No se trata de hacerle a México la fama,
que no merece, de tener dictaduras perfectas, como acuñara en 1990 un
protagonista del auge novelístico latinoamericano (y hasta sus amigos lo
contradijeron), pero no queda sino reconocer que padecemos hoy una
dictadura de nuevo tipo, la cual puede llegar a no parecerlo para
sectores amplios, sensibles, influyentes. Una dictadura donde se pueden
escribir artículos y reportajes denunciándola sin caer en prisión
porque, queremos convencernos, hay una cierta democracia; imperfecta,
transitiva, en construcción, lo que sea, pero nos aferramos a la
creencia.
Hombre, hay un abanico de partidos políticos de izquierda, centro y
derecha, chile verde y manteca de la maestra; elecciones
com-pe-ti-ti-vas con reglas, presupuesto y un acceso a los medios que
consume buena parte del presupuesto. Los protagonistas se pueden dar con
la cubeta y terminar del brazo celebrando sus travesuras en el
Congreso, el IFE, los palacios de gobierno. Los candidatos a candidato
de todas las fuerzas partidarias se dan baños de multitud y los
granaderos no los gasean por más vitriólicos que sean sus discursos
opositores. No dirían lo mismo las resistencias indígenas, pero bueno.
Hay una capa, no pequeña y bastante operativa, de lo que podríamos
denominar intelectuales-artistas-escritores-científicos-intérpretes. La
pasan aceptablemente bien. Lo suficiente para escribir sobre la
felicidad doméstica o elaborar temas abstractos, investigación empírica,
nostalgias deliciosas, sin reparar en el régimen autoritario, corrupto y
de excepción bajo cuyo alero publican, filman, montan, son premiados y
estimulados. La estimulación material no alcanza para todos, pero entre
los que la obtienen y los que aspiran se junta un buen número de gente
creando o investigando sin más cortapisa que sus propias mediocridades. Y
si a algunos les entra
conciencia, se alocan y se ponen a denunciar y marchar, pues muy su gusto. Por burlarte del sistema, desdeñarlo o caricaturizarlo nadie te molesta. Nada de aquellos desaparecidos del Cono Sur, la Europa nazi, la Europa soviética, el Egipto de Mubarak. Nada de cortarle las manos al trovador o torturar poetas. Nuestros 12 millones de exilados son económicos, tuvieron la libertad de irse, ¿no?
Existe registro de unas clases medias nos dicen que numerosas, una
masa crítica de consumidores, una audiencia de millones para el
entretenimiento electrónico. Y como cereza de tantas libertades, una
casta de más de un millón de felices millonarios. Quizá todos sospechen
que esto es frágil, que puede salirse de madre, o venir otro golpe de
mano del poder invocando el orden, ya que no por la unidad, sí por la
seguridad nacional. ¿También vendrán por nosotros? Como diría una
avestruz, no es cool pensar en eso.
Democracia y libertad de expresión coexisten con cárceles a
reventar (funerarias, servicios de urgencias). No es dictadura, pero los
policías (soldados, marinos) pueden manosearte los chones al abordar el
micro, detenerte en cualquier metro cuadrado del país, encañonarte,
interrogarte, bajarte, maltratarte. Meterse en tu casa, sembrarte y
cosechar, sólo porque vives en el barrio equivocado. Intervenir tu
teléfono.
Entre muertos que aparecen y vivos que desaparecen, ostentamos cifras
escalofriantes, fama y récord ya mundiales. Decenas de miles de
víctimas. Centenas de miles de hijos, hermanos, esposas, madres y padres
que penan en las comisarías y reciben burlas, amenazas de también
investigarlos, portazos. Se ha perdido el derecho a la presunción de
inocencia, así que ni le muevan.
Crecen las evidencias, que se filtran bajo el maquillaje y lo
traicionan, de que operan escuadrones de la muerte. En nombre de la
gente de bien se oferta la limpieza social. Los falsos positivos
engordan deliberadamente la cuenta de cuerpos. Si hay guerra (no,
combate; no, lucha), es para proteger nuestra seguridad y las libertades
citadas arriba.
Nadie niega que bandas organizadas de criminales establecieron formas
de control territorial, tributario y emocional, y juegan a la masacre
con estúpido frenesí. Significan otra tiranía, que paradójicamente les
funciona de pelos a quienes administran su persecución. Personeros y
socios de estas bandas gozan de visibilidad legal en partidos,
industrias, bancos, monopolios del espectáculo, más libres que Paris
Hilton para pasearse en el yate indicado. La impunidad en México es
buena para los negocios.
¿Hay una guerra allá afuera? Que siga la fiesta. Según la propaganda
todos somos de clase media. Y pareciera dominar la cobardía social que
retrató Bertolt Brecht en su poesía después de 1930.
Por debajo de esas líneas de flotación, millones de mexicanos viven
en condiciones, sí, dictatoriales. Aunque cambiemos el nombre. Si
vinieron por el vecino, en algo andaría. Si le robaron la hija, pues
mala pata. Si identificaron sus huesos, menos mal, tendrá entierro como
Dios manda, los hay que ni eso.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/06/20/opinion/a11a1cul
http://www.jornada.unam.mx/2011/06/20/opinion/a11a1cul
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