El
mundo se enfrenta a un conjunto de problemas energéticos acuciantes.
Estos problemas se multiplican a ambos lados de la gran divisoria
geológica: bajo tierra, las reservas antaño abundantes de petróleo
convencional, gas natural y carbón fáciles de extraer están agotándose;
en la superficie, los errores de cálculo humanos y la geopolítica
limitan la producción y disponibilidad de determinadas fuentes de
energía.
La buena noticia en
cuestión de energía es que, debido al aumento del precio del petróleo y
al deterioro de la situación económica en todo el mundo, la Agencia Internacional de la Energía (AIE)
informa que la demanda mundial de petróleo no aumentará este año tanto
como se suponía, lo que puede comportar cierto descenso temporal del
precio de la gasolina.
En su Oil Market Report
de mayo, la AIE reduce sus previsiones sobre el consumo mundial de
petróleo en 2011 en unos 190.000 barriles, situándolo en 89,2 millones
de barriles diarios /1. A resultas de ello, es posible que los precios
del carburante en la estación de servicio no alcancen los niveles
estratosféricos anunciados a comienzos de año, aunque sin duda seguirán
siendo más elevados que nunca después de los máximos alcanzados en 2008,
justo antes del estallido de la crisis económica mundial. Recordemos
que esta es la buena noticia.
Ahora
la mala: el mundo se enfrenta a un conjunto de problemas energéticos
acuciantes que en las últimas semanas no han hecho más que agravarse.
Estos problemas se multiplican a ambos lados de la gran divisoria
geológica: bajo tierra, las reservas antaño abundantes de petróleo
convencional, gas natural y carbón fáciles de extraer están agotándose;
en la superficie, los errores de cálculo humanos y la geopolítica
limitan la producción y disponibilidad de determinadas fuentes de
energía. A medida que aumentan las dificultades en ambas vertientes,
nuestras perspectivas energéticas se tornan cada vez más sombrías.
Hay
un hecho muy simple sin el cual el agravamiento de la crisis energética
no se podría explicar: la economía mundial esta estructurada de tal
manera que un estancamiento de la producción de energía no es admisible.
Para satisfacer las imperiosas necesidades de viejas potencias
industriales como los Estados Unidos y al mismo tiempo el hambre voraz de potencias emergentes como China, la producción energética mundial ha de crecer sustancialmente año tras año. Según las proyecciones del Ministerio de Energía
de EE UU, la producción energética mundial, partiendo del nivel de
2007, ha de crecer un 29 % hasta alcanzar 675 EJ /2 de aquí a 2025 para
satisfacer la demanda prevista. Aunque el consumo aumente un poco menos
de lo previsto, toda incapacidad para satisfacer las necesidades
mundiales genera una sensación de escasez que, entre otras cosas, hace
que se disparen los precios del combustible. Estas son justamente las
circunstancias que vemos actualmente y que cabe esperar para un futuro
indefinido.
Sobre este telón de
fondo, en 2011 se han producido tres acontecimientos cruciales que están
cambiando la manera en que probablemente viviremos en este planeta
durante un futuro previsible.
LOS PROBLEMAS DEL PETRÓLEO SUPERPESADO
El
primero y de momento más virulento de los choques energéticos del año
ha sido el asestado por la serie de acontecimientos precipitados por las
rebeliones de Túnez y Egipto y la subsiguiente primavera árabe en Oriente Medio
en sentido amplio. De hecho, ni Túnez ni Egipto son importantes países
productores de petróleo, pero la onda expansiva política de aquellas
insurrecciones se ha propagado a otros países del entorno, como Libia, Omán y Arabia Saudí.
Hoy por hoy, parece que los dirigentes saudíes y omaníes controlan las
protestas, pero la producción libia, que normalmente ascendía a un
promedio de 1,7 millones de barriles al día, es ahora casi nula.
Desde
el punto de vista de la futura disponibilidad de petróleo, es imposible
exagerar la importancia de los acontecimientos de esta primavera en
Oriente Medio, que siguen agitando con fuerza a los mercados
energéticos. De acuerdo con todas las proyecciones sobre la producción
mundial de petróleo, Arabia Saudí y los demás estados del Golfo Pérsico
tendrán que asegurar una parte creciente de la oferta mundial a medida
que disminuye la producción de otras regiones cruciales. Lograr este
aumento de la producción es fundamental, pero no será posible a menos
que los gobernantes de esos países inviertan cantidades colosales en el
acceso a nuevas reservas de petróleo, especialmente las de la variedad
más pesada, el “petróleo difícil”, que requiere una infraestructura
mucho más costosa que la de los yacimientos actuales de “petróleo
fácil”.
En el reportaje de portada titulado “Facing Up to the End of ‘Easy Oil’” (Ante el final del “petróleo fácil”), el Wall Street Journal
ha señalado que toda esperanza de satisfacer las futuras necesidades de
petróleo reside en la voluntad de Arabia Saudí de invertir centenares
de miles de millones de dólares en sus reservas de petróleo superpesado.
Pero precisamente ahora, ante una demografía disparada y las
perspectivas de una revuelta juvenil al estilo egipcio, la dirección
saudí parece propensa a dedicar su enorme riqueza a programas de obras
públicas generadores de empleo y a compras de armamento, no en nuevas
instalación petroleras; lo mismo se puede decir en gran medida de las
demás monarquías petroleras del golfo Pérsico.
No
está claro que estos intentos vayan a dar fruto. Si ante las promesas
de puestos de trabajo y de buenos ingresos y la fuerte represión de toda
disidencia, la población juvenil saudí parece menos proclive a la
protesta que las de Túnez, Egipto y Siria, esto no significa que vaya a mantenerse el status quo para siempre. “Arabia Saudí es una bomba de relojería”, ha declarado Jaafar Al Taie, director gerente de Manaar Energy Consulting
(que asesora a empresas petroleras extranjeras presentes en la región).
“No creo que lo que está haciendo el rey actualmente sea suficiente
para prevenir un levantamiento”, ha añadido, a pesar de que la realeza
saudí acaba de anunciar un plan de 36.000 millones de dólares para
elevar el salario mínimo, aumentar los subsidios de desempleo y
construir viviendas sociales.
En
estos momentos, el mundo puede encajar una pérdida prolongada de
petróleo libio. Arabia Saudí y algunos otros productores tienen
suficiente capacidad excedentaria para suplirla. Si alguna vez estalla
Arabia Saudí, sin embargo, todas las salidas estarán cerradas. “Si
ocurre algo en Arabia Saudí, [el precio del petróleo] subirá a 200 o 300
dólares [por barril]”, dijo el jeque Zaki Yamani, ex
ministro de Petróleo del reino, el pasado 5 de abril. “No creo que eso
vaya a producirse en un futuro previsible, pero ¿quién previó lo de
Túnez?”
ENERGÍA NUCLEAR EN DECLIVE
Desde
el punto de vista de los mercados energéticos, el segundo hecho
importante de 2011 se produjo el 11 de marzo, cuando un terremoto
inesperadamente fuerte, seguido de un tsunami, sacudió Japón.
De entrada, el doble ataque de la naturaleza dañó y destruyó una parte
significativa de la infraestructura energética del norte del país, con
sus refinerías, instalaciones portuarias, oleoductos, centrales
eléctricas y líneas de alta tensión. Además, como es sabido, devastó
cuatro plantas nucleares en Fukushima, provocando, de acuerdo con el Departamento de Energía de los EE UU, una pérdida permanente de 6.800 MW (megavatios) de capacidad de generación de electricidad.
Esto
ha forzado a su vez a Japón a incrementar sus importaciones de
petróleo, carbón y gas natural y por tanto la demanda global. Con
Fukushima y otras centrales nucleares fuera de combate, los analistas
del sector calculan que las importaciones de petróleo en Japón pueden
aumentar a razón de unos 238.000 barriles diarios y las de gas natural a
razón de 34 millones de metros cúbicos al día (principalmente en forma
de gas natural licuado o GNL).
Este
es un importante efecto a corto plazo del tsunami. ¿Qué decir de los
efectos a más largo plazo? El gobierno japonés declara que ha desechado
los planes de construir hasta 14 nuevos reactores nucleares en las dos
próximas décadas. El 10 de mayo, el primer ministro Naoto Kan anunció
que el Gobierno estaba obligado a “partir de cero” en la elaboración de
una nueva política energética para el país. Aunque habla de sustituir
los reactores clausurados por sistemas de energía renovable como la
eólica y la solar, la triste realidad es que una parte significativa de
cualquier expansión energética futura dependerá del aumento de las
importaciones de petróleo, carbón y GNL.
La
catástrofe de Fukushima –y las revelaciones subsiguientes sobre los
defectos de diseño y fallos de mantenimiento en la central– ha tenido un
efecto dominó, empujando a los responsables de la política energética
de otros países a cancelar los planes de construir nuevas centrales
nucleares o prolongar la vida útil de las existentes. El primer país en
hacerlo ha sido Alemania: el 14 de marzo, la canciller Angela Merkel
cerró dos plantas antiguas y dejó en suspenso los planes de prolongar
la vida de otras 15. El 30 de mayo, su gobierno convirtió la suspensión
en permanente. Presionada por manifestaciones antinucleares masivas y un
revés electoral, prometió cerrar todas las centrales nucleares
existentes de aquí a 2022, lo que a juicio de los expertos comportará un
incremento del consumo de combustibles fósiles.
China
también ha actuado con rapidez, anunciando el 16 de marzo que dejaba de
conceder permisos para la construcción de nuevos reactores a la espera
de revisar los sistemas de seguridad, pero no descartó del todo las
inversiones previstas. Otros países, como India y
Estados Unidos, procedieron asimismo a revisar los sistemas de seguridad
de sus reactores, poniendo en entredicho ambiciosos programas
nucleares. Después, el 25 de marzo, el gobierno suizo anunció que
abandonaba los planes de construir tres nuevas centrales nucleares y en
general la energía nuclear, cerrando la última de sus plantas en el año
2034; de este modo, se sumó a la lista de países que han dado la espalda
definitivamente a la energía nuclear.
LA SEQUÍA REPERCUTE EN LA ENERGÍA
El
tercer hecho importante de 2011, que no guarda una relación tan clara
con la energía como los otros dos, es la serie de sequías persistentes,
en muchos casos sin parangón en el pasado, que han afectado a muchas
zonas del planeta. Por supuesto, el efecto más inmediato y dramático de
la sequía prolongada es la disminución de la producción de cereales,
provocando un aumento continuo de los precios de los alimentos y de la
agitación social.
Las intensas sequías del año pasado en Australia, China, Rusia y partes de Oriente Medio, América del Sur, EE UU y últimamente en el norte de Europa han
contribuido al actual aumento nunca visto del precio de los alimentos,
lo cual, a su vez, ha sido un factor determinante de la inestabilidad
política que barre actualmente todo el norte y este de África y
Oriente Medio. Pero la sequía también repercute en la energía, ya que
puede reducir el caudal de importantes sistemas fluviales, con la
consiguiente disminución de la producción hidroeléctrica, como ocurre
actualmente en varias regiones afectadas por la sequía.
La
amenaza más grave de todas para la generación de electricidad se cierne
sobre China, que está sufriendo una de las peores sequías de su
historia. La pluviosidad de enero a abril en las cuencas hidrográficas
del Yangtsé, el río más largo y económicamente importante de China, ha sido un 40 % inferior a la media de los últimos 50 años, informa el China Daily.
Esto ha provocado un declive significativo de la producción
hidroeléctrica y a una fuerte escasez de electricidad en gran parte de
China central.
Los chinos queman
ahora más carbón para generar electricidad, pero las minas nacionales ya
no satisfacen las necesidades del país, de modo que China se ha
convertido en un gan importador de carbón. El aumento de la demanda,
combinado con una oferta insuficiente, ha provocado un repunte del
precio del carbón, y dado que las tarifas eléctricas (fijadas por el
Gobierno) no siguen esta evolución, muchas compañías eléctricas chinas
prefieren limitar la producción de energía eléctrica antes que comprar
carbón a precio de oro y funcionar con pérdidas. En contrapartida, las
industrias recurren cada vez más a generadores de emergencia que
funcionan con motores de gasóleo, que a su vez potencian la demanda de
petróleo importado, con la consiguiente presión alcista sobre los
precios mundiales del combustible.
DESTROZAR EL PLANETA
Este
mes de junio nos encontramos con una agitación social que no cesa en
Oriente Medio, sombrías perspectivas para la energía nuclear y una grave
escasez de electricidad en China (y tal vez en otros lugares). ¿Qué
otras cosas podemos ver en el horizonte energético mundial? A pesar de
las previsiones de la AIE de una futura disminución del
consumo de petróleo, la demanda global de energía sigue creciendo con
mayor rapidez que la oferta. Todo indica que el desequilibrio
persistirá.
Tomemos por ejemplo el
caso del petróleo. Cada vez más analistas del sector coinciden en que la
edad del “petróleo fácil” ha llegado a su fin y en que el mundo ha de
echar mano de modo creciente del “petróleo difícil”, que cuesta más de
extraer. Se da por hecho en muchos casos, además, que el planeta
contiene grandes cantidades de ese material, a gran profundidad, lejos
de la costa, en formaciones geológicas problemáticas como las arenas
bituminosas de Canadá, y en el océano Ártico en
proceso de deshielo. Sin embargo, la extracción y procesado de ese
petróleo superpesado serán cada vez más costosos y comportarán graves
riesgos para los humanos y sobre todo para el medio ambiente. Recordemos
la catástrofe de la plataforma Deepwater Horizon de BP en abril de 2010 en el golfo de México.
Tanta
es la sed de petróleo del mundo que a pesar de todo se extraerá una
cantidad creciente de ese material, aunque probablemente no al ritmo y
en la escala que harían falta para compensar el agotamiento del
petróleo. Junto con la inestabilidad que no cesa en Oriente Medio, este
panorama parece reforzar la perspectiva de un aumento continuo del
precio del petróleo en los próximos años. En una encuesta entre altos
directivos de compañías energéticas mundiales, realizada el pasado mes
de abril por el KPMG Global Energy Institute, el 64 %
de los encuestados predicen que el precio del petróleo superará la
barrera de los 120 dólares por barril antes de finales de 2011.
Aproximadamente un tercio de ellos prevén que el precio incluso subirá
más, y el 17 % entienden que alcanzará una cota situada entre 131 y 140
dólares por barril; el 9 %, entre 141 y 150 y el 6 %, por encima de los
150.
El precio del carbón también se
ha disparado en los últimos meses debido al aumento de la demanda
mundial a raíz de la contracción de la producción de energía nuclear e
hidroeléctrica. Muchos países han emprendido esfuerzos significativos
por impulsar el desarrollo de energías renovables, pero éstas no avanzan
con la rapidez o a una escala suficientes para sustituir a corto o
medio plazo las tecnologías más antiguas. La única esperanza, según los
expertos, radica en la creciente extracción de gas natural de los
esquistos en EE UU mediante fracking (fractura hidráulica).
Los
defensores del gas de esquisto alegan que puede satisfacer gran parte
de las necesidades energéticas de EE UU en los próximos años, reduciendo
al mismo tiempo los daños al medio ambiente en comparación con el
carbón y el petróleo (puesto que el gas emite menos dióxido de carbono
por unidad de energía generada); sin embargo, cada vez son más la voces
que advierten contra la amenaza que supone para el suministro de agua
potable el uso de productos químicos tóxicos en el proceso de fracking.
Estas advertencias han resultado suficientemente convincentes para
inducir a los legisladores de un creciente número de países a imponer
una serie de restricciones a esta práctica, poniendo en tela de juicio
la futura contribución del gas de esquisto a la oferta energética
nacional. Además, el 12 de mayo la Asamblea Nacional francesa (la poderosa cámara baja del parlamento) decidió por 287 votos a favor y 146 en contra prohibir el fracking en Francia, siendo el primer país en hacerlo.
Los
problemas ambientales del fracking no son los únicos. El caso es que
todas las estrategias que se plantean actualmente con vistas a prolongar
el uso del petróleo, el carbón y el gas natural implican graves
riesgos, costes económicos y ecológicos (como ocurre, por supuesto, con
el uso de combustibles fósiles de toda clase) en un momento en que las
primeras cifras de la AIE con respecto a 2010 indican que ha sido
inesperadamente un año en que la humanidad ha batido el récord de
emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Cuando los grandes yacimientos de petróleo fácilmente accesibles de Texas, Venezuela
y Oriente Medio están agotados o significativamente mermados, el futuro
del petróleo reside en materiales de tercera categoría como arenas
bituminosas, aceite de esquisto y crudo superpesado, cuya extracción
consume cantidades de energía, emiten más gases de efecto invernadero y
destruyen el medio ambiente.
El del
gas de esquisto es un ejemplo típico. Aunque abundante, solo se puede
liberar de las formaciones rocosas del subsuelo mediante el uso de
explosivos y agua a alta presión mezclada con productos químicos tóxicos
(en esto consiste el fracking). Además, para obtener las cantidades
necesarias de aceite de esquisto habrá que perforar muchas decenas de
miles de pozos por todo el paisaje estadounidense, de los que todos y
cada uno podría comportar un desastre ambiental.
Del
mismo modo, el futuro del carbón se basará en tecnologías cada vez más
invasivas y peligrosas, como la voladura de cumbres montañosas y la
dispersión de las rocas sobrantes y los residuos tóxicos en los valles
circundantes. Todo aumento del consumo de carbón intensificará asimismo
el cambio climático, puesto que el carbón emite más dióxido de carbono
que el petróleo y el gas natural.
En
suma, toda expectativa de que el aumento continuo de la oferta de
energía bastará para satisfacer la demanda en los próximos años está
condenada al fracaso. Lo más probable es que el futuro energético del
planeta venga marcado por situaciones de escasez recurrentes, alzas de
precios y un creciente malestar.
Si
no abandonamos la convicción de que el crecimiento ilimitado es nuestro
derecho inalienable y no nos dedicamos a desarrollar las energías
renovables (con el esfuerzo y la inversión que requiere este compromiso
para tener sentido), el futuro está lleno de sombras. Entonces, la
historia de la energía que se enseñará en alguna universidad de finales
del siglo XXI se titulará “Cómo destruir un planeta”.
Michael T. Klare
* Profesor de estudios sobre paz y seguridad mundial en Hampshire College, Estados Unidos.
* Profesor de estudios sobre paz y seguridad mundial en Hampshire College, Estados Unidos.
NOTAS:
/1.- Un barril de petróleo equivale a 158,99 litros.
Todas las demás unidades del artículo han sido convertidas al Sistema Internacional de acuerdo con las siguientes equivalencias:
1 pie cúbico = 0,02832 metros cúbicos
1 Btu (British termal unit) = 1055,06 J (Joule).
/2.- 1 EJ = 1 exa Joule = 1018 J = 1 millón de billones de Joules
Vìa, fuente :
Todas las demás unidades del artículo han sido convertidas al Sistema Internacional de acuerdo con las siguientes equivalencias:
1 pie cúbico = 0,02832 metros cúbicos
1 Btu (British termal unit) = 1055,06 J (Joule).
/2.- 1 EJ = 1 exa Joule = 1018 J = 1 millón de billones de Joules
Vìa, fuente :
http://www.elciudadano.cl/2011/06/26/tres-acontecimientos-que-nos-cambiaran-la-vida/
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