Inédito es el panorama mundial y las
acciones ciudadanas directas en contra de gobiernos en distintas partes
del planeta. Millones de personas se suman cada día a protestas
inimaginables hasta hace poco en países como Siria, Irán o Egipto.
También en nuestro continente, prescindiendo de partidos u
organizaciones políticas tradicionales, ciudadanos y ciudadanas
comienzan a exigir demandas globales y también específicas según la
problemática local que enfrenten, aunque el denominador común es una
crítica generalizada contra un sistema político y económico excluyente,
depredador, humillante, xenófobo y represivo, que obliga a la Humanidad
de rodillas en aras del todopoderoso Mercado, del lucro y la avaricia.
Chile también parece
haber despertado de un letargo que se extendió por demasiados años, y
que los gobiernos concertacionistas se encargaron de estimular con
medidas populistas. Y cuando estudiantes secundarios alzaron su voz,
recuperando la calle y demandando educación digna, quienes hoy son
oposición no dudaron en lanzar a la policía en contra de esos jóvenes.
El pueblo mapuche tampoco estuvo exento de represión, con weichafes asesinados y encarcelados.
Al momento de escribir estas líneas, en Madrid y Barcelona,
y bajo el eslogan “Nosotros no somos antisistema, el sistema es
antinosotros”, una multitud cada vez más numerosa acampa tanto en la Puerta del Sol,
el punto cero de la capital española, y en un céntrico sector catalán.
En nuestro país, en tanto, centenares de personas se dan cita en Plaza Italia, en Santiago; Plaza Sotomayor, en Valparaíso, y en puntos neurálgicos de Iquique, Valdivia, Coyhaique y otras ciudades.
La ira popular que despertó en Oriente, se desplazó a Grecia, Portugal, Irlanda
y otras naciones, apunta también sus dardos en contra de una clase
política indolente, autocomplaciente, corrupta e incapaz de lograr
sintonía con el pueblo. Y Chile también rechaza a esa casta
privilegiada, sumándose desde el activismo digital a esa masa sin
banderas que reclama su justo derecho a una vida digna, un mundo mejor.
Lo anterior sucede en momentos en que los destinos de nuestro país se rigen desde La Moneda,
con un gobierno integrado por empresarios y profesionales
conservadores, algunos de los cuales, además, ocuparon cargos durante la
dictadura. Todos, sin excepción, apoyaron, por acción u omisión los 17
años más oscuros de este país, y varios se enriquecieron ilícitamente,
aprovechando sus contactos con la dictadura cívico-militar.
Las horas siguientes son decisivas. A
contar de estos momentos está en juego el tipo de país y de sociedad que
anhelamos para nosotros y las futuras generaciones, a quienes no
queremos legar ríos y lagos contaminados; precariedad laboral, salarios
injustos y empleos indignos.
El ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter,
ha amenazado con represión. Fuerzas policiales preparan su arsenal
químico, sus bastones retráctiles, su máquina sonora infernal.
Valparaíso, principal puerto de Chile,
está prácticamente sitiado. Buses repletos de policías de fuerzas
especiales avanzan desde Santiago. El Cuerpo de Bomberos,
tradicionalmente queridos y respetados por la población, será utilizado
para disolver manifestantes o apagar fogatas y barricadas. Claramente,
Rodrigo Hinzpeter carece no sólo de sentido común sino también de
inteligencia suficiente como para adoptar tal medida, que sólo
indispondrá a la civilidad en contra de los voluntarios.
En Santiago, más de 40 mil personas protestaron en contra del megaproyecto Hidroaysén.
Lo mismo ocurrió en otras ciudades y en capitales europeas. Hubo una
mística que hace años no se veía, y también detenidos. Para hoy, se
espera en Valparaíso a miles y miles de personas, muchas de ellas
autoconvocados, que alzarán su voz por un país y un mundo mejores. Por
una sociedad distinta, pues no se pueden criar hijos sanos en una
sociedad enferma.
La clase política nacional habrá de entender el mensaje: ¡que se vayan todos!
La clase empresarial, transnacionales y
corporaciones no podrán depredar indiscriminadamente nuestro planeta sin
que la ciudadanía de a pie les exija respuestas.
Hidroaysén, en Chile, es tal vez el
inicio de un cambio real, pero no es todo. Educación pública, gratuita y
de calidad; salud, viviendas y pensiones dignas, libertad a presos
políticos mapuches, empleos dignos y salarios justos son sólo algunas de
las demandas que, de no ser cumplidas, nos obligarán a ocupar las
calles y plazas.
Nuestra generación y las anteriores no
fueron capaces de proponer un sistema político y económico justo, que
favoreciera a quienes nos precedieron. No cometamos el mismo error, al
no reaccionar, legando una sociedad injusta y un medio ambiente
deteriorado.
Sin banderas, sin partidos, sin fronteras y sin miedo.
¡A la calle!
Texto externo, publicado por (no es el autor):
Bruno Sommer
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