(apro).- Con minifalda de mezclilla azul, blusa blanca con sugestivo
escote, figura delgada y rostro juvenil, “Adriana” recorre el casino-bar
de un hotel en San José.
Sonriente, con maquillaje sencillo y chispeantes ojos negros, la
trigueña desafía y cruza el auditorio de clientes —ancianos
estadounidenses con fila de arrugas y tatuajes, barriga y calvicie
pronunciadas—, y con suave caminado y contagiosa cadencia de cumbia y
bolero parece la reina del ruidoso escenario.
Es mediodía de lunes y alrededor de 30 mujeres —en su mayoría
extranjeras— atiborran uno de los tantos nidos de prostitución de
latinoamericanas, europeas y asiáticas que hay en playas y ciudades de
Costa Rica.
De pie, “Adriana”, de 20 años, escucha a un hombre canoso, gordo y
con facha de marinero veterano. Le pregunta por su servicio. Ella, con
inconfundible acento de colombiana de Bogotá, desliza: “100 dólares la
hora… Usted paga el cuarto”.
Con un “después” por respuesta, prosigue y acepta el cerillo que le
ofrece un mesero, enciende un cigarrillo, reacomoda su negra y fina
cabellera sostenida por un botón dorado y vuelve a recorrer sus dominios
a bordo de tacones altos.
“Adriana” es una de cientos de mujeres y hombres jóvenes, además de
niños y niñas, que según el gobierno costarricense son trasladados por
mafias internacionales desde Cuba, República Dominicana, Rusia, China,
Indonesia, Rumania, Nicaragua, Filipinas, Perú, Ecuador y otros países a
Costa Rica —y después a otras naciones— para ser sometidos a
explotación sexual y a diversas formas de trata de personas en trabajos
forzados, como peones agrícolas, empleadas domésticas, obreros de la
construcción, vigilantes o pescadores.
Focos de alerta
La ecuación es sencilla: el crimen organizado transnacional invierte
pocos millones de dólares en la trata con fines de explotación sexual en
Centroamérica, México, Estados Unidos y Canadá, y gana miles de
millones de dólares, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga
y el Delito (ONUDD) para la zona, en un informe de 2009 sobre el
problema.
En el mapa centroamericano de la trata, Costa Rica es un afamado
paraíso sexual como origen, destino y tránsito de víctimas, mientras que
Nicaragua es proveedor de seres humanos. Guatemala y Honduras son punto
de encuentro de explotados por las redes mafiosas, que con Nicaragua y
El Salvador abastecen a las víctimas. La red, de acuerdo con ONUDD, está
enlazada estrechamente a traficantes de personas del sur de México.
Según el Ministerio de Seguridad Pública de Costa Rica, la cadena
engancha a centenares de jóvenes centroamericanas para llevarlas a
México, por avión o por tierra, e introducirlas a anillos de
prostitución que operan especialmente en el sur de suelo mexicano, que
también son puntos de destino, origen y tránsito. Desde sitios de
contacto en Honduras, Guatemala y México, las mujeres son trasladadas a
un tercer país, casi siempre Estados Unidos o Canadá.
Fuentes de la Policía de Migración de Costa Rica relataron que el
montaje de las operaciones involucra a transportistas, hoteleros y
empresas turísticas, y reduce la posibilidad de criminalizar a las
mafias (trasnacionales, regionales y criollas) que usan a este país como
paso de miles de inmigrantes ilegales en su viaje del sur de América a
México, Estados Unidos, Canadá y Europa, e insertan a menores y
adolescentes costarricenses en la trata interna.
El estatal Patronato de la Infancia ha señalado que el flujo
migratorio genera trata interna en Costa Rica, con abusos y embarazos de
adolescentes. Numerosas extranjeras son traídas a Costa Rica por
tratantes que les prestan dinero para el viaje y les ofrecen salarios de
100 dólares al día, pero al final quedan endeudadas, prostituidas y en
ilegalidad migratoria, por lo que buscan casarse con algún costarricense
para legalizar su situación, aunque sin salirse del oficio de
servidoras del sexo.
“El panorama es cada vez peor”, aseguró la costarricense Rocío
Rodríguez, directora de Alianza por Tus Derechos, organización no
gubernamental con sede en San José que indaga la trata en Centroamérica,
corredor de un negocio estimulado por la industria del turismo sexual
para usuarios o clientes que provienen en especial de América del Norte,
por la cercanía geográfica y los bajos costos asociados.
“En Costa Rica (a las autoridades de gobierno) les ha dado por decir
que ya no hay explotación sexual porque ya no están las chiquitas
(niñas) en la calle, pero es porque están alquilando apartamentos,
fincas, lugares a donde se llevan a prostituir a las personas menores de
edad”, agregó Rodríguez en entrevista con Apro.
“Y las mujeres que traen de otros países están bajo el sistema de
oferta y demanda, lo que ha permitido que se haga cada vez más grande.
En Internet ya no sólo anuncian ahora los clubes nocturnos, el valor
agregado es que (anuncian que) tienen a mujeres de diferentes
nacionalidades”, agregó.
“En Jacó (la prostitución) está fuera de control”, lamentó, al
referirse a un populoso balneario del área central del litoral Pacífico
de Costa Rica. Como uno de los principales destinos turísticos de este
país, Jacó se convirtió en los últimos años en una meca de explotación
sexual de Centroamérica y en foco de alerta roja por fenómenos de
delincuencia organizada, como contrabando de drogas, armas y migrantes,
“blanqueo” de dinero y otras modalidades de criminalidad.
Rodríguez acusó que el negocio de prostitución de mujeres de distinta
nacionalidad se desarrolla públicamente en Costa Rica en hoteles,
casinos, restaurantes, bares y demás sitios identificados por la policía
hace muchos años.
“En Jacó, donde hay más extranjeras víctimas de explotación sexual y
trata, la policía sabe exactamente lo que está pasando, pero los lugares
siguen funcionando”, advirtió.
“No me atrevería a decir que hay complicidad oficial, porque no hemos
tenido un solo caso. Pero algunas veces hay una especie de romance
entre explotadores y algunas autoridades, porque permiten y la policía
sabe donde está pasando”, alertó.
Las mafias, añadió, “son de magnitud internacional y cuentan con la
complicidad de los costarricenses. No es que un colombiano vaya a traer a
las colombianas para (instalar) un prostíbulo. Siempre hay un
costarricense de por medio. No hay amo extranjero sin sirviente
nacional”.
Víctimas y victimarios
Kathya Rodríguez, directora del Departamento de Migración y
Extranjería del Ministerio de Gobernación de Costa Rica, explicó en una
entrevista con Proceso que aunque se sabe con exactitud
dónde operan los centros de explotación sexual comercial, algunos
disfrazados de salas de masajes, otros clandestinos y muchos abiertos
como prostíbulos, lo que es visible en esos lugares es la víctima
(hombre o mujer) que ofrece sus servicios.
“No hay para nada ninguna complacencia. Se requiere de una labor de
inteligencia policial para detectar a los victimarios”, aclaró, tras
afirmar que “la trata de personas es una amenaza para muchísimas
personas y es un aspecto (variante) del crimen organizado”.
En el negocio hay desplazamiento internacional de víctimas, pero también se registra la “trata interna”, apuntó.
Agentes migratorios costarricenses de una unidad especializada en
trata de personas y tráfico ilícito de inmigrantes detectaron 50 casos
“asociados al tema de trata en el último año”, precisó la directora del
departamento de Migración y Extranjería.
“Hay un fuerte compromiso del Estado para trabajar contra esta
amenaza y aunar esfuerzos en prevención, detección de posibles
situaciones y víctimas, atención de las víctimas y procuración de
justicia”, informó.
Seducidos por apetitosas ofertas que pintan un paraíso laboral,
numerosos inmigrantes (hombres y mujeres) caen en la trampa en Costa
Rica, y coinciden con clientes y negociantes del turismo sexual que
buscan contratar a menores y adolescentes, a veces para inducirlos a la
pornografía.
Investigaciones de la Fiscalía General de Costa Rica revelaron que,
atrapados por las deudas, las víctimas sufren reclutamiento forzado, vía
secuestro, rapto o engaño.
Una de las víctimas es “Yendri”, joven cubana de cabello rubio
alborotado, rostro pálido e insinuante vestimenta, que con tan delgada
figura, como “Adriana”, parece una reina fugaz y avanza con picardía por
los iluminados senderos del casino-bar de San José para ofrecer
compañía sexual por 100 dólares la hora.
“Yendri” también aparenta dominar el humeante panorama con su ritmo
salsero al caminar y reta a una concurrencia ávida de compartir su
reinado por pocos minutos.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/88106
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/88106
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