Desde sus inicios, en mayo de 2011, el movimiento estudiantil chileno –cuya principal exigencia es el derecho a una educación pública y gratuita– ha vivido una fuerte represión por parte del Estado. En Chile “cuando hay una movilización, es de esperarse que haya represión”, reconoce Rodrigo Barrera Lleyton, estudiante de Geografía, en entrevista con Desinformémonos.
El estudiante, quien cursa la licenciatura en la Universidad de Humanismo Cristiano, explica que, aunque el movimiento estudiantil fue iniciado por estudiantes de nivel superior, hoy está siendo encabezado por el grupo de los estudiantes secundarios quienes han llamado nuevamente a las movilizaciones.
“Si bien el año pasado fue un movimiento muy fuerte, este año se aletargó un poco. La Confederación de Estudiantes Chilenos (CONFECH) llamó a movilizarse de forma ‘un poco diferente’, lo que produjo algunos malestares en el movimiento estudiantil, sobre todo, en los secundarios, por lo que este año fueron ellos quienes se encargaron de rearticular el movimiento”, señala Barrera Lleyton.
La asociación de estudiantes secundarios decidió empezar a tomar los colegios, a llamar nuevamente a las movilizaciones. “Le han puesto un toque bien rebelde y han demostrado que el año pasado, en realidad, no ganamos nada. Ellos han sacado la cara y nos han mostrado el escenario en el cual vemos que no estamos en condiciones de movilizarnos de manera pacífica”, dice Rodrigo, quien también forma parte de la asamblea de estudiantes de Geografía de su universidad, y agrega que “los secundarios son los más reprimidos, en parte por ser los más radicales, y en parte por ser los que cuentan con menor autonomía en sus lugares de estudio”.
“La represión es algo que siempre va a pasar. Nunca ha habido alguna movilización que no tenga represión. La marcha del 28 de agosto fue una de las más violentas que he visto”, apunta el joven chileno.
Fotógrafo aficionado, Rodrigo Barrera dispara con su cámara en todas las marchas y vende sus fotos a organismos defensores de los derechos humanos, especialmente de cuando la policía reprime con violencia. Justamente por fotografiar, tiene la suerte de no vivir la represión de manera tan directa, como cuando marchaba simplemente como estudiante. “Ahora la veo más directamente y la puedo retratar”.
Las fuerzas represoras, comúnmente, dejan una pequeña salida para que las personas escapen, pero “en la marcha del 28 de agosto había un enorme contingente policiaco, y no dejaron ni una salida para los estudiantes, en su mayoría secundarios menores de edad. No los dejaron escapar, pero tampoco los detenían, el único fin de la policía era golpear, golpear y golpear”. Rodrigo vio a estudiantes salir de los carros de la policía totalmente apaleados. “No se podían ni siquiera parar de los golpes, y obvio, nada de esto sale en los medios convencionales”.
Ante los abusos, los estudiantes que marchan se han organizado para hacer un registro detallado de quienes asisten a las manifestaciones. “Hay quien organiza una lista con todos los compañeros que van a la marcha, donde hay teléfonos y terminada la marcha se confirma que todos estén bien, que no haya nadie detenido”. Si alguno fue detenido se avisa a los observadores de derechos humanos. “También nos organizamos para contrarrestar el efecto del gas lacrimógeno; algunos juntamos la plata para comprar amoniaco, limón o antiácido y cuando hay alguien lesionado se corre la voz para saber a qué centro hospitalario lo llevan”, explica el estudiante chileno.
Los hospitales cumplen también con una función represiva. “Cuando llegan heridos por balines y por estar en las marchas, los atienden muy mal, y ellos mismos, los trabajadores del hospital, llaman a la policía para que vayan por los estudiantes, “porque seguramente estuvieron ocasionando disturbios en la marcha”.
El estudiante de Geografía sostiene que el movimiento se ha ido radicalizando, “un poco por los malos resultados que tuvimos el año pasado, y otro tanto por las medidas de represión que ha habido este año”. Cuando se toma un colegio, “la policía reprime con fuerza desmedida”, y ante esto, “la radicalización es la única forma para darle fuerza al movimiento, si no, sería un poco más de lo mismo”.
En cuanto a la adherencia de la sociedad civil al movimiento, Rodrigo Barrera asegura que ésta ha ido in crescendo. “Hay bastante apoyo, tan sólo en la última marcha hubo más de 50 mil personas, aunque los carabineros dijeron que apenas éramos 2 mil”.
Las autoridades le ha apostado bastante a la fragmentación del movimiento, y su discurso se dirige a las personas que no están de acuerdo con las movilizaciones. “El ministro de educación hace declaraciones diciendo que las personas que toman los colegios o hacen movilizaciones le faltan el respeto a las personas que sí se quieren educar; que es más importante estudiar que movilizarse; que las personas que se movilizan no son la mayoría; que los que se movilizan son como una mafia”. Y no hay respuestas de mayor profundidad en cuanto a las demandas estudiantiles.
Ha habido varios casos de estudiantes detenidos por cargos imputados, como un estudiante de Valparaíso, llamado Pedro Quezada, que “fue detenido y acusado por portar bombas, cosa que nunca fue cierta; una asociación de defensoría de derechos humanos tomó el caso y tras varios meses pudieron demostrar que todo fue un montaje. Es súper común que a los estudiantes se les implique en este tipo de montajes”.
Rodrigo asevera que las autoridades no han querido escuchar las demandas reales. “La clase política no ha querido entender que los movimientos sociales, no importando de qué tipo sean, lo que demanda es tener más injerencia en las política públicas, y ése es el reto mayor que tenemos, pues no escuchan las demandas ciudadanas, y lo único que queremos es educación pública”. Barrera agrega que la clase política no quiere darle explicación a quienes son los verdaderos dueños del país, “las autoridades tienen miedo a dar su brazo a torcer porque la inversión privada se enojaría y son ellos quienes mantienen el status quo del país”.
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