No
tengo (pues no existe) explicación lógica o ilógica al extraño culto de
la sociedad colombiana por la muerte. Si hay diversas aclaraciones
sociológicas e históricas a la Violencia Política ejercida
históricamente desde la cúpula del Poder del Estado colombiano, como un
instrumento de dominación y hegemonía de un bloque de clases dominantes
sobre un conjunto de clases subordinadas, con el fin de explotar su
trabajo productivo. El escritor Saramago, en una ocasión hablando en
Bogotá sobre esa barbaridad premoderna que hemos dado en llamar
“conflicto armado colombiano”, dijo que la sociedad colombiana debía
vomitar todos sus muertos para poder asimilar su historia. Hacer una
catarsis o escarmiento social, es decir aprender de semejante daño
colectivo para superarlo, como lo han hecho Japón o Alemania, o el mismo
Estados Unidos después de la guerra de secesión.
No
cabe duda que Saramago se refería a los más de 200.000 peones muertos
durante las 9 guerras civiles que desde 1829 hasta 1902, llevados por el
odio inhumano al encuentro con la muerte, por sus gamonales civiles
liberales y conservadores, vestidos de generales que dirimían con armas
ajenas su disputa por el tesoro Público. Los 170.000 muertos de la
guerra civil bipartidista llamada de los mil días, pagados con la
destrucción física del país y desmembración de Panamá, en el hasta hoy
pacto innombrable (como la soga en la casa del ahorcado) firmado el 21
de noviembre de 1902, en la cubierta del barco de guerra de la marina
norteamericana Wisconsin, por el contraalmirante Silas Cassey con 6
connotados gamonales militares de la clase dominante u oligarquía
colombiana, y que selló para siempre con hierro y sangre la suerte de
Colombia como apéndice del ascendente Imperialismo estadounidense.
Los
3.000 cosecheros de la United Fruit Company masacrados o ametrallados
en 1928 por ejército colombiano en el enclave bananero de Santa Marta.
Los 350.000 campesinos despojados y muertos desde 1930 hasta 1957 en esa
orgía del Terror del Estado “chuladita” de las dictaduras conservadoras
llamada violencia bipartidista. Los 100.000 campesinos bombardeados y
ametrallados con aviones y planes militares estadounidenses desde el
inicio del Frente Nacional bipartidista en 1958, hasta la implantación
plena de estatuto de Seguridad Nacional del gobierno Liberal de Turbay
Ayala finalizado en 1982.
Los 300.000 muertos
(incluidos los 5.000 de la Unión Patriótica) de todas las clases
populares que siguieron a continuación, hasta los falsos positivos del
actual Terror del Estado policíaco y narcoparamilitar de la seguridad
democratita de Uribe Vélez y Santos; victimas de la guerra
contrainsurgente integral o de todo el Estado y sus paramilitares contra
los enemigos internos y los comunistas, sustentada en dos pilares
inamovibles: uno, el gobierno de los EEUU y otro, el odio inhumano. En
total, mal contados un Millón de muertos en 181 años de historia de la
democracia colombiana
Quien desvirtúa o degrada
durante tanto tiempo el sentimiento de hostilidad ante un adversario,
reconocido por todos los teóricos de la guerra como el motor de toda
confrontación, y lo reemplaza por el odio inhumano y las celebraciones
mediáticas de la muerte, como la que el mundo espantado acaba de ver en
Colombia con el cadáver del jefe guerrillero Mono Jojoy; no puede
reclamar ninguna superioridad moral ni ética.
Quien
desde la cúpula de un Estado degrada una guerra social sobre el
fundamento de hacerle el mayor daño posible a su enemigo interno, no
puede esperar como respuesta nada diferente a daño posible. Se debiera
mejor recordar la recomendación que hacía insistentemente el general
Clausewitz a su estado Mayor: “Yo guío la mano de mi adversario” o
recordar también, todos los terribles nombres de guerra de los rebeldes
colombianos, quienes lo largo de esta historia de muerte han sido
guiados hacia la sangre negra del odio y del desquite, por la mano
invisible de la guerra contrainsurgente y ahora geoestratégica
estadounidense.
El historiador contemporáneo
Hobsbawm, quien en algún momento se ocupó de estudiar la rebeldía
primitiva en Colombia, siempre se asombró de su persistencia y
prolongación. No hay tampoco explicación sustentada. Una aclaración
posible se remonta al síndrome popular padecido después del
descabezamiento del movimiento popular acaudillado por J.E. Gaitán,
aquel fatídico 9 de abril de 1948, cuando los servicios secretos
norteamericanos lo asesinaron en pleno centro de Bogotá y la “chusma” o
pueblo insurreccionado, quedó sin organización y sin caudillo que la
guiara. Experiencia negativa repetida poco después, con Alvear Restrepo y
Guadalupe Salcedo en la guerra del Llano del 52.
Es
probable que la obsesión persistente por contar con una organización
popular y de defensa de los intereses y de la vida de sus miembros, para
no repetir lo acaecido en los años 50, ha llevado al pueblo trabajador
colombiano a construir incansablemente y enraizar unas organizaciones
tan estructuradas o sólidas, que hoy asombran al mundo por su
persistencia y resistencia. La muerte de un dirigente como Jojoy y de 7
guerrilleros que lo acompañaban en el poblado a donde lo habían reducido
su edad y la diabetes avanzada que padecía, y que en cualquier otro
país hubiera sido definitiva, en Colombia no ha producido ni la
rendición inmediata, ni la retirada en desbandada de las guerrillas,
anunciado con tanto bombo por el Ejercito contrainsurgente colombiano,
el departamento de Estado de los EEUU, sus medios de comunicación y sus
portavoces.
Contradigo la tesis de los
trotskistas (en ningún caso de Trotsky) de que en la guerra, fenómeno
social por excelencia, se da como en la naturaleza la selección natural y
la depuración, para dar paso a otros mejores. Si bien Jojoy por su
enfermedad diabética había llegado a un límite vital que facilitó su
seguimiento y posterior ubicación; para llevarle la quietud de la muerte
no era necesaria una descomunal y costosísima maquina de guerra,
compuesta por 30 aviones súper tucano. 15 helicópteros del Ejército y de
la FAC. 14 helicópteros Black Hawk de la Policía. 600 soldados
profesionales que descendieron sobre el lugar preciso. 50 bombas
"inteligentes" de 250 kilogramos suministradas por los EEUU. 7.000
hombres que conformaron un gigantesco anillo para impedir la ayuda de
otros frentes guerrilleros. Bastaba una solución más barata en dinero y
vidas humanas, como sentarlo a dialogar sobre una Salida Política a la
confrontación en la que estaba.
Así mismo, las
declaraciones públicas del comandante de la Fuerza de Despliegue Rápido
Fudra del Ejército Nacional general Miguel Ernesto Pérez de que “20
militares perdieron la vida y 64 tuvieron que ser amputados de algunas
de sus extremidades”; contradicen a los trotskistas (en ningún caso a
Trotsky) de que se trató de una simple operación de inteligencia
satelital, sin el terrible fragor de un extenso combate militar en
tierra.
Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/10/colombia-el-cadaver-ay-siguio-muriendo.html
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