.- La crisis económica mundial, la especulación en
el mercado de productos básicos y de tierras de cultivo, la agudización
de la pobreza y el cambio climático se constituyeron en nuevos factores
de deforestación, al agravar causas históricas del fenómeno como el
avance de las fronteras agrícolas, la tala para la producción de madera y
el uso de leña como fuente de energía, como se constata en el Informe
de Social Watch 2012.
Por otra parte, el encarecimiento de la energía elevó el consumo de
leña y carbón vegetal en los sectores más pobres de la población, lo que
añadió una presión adicional sobre los bosques.
Al mismo tiempo, en un círculo vicioso, la desaparición de bosques
reduce la absorción de dióxido de carbono emitida a la atmósfera por la
actividad humana, lo cual impide mitigar el cambio climático. El
fenómeno empeora por la falta de leyes de protección de áreas
ecológicamente sensibles o por su falta de aplicación en aquellos países
donde han sido aprobadas.
La dependencia de la Unión Europea de la importación de alimento para
su ganado elevó “la demanda de tierras en el extranjero”, lo que ha
causado deforestación, entre otros perjuicios ambientales y sociales,
advirtieron Mirjam van Reisen, Simon Stocker y Georgina Carr en el
capítulo del Informe de Social Watch dedicado al movimiento europeo de
los “indignados”.
“La rápida propagación de modelos de producción y consumo no
sustentables” determina “el rápido agotamiento de los recursos
naturales”, así como calentamiento global, eventos climáticos extremos
más frecuentes, desertificación y deforestación, según una declaración
preliminar del Grupo de Reflexión de la Sociedad Civil sobre
Perspectivas de Desarrollo Global, incluida en el Informe de Social
Watch con el título “Río+20 y más allá: Sin justicia no hay futuro”.
El informe de la coalición de Social Watch en Finlandia sintetiza
cómo el Norte industrial alienta la deforestación. “Empresas finlandesas
importantes que aducen ser líderes mundiales en sustentabilidad y han
establecido monocultivos a gran escala en el Sur contribuyen al
desplazamiento de comunidades y la apropiación de tierras a gran
escala”, explicaron sus autores.
La demanda de aceite de palma por parte de Nestle Oil, empresa de
mayoría estatal que pretende ser líder mundial en la producción de
biocombustibles, determina “la conversión de tierras y la deforestación
en selvas húmedas y de turbera”, principalmente en Indonesia y Malasia,
que según expertos “contienen las reservas de carbono más concentradas
del mundo”, indica el aporte finlandés. “La superficie total plantada
necesaria para abastecer sus refinerías se calcula en 700.000
hectáreas”, agrega.
En contrapartida, “la destrucción de la principal fuente de
subsistencia de pueblos indígenas también redunda en la pérdida de sus
formas de vida tradicionales. Cuando el bosque desaparece, también
desaparece su cultura”, resume el aporte nacional de Malasia al Informe
de Social Watch 2012.
El modelo de extracción
Uno de los casos más graves es, precisamente, el de Malasia, donde
“la vertiginosa pérdida de selva tropical en el siglo XX se vincula
claramente con los modelos de extracción” por los que se despejaron
“grandes áreas” para producir caucho y palma de aceite y se talaron
millones de árboles para cubrir la demanda nacional e internacional de
madera.
“En 1985, el sector forestal aportó más de 15% de los ingresos por
exportaciones”, a pesar de que la deforestación creció 86% entre 1990 y
2005, “más que en cualquier otro país tropical”, indica el aporte
malasio al Informe de Social Watch.
La situación es gravísima en Zambia, donde la deforestación, que en
décadas anteriores se estimaba en 300.000 hectáreas al año, se elevó a
800.000 en 2008. Entre 1990 y 2010, el país perdió 6,3% de su cubierta
forestal, unos 3,3 millones de hectáreas. El informe nacional de Zambia
parece compendiar todas las malas prácticas posibles al respecto:
explotación comercial de maderas autóctonas iniciada en la década de
1930, talas y quema para ampliar la frontera agrícola, uso de leña y
carbón vegetal como fuente de energía hogareña y de madera para
construir, y falta normas de protección de bosques.
En Brasil, la tala y quema de bosques amazónicos responde a “la
expansión de las explotaciones agropecuarias”. La acometida de grandes
hacendados contra el Código Forestal, a debate en la Cámara de
Diputados, incluye “la reducción de 80% a 50% de la superficie de
reserva forestal que debe mantener toda propiedad rural de la Amazonia”,
indica el aporte nacional al informe de Social Watch.
También la Amazonia de Perú (la octava cobertura forestal del mundo y
la segunda de América Latina), así como sus bosques naturales andinos,
han sufrido décadas “de agricultura de roce y quema y de consumo de
carbón de palo para hogares y restaurantes”. Los manglares y bosques
secos y sub-húmedos “están agotados” y se deforestan 150.000 hectáreas
al año.
La agroexportación destructora
Los monocultivos destinados a la exportación a países ricos, como el
de caña de azúcar en Guatemala y el de café en Nicaragua, también han
contribuido con la pérdida de bosques. El modelo agroexportador de
Paraguay también ha derivado en “una deforestación constante”. El
gobierno de Camerún resolvió “aumentar aun más la producción” de cacao
cuando los precios bajaron en la década de 1980, “para lo que se
despejaron aun más áreas de selva tropical”.
En Guatemala, donde también incidieron las actividades extractivas y
el uso de madera para construir y de leña para cocinar, se ha llegado a
“la virtual desaparición de los bosques naturales”, que sería total en
2040 de persistir el ritmo de deforestación de 82.000 hectáreas anuales.
Nicaragua pierde cada año 75.000 hectáreas de bosque por la tala
ilegal, la agricultura y los incendios, a menudo provocados para abrir
tierras a los cultivos. Además, 76% de la energía destinada a cocinar
procede de la leña. Ocho de los 12 millones de hectáreas de bosques
están degradados.
A la actividad agropecuaria responde también la reducción de la
cobertura boscosa de Panamá, de 70% en 1970 a 35% en 2011, según datos
de la Autoridad Nacional del Ambiente recogidos por el aporte nacional
al Informe de Social Watch 2012.
Argentina perdió unos 23.553 kilómetros cuadrados de bosques nativos
entre 1937 y 1987, y 2.500 al año entre 1998 y 2006, es decir una
hectárea cada dos minutos. Las causas, según el informe, son “la
explotación forestal irracional, la expansión de la frontera
agropecuaria y la ausencia de políticas públicas y de incentivos a los
actores privados para la reforestación con especies nativas”.
La no aplicación de la Ley Forestal de Birmania, así como de la Ley
de Minería que obliga a consultar a la población afectada por los
proyectos, permitió la pérdida de 20% de los bosques del país entre 1990
y 2005. La minería y otras actividades extractivas también afectan a
Filipinas y “deberán suspenderse o sujetarse a controles muy estrictos”
para “restablecer la cubierta forestal, que del 40% ideal ha caído a
27%”.
La historia se repite en Armenia, cuyo gobierno permitió “la minería
en áreas ecológicamente sensibles”. Por eso y por “el uso de leña como
combustible”, la deforestación “ha escalado a un nivel sin precedentes”,
según el informe nacional de Social Watch, el cual estima que “solo 7%
del territorio permanece forestado, muy por debajo del 35% de hace dos
siglos, y gran parte de los bosques están degradados”.
A las escondidas
Los conflictos armados hicieron lo suyo en países como Afganistán,
Sri Lanka y Sudán, donde ciertas facciones talaban bosques para dejar
sin escondites a sus adversarios y para abastecerse de leña.
Sri Lanka, de hecho, conserva apenas 1,5% de su bosque original, en
gran parte perdido durante el régimen colonial británico para la
plantación de caucho, café y té, según un informe de Conservation
International recogido por la coalición nacional de Social Watch. Luego
del conflicto, entre 1990 y 2005, “el país tuvo una de las tasas de
deforestación de los bosques primarios más altas del mundo, perdiéndose
más de 18% de la cubierta forestal restante”, lo cual se agravó con los
esfuerzos de reconstrucción tras el tsunami de 2004.
La inseguridad alimentaria agravada por sequías atribuibles al cambio
climático induce a los agricultores de República Centroafricana a
avanzar sobre los bosques. Además, la leña representa 90% de la energía
en las cocinas de todo el país y 91,7% de la calefacción en Bangui, la
capital, donde se queman cada día entre 750 y 1.400 toneladas.
En Nigeria, además de los agricultores, los cazadores queman bosques
para encontrar sus presas, lo cual se suma a la demanda de madera para
viviendas, para cercas y para la actividad pesquera y de leña como
combustible.
La deforestación de Tanzania, cuya cubierta boscosa se redujo 15%
entre 1990 y 2005, “aumentó mucho desde 2000”. El recrudecimiento de la
pobreza elevó el uso de leña como fuente de energía para cocinar.
Los bosques del sur de Senegal desaparecen “a un ritmo desenfrenado”,
según el aporte de ese país al Informe de Social Watch. Sus autores
atribuyen el fenómeno a los conflictos armados, la búsqueda de nuevas
tierras de cultivo, la producción de carbón y el uso de madera para
construir.
En Somalia, la deforestación responde a la producción de carbón para
el uso local y la exportación, e impone “una severa presión” sobre los
bosques, que cubren apenas 9% del territorio. También en Sudán el uso de
leña y carbón vegetal, que representan casi 75% del consumo de energía,
“ha llevado a la eliminación de muchos bosques”, lo cual acelera el
avance del desierto del Sáhara “a lo que antes eran tierras arables y
forestales”.
Mientras, los manglares de Tailandia “se ven amenazados por los
asentamientos y la industria, además de su uso para leña, carbón
vegetal, muebles y construcción”.
Fuente: Informe de Social Watch 2012
Vìa:
http://servindi.org/actualidad/59379
http://servindi.org/actualidad/59379
No hay comentarios:
Publicar un comentario