Introducción
El radical gobierno "socialista
bolivariano" de Hugo Chávez ha arrestado a varios líderes de la
guerrilla colombiana y a un periodista izquierdista con ciudadanía sueca
y se los ha entregado al gobierno derechista del presidente Juan Manuel
Santos, obteniendo con ello los elogios y la gratitud del gobierno
colombiano. La estrecha colaboración en curso entre un presidente de
izquierdas y un régimen con un historial conocido de violaciónes de
derechos humanos, torturas y desaparición de presos políticos ha dado
lugar a protestas generalizadas de los defensores de la libertad civil,
izquierdistas y populistas de América Latina y Europa, a la vez que
complacía al establishment imperial euroamericano.
El 26 de abril
de 2011, funcionarios de inmigración de Venezuela, basándose
exclusivamente en información facilitada por la policía secreta
colombiana (DAS), detuvieron a un ciudadano de nacionalidad sueca,
Joaquín Pérez Becerra, periodista de origen colombiano, que acababa de
llegar al país. Basándose en las denuncias de la policía secreta
colombiana de que el ciudadano sueco era un líder de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), Pérez fue extraditado a Colombia a
las 48 horas. A pesar de la violación de los protocolos diplomáticos
internacionales y la Constitución venezolana, esta acción tuvo el apoyo
personal del presidente Chávez. Un mes más tarde, las fuerzas armadas
venezolanas junto a sus homólogos de Colombia capturaron a un líder de
las FARC, Guillermo Torres (alias Julián Conrado), que está a la espera
de extradición a Colombia en una cárcel venezolana sin acceso a un
abogado. El 17 de marzo, la inteligencia militar venezolana (DIM) detuvo
a dos presuntos guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN),
Carlos Tirado y Carlos Pérez, y los entregaron a la policía secreta
colombiana.
La nueva imagen pública de Chávez como socio del
régimen represivo de Colombia no es tan nueva, después de todo. El 13 de
diciembre de 2004, Rodrigo Granda, portavoz internacional de las FARC y
ciudadano naturalizado venezolano, cuya familia residía en Caracas, fue
secuestrado por agentes venezolanos de paisano pertenecientes al
servicio de inteligencia en el centro de Caracas donde había estado
participando en una conferencia internacional, y fue llevado en secreto a
Colombia con la aprobación del embajador venezolano en Bogotá. Tras
varias semanas de protestas internacionales, incluidas las de muchos
asistentes al congreso, el presidente Chávez efectuó una declaración que
describía el denominado secuestro como una violación de la soberanía de
Venezuela, y amenazó con romper las relaciones con Colombia. Más
recientemente, Venezuela ha incrementado la extradición de
revolucionarios opositores políticos del narcos-régimen colombiano: en
los primeros cinco meses de 2009, Venezuela extraditó a 15 presuntos
miembros del ELN, y en noviembre de 2010 a un militante de las FARC y
dos presuntos miembros del ELN fueron entregados a la policía
colombiana. En enero de 2011, Nilson Terán Ferreira, supuesto líder del
ELN, fue entregado a los militares colombianos. La colaboración entre
los más notorios regímenes derechistas de América Latina y el gobierno
socialista supuestamente más radical plantea importantes preguntas sobre
el significado de las identidades políticas y su relación con la
política nacional e internacional, y, más concretamente, qué principios e
intereses guían las políticas del Estado.
Solidaridad revolucionaria e intereses de Estado
El
reciente giro en la política de Venezuela, de la simpatía e incluso el
apoyo a las luchas y los movimientos revolucionarios en América Latina a
su actual colaboración con los regímenes derechistas proimperialistas,
tiene numerosos precedentes históricos. Puede ser útil examinar el
contexto y las circunstancias de estas colaboraciones.
El gobierno
revolucionario bolchevique de Rusia inicialmente apoyó con todas sus
fuerzas los levantamientos revolucionarios en Alemania, Hungría,
Finlandia y otros países. Con la derrota de las revueltas y la
consolidación de los regímenes capitalistas, el Estado ruso y los
intereses económicos primaron entre los dirigentes bolcheviques. Los
acuerdos comerciales y de inversión, los tratados de paz y el
reconocimiento diplomático entre la Rusia comunista y los estados
capitalistas occidentales definieron la nueva política de coexistencia.
Con el surgimiento del fascismo, la Unión Soviética de Stalin subordinó
aún más la política comunista a las alianzas de estado a estado, primero
con los aliados occidentales y, en su defecto, con la Alemania nazi. El
pacto Hitler-Stalin fue concebido por los soviéticos como una manera de
evitar una invasión alemana y asegurar sus fronteras ante un enemigo
jurado de derechas. Como parte de la expresión de la buena fe de Stalin,
éste entregó a Hitler varios de los principales líderes comunistas
alemanes exiliados en Rusia. Huelga decir que fueron torturados y
ejecutados. Esta práctica sólo terminó después de que Hitler invadiera
Rusia y Stalin animara ahora a las diezmadas filas de los comunistas
alemanes a unirse a la resistencia clandestina antinazi.
A
principios de la década de 1970, con la reconciliación de la China de
Mao con los Estados Unidos de Nixon y su ruptura con la Unión Soviética,
la política exterior china pasó a apoyar los movimientos
contrarrevolucionarios respaldados por Estados Unidos, entre otros a
Holden Roberto en Angola y Pinochet en Chile. China denunció a cualquier
gobierno y movimiento de izquierdas que mantuviera lazos con la URSS,
por tenues que fueran, respaldando a sus enemigos, por serviles que
fueran ante los intereses imperiales euroamericanos.
En la URSS de
Stalin y la China de Mao, los intereses cortoplacistas del Estado se
impusieron a la solidaridad revolucionaria. ¿Cuáles eran estos intereses
de estado?
En el caso de la URSS, Stalin apostó a que un pacto de
no agresión con la Alemania de Hitler les protegería de una invasión
imperialista nazi y pondría fin, al menos en parte, al cerco de Rusia.
Stalin ya no confiaba en la fuerza de la solidaridad internacional de la
clase trabajadora para evitar la guerra, especialmente a la luz de una
serie de derrotas revolucionarias y el retroceso generalizado de la
izquierda durante las décadas anteriores (Alemania, España, Hungría y
Finlandia). El avance del fascismo y la extrema derecha, la incesante
hostilidad occidental hacia la URSS y la política de Europa occidental
de apaciguar a Hitler, convencieron a Stalin de que buscara su propio
acuerdo de paz con Alemania. Con el fin de demostrar su sinceridad hacia
su nuevo socio, la URSS redujo la intensidad de las críticas de los
nazis, instando a los partidos comunistas de todo el mundo a centrarse
en atacar a Occidente en lugar de la Alemania de Hitler, y cedió a la
demanda de Hitler a extraditar a Alemania los supuestos terroristas
comunistas que habían encontrado asilo en la Unión Soviética.
La
política de Stalin, basada en los intereses a corto plazo del Estado
soviético mediante pactos con la extrema derecha, condujo a una
catástrofe estratégica: la Alemania nazi tuvo manos libres para
conquistar primero Europa occidental y luego volver sus armas hacia
Rusia e invadir una Unión Soviética sin preparación, de la que ocupó la
mitad del país. Mientras tanto, los movimientos de solidaridad
internacional contra el fascismo se habían debilitado y desorientado
temporalmente con los cambios de rumbo de la política de Stalin.
A
mediados de la década de 1970, la reconciliación de la República
Popular China con EE.UU. llevó a un giro en su política internacional:
el imperialismo de EE.UU. se convirtió en un aliado contra lo que
consideraban el mal mayor del social-imperialismo soviético. Como
resultado, China, bajo el presidente Mao Zedong, instó a sus partidarios
internacionales a denunciar los regímenes progresistas que recibían
ayuda soviética (Cuba, Vietnam, Angola, etc.) y retiró su apoyo a la
resistencia armada revolucionaria contra estados clientes
proestadounidenses en el sudeste asiático. El pacto de China con
Washington trataba de asegurar los intereses de Estado más inmediatos:
el reconocimiento diplomático y el fin del embargo comercial. Las
ventajas comerciales y diplomáticas que obtuvo Mao a corto plazo
tuvieron la contrapartida de sacrificar los objetivos estratégicos más
fundamentales de promover los valores socialistas en el país y la
revolución en el extranjero.
Como resultado, China perdió su
credibilidad entre los revolucionarios antiimperialistas del Tercer
Mundo, a cambio de obtener los favores de la Casa Blanca y un mayor
acceso al mercado mundial capitalista. El pragmatismo a corto plazo
condujo a la transformación a largo plazo: la República Popular China se
convirtió en una dinámica potencia capitalista emergente, con algunas
de las mayores desigualdades sociales de Asia y quizás del mundo.
Venezuela: los intereses del Estado frente a la solidaridad internacional
El
auge de las políticas radicales en Venezuela, causa y consecuencia de
la elección del presidente Chávez en 1999, coincidió con el auge de los
movimientos sociales revolucionarios en toda América Latina desde
finales de la década de 1990 hasta mediados de la primera década del
siglo XXI (1995-2005). Los regímenes neoliberales de Ecuador, Bolivia y
Argentina fueron derrocados, los movimientos sociales de masas que
desafiaban la ortodoxia neoliberal se arraigaron en todas partes, los
movimientos de la guerrilla colombiana avanzaron hacia las grandes
ciudades y en Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay, Ecuador y Uruguay
llegaron al poder gobernantes de centro-izquierda. Las crisis económicas
estadounidenses socavaron la credibilidad del programa de libre
comercio de Washington. La creciente demanda asiática de materias primas
estimuló un auge en las economías de América Latina, y gracias a ella
se financiaron programas sociales y nacionalizaciones.
En el caso
de Venezuela, el fallido golpe de Estado militar respaldado por Estados
Unidos y el boicot de los dirigentes de la compañía nacional del
petróleo, PDVSA, en 2002-2003, obligó al gobierno de Chávez a apoyarse
en las masas y girar a la izquierda. Chávez procedió a una
renacionalización del petróleo e industrias afines, y a articular una
ideología bolivariano-socialista.
La radicalización de Chávez
encontró un clima favorable en América Latina, y los abundantes ingresos
de la subida del precio del petróleo financiaron sus programas
sociales. Chávez mantuvo una posición plural de brazos abiertos a los
gobiernos de centro-izquierda, respaldo de los movimientos sociales
radicales y apoyo a las propuestas de la guerrilla colombiana a favor de
una solución negociada. Chávez pidió el reconocimiento de la guerrilla
de Colombia como beligerante legítimo y no como organización terrorista.
La
política exterior de Venezuela se orientó al aislamiento de su
principal amenaza, que emana de Washington, mediante la promoción
exclusiva de organizaciones del área de América Latina y el Caribe, el
fortalecimiento del comercio y los acuerdos de inversión regionales, y
la confirmación de aliados regionales opuestos al intervencionismo, los
pactos militares y las bases de Estados Unidos, y los golpes militares
apoyados por este país.
En respuesta a la financiación
estadounidense de grupos de la oposición venezolana (electorales y
extraparlamentarios), Chávez brindó apoyo moral y político a los grupos
antiimperialistas en toda América Latina. Después de que Israel y los
sionistas estadounidenses comenzaran a atacar a Venezuela, Chávez
expresó su apoyo a los palestinos y estrechó los lazos con Irán y otros
movimientos y gobiernos árabes antiimperialistas. Por encima de todo,
Chávez fortaleció sus lazos políticos y económicos con Cuba, y celebró
consultas con la dirigencia cubana para formar un eje radical de
oposición al imperialismo. Los esfuerzos de Washington de estrangular la
revolución cubana mediante el embargo económico se vieron socavados por
los acuerdos económicos a gran escala y largo plazo de Chávez con La
Habana.
Hasta la última parte de la década, la política exterior
de Venezuela –sus intereses de Estado– coinciden con los intereses de
los gobiernos de izquierdas y los movimientos sociales en toda América
Latina. Chávez se enfrentó diplomáticamente con los Estados satélites de
Washington en el hemisferio, especialmente con Colombia, encabezada por
el presidente de los escuadrónes de la muerte y el narcotráfico, Álvaro
Uribe (2002-2010). Sin embargo, estos últimos años hemos asistido a
varios cambios externos e internos y un viraje gradual hacia el centro.
El
auge revolucionario en América Latina ha comenzado a remitir. Los
levantamientos de masas llevaron al poder gobiernos de centro-izquierda,
que, a su vez, desmovilizaron los movimientos radicales y adoptaron
estrategias basadas en la exportación de productos agropecuarios y
minerales, al tiempo que desarrollaban una política exterior autónoma
independiente respecto a Estados Unidos. Los movimientos guerrilleros
colombianos estaban a la defensiva y había disminuido su capacidad de
amortiguación para Venezuela ante un gobierno colombiano hostil. Chávez
se adaptó a estas nuevas realidades, convirtiéndose en un seguidor
acrítico de los regímenes social-liberales de Lula en Brasil, Morales en
Bolivia, Correa en Ecuador, Vázquez en Uruguay y Bachelet en Chile.
Cada vez con más frecuencia, Chávez buscaba el decidido apoyo
diplomático inmediato de los regímenes existentes por encima de
cualquier apoyo a largo plazo, que podría ser el resultado de un
renacimiento de los movimientos de masas. Los lazos comerciales con
Brasil y Argentina y el apoyo diplomático de los otros estados de
América Latina frente a unos Estados Unidos cada vez más agresivos se
convirtieron en elemento fundamental de la política exterior de
Venezuela. La base de la política venezolana ya no era la política
interna de los regímenes de centro-izquierda y de centro, sino su grado
de apoyo a una política exterior independiente.
Las repetidas
intervenciones de EE.UU. no han podido generar un golpe de Estado
exitoso o una victoria electoral contra Chávez. Como resultado,
Washington utilizó cada vez más las amenazas externas a través de su
satélite colombiano, Estado destinatario de 5.000 de dólares millones en
ayuda militar. La escalada militar de Colombia, sus cruces de frontera y
la infiltración de escuadrones de la muerte en Venezuela, obligó a
Chávez a una importante adquisición de armas de Rusia y a la formación
de una alianza regional (ALBA).
El golpe militar respaldado por
Estados Unidos en Honduras provocó un replanteamiento importante de la
política de Venezuela. El golpe había derrocado a un liberal de centro
elegido democráticamente, el presidente Zelaya, en un país miembro del
ALBA, y estableció un régimen represivo subordinado a la Casa Blanca.
Sin embargo, el golpe tuvo el efecto de aislar a EE.UU. en América
Latina: ni un solo gobierno apoyó el nuevo régimen de Tegucigalpa.
Incluso los regímenes neoliberales de Colombia, México, Perú y Panamá
votaron a favor de expulsar a Honduras de la Organización de Estados
Americanos (OEA). Por un lado, Venezuela vio en esta unidad de la
derecha y el centro-izquierda una oportunidad para recomponer sus
relaciones con los gobiernos conservadores; por otro, comprendió que el
gobierno de Obama está dispuesto a utilizar la opción militar para
recuperar su dominio.
El temor a una intervención militar de
EE.UU. se incrementó mucho con el acuerdo entre Obama y Uribe por el que
se establecían siete bases militares estratégicas estadounidenses cerca
de la frontera con Venezuela. Chávez vaciló en su respuesta a esta
amenaza inmediata. En un primer momento, casi rompió las relaciones
comerciales y diplomáticas con Colombia, para luego reconciliarse de
inmediato con Uribe, aunque este último no mostrara ningún deseo de
firmar un pacto de coexistencia.
Mientras tanto, las elecciones de
2010 al Congreso de Venezuela llevaron a un aumento importante del
apoyo electoral a la derecha apoyada por Estados Unidos (aproximadamente
el 50%) y a una mayor representación en el Congreso (40%). Mientras la
derecha aumentaba su apoyo dentro de Venezuela, la izquierda en
Colombia, tanto la guerrillera como la electoral, perdía terreno. Chávez
no podía contar con ninguna contrapeso inmediato contra una provocación
militar.
Chávez estaba ante varias opciones. La primera, volver a
la anterior política de solidaridad internacional con los movimientos
radicales; la segunda, continuar trabajando con los regímenes de
centro-izquierda, a la vez que criticaba y mantenía una firme oposición a
los gobiernos neoliberales respaldados por EE.UU.; y la tercera, girar a
la derecha, más concretamente buscar un acercamiento con el recién
elegido presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y firmar un amplio
acuerdo político, militar y económico por el que Venezuela se
comprometía a colaborar en la eliminación de los adversarios
izquierdistas de Colombia a cambio del compromiso de no agresión
(Colombia limitaría las narcoincursiones transfronterizas y las
incursiones militares).
Venezuela y Chávez decidieron que las FARC
eran un impedimento y que el apoyo de los movimientos radicales
sociales colombianos no era tan importante como el estrechamiento de las
relaciones diplomáticas con el presidente Santos. Chávez calculaba que
cumplir con las demandas políticas de Santos proporcionaría una mayor
seguridad para el estado venezolano que confiar en el apoyo de los
movimientos de solidaridad internacionales y sus propios aliados
radicales internos entre los sindicatos y los intelectuales.
De
acuerdo con este giro a la derecha, el régimen de Chávez cumplió las
peticiones de Santos de arrestar a guerrilleros de las FARC y el ELN,
así como a un destacado periodista izquierdista, y extraditarlos a un
estado que ostenta el peor historial de derechos humanos en las Américas
desde hace más de dos décadas en términos de tortura y asesinatos
extrajudiciales. Este giro a la derecha tiene un carácter todavía más
ominoso si se considera que Colombia tiene más de 7.600 presos
políticos, de los que 7.000 son sindicalistas, campesinos, indígenas,
estudiantes, es decir, no combatientes. Al ceder a las demandas de
Santos, Venezuela ni siquiera siguió los protocolos establecidos por la
mayoría de los gobiernos democráticos, y no exigió ningúna garantía
contra la tortura y de respeto de un proceso judicial correcto. Por otra
parte, cuando algunas voces críticas señalaron que estas extradiciones
sumarias violan los propios procedimientos constitucionales de
Venezuela, Chávez lanzó una feroz campaña de calumnias contra sus
críticos, calificándolos de agentes del imperialismo involucrados en un
complot para desestabilizar su régimen.
El nuevo aliado derechista
de Chávez, el presidente Santos, no ha pagado con la misma moneda:
Colombia sigue manteniendo estrechos vínculos militares con el enemigo
principal de Venezuela en Washington. De hecho, Santos sigue sin reparos
el programa de la Casa Blanca: presionó con éxito a Chávez para que
reconociera el gobierno ilegítimo de Lobo en Honduras, producto de un
golpe de Estado respaldado por Estados Unidos, a cambio del regreso del
derrocado presidente Zelaya. Chávez hizo además lo que ningún otro
presidente latinoamericano de centro-izquierda se ha atrevido a hacer:
se comprometió a apoyar el regreso a la OEA del gobierno ilegítimo de
Honduras. Sobre la base del acuerdo Chávez-Santos, la oposición
latinoamericana a Lobo se hundió y Washington consiguió su objetivo
estratégico de legitimar un gobierno títere.
El acuerdo de Chávez
con Santos para reconocer el gobierno asesino de Lobo ha traicionado la
lucha heroica del movimiento de masas de Honduras. Ni uno solo de los
funcionarios hondureños responsables de más de un centenar de asesinatos
y desapariciones de dirigentes campesinos, periodistas, activistas pro
derechos humanos y pro democracia están sujetos a investigación
judicial. Chávez ha dado sus bendiciones a la impunidad y a la
continuación del aparato represivo completo, apoyado por la oligarquía
hondureña y el Pentágono.
En otras palabras, para demostrar su
voluntad de defender su pacto de amistad y de no agresión con Santos,
Chávez estuvo dispuesto a sacrificar la lucha de uno de los movimientos
más prometedores y valientes pro democracia en las Américas.
Y ¿qué es lo que Chávez busca en su acomodo con la derecha?
¿Seguridad?
Chávez ha recibido sólo promesas verbales y algunas expresiones de
gratitud de Santos. Sin embargo, el enorme mando militar pro
estadounidense y la misión de EE.UU. siguen en su lugar. En otras
palabras, no habrá desmantelamiento de las fuerzas paramilitares y
militares colombianas agrupadas a lo largo de la frontera con Venezuela,
ni tampoco habrá marcha atrás en los acuerdos de las bases militares de
EE.UU., que amenazan la seguridad nacional venezolana.
Según
diplomáticos venezolanos, la táctica de Chávez es ganarse a Santos
sacándolo de la tutela de EE.UU. Mediante su amistad con Santos, Chávez
espera que Bogotá no participe en ninguna operación militar conjunta con
EE.UU. ni que coopere en futuras campañas de desestabilización
propagandística. En el breve tiempo transcurrido tras el pacto
Santos-Chávez, un Washington envalentonado anunció ya un embargo a la
empresa estatal petrolera de Venezuela con el apoyo de la oposición en
el Congreso venezolano. Santos, por su parte, no ha cumplido el embargo,
pero por otra parte ni un solo país en el mundo ha seguido el ejemplo
de Washington. Claramente, el presidente Santos no va a poner en peligro
para la cifra anual de 10.000 millones de dólares en comercio entre
Colombia y Venezuela con el fin de satisfacer el capricho de la
Secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton.
Conclusión
En
contraste con la política de Chávez de entregar a los exiliados de
izquierda y los guerrilleros a un régimen autoritario de derechas, el
presidente Allende en Chile (1970-73) participó en una delegación que
dio la bienvenida a combatientes que huían de la persecución en sus
países, Bolivia y Argentina, y les ofreció asilo. Durante muchos años,
especialmente en la década de 1980, México, con gobiernos de
centro-derecha, reconocía abiertamente el derecho de asilo para los
refugiados y guerrilleros de izquierda de América Central (El Salvador y
Guatemala). La Cuba revolucionaria, durante décadas, ofreció asilo y
tratamiento médico a los refugiados y guerrilleros que huían de las
dictaduras latinoamericanas, y rechazó las demandas de extradición.
Incluso
en 2006, cuando el gobierno cubano buscaba establecer relaciones de
amistad con Colombia y su ministro de Relaciones Exteriores, Felipe
Pérez Roque, expresaba sus serias reservas respecto a las FARC en
conversaciones con este autor, Cuba se negó a extraditar guerrilleros a
sus países de origen, donde iban a ser torturados y maltratados. Un día
antes de dejar el cargo, en 2011, el presidente brasileño Luiz Inácio
Lula da Silva, rechazó la petición de Italia de extraditar a Cesare
Battisti, un ex guerrillero italiano. Como dijo un juez brasileño –y es
algo que Chávez debiera escuchar–: "Lo que está aquí en juego es la
soberanía nacional. Ni más ni menos."
Nadie podría criticar los
esfuerzos de Chávez para reducir las tensiones fronterizas mediante el
desarrollo de mejores relaciones diplomáticas con Colombia y ampliar los
flujos comerciales y de inversión entre los dos países. Lo que es
inaceptable es que se describa al homicida régimen colombiano como un
amigo del pueblo de Venezuela y un socio para la paz y la democracia,
mientras que miles de presos políticos demócratas se pudren en las
cárceles colombianas, infestadas de tuberculosis, durante años por
cargos inventados. Bajo Santos, los activistas civiles siguen siendo
asesinados casi todos los días. El más reciente crimen acaeció el 9 de
junio de 2011: Ana Fabricia Córdoba, líder de una comunidad de
campesinos desplazados, fue asesinada por las fuerzas armadas
colombianas. El abrazo de Chávez con la narcopresidencia de Santos va
más allá de las exigencias que impone el mantenimiento de relaciones
diplomáticas y comerciales. Su colaboración con los servicios secretos
colombianos, los militares y la policía secreta en la caza y deportación
de izquierdistas (sin el debido proceso) huele a complicidad en la
represión dictatorial y sirve para alienar a los partidarios más
consecuentes de la transformación bolivariana de Venezuela.
El
papel de Chávez en la legitimación del golpe de Estado de Hondura, sin
tener en cuenta las demandas de justicia de los movimientos populares es
una capitulación clara ante la línea política de Santos-Obama. Esta
línea de acción coloca los intereses del Estado de Venezuela por encima
de los derechos de los movimientos populares de Honduras. La
colaboración de Chávez con Santos en la vigilancia a los izquierdistas y
la debilitación de las luchas populares en Honduras plantean serios
interrogantes sobre la tan cacareada solidaridad revolucionaria de
Venezuela. Sin duda, siembra de profunda desconfianza las futuras
relaciones con los movimientos populares que pudieran estar en lucha con
uno de los socios diplomáticos y económicos de centro-derecha de
Chávez.
Lo que es particularmente preocupante es que los regímenes
más democráticos, incluso los de centro-izquierda, no sacrifican a los
movimientos sociales de masas en el altar de la seguridad cuando
normalizan relaciones con un adversario. Ciertamente, la derecha,
especialmente en EE.UU., protege a sus ex clientes, aliados, oligarquías
de extrema derecha y terroristas en el exilio de las solicitudes de
extradición presentadas por Venezuela, Cuba y Argentina. Asesinos de
masas y terroristas que han colocado bombas en aviones siguen viviendo
cómodamente en Florida. El sometimiento a las exigencias derechistas de
los colombianos, mientras se queja de la protección de EE.UU. a
terroristas culpables de crímenes en Venezuela, sólo puede explicarse
por el giro ideológico de Chávez a la derecha, que hace de éste un país
más vulnerable a las presiones para obtener nuevas y mayores concesiones
en el futuro.
Chávez ya no está interesado en apoyar a la
izquierda radical. Su definición de la política estatal gira en torno a
garantizar la estabilidad del socialismo bolivariano en un país, incluso
si ello implica sacrificar a los militantes colombianos ante un estado
policial y a los movimientos pro democracia de Honduras ante un régimen
ilegítimo impuesto por Estados Unidos.
La historia ofrece
lecciones encontradas. Los acuerdos de Stalin con Hitler fueron un
desastre estratégico para el pueblo soviético; una vez que los fascistas
consiguieron lo que querían se dieron la vuelta e invadieron Rusia.
Chávez hasta ahora no ha recibido ninguna concesión recíproca que
justifique la confianza en la máquina militar de Santos. Incluso en
términos de unos intereses de estado de estrechas miras, ha sacrificado a
aliados leales a cambio de promesas vacías. El estado imperial de
EE.UU. es el aliado principal Santos y su gran proveedor militar. China
sacrificó la solidaridad internacional por un pacto con EE.UU., una
política que condujo a una explotación capitalista no reglamentada y a
profundas injusticias sociales.
Si llega a producirse un
enfrentamiento entre EE.UU. y Venezuela ¿será capaz Chávez, al menos, de
poder contar con la neutralidad de Colombia? Si las relaciones pasadas y
presentes sirven de indicación, Colombia se pondrá al lado de su
cliente-maestro, mega-benefactor y mentor ideológico. Cuando se produzca
una nueva ruptura ¿podrá contar Chávez con el apoyo de los militantes
que han sido encarcelados, los movimientos populares que ha apartado a
un lado y los movimientos e intelectuales internacionales que ha
calumniado? A medida que EE.UU. vaya hacia nuevas confrontaciones con
Venezuela e intensifique sus sanciones económicas la solidaridad
nacional e internacional será vital para la defensa de Venezuela. ¿Quién
va a defender la revolución bolivariana, los Santos y Lobos de este
mundo "realista" o los movimientos de solidaridad en las calles de
Caracas y las Américas?
* James Petras, es profesor emérito de la Cátedra Bartle de Sociología de la Universidad de Binghamton, Nueva York.
Artículo original: http://petras.lahaine.org/?p=1864 - Traducción para Rebelión por S. Seguí
Vìa :
http://www.kaosenlared.net/noticia/giro-derecha-chavez-realismo-estado-frente-solidaridad-internacional
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- raymond
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