Con
desparpajo british, la semana pasada el primer ministro David Cameron
ofreció a los escoceses un poco más de autonomÃa a cambio de que dejen
de insistir con esa molesta idea de votar por su independencia en un
plebiscito, cómodo en su rol de ser quien da y quien quita. Otra muestra
de lo flexible que llegado el caso puede ser el concepto de
autodeterminación de los pueblos, esgrimido por el gobierno británico
como instancia definitiva en el conflicto por la soberanÃa de las islas
Malvinas, y que ahora también reivindican algunos de nuestros opinadores
locales. Ejemplos más evidentes aún pueden encontrarse si se escarba un
poco en la historia reciente y se revisan casos como el de la isla
Diego GarcÃa, cuyos habitantes aún deambulan como parias reclamando que
Londres los devuelva a su tierra, de la que fueron arrancados a la
fuerza sin que nadie tuviera en cuenta su opinión.
El caso fue mencionado por el canciller Héctor Timerman durante su
presentación en las Naciones Unidas, cuando viajó a denunciar la
militarización de la zona del Atlántico Sur. “La pretensión británica de
condicionar la obligación de reanudar las negociaciones de soberanÃa a
la aplicación del principio de autodeterminación carece de fundamento,
siendo incluso contradictoria con los antecedentes de otras disputas
territoriales que involucraron a los ingleses”, e hizo mención a Hong
Kong y Diego GarcÃa.Lo de Hong Kong es más conocido. Pese a que los habitantes de Hong Kong no querÃan saber nada con el cambio de manos, todo se resolvió en una negociación entre gobiernos. Los chinos proclamaron la fórmula “un paÃs, dos sistemas”, por la cual respetarÃan que Hong Kong se mantuviera fuera de la economÃa socialista. Antes del traspaso, también dieron garantÃas de respeto al sistema legal. Sin embargo, luego modificaron varias leyes –por ejemplo, quitaron prerrogativas laborales–, lo que generó conflictos. Los habitantes habÃan expresado sus miedos, pero los británicos no tuvieron en cuenta su determinación.
Menos difundido es el caso de Diego GarcÃa. Guarda llamativas similitudes con las islas Malvinas, pero la resolución fue totalmente diferente sin que ningún funcionario británico haya explicado el motivo. Si hay algo notorio, es que no se tuvo en cuenta la opinión del pueblo, condenado al destierro eterno por el solo hecho de haber nacido allÃ.
El edén
Diego GarcÃa es un atolón (una isla de coral en forma de anillo) de apenas 44 kilómetros cuadrados, el único habitado en el archipiélago de Chagos, en el Oceáno Indico, a una distancia de unos dos mil kilómetros del sur de India y un poco más lejos de la costa oeste de Africa. Casi como la isla perdida de Lost. El marinero andaluz que la descubrió en el siglo XVI le puso su nombre, cuestión que si no hacÃa lo suficiente para merecer una calle por lo menos tendrÃa su islita. Pasó por manos portuguesas y francesas hasta que luego de las Guerras Napoleónicas quedó bajo dominio británico. El Imperio la utilizó como lugar de recarga de carbón para los buques que navegaban entre Europa y Australia.Asà siguió hasta 1966, año en que Gran Bretaña acordó alquilarle la isla a Estados Unidos por 50 años, hasta 2016, para que instale una base militar en plena Guerra FrÃa. Pero luego del 11-S la CIA aprovechó su ubicación estratégica para armar allà también una prisión secreta al estilo Guantánamo, donde puede hacer de las suyas fuera de todo control en su particular lucha contra el terrorismo. Un paraÃso natural de aguas transparentes y mágicos corales luminosos terminó convertido en un pantano de tortura y horror.
La autodeterminación de los dos mil habitantes de Diego GarcÃa (los “chagosianos”, ya que viven en Chagos), una ironÃa: los echaron sin miramientos. Lo hicieron de diversas maneras. Por ejemplo, con el bloqueo al ingreso de alimentos, por lo que algunos no aguantaron y se trasladaron a villas miseria de la vecina isla Mauricio, donde aún sobreviven como pueden en casillas de chapa. Hubo también embarcados a la fuerza y otros que fueron engañados con anzuelos tales como vacaciones gratis en el exterior para después impedirle el regreso. Se recuerdan casos emblemáticos como el de MarÃa Aimee, quien en 1969 llevó a sus hijos a Port Louis, en Mauricio, para un tratamiento médico y luego no le dejaron subir al barco para la vuelta. Recién se pudo reencontrar con su marido dos años más tarde.
Cuentan que muchos de los pobladores no soportaron el destierro. Hubo suicidios y casos de alcoholismo. En una nota de The Times, de Londres, en 2007, una isleña recuerda: “Era el paraÃso, éramos como aves libres, y ahora estamos igual que en una prisión”. Se calcula que de los dos mil habitantes originales, hoy viven menos de 700.
En 1998, los chagosianos y sus descendientes resolvieron acudir a la Justicia. Para todos los especialistas, en su caso se habÃa producido una flagrante violación al derecho internacional. Dos años después, en efecto, el Tribunal Supremo británico dictaminó que la expulsión habÃa sido ilegal y que los habitantes debÃan regresar. En 2004, el fallo fue confirmado en la Corte de Apelaciones. Los sucesivos gobiernos británicos ignoraron la sentencia y el Foreign Office continuó apelando hasta que, en 2008, la Cámara de los Lores –última instancia del particular sistema legal inglés– falló a favor del gobierno por un ajustado tres a dos. El argumento esgrimido por los lores fue que el gobierno contaba con tÃtulos suficientes para legislar sobre una de sus colonias en función de la seguridad de los intereses del Reino Unido. Estados Unidos ya habÃa advertido que la vuelta de los habitantes significarÃa un “riesgo inaceptable” para su base.
Jonathan Crown representó a la CancillerÃa británica y fue elocuente en su argumentación. “Los chagosianos no tienen territorio propio, no tienen derecho sobre las islas en absoluto”, sostuvo en su exposición. Crown debe haber llegado tarde el dÃa que en la facultad enseñaron autodeterminación.
El infierno
Obstinados en recuperar su paraÃso, los isleños acudieron a la Corte Europea de Derechos Humanos. Entonces, en 2010, el gobierno inglés sacó un increÃble argumento de la manga. El canciller David Miliband anunció que crearÃa la mayor reserva natural oceánica del mundo alrededor del archipiélago, que componen unas 55 minúsculas islas, en función de las 220 especies de corales y las más de mil de peces que se encuentran en sus aguas. Para preservar el área virgen, obviamente, resultaba imprescindible que no esté habitada por los depredadores agricultores chagosianos. Al parecer, los peces no tenÃan problemas con las naves norteamericanas que salÃan a bombardear Afganistán o Irak. Tampoco con los 1700 militares que viven allÃ, ni los 1500 empleados civiles. Tan triste todo, que un cable difundido por Wikileaks reveló el obvio trasfondo de la maniobra.Cada tanto, los chagosianos realizan algún acto para que su situación no caiga en el olvido. En mayo pasado, hicieron una presentación ante la prensa en las puertas de la Royal Geographical Society, en Londres. Bachar Khan, del Grupo de Refugiados Chagosianos, comentó su sentimiento a The Guardian: “¿Cómo puede ser que una base militar sea legal y que los habitantes de la isla no puedan vivir ahÃ? Tenemos ocupas militares que nos dejan sin nuestros derechos”. Otro delegado comentó que los isleños se sentÃan “como dando vueltas y vueltas en una calesita para caer siempre en el mismo lugar”.
La novelista Philippa Gregory lo describió en un artÃculo de junio pasado en The Times titulado elocuentemente “Las Falklands secretas que siguen en conflicto”. “He leÃdo los papeles del Foreign Office desde 1960 intentando entender la historia de Chagos: es una lacrimógena experiencia sobre el engaño y la arrogancia”, escribió.
Vìa:
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-187910-2012-02-19.html
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