«Él está sentado sobre el
círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; él extiende
los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar» Isaías 40.22.
En el siglo III a. C., el filósofo griego Apolonio de Perga (262-190 a. C.)
intentando explicar el movimiento aparente de los astros alrededor de
la Tierra, supuso que los astros debían de moverse en órbitas
excéntricas y epicíclicas.
Siglos
después, el astrónomo Claudio Ptolomeo (100-170 d. C.) complementó el
trabajo de Apolonio y elaboró un sistema cosmológico geocéntrico basado
en los epiciclos, unas órbitas cuyo centro se sitúan en un punto
determinado de las órbitas deferentes, cuyo centro sería la Tierra. A
diferencia de Platón o de Aristóteles, Ptolomeo era un empirista. Su
trabajo consistió en estudiar la gran cantidad de datos existentes sobre
el movimiento de los planetas con el fin de construir un modelo
geométrico que explicase dichas posiciones en el pasado y fuese capaz de
predecir sus posiciones futuras. Se llegó a diseñar un complejo
entramado de órbitas (epiciclos y deferentes) con movimientos
retrógrados y elípticos, pero aún así no se lograba explicar del todo la
retrogradación y la variación del tamaño y de la luminosidad de ciertos
planetas. Con la mejora de las observaciones, se necesitó añadir más
círculos al modelo para adecuarlo, haciéndolo impracticable. Hubo que
esperar hasta Copérnico (1473-1543) para encontrar una solución eficaz al problema.
Nicolás
Copérnico, lejos de incrementar la complejidad de los epiciclos y los
deferentes, simplemente le dio un nuevo enfoque al modelo cosmológico:
Planteó que los astros no giran alrededor de la Tierra, sino alrededor
del Sol. En su obra De Revolutionibus Orbium Coelestium
simplificó enormemente el modelo cosmológico imperante hasta entonces,
aproximándose más a la realidad de las leyes que rigen el movimiento de
los astros. No obstante, resultó difícil que los científicos de la época
lo aceptaran, su teoría ponía en tela de juicio el hecho de que el
hombre está en el centro del Universo para contemplar la majestuosidad
de los cielos hechos por Dios.
Sin
embargo, no sería correcto atribuir el descubrimiento de Copérnico
exclusivamente a los avances en los métodos de observación en la Edad
Moderna. En el siglo III a. C., unas décadas antes del nacimiento de
Apolonio de Perga y dieciocho siglos antes de que Copérnico rompiera el
paradigma geocéntrico, el filósofo griego Aristarco de Samos (310–260 a. C.)
realizando unas sencillas mediciones de la distancia entre la Tierra y
el Sol, determinó que el tamaño del Sol era mucho mayor que el de la
Tierra. Para Aristarco era la demostración de que la Tierra, junto a los
demás astros, gira alrededor del Sol y no a la inversa. No fue la razón
ni el resultado de las observaciones, sino la filosofía antropocéntrica
imperante, lo que evitó que la teoría más lógica, correcta, y por lo
tanto la más sencilla triunfara en aquella época, dando paso a un modelo
complejo, lleno de dificultades e inconsistencias, que exigía
complicadas argucias para explicar el aparente desorden de estos
vagabundos del espacio, y además erróneo.
En
la actualidad, el pasado 2 de septiembre del 2010, una noticia ha
saltado a los medios de comunicación provocando cierto revuelo: Stephen
Hawking, la mayor autoridad reconocida en astrofísica de nuestra era,
afirma en un avance su nuevo libro aún por publicar The Grand Design
que Dios no creó el Universo. Hawking argumenta que el Big Bang, es
decir, la gran explosión inicial del universo, fue “una consecuencia
inevitable” de las leyes de la física y que el cosmos “se creó de la
nada”. La prensa rápidamente ha buscado el sensacionalismo: “Hawking
reabre la polémica entre Ciencia y Religión”, rezaba un titular de “El Mundo”:
No
obstante, cabría preguntarse por qué a estas alturas del siglo XXI, el
científico más influyente de la Teoría de Big Bang se ve obligado a
ofrecer explicaciones sobre la inexistencia de Dios en los fenómenos
astrofísicos. La respuesta quizás esté en las contradicciones de la
propia teoría del Big Bang, a las que el propio Hawking contribuyó en su
obra A brief history of time: from the Big Bang to black holes
(1988), donde de forma un tanto ambigua, llegó a sugerir que las leyes
del universo podían haber sido creadas por un “ente superior”. El
principal problema es el de tener que explicar que el universo surgió de
la nada.
Actualmente, teorías
como las del “diseño inteligente” pretenden demostrar que la evolución
de las especies es fruto de la mano de algún ser racional. En ese maraña
seudocientífica en la que se intenta conciliar la fe con la ciencia, la
teoría del Big Bang, pese a las declaraciones de Hawking, juega un
papel destacado al dejar una puerta abierta a todos aquellos que
pretendan demostrar la existencia de un ser creador.
Basta observar que la Iglesia Católica Romana
ha aceptado la teoría del Big Bang como una descripción válida del
origen del Universo, sugiriendo que dicha teoría es compatible con las
cinco vías para la demostración de la existencia de Dios que estableció
el filósofo, teólogo, escritor y Doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino (1224 - 1274 d. C.), en especial con la primera de ellas sobre el movimiento[i], así como con la quinta vía.[ii]
La editorial de la Cope,
la cadena episcopal, hace una nueva interpretación: “Stephen Hawking
afirma que el universo pudo surgir de la nada, gracias a la existencia
previa de una serie de leyes físicas. Pues bien, por lógica ese mismo
argumento debería llevar a concluir la existencia de Dios.”
Sin
embargo, la teoría del Big Bang, hasta ahora casi indiscutible, es
menos consistente e incuestionable de lo que aparenta. Sus márgenes han
de ser movidos constantemente tras cada observación para hacerla encajar
con los resultados obtenidos, igual que ocurría desde la antigüedad con
los estudios de Claudio Ptolomeo y todos los que le sucedieron hasta el
siglo XVI.
Constantemente es
necesario corregir la fecha de la supuesta Gran Explosión, se buscan
explicaciones para extrañas aceleraciones que se manifiestan en la
expansión de la materia, se financian investigaciones que tratan de
probar la existencia de una gran cantidad de materia (materia oscura)
que resulta imprescindible para cuadrar los cálculos, y cuya existencia
es tan hipotética como lo fue en su época la de los epiciclos.
Por
su puesto que ha de haber una razón que explique la observación de un
universo en constante expansión y para la radiación de fondo, pero ¿esa
explicación es necesariamente una gran explosión creadora que hiciera
aparecer el cosmos de la nada?
Llegados
a este punto, es preciso recordar que no todos los científicos
defienden la teoría del Big Bang. Entre ellos, es destacable la figura
del premio Nobel de física Hannes Alfvén (Norrköping, 1908 – Estocolmo,
1995). Este físico, conocido como el padre de la física del plasma,
elaboró un modelo cosmológico de un universo infinito en el tiempo y el
espacio, basado en el plasma, donde la materia no se crea de la nada,
sino que se transforma. Alfvén consideraba que la aparente expansión del universo que observamosno es más queuna simple fase local de una historia mucho más amplia.
Tal
vez, en un futuro, esperemos que no haya de pasar 18 siglos, se vuelva a
hablar de Alfvén. Quizás para entonces muchos de sus estudios y
conclusiones hayan quedado obsoletos, pero es posible que se haya
acercado más a la realidad que los actuales astrofísicos defensores del
Big Bang. Así pues, de una vez por todas, se habrá superado el
teocentrismo, que no es más que una derivación del antropocentrismo,
para dar paso a un nuevo modelo cosmológico mucho más simple que el
actual, con un nuevo enfoque que demuestre realmente que el universo no
gira alrededor de ningún ente sobrenatural.
De
producirse este cambio de paradigma en el mundo de la astrofísica, a
parte de los avances que supondría en el conocimiento de las leyes del
universo, lo más destacable sería que supondría también una victoria de
la razón frente a la filosofía imperante que nos imponen las clases
dominantes, tal y como ocurrió en la Edad Moderna; una época en la que
florecieron valores como progreso y razón frente al dogmatismo.
Este
nuevo enfoque en la cosmología iría acompañado de la ruptura de otros
muchos paradigmas en otros campos del conocimiento que a día de hoy
pueden parecer incuestionables por la imposición de la ideología de las
clases dominantes. El fenómeno de la construcción de epiciclos en la
cosmología para explicar lo inexplicable, tiene su paralelismo también
en otras ciencias, como la sociología o la economía, donde sesudos
expertos teorizan sobre modelos económicos sostenibles basados en el
capitalismo y buscan soluciones imposibles a las crisis del sistema,
todo con tal de no abandonar la mentalidad impuesta por las clases
dominantes. En cambio, si planteamos que la solución está en que el
universo no tiene por qué girar entorno a los principios del
capitalismo, seguramente simplificaremos lo que hasta hoy a muchos les
parece incomprensible.
[i] Primera vía: El movimiento como actuación del móvil:
Es cierto y consta por el sentido que en este mundo algunas cosas son
movidas. Pero todo lo que es movido es movido por otro. Por tanto, si lo
que mueve es movido a su vez, ha de ser movido por otro, y este por
otro. Mas así no se puede proceder hasta el infinito… Luego es necesario
llegar a un primer motor que no es movido por nada; y este todos
entienden que es Dios. Las cinco vías para la demostración de la existencia de Dios (Santo Tomás de Aquino)
[ii] Quinta vía: El gobierno de las cosas:
Vemos que algunas cosas que carecen de conocimiento, esto es, los
cuerpos naturales, obran con intención de fin… Ahora bien, las cosas que
no tienen conocimiento no tienden a un fin si no son dirigidas por
algún cognoscente e inteligente. Luego existe algún ser inteligente que
dirige todas las cosas naturales a un fin; que es lo que llamamos Dios. Las cinco vías para la demostración de la existencia de Dios (Santo Tomás de Aquino)
5 de septiembre de 2010
Daniel Guerra
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