(APe).-
Batalla de Ayohuma, cerca de Potosí, en la actual geografía boliviana.
Allí está, en medio del estrépito de fusiles, degüellos salvajes y carne
quemada y desgarrada, allí está él, segundo promedio histórico de la
universidad de Valladolid, presidente del Colegio de Abogados de
Salamanca a los veinte años, secretario vitalicio del consulado con un
salario que hoy rondaría los 70 mil pesos mensuales, vocal del primer
gobierno parido en estas tierras del sur del mundo que todavía no
estaban enamoradas de las palabras que a él si lo habían impulsado a
dejarlo todo para convertir esos vocablos en realidad palpable:
revolución, igualdad e independencia. Allí está él, juzgado por haber
inventado la bandera para darle una esperanza a los desesperados que lo
seguían sin saber por qué diablos tenían que obedecerlo. Se trata de
Manuel Belgrano y allí está, en medio del campo afiebrado de Ayohuma.
Pide la bandera y se queda como último hombre. No quiere que sus
soldados, los verdaderos padres de la patria, como diría en sus cartas,
sean sacrificados. Y los que obedecen al mando español no pueden creer
que el general sea el último pudiendo ser el primero en retirarse.
Entonces el ejemplo produce el efecto deseado. No hay masacre. La
bandera queda manchada de sangre. Cuando Evo Morales suele mencionar que
tiene en su poder la bandera de Macha con sangre argentina se refiere a
aquel pedazo de tela que tiene los restos de sangre de Belgrano aquel
14 de noviembre de 1813.
-Pólvora y dinero, pólvora y dinero –
escribe como un enajenado en sus cartas delirantes de pasión
revolucionaria. Eso necesita pero Buenos Aires, su clase dominante, está
en otra cosa. Ya no interesa el sueño colectivo inconcluso de la
igualdad. Solamente se buscan patrones extranjeros que paguen bien la
traición. Alvear se encarga de ofrecer estas tierras a los ingleses,
portugueses y por último a los mismísimos españoles. Se lo saca de
encima a Belgrano y lo envía a Europa junto a Rivadavia. Pero cuando
vuelve insiste en la patria grande, en poner como rey a Juan Bautista
Condorcanqui, hermano menor vivo de Túpac Amaru por el que sangraron 400
mil peruanos y altoperuanos y proyecto un parlamento americano. Ya no
prestan atención a sus planes. Pero vuelve al norte. A Humahuaca y en
medio de esa soledad decide darles estatus de ciudadanos a los gauchos
que son tratados como esclavos en las haciendas del norte. Los
propietarios de casi todo jamás olvidarán ese gesto llamado fuero gaucho
y lo arrestarán y le pondrán grilletes a sus pies y luego entregarán a
su amigo y socio político, Martín Miguel de Güemes.
Pero volvamos a Ayohuma. El general
desesperado y poseído de una valentía parecida a la locura vuelve a su
campamento en Macha y decide quemar la casa de la moneda de Potosí. Sabe
que el dinero, sobre eso que escribió durante tanto tiempo, termina
corrompiendo a los sectores que tienen algo de poder. Es un rapto de
conciencia extrema: el economista e intelectual que imaginó el sistema
bancario de la nueva nación siente que hay que destruir el dinero porque
funciona como “agua estancada que pudre los demás sectores sociales”,
como le hizo escribir a su amigo Mariano Moreno. Porque sabe, él lo
sabe, Manuel Belgrano, que hace tiempo que “hay solamente dos clases de
hombres…los propietarios de casi todo y las mayorías que solamente
atienden las necesidades” de esos pocos, como publicó en “El Correo de
Comercio”, en ese mismo año 1813. En 1967, según los diarios publicados
por otro revolucionario, Ernesto Che Guevara, muy cerca de allí, también
piensa el rosarino en quemar Potosí y en la desaparición del dinero.
Por eso Belgrano muere en la pobreza y la
soledad. Su pasión revolucionaria a favor de enarbolar la bandera de la
igualdad en la vida cotidiana de los argentinos era demasiada molesta
para los usurpadores de la revolución. La mentira oficial argentina,
hija directa de la falsificación histórica, eligió la muerte del
desesperado de Ayohuma como celebración de la bandera. Fenomenal
herramienta política de domesticación: recordar la muerte para olvidar
cómo y por qué vivió Belgrano. Para que las futuras generaciones jamás
se encuentren con esos proyectos tan actuales, tan necesarios en el
presente de las mayorías.
Por eso Belgrano no sería funcionario.
Porque Belgrano fue un revolucionario.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7830:carlos-del-frade&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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