Los
indígenas están presos por incidentes ocurridos en la defensa de su
Nación Mapuche, el último reducto que la “civilización” les ha dejado en
el profundo sur de Chile. Pero hasta allá llegan los tentáculos del
“progreso” en forma de centrales hidroeléctricas y explotaciones
mineras, forestales y similares que envenenan ríos, talan bosques
milenarios, polucionan la atmósfera, ahuyentan la caza y la pesca,
esterilizan suelos y desplazan a la población, convertida así en paria
en su propia tierra, asalariados de miseria de multinacionales y
finqueros o residentes incógnitos en los cinturones de marginación de
las grandes urbes. Ante la incuria y la complicidad de las autoridades
frente a la voracidad de las empresas, los mapuches se han lanzado a la
lucha con bloqueos, manifestaciones y otras formas de protesta que, como
siempre, terminan en duros enfrentamientos con la policía,
encarcelamientos, muertes y persecución. A sus reivindicaciones
tradicionales por la tierra los huelguistas agregan ahora la exigencia
de un juicio civil para sus líderes y la derogación de la ley
antiterrorista. Ignorados por los monopolios mediáticos intentan romper
el cerco de silencio y conseguir la simpatía de la población para torcer
la mano poderosa del estado. De momento han conseguido movilizar
importantes sectores de la sociedad chilena y comienza a generarse un
movimiento internacional de solidaridad.
La
movilización social ha conseguido, por ahora, que hasta las autoridades y
los parlamentarios reconozcan la necesidad imperiosa de eliminar la ley
antiterrorista heredada de la dictadura. Pero el proceso jurídico
marcha con una lentitud incompatible con la urgencia de 35 personas cuya
vida corre peligro (incluyendo a niños indígenas, igualmente acusados
de terrorismo). En un ejercicio de cinismo sin límites, desde algunos
sectores se propone que se amnistíe a los mapuches al tiempo que se haga
lo mismo con los torturadores de la dictadura que están condenados o en
proceso de serlo. Por supuesto los indígenas rechazan una propuesta de
tales características que los igualaría a quienes si son efectivamente
peligrosos terroristas. Solo exigen un juicio civil, justo y público de
tal manera se conozcan las razones que les han llevado a oponerse a
proyectos que las autoridades presentan como indispensables para el
progreso, mientras descalifican a quien se oponen tildándolos de
obstáculo al bienestar y enemigo de la civilización.
Aunque
el objetivo de eliminar la ley antiterrorista ya es de por si loable,
lo es mucho más poner de manifiesto las limitaciones del modelo
económico vigente y la forma como se entiende el progreso y el
desarrollo. Oponiéndose a la destrucción de su comunidad tradicional (en
todos los sentidos) los indígenas chilenos están poniendo en tela de
juicio el proyecto de sociedad que se ofrece como fórmula para alcanzar
la democracia política, el bienestar material, la cohesión social y el
acceso a la cultura de la modernidad. Aunque no resulte explícito en la
reivindicación, aunque no sea la intención conciente de los afectados,
el conflicto obliga a considerar factores globales y de largo plazo que
superan con creces el estrecho marco de los cálculos empresariales y de
la miopía e irresponsabilidad (cuando no de la corrupción) de las
autoridades que permiten estos proyectos. Más allá del cálculo de
beneficios inmediatos resulta pertinente preguntarse. ¿Cuáles son los
costes reales de esos proyectos? Una central hidroeléctrica inundando
grandes territorios, la extracción de petróleo y de gas, y en general de
recursos minerales, así como la tala masiva de bosques, la construcción
de grandes obras de infraestructura o la explotación comercial de la
biodiversidad se justifican ante la ciudadanía como empresas
indispensables para el progreso, como iniciativas de alta racionalidad
económica que armonizan las ganancias de la empresa con los intereses
del país. Pero las cuentas reales no respaldan tan optimistas
aseveraciones, pues si es cierto que las empresas obtienen ganancias
considerables no se puede afirmar la mismo para el conjunto del país,
para comenzar, porque se descargan sobre la comunidad costes claves que
la empresa no asume y se afectan recursos para ésta y futuras
generaciones.
Con independencia entonces de
las formas folclóricas que acompañan muchas veces tales movilizaciones
populares contra una represa, una explotación minera o los permisos de
saqueo que se otorgan generosamente a las multinacionales, resulta
esencial considerar los beneficios reales que se derivan de tales
proyectos, en unos casos porque son dañinos en alto grado, en otros, por
la manera como se realizan. La minería del oro, por ejemplo, cuando es
realizada de manera artesanal perjudica ríos y suelos en una medida que
se potencia enormemente cuando la explotación es industrial. La
extracción de petróleo, por su parte, encierra peligros semejantes
aunque es posible limitar estos efectos si se obliga a las empresas a
extremar las medidas de seguridad. Las grandes represas hidroeléctricas,
símbolo del desarrollo económico en otras épocas, son hoy objeto de una
consideración más cuidadosa habida cuenta de los daños que provocan en
el medioambiente, la destrucción de otros recursos y lo limitado de su
vida útil. La gran explotación agrícola, otro de los símbolos del modelo
económico actual, recibe objeciones no menos graves y por razones
similares: aquello que es ganancia neta para las empresas supone
pérdidas –muchas veces irreparables- de recursos (agua, suelo,
biodiversidad, bosques, dependencia de los grandes monopolios de la
energía, la industria química y los productores de semillas, etc.) y
algo no menos importante: la salud de la población.
¿Quién
asume el coste efectivo de agotar un recurso? ¿Quién responde por los
efectos perniciosos sobre la salud de ésta y las futuras generaciones? ¿
A quién se piden responsabilidades por los daños medioambientales? ¿En
qué quedaría el balance optimista entre inversión y beneficios si se
amplía el horizonte del cálculo y se toman en consideración todos los
costes, en particular esos que se ocultan en la contabilidad de las
empresas? Si resulta poco práctico un debate sobre propuestas de muy
escasa realidad (un regreso a la vida rural y el abandono del
industrialismo, por ejemplo) y se asume que el consumismo actual resulta
inconveniente e insostenible (además de inalcanzable para la inmensa
mayoría de la población mundial) se impone entonces la búsqueda de un
modelo diferente de sociedad y de economía, resolviendo la disyuntiva
que ofrece, de una parte, la estrategia que se fundamenta en el
“desarrollo de las fuerzas productivas” como condición indispensable
para progresar sobre bases ciertas y, por otra, el camino que proponen
el “buen vivir” de los indígenas como única manera de alcanzar la
armonía social y el equilibrio con el medio ambiente.
Y,
algo central para estos países abocados a una desenfrenada exportación
de materias primas y alimentos a las economías centrales del
capitalismo: agotar recursos claves que comprometen el futuro desarrollo
constituye un suicidio como colectividad nacional. Al final, como en
los peores tiempos del colonialismo aquí quedarán los socavones vacíos,
los mineros con silicosis y un panorama de desolación y tristeza. Los
escasos beneficios para el país estarán generando intereses en bancos
extranjeros en las cuentas numeradas de los funcionarios corruptos, tan
solícitos cuando se trata de vender el país.
Los
actuales mapuches son dignos sucesores de Lautaro, Colocolo,Tucapel,
Rengo y en particular del gran Caupolicán que para ganar la jefatura
militar contra los españoles soportó sin desfallecer por dos días con
sus noches un pesado tronco sobre sus hombros. Tal como lo canta Alonso
de Ercilla en La Araucaria:
Con un desdén y muestra confiada,
asiendo el tronco duro y nudoso,
como si fuera vara delicada,
se lo pone en el hombro poderoso:
la gente enmudecía maravillada
de ver el cuerpo fuerte tan nudoso.fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/09/mapuches.html
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