba y exigía el término de la
dictadura porfirista era perseguido y encarcelado: los pulmones de
Ricardo Flores Magón resistieron el “veneno de aquella tumba”
porfirista para afirmar una definición libertaria y rebelde del
liberalismo mexicano y transformarlo en precursor del anarquismo.
Sin embargo, ¿cómo se manifiesta esta actualidad
de la crisis del liberalismo en el contexto mexicano? El historiador
Enrique Krauze, un liberal contemporáneo que también ha empuñado el
síndrome mistificador de Popper, escribió un libro titulado
precisamente Redentores. Ideas y poder en América Latina. El
título del libro, sugerido por Mario Vargas Llosa, proviene de una
lectura redentorista aplicada a las ideas políticas en América Latina:
“Mis protagonistas son las ideas, pero mi aproximación a ellas no es
abstracta; las veo encarnadas en la vida de seres humanos concretos que
–como los apasionados rusos de [Isaiah] Berlin– las vivieron con
intensidad religiosa y seriedad teológica.” Krauze hace explícita la
supuesta conexión e inspiración liberal que toma del libro Pensadores rusos,
de Isaiah Berlin. Sin embargo, los ensayos de Berlin que integran
dicho volumen se mueven precisamente en la dirección contraria a la
señalada por Krauze, como afirma Aileen Kelly en la introducción del
libro: “Berlin muestra cómo los populistas, muy avanzados para su
tiempo, advirtieron los peligros e implicaciones deshumanizadoras de
las teorías liberales y radicales contemporáneas del progreso, que
ponían una enorme confianza en la cuantificación, centralización y
racionalización del progreso productivo.” El análisis de Berlin de
ciertos pensadores rusos es más bien una alternativa para entender la
historia de las ideas políticas precisamente en oposición a esa
simplificación telúrica y mistificadora que muchos pensadores liberales
tenían sobre la configuración del pensamiento ruso en la transición del
siglo XIX al siglo XX,
particularmente en esa reducción que afirmaba que el “despotismo
bolchevique” era el tipo de gobierno más adecuado para gobernar a
Rusia; como afirmó Bertrand Russell: “Se puede entender esto si se
pregunta cómo gobernar a los personajes de Dostoievsky.” Los
historiadores ingleses y estadunidenses que critica Berlin mezclaban su
“condescendencia” y “aversión moral” por el pensamiento ruso para
comprenderlo y, de paso, simplificarlo, de la misma manera en que la
clave para leer la historia de las ideas políticas en América Latina de
Krauze se establece a partir de un contrapunteo entre la
condescendencia con los pensadores liberales, Mario Vargas Llosa y
Octavio Paz, por ejemplo, y una aversión política contra aquellos que
según su interpretación no se han comportado liberalmente: Gabriel
García Márquez, Samuel Ruiz o el subcomandante Marcos, por
ejemplo. Anteriormente, en 2001, Krauze ya había señalado que la marcha
zapatista tenía un “carácter mesiánico y fundamentalista”, es decir,
mistificaba al pensamiento y a la acción política no liberales para
afirmar el mito liberal que se quiere racionalidad única ante el
supuesto sustrato profético o religioso de las otras ideas.
Neoliberalismo: maniqueísmo redentorista
¿Cómo se resuelve esta simplificación liberal de la
historia política contemporánea en América Latina y que no es más que
el núcleo maniqueo y dicotómico de la crisis actual del nuevo
liberalismo y su dimensión redentorista o profetizante? “¿Redención o
democracia? Éste ha sido, hasta hace poco, el dilema central de América
Latina”, afirma Enrique Krauze, para sellar su totalización liberal
demócrata aplicada al subcontinente: “La mayor parte de nuestras
naciones ha optado por la democracia, y por el retorno a valores
liberales y republicanos que les dieron origen.” Con una perspectiva
más heterogénea sobre los diferentes presentes de América Latina, Tulio
Halperin Donghi registra una articulación conflictiva de la
heterogeneidad de los legados políticos latinoamericanos, lejos del
optimismo liberal y de la armoniosa unificación neoliberal del
subcontinente a partir de la supremacía de la economía de mercado y de
la democracia liberal restringida a su dimensión electoral: “Más que
retornar al pasado, hoy Latinoamérica parece acudir al legado vivo de
todos sus pasados para afrontar un presente que no se parece
necesariamente más a ellos que al ayer inmediato, y ello se refleja en
las más inesperadas alianzas entre arcaísmo e innovación que han de
descubrirse en los más diversos planos de la realidad latinoamericana.”
¿Cuáles son las consecuencias más visibles del
actual liberalismo dominante, entendido también como nuevo liberalismo
redentorista? Enumero las más evidentes: el actual liberalismo ha
reducido la vida democrática de los países occidentales a su dimensión
puramente electoral, a la democracia representativa y ha condenado otras
formas de democracia directa. Se ha transformado en el gran defensor o
en la mediación ideológica de un capitalismo agresivo y de alta
capacidad de destrucción, en la dimensión política del culto a un
capitalismo de “rostro humano” que nunca llega. Ha sido incapaz de
transformar su origen monista y ahora se expresa como una teoría del
Estado no pluralista y muchos menos intercultural, sin categorías para
interpretar la heterogeneidad de América Latina y sus legados
ideológicos. El actual liberalismo dominante se ha vuelto,
paradójicamente, un obstáculo para el ejercicio de las libertades
básicas y para comprender visiones pluralistas de la política y la
historia, no es hoy una teoría de la libertad en un contexto de
opresión mundial ni una herramienta ideológica que ayude a profundizar
en los problemas y contradicciones de sociedades definidas como
heterogéneas. El liberalismo de hoy, entendido como neoliberalismo, es,
obviamente, lo contrario a una teoría crítica del Estado, de la
economía y de la sociedad. Guarda también una visión restauracionista
de la política y de la historia, una nostalgia actuante por el primer
ciclo neoliberal dominante. Afirma Krauze respecto al último presidente
del viejo régimen autoritario: “Pero Zedillo –rara avis en la
clase política– era un demócrata liberal y entendió las claves de la
necesaria transición… A diferencia de algunos de sus antecesores,
Ernesto Zedillo puede caminar tranquilamente por las calles de México.
No robó, no abusó, no mató. Honró, como pocos, la presidencia de
México.”
A final de cuentas, este liberalismo redentorista
corre el riesgo de consolidarse como una de las “grandes versiones
despóticas” de la historia moderna; visiones que el mismo Isaiah Berlin
ayudó a identificar de manera crítica con sabiduría paradójicamente
liberal.
Gráficas tomadas de: www.radicalgraphics.org
Vía:
http://www.jornada.unam.mx/2013/06/23/sem-gustavo.html
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