Madrid. Con el
crédito político hecho añicos por sus propios y clamorosos errores, el
gobierno ¿socialista? de José Luis Rodríguez Zapatero (ZP) se encamina
irremediablemente a entregar el poder en bandeja de plata a la derecha
ultramontana del Partido Popular (PP) encabezado por el gallego Mariano
Rajoy, el hombre que está por culminar ocho largos años de travesía
opositora a ultranza, rayana no pocas veces en la irresponsabilidad
política.
Sin margen de maniobra, acosado por una creciente debilidad, el
solitario ZP se apresta a dar las últimas bocanadas de un ejercicio de
poder que acabó triturándolo. Lo mismo sucedió con el primer presidente
socialista, Felipe González, sólo que éste duró 14 años. Uno y otro
comparten el dudoso honor de haber creado un hartazgo social sin
precedentes, aunque por diferentes razones.
A González le pasaron factura sus propias bases por haber permitido
una ola de corrupción que, se suponía hasta entonces, era básicamente un
ejercicio privativo de la derecha. No menos vergonzosa fue su
paternidad en la reinstauración del terrorismo de Estado contra la
organización armada ETA, una actividad que, se suponía también, era
asunto exclusivo del franquismo, el fantasma que aún revolotea por la
llamada piel de toro.
A ZP le pasa factura todo el mundo, comenzando por los votantes de su
propio partido. Timorato y dubitativo hasta la desesperación, siempre
temeroso de los dichos de la derecha y de los bufidos de la llamada
caverna mediática –los medios de comunicación derechistas que amplifican
las mentadas del PP–, ZP abdicó recientemente en su delfín Alfredo
Pérez Rubalcaba, ex ministro de la Presidencia y del Interior
(Gobernación), amén de portavoz del gobierno, con la esperanza de
estrechar distancias electorales de cara a los comicios del año próximo.
Ciertamente Rubalcaba representa para las bases socialistas el único
político capaz de plantar cara a la guerrilla del PP, pero está por
verse si la indiscutible habilidad dialéctica del Maquiavelo socialista
será suficiente para neutralizar el estado de frustración en que están
sumidas amplias capas del progresismo español.
El nuevo hombre fuerte del Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
hubiera sido un candidato formidable en circunstancias no tan dramáticas
como las actuales. Temido por amigos y enemigos, Rubalcaba –siempre se
refieren a él por su segundo apellido– puede presumir que en su haber
como ministro del Interior la actividad de ETA se redujo a mínimos, al
punto de –sostienen sus hagiógrafos– obligarla a declarar una tregua
unilateral en septiembre de 2010.
Poco importa que haya habido otros factores de peso en tal decisión:
Rubalcaba ha sabido venderse tan bien en ese tema que incluso sus
acérrimos enemigos de la derecha rara vez cuestionan el punto habida
cuenta del favorable consenso social existente entre los españoles al
respecto.
Pero la realidad socioeconómica del reino español dista mucho
de ser la deseada por los socialistas de cara a las elecciones generales
de 2012. Las encuestas trimestrales que elabora y publica el Inegi
hispano dan cuenta que la principal preocupación de los españoles es la
economía. El cacareado Estado de bienestar, una de las banderas del
gobierno socialista, saltó por los aires al calor de la turbulencia que
sacude a las economías más débiles de la Unión Europea, entre las que se
encuentra España para sorpresa de sus ciudadanos, convencidos como
estaban de que el bienestar era sólido y había llegado para quedarse.
El estado de frustración de las mayorías, alimentado por un desempleo
galopante y por la ausencia total de perspectivas favorables, tomó
forma y fondo el 15 de marzo en la madrileña Puerta del Sol, cuando
miles de personas decidieron acampar en el duro cemento para hacer
visible su protesta. El movimiento de los indignados del 15-M sacudió
los cimientos de la política española, pero al final de las cuentas el
gran pagano en las elecciones autonómicas que tuvieron lugar el 15 de
mayo fue el PSOE.
Los resultados electorales dieron a entender con meridiana claridad
que el voto de la derecha es sólido, leal y puntual. En este país los
votantes críticos están ubicados del centro a la ultraizquierda; es ahí,
precisamente, donde el PSOE de Rubalcaba debe pescar los votos que hoy
por hoy se niegan a morder el anzuelo.
Los ciudadanos que votaron por el PSOE de Zapatero durante los
últimos ocho años lo hicieron porque estaban hartos del PP de José María
Aznar y de su oscurantismo político y social. El sentimiento de
frustración que provocó entre quienes votan socialista la última y
nefasta etapa del gobierno de Felipe González hizo posible el recambio
político en favor de la derecha.
Hoy se repite el dibujo: los socialistas creyeron que la sociedad que
votó por ellos pasaría por alto que sus políticas de los últimos cuatro
años tuvieran que ver más con la gestión del PP que con la de ellos. Se
equivocaron de cabo a rabo y en 2012 pagarán las consecuencias.
Dependerá de Rubalcaba y de su poder de persuasión evitar que la
contienda electoral se salde con una clamorosa derrota para sus
intereses, algo que sucedería, sin duda, si las elecciones se realizaran
antes de fin de año, lo que el PP viene exigiendo un día sí y otro
también. Está en juego gobernar con mayoría parlamentaria, el sueño de
opio de los empresarios españoles a quienes no les basta todo lo que el
socialismo obrero español les ha entregado.
Vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/16/opinion/022a1mun
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/16/opinion/022a1mun
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