(APe).- Cuando
en noviembre de 2009 la familia Pomar salió de viaje desde José Mármol
rumbo a Pergamino y nunca llegó, el patetismo de los relatores
mediáticos fue un mojón que parecía difícilmente superable. En este
caso, con la inestimable ayuda de la policía, que nunca busca, si busca
jamás encuentra, pero siempre –siempre- opera. Los Pomar estuvieron
desaparecidos 24 días. Candelaria, de 6 años y Pilar, de 3, el caniche
de las chicas y el matrimonio habían muerto estrellados en un monte
después de perder el control en la ruta 31. Apenas a 15 metros del
camino hiperrastrillado por la bonaerense. La policía y los medios, que
funcionan como voceros y amplificadores, dijeron: que los Pomar habían
huido del país por deudas. Que Fernando Pomar había matado a su familia
porque era violento. Que los habían secuestrado a raíz de sus negocios
sucios. Pero habían muerto en un accidente de tránsito, como decenas de
miles. Solos de aterradora soledad. Sin búsqueda ni auxilio. Nunca
pudieron defenderse de la policía que no los buscó ni de los medios que
tiñeron, durante 24 días, su historia de oscuridad y violencia.
Poco duró el crespón en el pecho de un
poder mediático que siempre se recicla. Y que en el cuello de una piba
de 16 años, de clase media acomodada, que aparece muerta en una bolsa en
el Ceamse de José León Suárez, encuentra un espacio propicio para
clavar los colmillos y calmar su sed hemorrágica. Los mismos que fueron
capaces de opinar sobre “la vida sexual de Candela Sol Rodríguez”,
víctima propiciatoria de apenas once años, inmolada por la peor
diversidad de monstruos sistémicos, buscaron culpables vorazmente un
viernes de junio, desde los empleados del Ceamse al padrastro, desde los
cirujas al medio hermano, desde un violador serial a los marginales de
la tierra que salen a cazar niñas a las diez de la mañana por Palermo.
Culpables
En la tarde – noche del 14 de junio de 2013
la televisión argentina transmitió por primera vez el desarrollo de una
causa judicial, durante horas, en vivo y en cadena. Gracias a los
relatores, en cuatro días la muerte de Angeles fue un hecho terrible de
inseguridad, una violación y asesinato, un asesinato a secas, un crimen
cometido como consecuencia de “una familia ensamblada”. Entre otras
especulaciones. En pocas horas hubo un padrastro y un hermanastro
acusados, un padrastro detenido, una madre cómplice. Y un encargado de
edificio esposado. Un compendio del horror. Un capítulo de Walking Dead
donde los zombies bebedores de sangre ajena son periodistas
especialistas en nada, conductores de programas de chimentos, movileros
obligados a enviar una fruta, cualquiera. Y un episodio de banalización
mediática del que difícilmente se vuelva.
“Nada parece real sino en una escena
hiperreal asemejable al mundo del espectáculo”, pensaba Baudrillard
cuando la Guerra del Golfo se convirtió en la primera guerra transmitida
en vivo y en directo. ¿Cuál es la diferencia con la transmisión,
durante horas y atravesando todos los programas, del desarrollo de la
causa judicial por el crimen de Angeles Rawson? “Una escena hiperreal
asemejable al mundo del espectáculo”.
La banalización de la tragedia cuando se la
encuadra en el esquema mediático masivo implica su reducción a
culebrón, serie policial o ambas, según corresponda. Y en medio de la
utilización de cada uno para la propia conveniencia, se pierde de vista
la real dimensión humana de las tragedias.
La mano dura
Para llegar al cenit de la escena hiperreal
en Infama y Animales Sueltos, la historia comenzó el martes, cuando se
encontró el cuerpo de Angeles en el Ceamse de José León Suárez. Vejada
cruelmente, golpeada, torturada y asesinada, dijeron los medios, sin
esperar una mínima pericia. Un festín para los vampiros de la
inseguridad, que salieron a coro a pedir: pena de muerte y/o castración
para los violadores; el desentierro de un registro de ADN lleno de polvo
en el Congreso de la Nación –el mismo ministro de Justicia pisó el
palito y anunció que se pondría en marcha-; fin para la “política
garantista de derechos humanos para los delincuentes”; mano dura para
los limpiavidrios de la 9 de Julio y urgente cacería de trabajadores y
cirujas del CEAMSE –propuesto por un indefinible periodista de C5N-,
indudablemente responsables de secuestrar, violar y matar a una
adolescente de 16 años de clase media acomodada. Un caso perfecto para
la retroalimentación medios – sociedad: títulos sobre la inseguridad que
ya no se soporta, entrevista al padre de la chiquita y elección de un
textual determinado para el título: “hay que recordar esto a la hora de
votar”. Etc.
El problema comenzó cuando las pericias
demostraron que no había existido violación. Y que Angeles no había
sufrido “otros actos de violencia física más allá de la acción que causó
su muerte” (textual del documento pericial). El tema, abruptamente,
bajó de los titulares. Había que reacomodarse. Pero por suerte apareció
el choque de trenes en Castelar para conceder la dosis de tragedia
necesaria y no ingresar en el temido período de abstinencia que genera
mudanzas y bajos encendidos.
200 horas de aire
Sin embargo Angeles, horriblemente
revictimizada después de su muerte, seguiría ofreciendo yugulares para
la avidez de tanto colmillo. Canales y diarios irrumpieron en su
Facebook, robaron sus fotos, expusieron a sus amigos y amigas (todos
chicos de su edad, frágiles y lacerables), desnudaron su intimidad con
picos de rating inéditos para la tv por cable (entre 10 y 11 puntos el
viernes a la noche, en horario central), se pasearon desparramando barro
por la privacidad de su familia y culparon alegre e impunemente durante
200 horas de transmisión televisiva (informe Consultora Ejes de
Comunicación). En el caso Candela, la filtración judicial de grabaciones
telefónicas, las especulaciones obscenas, el reconocimiento del cuerpo
por parte de la madre -con el Gobernador presente y una cámara de C5N
inmortalizando el momento- tras el asesinato de la nena no fueron tan
explosivamente excesivos: apenas 85 horas en el aire.
El clímax mediático llegó cuando el giro de
las pistas apuntó hacia la familia. Periodistas, conductores,
animadores, habladores de todos los temas sin conocer ninguno, seudo
especialistas desinformadísimos, movileros que llenaban de palabras
vacías –y en algunos casos peligrosas- los enormes baches con imagen de
la fiscalía y el edificio de Palermo, todos opinando sobre la vida de
una familia en la escena hiperreal de Baudrillard, pero rebajada ya no
al espectáculo sino al chusmerío bizarro de Intrusos. Un periodista con
apellido de conquistador español relataba en Canal 9 “un dato
impactante”: la ex mujer del padrastro había muerto de leucemia. La mamá
de Angeles era su íntima amiga. Pero cuando murió, se le quedó con el
marido. ¿Crucial para la causa?. ¿Fundamental para saber quién asesinó a
Angeles?. Chusmerío de esquina.
Los zócalos de los noticieros, con letras
catástrofe, hablaban de “el padrastro preso como autor”. “Todo apunta al
padrastro y al hermanastro”. Una familia atravesada por el peor de los
dolores y destruida por una exposición mediática de enorme perversidad.
Una información manipulada para que circule por los caminos de la
necesidad televisiva. Una mercancía para ofrecer en vidriera con el
packaging más atractivo. Es decir: el cadáver de Angeles expuesto con su
padrastro en las puertas del cadalso. Ideal.
Una escena hiperreal más, con la estética del espectáculo pochoclero.
Siempre los mismos
Sin embargo, al final de la noche, cuando
las programaciones ya estaban más cerca del Llame ya! que de Alejandro
Fantino el preso resultó el encargado del edificio. Y –hasta ahora- el
único imputado como autor. Confeso.
No necesariamente ese final indeseado para
el suspenso de la noche del viernes implique la inocencia absoluta de
los familiares directos. Habrá tiempo para saberlo. Y si esos familiares
directos fueron tan víctimas como Angeles, se habrá escrito uno de los
capítulos más tristes del periodismo de estos tiempos.
El de la morbosidad, el la información sin
chequear, el de la construcción de una historia a medida como se fabrica
una camisa. Una mercancía a tono de la necesidad del consumidor. Sin
importar el costo ni lo que va quedando en el camino. Pero con un
detalle: fuera del aire se muere de verdad. Y mueren también chicos y
jóvenes en las calles y en las comisarías y se esfuman y se los traga la
tierra y casi jamás logran el milagro de un minuto de aire. De un
segundo de visibilidad en la comparsa mediática. Donde los que bailan y
ríen y opinan y deciden son los otros. Siempre los mismos.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7825:silvana-melo&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7825:silvana-melo&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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