“En el amor siempre hay dolor. Pero en el dolor, no siempre hay amor. ¿Por qué entonces sigo sintiendo dolor y amor?
(aforismo implicado)
(aforismo implicado)
(APe).- Nada se pierde. Todo se transforma. Lavoisier derrapa de la
química inorgánica al espacio institucional. También la subjetividad se
transforma, y parece nomás que tampoco es cierto que el pueblo, todo el
pueblo o el pequeño pueblo que es cada sujeto, nunca se equivoque. Nos
equivocamos y a veces acertamos simplemente porque nos equivocamos dos
veces y un error compensa al otro. Desde abril del 2003 me pregunto en
qué me equivoqué. Si yo decidí retirarme de la Universidad Madres de
Plaza de Mayo si las Madres seguían sosteniendo ese proyecto, y como
siempre durante toda su heroica lucha, no daban ni un paso atrás, mi
salida por la puerta grande pero sin la grandeza de un grande, solamente
podía responsabilizar a mis equivocaciones. En los metros que separaban
el aula principal (no recuerdo si la llamábamos aula magna) en la cual
escuché los hermosos discursos de Vicente Zito Lema, de Osvaldo Bayer y
de Hebe, hasta la puerta que para mí era de salida, de una salida que
supe siempre no tenía retorno porque yo tampoco daría ni un solo paso
atrás, comprobé que la amargura, la tristeza, el dolor, el desconcierto y
la bronca, logran que un centímetro sea un metro y que varios metros
parezcan kilómetros. Caminaba como en cámara lenta, y la puerta se
alejaba cuanto más caminaba. Pero no como el horizonte de la utopía que
en su alejamiento ayuda a caminar, como señala Galeano, sino como el
alejamiento de un palacio de arena que se escapa entre los dedos. El
Palacio de las Madres invictas, le había escuchado decir a Bayer. Yo,
uno de los tantos derrotados de la asamblea de docentes, alumnos y
Madres en abril del 2003. En esa distancia donde la eternidad dejaba su
marca en la tierra, la inauguración de la Universidad en el año 2000
apareció no en mi memoria, porque de ese lugar nunca se había ido, sino
que apareció en mi mirada. El primer piso con gente que se derramaba por
la empinada escalera hasta la vereda. Y yo, junto a los docentes, a
Hebe, a Vicente, pensando que toda mi vida había luchado, había peleado y
había esperado estar en ese lugar. Pero el pequeño pueblo que es cada
sujeto también se equivoca. Mis clases eran tan alegres como alegres
siempre fueron las Madres. Mi ritmo de trabajo cambió totalmente, ya que
dedicaba tres y a veces 4 días por semana a la Universidad. Y cuando no
iba, la extrañaba. Imposible no extrañar a una universidad de lucha y
resistencia, que desde su profecía fundadora enfrentaba los
determinantes represores de las academias tanto estatales como privadas.
Ninguna luz cegadora tolera sombras. La valentía, el entusiasmo, la
generosidad, la ideología combativa de todas las Madres, deslumbraban y
alumbraban. Parecía que nunca habría tanta agua que pudiera apagar ese
fuego. Y no se apagó. Pero un viento colosal cambió la dirección. Y como
si fuéramos niños que están danzando alrededor de una fogata, las
llamaradas inesperadas se abalanzaron sobre nosotros. Al menos, sobre
muchos de nosotros. El Primer Congreso sobre Salud Mental y Derechos
Humanos organizado durante el 2002, fue un poderoso analizador de lo
diferente y de lo incompatible en la Universidad. Sigo caminando, la
puerta parece que es una luna que rueda por Callao, y yo un loco con la
cabeza como un melón. En ese Primer Congreso, estuve en el Comité
Organizador, presenté mi segundo libro, colaboré en la presentación del
libro sobre las fábricas recuperadas, el primero sobre ese tema y que
fue editado por Topía. Además, coordiné y participé de cuatro mesas. Sin
embargo, cuando se entregó en el Segundo Congreso las memorias del
Primero, yo no estaba mencionado. El dolor de ya no ser, aunque sin la
vergüenza de haber sido. Cuando Vicente Zito Lema se aleja de la
Dirección Académica, el palacio estalló en llamas. Yo llegué a la
Universidad invitado por él, y no dudé de que debía retirarme. Dudé
solamente en cuándo era el momento más digno para hacerlo. Sabía que
necesitaba irme, pero también sabía que no pensaba huir. La fundación de
la Universidad en el 2000 fue el momento fundante de los sueños
compartidos. Los sueños partidos, quebrados, asolaron los meses de
febrero, marzo y abril del 2003. En la última asamblea que participé,
con la presencia de las Madres, no fueron pocos los que acusaron a
Vicente de traidor. Justamente él, que en el exilio había escrito el
oratorio Mater. Justamente él, que participó en una mesa redonda junto a
Hebe, a Sergio Shoklender cuyo eje fue la caída de las torres gemelas
en Nueva York. En ese momento, la polémica estalló. Recuerdo una nota
del periodista Horacio Verbitsky: “La alegría de la muerte”, donde
fustigaba a los participantes en esa mesa y por añadidura a la
Universidad por un supuesto jolgorio por el ataque terrorista. Fue el
final del suplemento de la Universidad que Página 12 publicaba todos los
viernes. El último artículo que, ya diagramado, nunca se publicó era de
mi autoría: “Los enemigos del Pueblo”, que al menos se puede bajar
todavía por Internet. Intenté y creo haber logrado, mostrar que no era
la muerte la que generaba alegría en las Madres. Ese tormentoso 2001
terminó por ahuyentar a lo que hoy denomino los “retroprogresistas”. La
Universidad se consolidaba como un colectivo revolucionario, anti
capitalisa y anti imperialista. La luz cegadora deslumbraba y alumbraba
la lucha contra las políticas liberales de Menem, De la Rúa y Duhalde.
Sueños y alegrías compartidos. Los verdaderos, los fundantes. Esas
imágenes seguían delante de mis ojos, mientras me acercaba a una puerta
que se negaba a quedarse quieta. Pero luego de la renuncia de Vicente
Zito Lema, solamente quedaron las pesadillas. El comienzo del 2003 marca
la ruptura, porque la confianza en la gestión administrativa de Sergio
estaba totalmente quebrada. Pero los cristales nunca se rompen sin dejar
algunas astillas colgando. Cuando Sergio me contó que iba a cambiar el
logo de la Universidad, la cantidad de carreras que pensaba crear, le
pregunté si quería hacer una especie de UADE de los derechos humanos. Me
dijo que sí. Hubo tantas discusiones, peleas, que prefiero olvidarme,
aunque en verdad, no puedo olvidarme. Comprobé que era cierto que “un
solo traidor puede más que mil valientes” ¿Pero quién decide quién es
traidor y quién es leal? Los dioses de una época son los demonios de la
siguiente, dicen los antropólogos. Yo, intentando llegar a esa puerta
que me parecía imposible de alcanzar, me había convertido en un demonio
para las Madres. Y mientras esa sensación cada vez era más insoportable,
me encontré en la plaza de los dos congresos, escuchando gritos,
mirando sin ver a otros y otras que también se iban y ahogado en la
sombría tristeza de esa despedida sin sabor a miel, me preguntaba
cuántos años tendrían que pasar para poder por lo menos escribir algo
sobre las luchas que sólo se pierden cuando se transforman.
Vìa , fuente.
Vìa , fuente.
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=5631:la-unica-lucha-que-se-pierde-es-la-que-se-transforma-&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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