No obstante,
difícilmente puedan contarse los intentos y las reformas que a lo largo
de setenta años se aplicaron en los países del socialismo real. Todas
partían del reconocimiento de defectos más o menos sustantivos e
intentaban mejorar el desempeño del sistema, restituyendo por partes, en
forma de parches, lo que antes habían suprimido de un tirón.
Excepto
en China y Vietnam donde son más categóricos, todas las reformas
fracasaron. Unas por ser excesivamente tímidas, otras porque comenzaban
por donde debían terminar, algunas incurrían en la contradicción de
empecinarse en preservar lo que necesitaban cambiar y las más recientes
porque llegaron tarde cuando los defectos estructurales se tornaron
irreversibles y quienes debían conducirlas se habían convertido en parte
del problema y no de la solución. Fue el caso de los partidos
gobernantes y de los órganos dirigentes de los países de Europa Oriental
y de la Unión Soviética.
Lo primero no fue
exactamente una reforma sino una advertencia proveniente de Rosa
Luxemburgo quien, desde posiciones marxistas, alertó a Lenin de los
riesgos del exceso de centralismo, de los peligros de limitar la
libertad de discusión y la crítica y de favorecer el autoritarismo
dentro de la Revolución. Para ella, eliminar la democracia burguesa no
podía significar suprimir la democracia en general y la libertad de los
militantes revolucionarios implicaba el derecho a pensar diferente. Por
unas y otras razones, no fue escuchada.
El
segundo más sustantivo y dilatado de ese tipo de propuesta provino de
Trotski quien, una vez consumada la victoria sobre la contrarrevolución,
creyó llegado el momento de restablecer la democracia al interior del
proceso revolucionario bolchevique, abogando por dar a los soviets y a
las bases y organismos regionales del partido mayor peso en la
elaboración de las políticas y en la toma de decisiones y, ante el
rechazo a sus tesis, organizó la llamada “oposición obrera”, acción que
lo llevó a desencuentros con Lenin, que lo confrontó públicamente sin
excluirlo de las filas, como luego haría Stalin.
La
propuesta más trascedente de esos momentos provino del propio Lenin que
espantado ante la ruina ocasionada por la Primera Guerra Mundial, los
inevitables efectos de la revolución y la guerra civil, incluida la
intervención extranjera, comprendió que la doctrina o el modelo
económico instaurado por los bolchevices era insolvente para poner en
marcha la enorme economía soviética y propuso no una reforma sino un
“retroceso estratégico” que restableciera ciertas formulas asociadas al
mercado, al valor y a la inversión extranjera.
En
un postrer esfuerzo, prácticamente agonizando, Lenin encontró fuerzas
para encomendar a Trotski la ejecución de un programa de rectificación
que contribuyera a frenar la burocratización del país, del Partido y de
los soviets, confiándole la tarea de organizar un sistema de inspección
obrero-campesina (especie de contraloría), capaz de asumir esa enorme
tarea. Del plan formaba parte una ampliación del Comité Central sumando
al mismo 100 nuevos miembros, todos obreros, con lo cual aspiraba a
limitar los inmensos poderes adquiridos por Stalin. El proyecto no pudo
ser ejecutado.
Muerto Lenin, Stalin no sólo
dio marcha atrás a la Nueva Política Económica (NEP), sino que avanzó en
una dirección totalmente contraria, acentuando las deformaciones
estructurales que el fundador había intentado corregir.
No
obstante, en épocas del stalinismo, hubo militantes que confrontando el
punto de vista oficial realizaron propuestas reformistas. Descontando
las asociadas a Trotski, Bujarin, Zinóviev y Kamenev, todavía
excesivamente polémicas, se recuerdan las ideas de Yevgeni
Preobrazhenki, un viejo bolchevique, cercano a Lenin y autor con Bujarin
del “ABC del Comunismo”, quien fue confrontado por Stalin por sus
pronunciamiento en torno a la doctrina de “El Socialismo en un solo
país”. No conforme con rechazar y ridiculizar su teoría de la
acumulación socialista originaria y hacerlo renegar de sus ideas
expuestas en la Nueva Económica, Stalin lo deportó y en 1937 lo hizo
fusilar.
No obstante, tal vez por el peso de
la evidencia y porque al fin y al cabo la Unión Soviética no podía vivir
totalmente al margen de las corrientes políticas internacionales y que
de cualquier manera formaba parte de Europa, Stalin se vio forzado a
introducir ciertos matices de reforma en el sistema político. Así nació
la constitución de 1938 que aunque era extraordinariamente primitiva,
sirvió de base a las cartas fundamentales de los países del socialismo
real, incluso de aquellos que más tardíamente adoptaron constituciones
socialistas y copiaron de ella.
En la Unión
Soviética de fines de los años cincuenta y los sesenta, de cierta manera
como parte del proceso de desestalinización o “deshielo”, por sus
propuestas de reforma económica alcanzó cierta notoriedad Evsey
Liberman, economista y profesor ucraniano de origen judío quien propuso
un conjunto de reformas económicas, audaces para su tiempo y que sin
trascender los marcos de la planificación centralizada, mediante nuevos
métodos de administración, intentaba elevar la eficacia de la economía
en su conjunto.
Liberman se le hizo sospechoso
a la nomenclatura cuando algunos críticos detectaron que sus reformas
conllevaban a la introducción de elementos típicos de la gestión
capitalista; no obstante llegó a ser uno de los principales consejeros
del entonces Secretario General Nikita Kruzchov, de quien lo heredó
Brezhnev y si bien las reformas introducidas a partir de sus ideas
influyeron positivamente en la prosperidad económica soviética de los
años setenta, sus efectos fueron anulados por el inmovilismo que se
apoderó de la administración de Brezhnev.
Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/09/socialismo-real-reformas-y.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario