(apro).- “¿Los habitantes de una nación tienen derecho a saber si el
jefe de Estado es adicto a las drogas o si padece alcoholismo?”,
pregunté en twitter, el jueves 3, con el ánimo de abordar con seriedad
un asunto de inobjetable interés público: El alcoholismo de Felipe
Calderón imputado por cinco legisladores petistas y perredistas.
Después del despido de Carmen Aristegui de su noticiero en
MVS Multivisión, por informar de la acción de los legisladores y pedir
una posición a la Presidencia de la República sobre si Calderón es
alcohólico, el debate se potenció, en vez de suprimirse, como
pretendieron personajes tan disímbolos como Josefina Vázquez Mota,
coordinadora de los diputados panistas, y el excandidato presidencial
Andrés Manuel López Obrador.
Porque presumir y aun asegurar que Calderón es un borracho, como lo
hicieron los diputados con la manta que desplegaron en el salón de
sesiones, no es una calumnia ni un agravio a las instituciones, como
acusa Vázquez Mota, tampoco es un tema de carácter personal, como alega
López Obrador, sino un asunto que concierne a todos los mexicanos.
La razón es sencilla: No se acusa a Calderón de criminal, sino de
padecer una enfermedad que --como cualquier otra-- debe ser atendida de
manera profesional, porque las decisiones que motiva o inhibe repercuten
en la vida de millones de personas.
No se trata ni siquiera de Calderón mismo y si el gobernante es
alcohólico o drogadicto, sino que puede ser víctima de una lesión
muscular y aun sicológica que requiere, para ser controlada o curada, el
consumo de una sustancia sicotrópica que genera cambio de percepción de
la realidad, ánimo o comportamiento.
Ya el despido de Aristegui de la empresa propiedad de la
familia Vargas, cuya coartada de que violó un código de ética secreto es
insostenible, ha dado lugar a un insólito fenómeno de opinión pública
en defensa de la libertad de expresión, particularmente en las redes
sociales --que no se presentó cuando, en enero de 2008, Televisa y Grupo
Prisa la echaron de W Radio--, pero también ha enterado a quienes lo
ignoraban del real o supuesto alcoholismo de Calderón.
Por ello la chacota no debe imponerse a lo que debe ser un
debate serio necesario y urgente: El derecho de los ciudadanos a conocer
el estado de salud de sus gobernantes, presentes y futuros, tal como lo
tienen en países con una democracia como a la que debemos aspirar.
Ahora debe exigirse aclarar si Calderón padece alcoholismo --que es
una enfermedad incurable, progresiva y mortal--, pero a futuro se deben
prevenir que lleguen al poder también drogadictos, sicópatas o con algún
padecimiento físico que implique el consumo de medicamentos que les
altere la realidad.
Y sin sobredimensionar, minimizar ni rasgarse las vestiduras lo
procedente es generar un debate sobre el tema y abordar con seriedad si
Calderón padece esa enfermedad.
Vale decir que el señalamiento no es de ahora ni proviene de sus
malquerientes, sino de personajes de su propio partido, como su maestro,
Carlos Castillo Pereza, quien en octubre de 1997, cuando Calderón era
presidente del PAN, le escribió una carta, publicada en Proceso
en octubre de 2009, en la que le dice que fue informado de “las
aventuras más que frecuentes --etílicas y demás-- de algunos de tus
colaboradores”.
Y más adelante le reprochó su informalidad por una borrachera: “(…)
Ahora tengo que añadirte que me pareció desconsiderado de tu parte no
haber acudido a la cita de anoche, sin siquiera haber avisado, y que me
dolió y preocupó haberme enterado por boca de subalternos menores que el
presidente del partido salió de la oficina ‘muy bien servido’.”
Apuntes
Con el despido de Aristegui de MVS se frustró, también, el primer
debate sobre El Yunque con uno de sus integrantes, el abogado José
Antonio Ortega Sánchez. La mañana del viernes Carmen me comunicó, a
través de su equipo de producción, que el debate se celebraría este
miércoles y tendría yo derecho de réplica ante las afirmaciones
calumniosas de Ortega… Como aquí se adelantó, el PAN ganó el gobierno de
Baja California Sur con el experredista Marcos Covarrubias. Jesús
Ortega, presidente del PRD que se desplomó al tercer lugar, filosofó:
Así como en el beisbol no existe defensa contra la base por bola, en la
política no hay defensa contra la traición. Y vaya que sabe de eso...
Comentarios: delgado@proceso.com.mx
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/88159
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